En el Occidente europeo se puede peregrinar a una infinidad de santuarios. Los hay en todos los países. Algunos atraen a multitudes todos los años como el santuario de Lourdes, en los Pirineos franceses, o el de Fátima, en el distrito de Satarem, justo en el centro de Portugal.
También se puede peregrinar a Roma, que es donde reside el Sumo Pontífice, o a Tierra Santa para conocer la cuna de Jesucristo y recorrer el camino del Calvario, en cuya cumbre se encuentra la iglesia del Santo Sepulcro, custodiada por católicos, ortodoxos y cristianos armenios.
Pero sólo hay una peregrinación en la que el camino es tan importante como el destino. Tan es así que, cuando se emprende el camino, no se habla de peregrinar, sino de caminar hacia Santiago, una pequeña ciudad del noroeste de España donde, según la tradición se encuentra enterrado Santiago apóstol.
Uno de los sitios más sagrados del cristianismo
El llamado Camino de Santiago, conocido en latín como ‘peregrinatio compostellana’ es una de las peregrinaciones católicas más antiguas que se conocen. Apareció durante la Edad Media junto a los otros dos grandes viajes que otorgan la indulgencia plenaria: el que lleva a Roma y el que conduce a Jerusalén.
Ahora bien, que la Ciudad Eterna o la inmortal Jerusalén sean objeto de peregrinaje tiene lógica. En la primera Pedro, el primero de los Papas, fue martirizado. En la segunda Cristo murió, resucitó y ascendió a los cielos. ¿Cómo un lugar tan remoto como Santiago de Compostela llegó a ser uno de los sitios más sagrados del cristianismo?
Por el apóstol que le da nombre, Santiago el Mayor, también conocido como Jacobo el Zebedeo, cuyos restos según cuenta la leyenda fueron llevados hasta Compostela, un apartado paraje del reino de Asturias y descubiertos allí en el año 812. Al parecer, un ermitaño llamado Pelayo contó al obispo Teodomiro de Iria Flavia que había visto unas luces sobre un altozano junto al río Sar. Teodomiro transmitió la noticia del hallazgo a Alfonso II de Asturias y éste ordenó investigar. Excavaron el lugar que indicó el ermitaño y encontraron una tumba con un hombre con la cabeza bajo el brazo.
Un factor clave en la defensa contra el islam
El monarca disipó todas sus dudas y mandó levantar una iglesia en aquel lugar. El cuerpo era el del apóstol Santiago que, según se contaba, siglos antes había viajado hasta la lejana Hispania para predicar. La buena nueva no tardó en recorrer el pequeño reino de Asturias, arrinconado entonces al abrigo de las montañas cantábricas tras la invasión musulmana del siglo anterior.
En momentos tan difíciles para un reino marginal y asediado, encontrar la tumba de un apóstol era lo mejor que le podía suceder. La Europa de la época era extraordinariamente religiosa. Se habían acabado, además, todas las grandes herejías altomedievales por lo que el cristianismo occidental disfrutaba de cierta paz y unidad sin arrianos o nestorianos que pusiesen en duda la autoridad del Papa.
Para los francos, señores de la Europa de entonces, era una gran noticia. Tener un santuario de importancia al sur del Pirineo mantendría bien defendida su frontera sur. Con algo tan importante en sus manos como las reliquias de un apóstol los cristianos de los reinos hispánicos se afanarían en defender el territorio ganado al islam.
De insignificante reino al mapa de la cristiandad
La tumba traería, además, peregrinos. Esto último lo entendieron a la perfección los reyes asturianos. Los peregrinos eran fuente de riqueza y algunos se terminaban quedando a vivir. Toda peregrinación era un puente por el que pasaba la fe y muchas cosas más. Aquello suponía situar al insignificante reino astur en el mapa de la cristiandad.
A lo largo de los siglos IX y X comenzaron las peregrinaciones. Primero desde la propia Asturias y los otros reinos hispanos que estaban naciendo en torno a la marca hispánica carolingia, posteriormente desde más allá de los puertos pirenaicos. Era perfecto como alternativa a Roma. Tierra Santa quedaba lejos y en buena medida era inaccesible porque estaba controlada por los califas abasíes de Bagdad.
Compostela estaba mucho más cerca y el camino era más seguro. Tan sólo había que llegar hasta los Pirineos occidentales, cruzarlos por alguno de sus puertos principales (Somport y Roncesvalles), descender hasta el valle del Ebro, atravesar las sierras que lo separan de la meseta central y seguir en línea recta hacia poniente hasta casi alcanzar el cabo de Finisterre, lugar donde se acababa la tierra conocida.
Almanzor, las campanas de Santiago y Córdoba
Para la segunda mitad del siglo X Compostela ya se había convertido en una aldea denominada Villa Sancti Iacobi, es decir, Villa de Santiago. En torno a la iglesia de Alfonso II se formó un caserío que los reyes asturianos primero y los leoneses después colmaron de privilegios y prerrogativas. Que era un lugar de cierta importancia da fe el hecho de que en el año 997 el caudillo andalusí Almanzor organizó una expedición contra Santiago. Asoló la población, quemó el templo pero respetó el sepulcro. Hizo también que las campanas de la iglesia fuesen trasladadas hasta Córdoba a hombros de cristianos.
