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Su infancia fueron recuerdos del colegio El Pilar y del parque del Retiro, de interminables veraneos en Vinuesa y Ciudad Rodrigo, «y la tragedia de un globo/ que en una tarde empolvada/ se me escapó de las manos/ desnudas y abandonadas».

De haber cultivado lo cursi y lo tópico, habría podido decir que su única patria fue la infancia, por las muchas referencias a la misma que hay en sus obras completas… Pero la afirmación le habría supuesto la expulsión de la Falange, partido del que era camisa vieja, militante de la primera hora más por amistad con José Antonio Primo de Rivera, que por comulgar con los puntos de su doctrina.

Si sería débil, superficial, su compromiso con los de azulete que su odio a los comunistas lo cifraba en el hecho de haberse visto obligado por su culpa a afiliarse a la Falange. Con todo, lució incontables veces en su pecho el yugo y las flechas, sospechamos que con la tentación permanente de ordenar a su sastre bordar encima una corona, acreditando así por un lado que él era el tercer conde de Foxá y por otro, su monarquismo congénito.

¿Que por qué no se afilió entonces a la muy monárquica y derechista Renovación Española de Goicoechea y de Calvo Sotelo? Se supone que porque su nostalgia cogía mucho más campo que ese, yendo atrás en el tiempo hasta un Antiguo Régimen que desaparecía inexorablemente, si es que alguna vez había existido. Su alergia por el ideal igualitario lo ilustra muy bien una anécdota neoyorquina. De visita en la gran manzana, nada más poner el pie en el andén de la Penn Station, ordenó que un mozo se hiciese cargo de su equipaje. «Lo sentimos, mister Foxá», le dijeron, «pero en este país todos demócratas». «¡Ah, muy bien! Pues entonces que venga un demócrata y me lleve las maletas«. El ingenio, siempre el ingenio.

Uno de los principales activos del aparato propagandístico

Agustín de Foxá en Burgos en 1938.

Y la nostalgia por un pasado glorioso, imperial, decíamos. Por eso su asistencia, de rigurosa etiqueta, en plena República zarrapastrosa, a las cenas de Carlomagno, celebradas en el hotel París, alrededor de la figura de José Antonio Primo de Rivera. No era raro que arropando al impetuoso jefe de la Falange se juntaran hombres de letras como Rafael Sánchez Mazas, José María Alfaro, Pedro Mourlane Michelena y, por supuesto, Foxá. Nada nuevo bajo el sol. Desde la noche de los tiempos los hombre de acción han necesitado del concurso de los cantores de gesta, y al revés, estos el de aquellos para hallar un motivo para la inspiración.

Otra ocasión en la que José Antonio echó mano de su escuadra de poetas fue para la composición del ‘Cara al Sol’, el himno de la Falange. Las directrices del jefe fueron claras: una canción de amor y guerra. En unas horas, y al calor de los alcoholes del bar Or-Kompon, quedó compuesta la letra, con música del maestro Tellería. Foxá estuvo allí. Lo cuenta en su novela ‘Madrid, de corte a checa’, relato basado en hechos reales sobre las vicisitudes de las gentes de derechas con domicilio en la capital de España desde que se proclama la República hasta los primeros meses de la guerra.

La novela la escribió Foxá en Salamanca, en 1937. El lugar y la fecha no son inocentes. En Salamanca estaba el aparato de propaganda de guerra del bando nacional, coordinado por Dionisio Ridruejo (otro de los letristas del Cara al Sol) y con Agustín de Foxá como uno de sus principales activos; tanto, que 80 años después, la calidad literaria de Madrid, de corte a checa ha superado con mucho su propósito propagandístico. Es, sin duda, uno de los mejores relatos sobre la Guerra Civil española.

