So pena de sonar autorreferencial (rasgo que detesto en otros articulistas), me dieron ganas de empezar esta crónica hablando de mi taza de Milenio, el antiguo nombre de Centinela: publicación que (diríamos antaño) usted tiene entre sus manos, querido lector. Mi taza es una buena taza; una taza noble. Soporta candentes ataques del microondas. Tolera con dignidad las procelosas sesiones de lavavajillas. No se me ocurre mejor homenaje que, para glosar a mi escritor favorito -que de Jorge Luis Borges hablamos- describirlo con el sabio lema de mi taza: Ser conservador es el nuevo punk, porque creo que le viene como anillo al dedo y es un humilde homenaje a treinta y cinco años de su paso a la inmortalidad.
Un análisis detallado y pormenorizado de la bibliografía borgiana excedería con mucho el espacio de estas líneas (y el de otras). Trataremos aquí un aspecto poco reivindicado del Maestro: su faceta de contumaz y ácido cronista político y, por qué no, también social y antropológico. Sirva esta semblanza temática para, además, desmontar mitos varios sobre el (para quien esto escribe) mejor autor en lengua española que en el mundo ha habido.
Sin pelos en la lengua
Se ha dicho -y se ha dicho mal- que Borges fue un escritor alejado de su realidad y su tiempo, argentinófobo, renegado de su ser hispanoamericano y adorador de lo europeo, inaccesible y distante en su particular torre de marfil. Uno de esos intelectuales que, en palabras de Ariel Dorfman, “mira al sur, deseando al norte”. Nada más falaz ni malintencionado. Borges fue, es y será inasible para los seres patéticos de mente estrecha y los progresistas de salón. La más diáfana expresión del genio descrito por Jonathan Swift (a quien Borges, dicho sea de paso, admiraba), atacado a diestra y siniestra por los necios. A estas interesadas descripciones no ayudó la tradicional postura antiperonista de Borges, quien llegó a calificar de “monstruo neológico” el término “justicialismo” (la doctrina, por llamarla de alguna manera, desplegada por Juan Domingo Perón). Ser antiperonista en la Argentina se parece a ser exhibicionista en un convento o abstemio durante el Oktoberfest: en otras palabras, estar solo contra el mundo. Y ese es un rasgo que a Borges nunca le importó: capaz de llamar a Antonio Machado “el hermano de ese gran poeta que fue Manuel Machado” sin interesarle las consecuencias de sus declaraciones. Borges -mal que le pese a sus detractores- nunca simuló ser lo que no era. Despreció el Premio Nobel (aunque fue un eterno candidato al galardón) y se burló al atribuirle un criterio geográfico a la Academia Sueca. No se avergonzó al afirmar que nunca había pasado hambre y que su venerada madre le informaba a quién debía votar. Su pertenencia al Partido Conservador (formación política irrelevante en la Argentina posterior a, por lo menos, 1945) era, para él, “una forma de demostrar escepticismo”. En fin. Los ejemplos de incorrección política de Borges son infinitos. Despreció a Carlos Gardel como cantante de tangos, desdeñó el fútbol (prefería la riña de gallos, más patibularia y barriobajera), desdeñó cualquier chauvinismo de burlesque y se opuso a Perón: para la argentinidad tradicional, un blasfemo, un hereje o un demente; un adorador de Satanás bailando dentro de la Capilla Sixtina.
En cuanto a la política, en el sentido ideológico del término, el propio Borges lo dejó claro: “Yo descreo de la política, no de la ética. Nunca la política intervino en mi obra literaria, aunque no dudo que este tipo de creencias puedan engrandecer una obra. Vean, si no, a (Walt) Whitman, que creyó en la democracia y así pudo escribir Leaves of Grass, o a (Pablo) Neruda, a quien el comunismo convirtió en un gran poeta épico… Yo nunca he pertenecido a ningún partido, ni soy el representante de ningún gobierno… Yo creo en el Individuo, descreo del Estado. Quizás yo no sea más que un pacífico y silencioso anarquista que sueña con la desaparición de los gobiernos. La idea de un máximo de Individuo y de un mínimo de Estado es lo que desearía hoy”. Vamos, un liberal clásico.
Coherencia provocadora
Lo dicho hasta aquí alcanzaría para un rápido repaso sobre un escritor genial, supuestamente conservador y de modales decimonónicos. Sin embargo, lo interesante -siempre- es ir un poco más allá. Postulo desde siempre que Borges fue, a su modo y en el buen sentido, mucho más rebelde y provocador que los “correctos” de siempre. Para deleite de la izquierda biempensante, Borges llegó a escribir un poema en defensa de la Revolución Rusa, de la cual abjuró porque “se enfrentó al zarismo y terminó siendo el zarismo”. Fue el primer editor en aceptar un cuento de Julio Cortázar, (Casa tomada), vaca sagrada del progresismo iberoamericano, para su revista Los anales de Buenos Aires.
Y vamos más allá.
La trayectoria política (por llamarla de alguna manera) de Jorge Luis Borges mantuvo una indudable coherencia. Rechazó tajantemente el primer golpe de estado argentino moderno, de tintes fascistas y ocurrido el 6 de septiembre de 1930. Poco afecto a los devaneos populistas, se manifestó adherente al derrocamiento de Juan Domingo Perón, que tuvo lugar el 16 de septiembre de 1955. El peronismo, que veía a Borges como un disidente despreciable, llegó a nombrarlo “inspector de conejos y aves de feria”. La autodenominada Revolución Libertadora utilizaría la historia para nombrar director de la Biblioteca Nacional de Argentina al célebre escritor. Nobleza obliga, aunque Borges apoyó inicialmente la caída de Perón, se preocupó por aclarar que, como muchos argentinos, había estado entusiasmado con la caída de Perón, aunque luego se decepcionó.
Aquel almuerzo con Videla
Se ha acusado a Borges de defender todas las dictaduras que en la Argentina hubieron. Es posible en los albores de los levantamientos castrenses: la inmensa mayoría de los argentinos apoyó las intervenciones militares en la política nacional. Se veía a los hombres de armas como el natural relevo de algún gobierno democrático venido a menos, que sería desplazado prontamente del poder para -luego de despejado el escenario- convocar nuevamente a elecciones. En el caso del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional (1976-1983) Borges, junto a otras figuras de la cultura rioplatense como el también escritor Ernesto Sabato o el sacerdote y polígrafo Leonardo Castellani, comieron junto al dictador Jorge Rafael Videla. La escena fue polisémica de por sí. Castellani utilizó el ágape para pedir por el desaparecido escritor Haroldo Conti, militante del guevarista Partido Revolucionario de los Trabajadores. Borges, despreciado por haberse sentado junto a Videla, firmaría años después una solicitada en reclamo de información sobre los desaparecidos. Vale acotar que fue en 1980, cuando los militares argentinos todavía pisaban (y asesinaban) con fuerza en el Cono Sur.
Su breve cobertura del Juicio a las Juntas que tuvo lugar en 1985 (especialísimo encargo de la agencia EFE) es una página luminosa del periodismo universal: no le sobra una palabra. Borges dejó para la posteridad una definición magnífica que destrozó las argumentaciones de los militares argentinos sobre los supuestos “excesos” en la lucha contrainsurgente de los años setenta: “No se puede terminar con la antropofagia comiéndose a los caníbales”. En palabras de otro (no tan) gran escritor, Julian Barnes: “(Borges) nos recordó que la obligación del escritor es decir la verdad más allá de la popularidad”.