Aquello, que podría haber sido el fin de la pequeña Villa Sancti Iacobi, se convirtió en su gran carta de presentación ante el resto de cristianos. Las noticias de la destrucción de Santiago por Almanzor no tardaron en llegar a Roma y a otros centros de la cristiandad como la abadía de Cluny, un cenobio benedictino de Auvernia, famoso por contar con una comunidad de monjes estudiosos y comprometidos con lo que sería la reforma gregoriana, que le cambiaría la cara a la iglesia de Roma durante el siglo XI.
Los cluniacenses elaboraron el ‘Códice Calixtino’ que contiene el llamado Liber Sancti Iacobi o Libro de Santiago. La obra, cuyo ejemplar más antiguo se custodia hoy en la catedral compostelana, pronto fue copiada y llevada de monasterio en monasterio. No hacía falta mucho más para reactivar la ruta. Un siglo más tarde llegaría la ‘Historia Compostelana’, encargada por el arzobispo Diego Gelmírez, en la que se recogen los hechos acaecidos en torno a la ciudad durante la primera mitad del siglo XII.
El milagro compostelano
Gelmírez fue el primer arzobispo de Santiago. Fue él quien impulsó la construcción de la catedral y quien se encargó de que en el resto de Europa supiesen lo realmente especial que era aquel lugar. Gelmírez, un gallego muy listo y bien conectado tanto con Roma como con Cluny y con la corte leonesa, es en buena medida el padre del milagro compostelano.
En esa misma época, seguramente a instancias del propio Gelmírez, se redactó en Santiago el ‘Privilegio de los votos’, un opúsculo que atribuía a la intercesión directa del apóstol la victoria de Ramiro I de Asturias frente a los moros en la batalla de Clavijo. Al parecer, en pleno fragor de la batalla, justo cuando se le habían torcido las cosas a Ramiro y los moros llevaban ventaja, apareció Santiago espada en mano sobre un caballo blanco y no dejó un sarraceno con vida. Esto se tradujo en el privilegio de los votos que, en agradecimiento por la ayuda prestada, adquirieron los cristianos de Asturias y sus dos criaturas, los reinos de León y Castilla, que en el momento de la batalla aún no habían debutado en la historia. Poco importaba que esa batalla nunca se hubiese librado, la historia era buena y en poco tiempo andaba de boca en boca por todos los reinos de España.
A principios del siglo XIII Santiago de Compostela ya lo tenía todo para triunfar. Una flamante catedral en estilo románico, algo serio y de generosas dimensiones que en nada tenía que envidiar a las catedrales que se estaban levantando en Francia o Italia. El tempo fue consagrado en 1211. Era algo digno de ser visto con su planta de cruz latina, sus naves abovedadas y su Pórtico de la Gloria. Cualquiera que llegase de tierras lejanas sabría que tanta majestad se debía a que bajo el altar estaba enterrado nada más y nada menos que un apóstol de Cristo.
Santiago, equiparada a Roma y Jerusalén
Tenía también una fabulosa campaña de publicidad gracias a los libros inspirados por Gelmírez, escritos todos en un impecable latín medieval que cualquier religioso de la época podía entender sin problemas desde Polonia hasta Portugal. Entre esos religiosos se encontraba el Papa. En el año 1120 Calixto II concedió a Santiago la dignidad metropolitana de Mérida, que estaba en manos de los moros, e instauró el Año Santo Jacobeo, que habría de celebrarse los años en los que el 25 de julio, día de Santiago, cayese en domingo. Este privilegio fue confirmado por sucesivos Papas hasta que Alejandro III en 1178 lo declaró perpetuo y equiparado a los de Roma o Jerusalén.
Fue entonces cuando empezó la era dorada de las peregrinaciones. Llegaba gente de todos los rincones del continente. La mayor parte tomaban el camino francés, que es el que hoy se conoce como Camino de Santiago. Pero había otros. Los ingleses e irlandeses llegaban por mar, los portugueses desde el sur por un camino costero, los catalanes y aragoneses se unían al camino francés en Logroño y los castellanos lo tomaban en Burgos o en León. Cuando se reconquistó el bajo Guadalquivir se abrió de nuevo la Vía de la Plata, que desde la antigüedad unía Cádiz con el Cantábrico. Esa vía romana se convirtió así en el camino de Santiago para los andaluces. Por la cornisa cantábrica se formó otro camino secundario. Nacía en Fuenterrabía y, pegado a la costa, iba a morir a Santiago.
A lo largo del camino fueron naciendo iglesias y catedrales, algunas realmente espectaculares como las catedrales de Jaca, Burgos, León o Astorga y otras más comedidas en tamaño pero no menos llamativas como la colegiata de Santa María de Roncesvalles y las iglesias de Santiago el Mayor de Puente la Reina, Santa María la Real de Nájera, San Martín de Frómista o San Lorenzo de Carrión de los Condes.