La primera de una serie

La novela, en principio, iba a ser la primera de una serie, siendo la segunda ‘Salamanca, cuartel general’. Pero Foxá nunca la escribió. Respecto a los motivos, hay que apuntar a uno: la desidia del personaje. Era lo que en nuestros días llamaríamos un procastinador, alguien que se pregunta porqué hacer hoy lo que se puede dejar para mañana. Quizás esto explique que el grueso de su obra lo completen narraciones cortas (no pocas de ciencia ficción), poemas, artículos, alguna obrita de teatro y, sobre todo, anécdotas, montones de anécdotas, anécdotas para llenar varios libros, todas ellas ingeniosísimas. Y si alguna no la hubiera protagonizado él, da igual, podría habérsele ocurrido.

También escribió informes con membrete, no en vano era diplomático de carrera desde 1930. De entonces a 1959, año de su retiro, fue encargado de negocios, agregado cultural, secretario de embajada, ministro plenipotenciacario, pero nunca embajador. No por falta de cualificación, sino por ser de esos hombres a los que les pierde una frase.

Así, cuando marchó destinado a la América española lo hizo llamándola Hispanoamérica y regresó refiriéndose a Latinoamérica. ¿Por qué? «Para repartir responsabilidades». Así, en Roma, durante una recepción, el conde Ciano, yernísimo de Mussolini, aconsejó a nuestro hombre moderación con la bebida: «Le va a matar el alcohol». «Y a usted Marcial Lalanda», respondió Foxá, golpeando al italiano donde más dolía: la cornamenta.

Agustín de Foxá, saludando a Manolete.

Sus versos más recitados

Solo que antes de atizarle a Ciano habría hecho bien Foxá en palparse su propia testa. Sabido es que el tipo fue desafortunado en amores y que su fugaz esposa, la joven y guapa María Larrañaga, enseguida se aburrió de él, yendo a buscar refugio en los brazos de otros hombres, como los del playboy dominicano Porfirio Rubirosa o -se dice, se comenta, se rumorea- los de un miembro de la familia Domecq. ¿Acaso de aquel escozor traen su origen los versos que siguen?

«Horda del sur enriquecida y boba/ que venís con el pelo de dehesa/ a tutear a estúpidas marquesas/ que a trueque de convite os dan coba./ Tratantes de la Baja Andalucía/ que tenéis por blasones la tajada/ y presumiendo de genealogía/ es vuestro escudo una marca registrada./ En vuestra pingüe corte de adulones/ hay flamencos, fulanas, maricones,/ el cuerpo diplomático y Cortés./ Símbolo de una España de pandereta,/ id con vuestras riquezas a hacer puñetas/ ¡oh, Borgia de los vinos de jerez!».

También son para enmarcar estos otros -sus versos más recitados- presintiendo la inminencia de la muerte, acaecida en 1959 por causa de la cirrosis (Ciano tenía razón):

«Y pensar que después que yo me muera,/ aún surgirán mañanas luminosas;/ que, bajo un cielo azul, la primavera,/ indiferente a mi mansión postrera/ se encarnará en la seda de las rosas./ Y pensar que desnuda, azul, lasciva,/ sobre mis huesos danzará la vida,/ y que habrá nuevos cielos de escarlata/ bañados por la luz del sol poniente,/ y noches llenas de esa luz de plata/ que inundaron mi vieja serenata/ cuando aun cantaba Dios, bajo mi frente./ Y pensar que no puedo en mi egoísmo/ llevarme al sol ni al cielo en mi mortaja;/ que he de marchar yo solo hacia el abismo/ y que la luna brillará lo mismo/ y ya no la veré desde mi caja».

Aunque ¿para qué desgañitarse intentando un perfil sobre Foxá, a partir de su vida y su obra, si ya lo hizo él, magistralmente, en unas pocas líneas?

«Gordo; con mucha niñez aún palpitante en el recuerdo. Poético, pero glotón. Con el corazón en el pasado y la cabeza en el futuro. Bastante simpático, abúlico, viajero, desaliñado en el vestir, partidario del amor, taurófilo, madrileño con sangre catalana. Mi virtud, la imaginación; mi defecto, la pereza».