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A Enrique García-Máiquez (Murcia, 1969) ustedes ya lo conocen. Este poeta gaditano, maestro de los de antaño, sorprendía a lectores, alumnos y amigos hace algunas semanas con su candidatura al Senado por Vox. Obcecado por encontrar Bien, Verdad y Belleza, muchos nos preguntamos entonces por su salto a la primera línea de la política. Jinete del bullicio conservador en las filas de la Fundación Disenso, Máiquez lidera ahora la lista al Senado por Cádiz. Con él reflexionamos sobre la implicación, ay, de un poeta en política: «urge un volantazo en España», sentencia sonriente.

Pasa de las aulas al Senado. ¿Qué puede aportar un maestro a la política?

Me quiere usted demasiado bien: aún no he pasado. Pero la pregunta es muy buena porque el primer PSOE se caracterizó por tener una enorme cantidad de maestros y profesores de secundaria en sus filas, mientras el PP prefería a abogados del Estado y Registradores. El resultado fue que la pedagogía política la hicieron los socialistas. La mano que mece la tiza es la mano que gobierna el mundo. Como profesor que cumplirá sus bodas de plata con la FP pública este próximo curso, quizá si podría aportar un sesgo didáctico.

Cercano a esas bodas de plata, ¿sabría decirme qué tienen los jóvenes de sus aulas que no tengan los senadores?

Esta pregunta se la veo en principio al revés. Lo que tienen los jóvenes de las aulas que tienen también los senadores es la alta dignidad. También son próceres de la patria, aunque de incógnito. Son la soberanía nacional secreta. Del derecho, su pregunta también es muy interesante. Los jóvenes de las aulas tienen un futuro, mientras que los políticos están preocupados por su presente y ya, lo que explica su indiferencia al crecimiento de la deuda pública, al hundimiento de la pirámide poblacional, al despilfarro del presupuesto, a la desindustrialización o el abandono del campo. Los profesores tenemos, por ósmosis, un alma juvenil casi perenne, como si cada nuevo curso le diésemos un buche a la Fuente de la Eterna Juventud. Ojalá llevarme eso a la vida política.

Que vaya usted de candidato al Senado: ¿El último justo de Sodoma?

Yo estoy con Abrahán. Pienso que por lo menos tiene que haber 50.

¿Es la suya la mejor papeleta? ¿Por qué?

La mía, no, qué vergüenza da venderse… Pero la de Vox sí lo es. Santiago Abascal es la única garantía de un cambio de rumbo en un sistema político inercial donde todos los otros partidos son reacios a cambiar la ruta. La Agenda 2030, que todos quieren y que arruina nuestra economía e interviene en nuestra libertad de pensamiento, es sólo un símbolo. Urge el volantazo.

Algunos no entienden su implicación en política, aparentemente innecesaria. ¿Qué le debe Vox a usted?

Preciosa paradoja. Para nadie es más ilustrativa mi implicación en política que para quienes no la entienden. Para los que la entienden, en cambio, sí podría resultar superflua. Como explica mi admirado poeta Juan Antonio González Iglesias, se puede ser un poeta comprometido o no comprometido, todas las opciones son legítimas. Pero en el caso de un conservador (un conservador-reaccionario, si queremos ser más exactos) hay dos razones de peso más. La primera: se nos ha acusado de inactividad, de indolencia y de componer hermosas figuras al margen de la melé. Yo creo que la defensa del conservadurismo hay que hacerla también en el barro cotidiano. La segunda razón es que un conservador no es un utopista, gracias a Dios, y sabe que, por poco que consiga, ya es muchísimo más que nada. De modo que si mi paso por la política se puede concretar en algunos logros prácticos y reales, yo ya estaría contentísimo. Haber escandalizado un poco a los buenos amigos partidarios de la torre de marfil ya ha compensado.

Habla de cierto escándalo. ¿Cuánto hay de gallardía quijotesca en esta candidatura suya?

«Cabalgas sólo por ganar heridas/ en causas justas, es decir, perdidas» es el final de un soneto que dediqué a don Quijote hace 27 años. Si la indiferencia a una posible derrota, a un aparatoso ridículo, a alguna magulladura o algún diente menos, siendo justa la causa, es quijotismo, lo firmo. Pero por ahora, a 48 horas de las elecciones, déjeme creerme un Amadís de Gaula todavía, dispuesto a cortarle las siete cabezas al dragón de un tajo.

Cádiz es cuna de tradición política. ¿Qué acento tendrá su desempeño político?

Jajajaja, qué maravilloso quiebro el del «acento». No lo perderé. Hablo inglés con acento gaditano, como reconoció un desconocido en el metro de Londres que interrumpió mi conversación con un británico para preguntarme: «Quillo, ¿tú de qué pueblo de Cádiz eres?». Ahora su metáfora. Santiago Abascal me enrola en su propósito firme de presentar una alternativa cultural honda y sin complejos ni cesiones al manejo oportunista que la izquierda lleva haciendo demasiado tiempo de este ámbito.

Al servicio de las damas

El Senado nació para representar a la nobleza y en España es hoy la cámara de los independentismos. ¿Su candidatura es una apuesta por recuperar la nobleza –de espíritu–?

Lo de la hidalguía del espíritu o el espíritu de la hidalguía es otro quijotismo mío, que llevaré allí donde me toque estar. En la propuesta de Abascal sí que hay un empeño en que el Senado deje de ser la cámara donde se aparcan las viejas glorias incómodas (ahora va allí Fernández-Vara), que duplica puestos de gestión complejísimos o que paga –con el dinero de todos– servicios prestados al partido. La reforma constitucional del Senado requiere mayorías desorbitantes, pero, antes que cruzarse de brazos, hay una dignificación que se puede hacer a través de los senadores electos. Julia Escobar y Zoé Valdés son extraordinarias propuestas de Vox.

Si el poeta vive empeñado en encontrar bondad y belleza, ¿Cómo va a hacer usted oposición?

Sin mentir. Si las políticas de mis adversarios fuesen buenas y, además, hermosas, y acordes con la dignidad humana, las aplaudiría fervientemente. No venimos a oponernos por sistema, sino a elevar el sistema.

Si gana, ¿promete finalmente ir con capa española al Senado?

El otro día me recordó un amigo mi defensa juvenil de la capa española. Me pareció bastante senatorial. La llevaría. También corbatas negras hasta que en esas cámaras donde se han aprobado tantas leyes contra la vida empecemos a aprobar una legislación que la proteja en el vientre materno. Y acudiría al Senado en mis vespas, la mía, de cuarenta años, y la de mi padre, que me regaló él, y que tiene sesenta y cinco. En esa vespa recogió a mi madre la primera vez que quedaron para salir a cenar (y se cayeron (lo que les unió mucho)). Ambas tienen matrícula de Cádiz. Es bueno no olvidar las raíces. Y hay una manera conservadora de luchar por el medio ambiente que es cuidar nuestras pequeñas propiedades viejas. El consumismo genera mucha basura. Pero si no salgo, lo sentiré, sobre todo, por las corbatas negras.