Enganchado a Juego de Tronos y al campo a partes iguales. Amazon no llega a La Junquera y no le importa, pero a veces echa de menos las hamburguesas para las noches complicadas. Le encanta reunir a gente que aporta y no es esclavo del móvil. No le importa que llamen al timbre de casa sin avisar. Pero, sobre todo, es un visionario que ha convertido un terreno de 1.100 hectáreas en una de las zonas más áridas de España en un vergel.
Alfonso podría vivir una vida más cómoda, pero sería menos auténtica. Dejó su Madrid natal para embarcarse en la aventura de su vida: reavivar las ascuas de la huerta murciana de su tatarabuelo. Llegó allí hace 11 años y se encontró una casa medio derruida con animales muertos dentro. En sus inicios, vivía sin luz y dormía en compañía de su perro, a quien metía en el saco de dormir para hacer de calentador. Así empezó su propia diáspora madrileña en el Altiplano Murciano.
Comenzó llamándose la Huerta de los Zagales, un proyecto entre amigos para vender fruta y verdura ecológica. De ese germen nació su gran criatura: La Junquera, un verdadero experimento natural y social en el que viven ya más de 20 personas.
La Junquera es una finca rústica que cuenta además con una colonia de emprendedores que viven en ella y que le dotan de un ambiente especial. Hay almendros, plantas aromáticas, manzanos, pistachos y vacas. Pero también 8 tractores, una retroexcavadora y una cosechadora dando vueltas todo el día. Hay agricultores, pero también hay una enóloga, un escultor, una agencia de comunicación y una marca de sidra. Y Alfonso es el director de orquesta de todo este equipo tan pintoresco. Pero… ¿Quién es Alfonso?
«Vine aquí huyendo del ordenador», dice, y deseando trabajar con sus manos y recuperar antiguas tradiciones. Ahora, al frente del proyecto, vuelve a tocar el teclado más de lo que le gustaría, pero siempre busca un hueco para mover las vacas de parcela a parcela.
La sociedad produce piedras
Al llegar encontró un suelo empobrecido, que no retenía agua y solo producía piedras. Cabría preguntarse si la sociedad no sufre hoy de lo mismo. Alfonso insiste en que ha pasado por varias etapas y que en sus inicios sí lo vivió como una fase más melancólica y romántica, buscando volver al origen, trabajar con las manos y ser autosuficiente, pero, sobre todo, vivir una vida más auténtica. Ahora es realista y asume que La Junquera es lo que es gracias a la tecnología. «Cualquier tiempo pasado fue mejor, pero ahora tenemos la oportunidad de hacer eso y mejorarlo con la tecnología».
Aun así, es un romántico de lo antiguo: «En los inviernos disfrutamos mucho porque nos metemos en casa, aquí hace un frío que pela, encendemos la chimenea, cocinamos productos de la huerta, cenamos todos juntos, compartimos y conectamos con el resto de los vecinos. La gente llega sin avisar, es como antes». En una ciudad, donde somos tan recelosos de nuestro tiempo, que no tenemos, eso sería imposible.
Quizá por eso la vida en el campo le ha ido ganando poco a poco. «Yo en la ciudad viviría como un zombi, pero tengo amigos que están encantados y se sienten plenos así». En Murcia, sin embargo, las cosas van más lentas, aunque ya la gente dice que el apretón de manos antes valía y ahora no. «Yo creo que el apretón de manos sigue valiendo entre la gente que es honrada», puntualiza Alfonso.
Viendo Netflix en la estepa levantina
Allí no llegan las smash burgers. Tampoco Amazon localiza la finca, y deja los paquetes en el pueblo de al lado, al farmacéutico o en el nuevo bar de Jose María, epicentro de la vida social de los habitantes de La Junquera. Tardan una hora y media para ir al cine, muchos no ven ni la tele y, teniéndolos tan cerca, solo comen tomates en verano (y ya no quieren otros). A pesar de todo, no lo cambiarían por nada.
Y aun así, Alfonso conserva algún resquicio de rata de ciudad. «Reconozco que tengo Amazon Prime, Disney +, Netflix y HBO, y soy bastante friki de Juego de Tronos». Pero no está anestesiado, y es inconformista y optimista. «Ya está bien de quejarse, hemos recibido una herencia de muchas generaciones, un tiempo en el que cambiaba el mundo muy despacio. Ahora hay que moverse».
Alfonso ha decidido huir de algunas comodidades, asumiendo que él y su familia tienen una vida distinta, fuera de los circuitos habituales de la gente de su entorno. Pero ha vuelto a trabajar con las manos, el ordenador no le secuestra y disfruta de algunas costumbres que ya vemos como ancestrales, como ofrecer su tiempo y no cobrarlo. Quizás todos deberíamos ir al campamento que organizan en verano, aunque solo sea un ratito, para volver a sentir la tierra en los dedos, volver a disfrutar de la espontaneidad y volver a comer tomates en verano. Solo en verano.