Vea las imágenes del diálogo ‘Fernando III, rey y Santo’
El pasado jueves 27, MILENIO celebró uno de sus acostumbrados encuentros con sus lectores. Esta vez en la ciudad de Córdoba. Qué mejor escenario para hablar de uno de los más grandes monarcas que vieron los siglos: Fernando III. Y quién mejor para aproximarse con rigor y amenidad a una figura tan rica que Alejandro Rodríguez de la Peña, profesor titular de Historia Medieval de la Universidad CEU San Pablo. A continuación, y en formato de preguntas y respuestas, un resumen de lo que allí se habló.
A pesar de no ocupar el primer puesto en la línea sucesoria ni de Castilla ni de León, Fernando III ceñiría la corona de uno y otro reino. ¿Cosas del azar, de la providencia…?
Ni la providencia ni el azar son historiables para el historiador, no pudiendo este analizarlas con datos empíricos. Lo que en ocasiones sí se da es una concatenación de circunstancias muy difíciles de que se produzcan; tanto, que ya dependerá del historiador apelar al azar o a la providencia para explicarlas. Es el caso de la coronación de Fernando como rey de Castilla primero y de León después.
Hoy Castilla y León son términos difícilmente disociables, sin embargo en tiempos de Fernando…
Los no conocedores de la historia medieval quizás piensen que la gran rivalidad de la época era entre Aragón y Castilla como hoy puede serlo entre Madrid y Cataluña, por resumir mucho, cuando en verdad era entre Castilla y León. Ni la nobleza castellana ni la leonesa querían la unión dinástica, como tampoco la quiso el padre de Fernando, Alfonso IX de León, que no quiso que su hijo le heredase precisamente para evitar esa unión.
Ni el viejo rey ni la nobleza levantisca contaban con la determinada determinación de Fernando.
Con enorme habilidad política, mucho sentido de la oportunidad, gran audacia y buenas leyes, puso primero orden en Castilla y una década después en León, pacificando ambos reinos y unificándolos.
Y entre una y otra empresa, como si estas fueran poca cosa y a él le sobraran el tiempo y las energías, rompe la tregua con los almohades, sellada pocos años atrás por su abuelo, Alfonso VIII de Castilla.
Hay dos momentos clave en la historia de la España medieval. Uno, la batalla de Las Navas de Tolosa, donde nos jugamos el ser o no ser, el futuro. El otro, la decisión de Fernando III de iniciar la ofensiva contra los almohades en 1224.
¿Sabía lo que se jugaba?
Aunque todavía era muy joven, fue una decisión personal; tanto, que la tomó contra el consejo de su entorno. Fue, además, una decisión que cambiaría la historia de España para siempre. De no haberla tomado, es probable que el imperio almohade hubiese aguantado más.
Y tomándola, incorporó a su reino el Valle del Guadalquivir, la joya de Andalucía.
Incorporación gracias a la cual Castilla se convierte en una superpotencia europea y España en un proyecto viable a nivel internacional.
La reconquista de Jaén, Córdoba y Sevilla, ¿fue un paseo militar?
Qué duda cabe de que estamos ante un rey que sabía dirigir militarmente un ejército. Pero es que además era alguien con un valor físico y una capacidad para la acción fuera de lo normal, incluso en la Edad Media, cuando era habitual que los reyes pelearan en primera línea.
Ilústrenos con un ejemplo.
La caída de Córdoba, en 1236. Unos almogávares castellanos de la zona de frontera, apenas un centenar, en una operación de enorme riesgo hoy diríamos de comando, propia de boinas verdes, toman la Axerquía cordobesa, un barrio dentro de la ciudad, y envían un mensaje al rey Fernando, que en ese momento se encuentra en la zona de Benavente.
Distante unos 500 kilómetros por lo menos.
Acaba de morir Beatriz de Suabia, la mujer de Fernando III, y este, en lugar de enterrarla, deja las exequias en manos de otro y, a uña de caballo, con solo 100 caballeros, en pleno invierno, se planta en Córdoba, en un barrio asediado por unas fuerzas islámicas con una superioridad respecto a los cristianos de 20 a 1, cuando no de 30 a 1. Los refuerzos del resto del reino irían llegando a lo largo de los meses siguientes, lentamente, con cuentagotas, hasta que finalmente Córdoba cayó.
Fernando por poco no lo cuenta.
Tras el viaje en pleno invierno y las dificultades de la operación, el rey cae gravemente enfermo y está a punto de morir.
De haberlo muerto entonces, probablemente hoy visitaríamos su tumba en la catedral de Córdoba.
Que antes que catedral había sido mezquita y antes que mezquita, iglesia visigoda. Lo primero que hacen los castellanos al tomar la ciudad, con el rey a la cabeza, es plantar el pendón de Castilla y una cruz en el minarete de la mezquita. A continuación, se celebra una ceremonia donde los cuatro obispos principales presentes purifican, exorcizan y consagran la mezquita. Por último, el rey ordena devolver las campanas a Santiago de Compostela, de donde Almanzor las trajo cargadas por esclavos cristianos, tras destruir la ciudad.
