Si crees que el amor es complicado ahora piensa en Acis y la ninfa del Mediterráneo Galatea. Cuando por fin disfrutaban de un poco de intimidad y tonteo, el cíclope Polifemo, que bebía los vientos por Galatea, enfureció de celos y le arrojó una roca a la cabeza a Acis, matándolo. Entonces Galatea convirtió a su amante en un río. Piensa por un instante en Acis, aquel joven mortal siciliano. Por fin consigue quedar con la piba, le rompen la cabeza a pedradas en el mejor momento, y su ninfa, en vez de resucitarlo o algo así, lo transforma en agua. Es decir, pasas de ser el apuesto novio de la ninfa más deseada a convertirte en un bebedero de patos. No, el amor no era más sencillo antes. Enamorarse, en cambio, sigue siendo igual de peligroso que en la mitología griega.
¿Recuerdas? Te vistes de fiesta hasta para bajar a por el pan. Se te olvida qué es lo que habías ido a buscar a la cocina. Golpeas el coche contra la columna del garaje y hasta te parece que el desconche ha quedado mono. Te ausentas con la mirada perdida en las conversaciones de grupo. No te separas del teléfono móvil. Y canturreas sin darte cuenta por los pasillos de la oficina mientras tu jefe propone diferentes modos de torturarte. ¿Te has vuelto gilipollas? Sí. Lo de Sabina: «cuidado, chaval, te estás enamorando».
El enamoramiento es una suerte de enfermedad transitoria. La antropóloga Helen Fischer descubrió que el amor enciende una parte del cerebro que se llama núcleo caudado, punto central de una red donde se produce un festival de dopamina, uno de los causantes de que te parezca una buena idea jugarte la vida para colgar de un puente una pancarta enorme con el rótulo: «Josefa, te amo».
También provoca alteraciones de serotonina, lo que llevó a varios investigadores a buscar similitudes entre los enamorados y ciertos trastornos psiquiátricos. Las encontraron. Celebramos el Día de los Enamorados y no el Día del Amor, de modo que hoy deberíamos estar de enhorabuena todos los locos.
La intensidad del flechazo
El enamoramiento es solo la chispa. El amor es la llama. Y no lo ves venir. Cuando amas te golpeas repetidas veces la cabeza con un martillo por alguien. Cuando te enamoras, alguien te la golpea a ti sin avisar. Lo siguiente son los selfies desenfocados en Instagram bañados con corazones y acompañados de mensajes intensos del tipo «en mil vidas que viviera volvería una y otra vez a buscarte a ti», que la otra parte contesta con un «y yo a ti, amor», y la amiga de ella, que puntualiza: «¡lleváis tres malditos días saliendo!».
Y todo esto se produce en público. Una de las características del San Valentín contemporáneo es su tendencia a enseñarlo todo. La mayoría sacan conclusiones si no te exhibes con tu pareja en las redes sociales el día de San Valentín. Da igual que no le hayas dirigido la palabra en todo el día, da igual que llevéis tres años separados, y da igual que no tengas pareja. Lo importante es la foto.
Todo el mundo parece estar esperando de tu cuenta de Instagram un mensaje de amor y una contraparte a la que estés abrazado con pasión. Por suerte las nuevas aplicaciones de IA permiten fabricarte imágenes de novias a tu medida para simular fotografías conjuntas en San Valentín; gracias a esta tecnología, yo este año saldré con una Katharine Hepburn vestida de motomami y subida en un hipopótamo rosa pintado al estilo Picasso. Iguálamelo.
El amor anunciado en las redes
Se sabe poco sobre Hedylogos, dios griego del amor especializado en las palabras bonitas y la adulación. No existe literatura al respecto y su única datación histórica son unas pinturas en vasijas del siglo V a. C; las he visto y te confieso que podría tratarse de Hedylogos o de Madonna en los Grammy.
Hoy la influencia aduladora de Hedylogos está concentrada en los asesores de los ministros, pero tengo para mí que dedica sus ratos libres a escribir los post de los enamorados primerizos en las redes sociales. La exposición pública del amor incipiente siempre es arriesgada, salvo en aquellos casos en que también vaya a darse a conocer la ruptura con idéntica publicidad, como Shakira.