Y las campanas volvieron de Córdoba
Con los peregrinos llegaban formas artísticas, nueva literatura, avances técnicos y nuevos ritos. El rito romano, por ejemplo, se coló por el Camino de Santiago, al igual que la reforma gregoriana, que sacudió la cristiandad occidental a finales del siglo XI tras el cisma entre Roma y los patriarcados orientales.
Durante los siglos XIII, XIV y XV la actividad en el camino fue incesante. Eso enriqueció e hizo crecer a Santiago de Compostela. Las cosas para los reinos cristianos iban bien. Ya no se encontraban acogotados en un rincón de la península como Alfonso II de Asturias y los primeros condes catalanes. En el año 1085 se reconquistó Toledo, la antigua capital goda. Huesca volvió a manos cristianas en 1096, Zaragoza en 1118, Lisboa en 1147, Lérida en 1149, Cáceres en 1227, Córdoba en 1236, Valencia en 1238, Sevilla en 1248 y Cádiz en 1262.
Cuando Fernando III recobró Córdoba ordenó que las campanas de la catedral de Santiago, que se empleaban como pebeteros en la puerta de la mezquita, fueran trasladadas de vuelta a Compostela. A hombros de moros, claro. Ya se sabe que el que a hierro mata, a hierro muere.
La orden de Santiago
El avance de la Reconquista provocó que se creasen órdenes de monjes-soldados a imagen y semejanza de las de Tierra Santa. A la más famosa de todas ellas se le dio el nombre de Santiago. La fundó Fernando II de León y de nuevo nos encontramos ante una magnífica operación de imagen del arzobispo de Santiago. La orden nació en Cáceres, ciudad fronteriza en aquel entonces, de hecho su primer nombre fue Fratres de Cáceres, pero el prelado compostelano intervino para que el rey vinculase la orden a la ciudad y así, cuando se reconquistase Mérida, algo que se presumía cercano, no reclamasen la devolución de la dignidad metropolitana.
La orden de Santiago era, además, una publicidad gratuita para el camino. Pocas ciudades tienen una orden religiosa y militar que lleva su nombre. Santiago es una de ellas. Los caballeros de Santiago tienen como emblema una cruz muy característica. Se trata de una cruz latina con forma de espada con los brazos rematados en flores de lis y una panela en la empuñadura. La estampaban en sus hábitos sobre una concha de vieira, que desde los primeros siglos se convirtió en el símbolo de la peregrinación.
¿Por qué una concha de vieira? Sencillo, este tipo de molusco abunda en las costas gallegas de manera que, cuando un peregrino conseguía llegar a Santiago, se acercaba a la costa de Finisterre y allí recogía una concha que ataba a su bastón. Al regresar a su país de origen en Centroeuropa mostraba a sus vecinos la concha como prueba de que se había hecho con el jubileo compostelano. Las vieiras, a fin de cuentas, en el norte de España son comunes, pero en los valles del Rin o del Danubio son rarezas y llaman la atención.
Historia de la arquitectura europea
La concha era sinónimo del camino. La tallaban en las iglesias y se reproducía profusamente allá por donde pasaban peregrinos. En el camino portugués llegó incluso a levantarse una iglesia con planta en forma de vieira. Esta iglesia, la de la Virgen Peregrina, es de gran belleza y se conserva en perfecto estado en el centro de Pontevedra junto al convento de San Francisco.
A finales del medioevo la ruta compostelana estaba ya bien establecida. Tanto los reyes de España como los de Francia la protegían activamente. El flujo sólo se detenía puntualmente durante las guerras, pero ni los problemas en el papado durante el siglo XIV, ni la reforma luterana del XVI afectaron demasiado al camino. La prueba la tenemos en que muchas de las iglesias que lo jalonan fueron ampliándose y actualizando su estilo arquitectónico.
De ahí que el Camino de Santiago sea también un viaje por la historia de la arquitectura europea desde el románico a nuestros días. Encontramos joyas románicas, góticas, renacentistas, barrocas y neoclásicas. La catedral de Santiago es el mejor ejemplo de esta evolución. El templo construido por el obispo Gelmírez sigue en pie, pero enriquecido con un sinfín de añadidos posteriores. El más famoso (y visible) de todos ellos es la fachada principal, conocida como la del Obradoiro. La construyó en estilo barroco Fernando Casas Novoa en la primera mitad del siglo XVIII.
Cientos de miles de peregrinos al año
Esta fachada es mundialmente conocida y desde hace 20 años decora el anverso de las monedas de 1, 2 y 5 céntimos de euro. Así, si los peregrinos no van a Santiago, Santiago va a los peregrinos porque el euro es moneda oficial en 19 países y la emplean diariamente 350 millones de personas.
El rey Alfonso II y el obispo Gelmírez se sentirían orgullosos de su obra. Hoy el Camino de Santiago es una de las principales rutas turísticas del mundo. Cada año la recorren cientos de miles de peregrinos venidos de todos los países del mundo. Muchos buscan la redención del alma, otros la del cuerpo, todos la de realizar un camino largo y exigente que les cambiará por dentro y por fuera. Una peregrinación milenaria, única en su especie, en la que se da cita todo lo bueno y noble de la vieja Europa.