Y dice que todo eso fue lo primero que hizo Fernando al entrar en Córdoba.
Estamos en 1236. Si el espíritu que siglos atrás había animado la reconquista era un espíritu de recuperación de la España visigoda, ahora es un espíritu de cruzada. Fernando III piensa y actúa como un cruzado. No hay el menor debate.
Como tampoco debería haberlo respecto al triple hecho de que fue rey, guerrero y santo. Vamos, si le parece, por orden: rey.
Hay un antes y un después de Fernando III. De hecho, su hijo, Alfonso X El Sabio, es candidato a la corona imperial romanogermánica gracias a la herencia de su padre. Fernando III legó una unidad en torno al eje León/Castilla; eje al que incorpora el riquísimo Al Ándalus del Guadalquivir. Le faltó la unión con Aragón, quinto territorio de la península en extensión y población.
Eso en lo tocante a cuestiones geopolíticas, pero ¿y de cara al pueblo llano?
Fue también un rey extraordinario. Porque la gente humilde, entonces y hoy, lo que quiere es paz, orden, que se haga justicia y que los poderosos no cometan abusos. Fernando III logró todo eso.
Guerrero.
Basta ver su ejecutoria: fue un rey que no conoció la derrota.
Santo.
Los procesos de canonización medievales hasta la reforma gregoriana no tenían un control pontificio. Cada diócesis podía proclamar santos. Esto lleva a que haya reyes guerreros santos que, incluso en el final de la Edad Media, no habrían sido canonizados. El caso más célebre es el de san Olav de Noruega. A partir del siglo XII, sin embargo, se tiene mucho cuidado con canonizar a reyes que no hayan llevado vidas muy piadosas. Aquí el ejemplo es san Luis de Francia.
Otro rey cruzado.
Los que convocaban las cruzadas eran los Papas. Por tanto, ¿cómo reprochar a un rey que siguiera la doctrina de la Iglesia de la época? San Luis -lo mismo que otros reyes- hizo la guerra en obediencia a las bulas de cruzada. Además, él tuvo fama de santidad en vida por su atención a los pobres y enfermos y sus obras de penitencia extremas. Por eso fue canonizado solo 20 años después de morir.
San Fernando, en cambio, tuvo que esperar cuatro siglos para verse en los altares.
Precisamente por no tener esa fama de santidad con la que murió san Luis de Francia.
¿Significa eso que Fernando era un católico del montón?
La mayor parte de los reyes de la época medieval y también de la moderna tenían amantes, las más de las veces públicas y conocidas. Reyes tan cristianos y tan cruzados como Alfonso VIII o Alfonso X tuvieron sus devaneos. San Fernando no. San Fernando fue un padre ejemplar de sus muchos hijos y un marido ejemplar de Beatriz de Suabia, y a la muerte de esta, un marido ejemplar de su segunda esposa. Aparte de esto, fue un hijo fiel de la Iglesia que luchó heroicamente por la fe.
¿Pero…?
Pero no se le conocen esas obras de piedad y de devoción extraordinarias que sí se le conocían a san Luis de Francia.
Con todo, y como queda dicho, terminó siendo canonizado.
Felipe II, un hombre culto -extraordinariamente culto, como a veces no se le reconoce- estudia la historia de España y busca al monarca que más merezca la canonización. No podía ser que Francia tuviera su rey santo y España no. Pudo ser Isabel la Católica, pero por la razón que sea, se dio preferencia a Fernando III.
Podría pensarse que el proceso es resultado de los enjuagues entre el Papa y el emperador, entre el trono y el altar.
El modelo para canonizar a alguien es el mismo hoy que en el siglo XVI. Es decir, se analizan los pros y los contras, se buscan todos los peros. Fernando III habría cumplido hasta el último requisito del más exigente de los abogados del diablo.
Por eso y por todo lo demás, merece una estatua. Y ya que hablamos de estatuas, hablemos de Abderramán III, hoy de rabiosa actualidad.
Vaya por delante que soy más partidario de poner estatuas que de quitarlas. Como medievalista, me indigna comparar el callejero de España con el de Portugal, Inglaterra, incluso Francia, la laica y republicana Francia. Parece que en España la memoria medieval en forma de monumento solo pervive allí donde el nacionalismo manipula en clave particularista la figura de reyes tan españoles como Sancho III de Navarra o Jaime I El Conquistador.
Dicho esto…
Abderramán III fue un personaje ética y moralmente muy discutible. Pues bien, todavía hay quien se escandaliza porque le quiten una estatua. Yo, qué quiere que le diga, me quedo con Fernando III El Santo.