Sea como sea, hay que medir bien la locura del selfie del 14 de febrero, porque luego es una lata borrar las fotografías de todas las redes; si bien, justo es decir que era peor hace años, cuanto tenías que jugar a hacer recortes en los álbumes de fotos, procurando no rebanarle el pescuezo a tu cuñado en la operación, dando origen a un nuevo foco de conflicto familiar.
Los vídeos, en cambio, tienen mal arreglo, a menos que pixeles al exnovio, pero entonces todo el mundo creerá que estabas saliendo con alguien perseguido por la Interpol.
A los enamorados les apetece correr, saltar y viajar, y a los desenamorados les apetece quedarse en casa a oscuras y morirse. Esta es la razón por la que hay muchas más canciones de ruptura que de amor, porque antes de morirte, al final, siempre acabas cogiendo la guitarra y una botella de whisky, o haciéndole vudú a un muñeco de Piqué. Tengo un amigo que siempre está deseando que Calamaro lo deje con su novia, y de la manera más traumática posible, para que vuelva a hacer otro «Honestidad brutal».
Somos tan diferentes
Como dijo Dave Barry –esta es la sibilina manera en que intento que lo metan a él en la cárcel y no a mí-, «los hombres son simples… las mujeres no son simples, y siempre asumen que los hombres deben ser tan complicados como ellas, solo que mucho más misteriosos. El punto es que los chicos no piensan mucho. Son solo lo que parecen ser. Trágicamente». En el cerebro de una mujer puedes escuchar medio millón de conservaciones simultáneas. En el cerebro de un hombre puedes escuchar el eco de medio millón de efectos de sonido de golpeos a un balón. Las mujeres que dedican horas a tratar de adivinar lo que un hombre está pensando nunca logran su objetivo, y si lo logran, prefieren pensar que en realidad no es así, que no es posible que un ser humano tenga cosas tan estúpidas en la cabeza. Estúpidas, a su juicio; personalmente no encuentro nada desdeñable dedicar una mañana entera a repasar mentalmente la alineación del Real Madrid y tratar de recitarla al derecho y al revés.
Supongo que somos tan complementarios como incompatibles, de modo que no tengo ni la más remota idea de cómo funcionan las cosas que salen bien; lo único seguro es que con los años lo que haga la serotonina y demás sustancias van perdiendo importancia y en cambio la van ganando fluidos como el detergente concentrado para ropa blanca y el líquido apestoso con el que se limpia la vitrocerámica.
Por suerte, los años también proporcionan cierto conocimiento mutuo y eso facilita las cosas. Basándose en esa experiencia, P. J. O’Rourke dejó escrito que «hay una serie de dispositivos mecánicos que aumentan la excitación sexual, particularmente en las mujeres. El principal de ellos es el convertible Mercedes-Benz 380SL».
El peligro de la primavera
La ubicación del Día de los Enamorados es en febrero porque, de ser en abril, bien entrada la primavera, no habría nadie celebrándolo. La primavera es la época más peligrosa del año para las cosas del amor. Casi todo el mundo intenta llegar a ella soltero para poder disfrutar de la explosión de la gente bonita por las calles, del calorcito que llama al mojito, y del subidón de neurotransmisores del flirteo, deporte nacional mediterráneo desde tiempo inmemorial.
Mucha gente quiere un novio para calentarse en invierno y luego no sabe dónde ponerlo en primavera. En la puerta de casa, estorba; en el armario ropero, podrías morirte de un susto si lo abres medio dormida; y en la bañera, podría ahogarse, y luego es un lío explicárselo a los de investigación de homicidios. Con ese sol calentando las terrazas, y tantas oportunidades para el amor, no sé qué ventaja tiene tener novio en abril, salvo llevártelo a la Feria y enseñarlo como el cromo plateado de álbum de La Liga de Panini.
Sin embargo, si se te está pasando el arroz y sigues en el dique seco, la primavera puede transformarse de problema en oportunidad. Un futuro de decenas de catorces de febrero achuchando gatos en Instagram y mensajes de «con el amor de mi vida» puede resultar gracioso hoy, pero a la larga es bastante improbable que el gato empuje tu silla de ruedas cuando necesites bajar a la farmacia. La explosión del amor primaveral puede ayudarte a solventarlo si estás dispuesto a asumir que encontrar pareja duradera obliga a vaciarse continuamente para dárselo al otro, y viceversa. Si no, tal vez sea mejor el gato, no notarás la diferencia entre un mal noviazgo y el sinvergüenza de Garfield.