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Se han cumplido cuarenta años de la muerte de Álvaro Cunqueiro (1911-1981), el escritor gallego que Gabriel García Márquez había considerado merecedor del Premio Nobel. ¿Fue la suya una obra anticipadora del realismo mágico? Quién sabe. Sin duda, sigue siendo un autor singular, maravilloso, cuya producción literaria jamás ha dejado de estar presente en la vida académica, aunque parezca haberse evaporado del horizonte del gran público.

Fuente: Casa Museo Álvaro Cunqueiro

Esta ausencia es injusta, más si cabe porque atraviesa toda su obra la alegría irrefrenable de relatar una melancolía muy honda. El verdadero Álvaro Cunqueiro jamás se encontrará en los pliegues de una biografía que fue esquiva por propia voluntad. Al final donde sus huellas emergen más decantadas, no menos ambiguas, es en las historias de su fantasía.

Desde la biografía de Anxo Tarrío, titulada con intención Álvaro Cunqueiro o los disfraces de la melancolía (1989), al reciente volumen (auto)biográfico de José Besteiro Un hombre que se parecía a Cunqueiro (2021), se afianza la impresión de que el Cunqueiro real se reflejaba pálidamente en aquel joven galleguista que se paseara con uniforme falangista a principios de la Guerra Civil y que fuera capaz de desactivar con su desenvuelto humor los enfados del todopoderoso ministro Serrano Suñer por sus trapacerías, tanto como de refugiarse en Mondoñedo tras un oscuro suceso que provocó la retirada de su carné de periodista cuando empezaba a triunfar en el Madrid de mediados de los años cuarenta.

Maestro de la imaginación

A aquella proteica personalidad, en gallego y en castellano, nadie puede acercarse a fondo y en el fondo sino como un lector ucrónico. Entre Merlín y familia (1955, 1957), Las crónicas del Sochantre (1950, 1959), Cuando el viejo Sinbad vuelva a las islas (1951, 1962) y Vida y fugas de Fanto Fantini della Gherardesca (1973) -y no tanto en Un hombre que se parecía a Orestes (1969), su éxito más relevante y, en su opinión, más circunstancial-, Cunqueiro esboza y difumina los rasgos de una personalidad de extraordinaria sensibilidad vital y literaria. Mientras en España triunfaban las diversas variantes del realismo, él no cesó de explorar los confines de su imaginación. De la estirpe del italiano Dino Buzzati, por la aérea profundidad de sus paisajes, o del francés Julien Gracq, por la sobria delicadeza de un alma que jamás dejó ser enamorada, Cunqueiro roturó a su modo esa línea que la deslumbrante novela Industrias y andanzas de Alfanhui (1951), de Rafael Sánchez Ferlosio, había puesto de largo en el panorama literario de los cincuenta, desgraciadamente sin la continuidad que hubiera sido deseable.

Si Ferlosio se había acogido a la tradición del Lazarillo, Cunqueiro jamás dejó de ser fiel a la enseñanza de Scherezade y de Don Quijote. Supo tamizarlas con su aprendizaje de las lecciones de las vanguardias, muy especialmente del surrealismo en el que se había iniciado como poeta en lengua gallega. Sus libros, en apariencia tan frescos y fluidos, guardan una aspiración de plenitud que sólo puede manifestarse en su gozosa fragmentariedad. Tanto los elencos finales de personajes en sus obras más aclamadas, como si fueran unas narrativas dramatis personae, como la introducción de pequeños y entrecortados actos teatrales en forma de capítulos o la intensidad lírica de los recuerdos de sus protagonistas, apuntan a ese hibridismo genérico que Cunqueiro había absorbido también de sus lecturas adolescentes de Stendhal. ¿Cómo no sentirse conmocionado al leer una y otra vez el primer párrafo de su Merlín y familia?:

“Ahora que viejo y fatigado voy, perdido con los años el amable calor de la moza fantasía, por veces se me pone en el magín que aquellos días por mí pasados, en la flor de la juventud, en la antigua y ancha selva de Esmelle, son solamente una mentira […]. Verdad o mentira, aquellos años de la vida o de la imaginación fueron llenado con sus hilos el huso de mi espíritu, y ahora puedo tejer el paño de estas historias, ovillo a ovillo”

Fuente: Casa Museo Álvaro Cunqueiro

Naturaleza gallega

En los diez primeros minutos de la mítica entrevista que Joaquín Soler Serrano le dedicó en el programa A fondo (1978), podría decirse que Cunqueiro trazó su más penetrante autorretrato moral. Sobre la naturaleza del gallego decía que no podía ser impunemente el tener los pies en el río del olvido (Limia – Orense) y la cabeza en el fin de la tierra conocida (Finisterre). Con una sonrisa fruncida y retrepándose sobre el asiento, añadió que su característica más destacada era “A la defensiva, siempre a la defensiva”. Le parecía que en ella, vivaz y dialogante, consistía el oficio moral e histórico del gallego. “El gallego no puede decir sí o no, como Cristo nos enseña. Si sí, sí pero, sí pero non, non sí”, explicaba divertido.

Si sí, pero sí, Cunqueiro. Vuelvan a leerlo. Les maravillará.