Historiadora por Oxford, comenzó en el periodismo en El Mundo, que abandonó -temporalmente- para ingresar en el PP, donde fue diputada dos legislaturas. Asfixiada por la falta de debate interno y, en definitiva, de libertad de expresión, recaló de nuevo en el periodismo (disciplina que se encarga de los primeros borradores de la Historia), ejerciendo de cronista de un tiempo, un país y un mundo: los suyos.
Hay que ver cómo se puso el otro día con usted Julia Otero en Twitter.
Bueno, me llamó «oprimida» y «cómplice de los opresores», citando a Simone de Beauvoir.
¿Usted qué le respondió?
No le respondí. Un par de días más tarde, escribí un artículo en El Mundo con motivo de la huelga de 8-M. Cité su comentario y expliqué que su acusación de colaboracionismo me parecía típico de un pensamiento colectivista y totalitario. Me llamó mala mujer como los nacionalistas llaman a los constitucionalistas malos catalanes.
¿Todo por no apoyar la huelga?
Es una perversión: o asumes el victimismo o eres un victimario. Y luego hay otra cuestión: la huelga. ¿Contra quién era? Contra el sistema heteropatriarcial, decían. Es decir, contra los hombres.
Y, por lo visto, contra algunas mujeres: usted, por ejemplo.
Porque no comulgo con su visión victimista de la mujer ni considero que todos los hombres sean agresores natos.
No solo se habla de opresores y oprimidas.
También de traidoras de género. Este nuevo feminismo, tan mojigato por un lado, es al mismo tiempo profundamente radical. Como le decía antes, tiene una concepción colectivista del individuo. Incrusta a las mujeres en un bloque ideológico. Y a la que discrepa, la lincha. Incluso le niega su condición de mujer.
Los señalamientos, en general, no suelen traer nada bueno.
Tengo amigas que fueron sometidas a todo tipo de presiones por no sumarse a la huelga. En la redacción de mi periódico, se difundió un comunicado pidiendo la sustitución de los actuales columnistas -hombres y supongo que también mujeres- por otros más sensibles a las reivindicaciones feministas. Insólito.
Ante eso, ¿qué dice?
Dos cosas. La primera es que, así como no acepto que ningún hombre hable en mi nombre, tampoco acepto que ninguna mujer hable en mi nombre. No formo parte de ningún colectivo. Ni étnico ni de género. Y tengo libertad de opinión. La segunda es que el discurso feminista radical proyecta una imagen falsa: de los hombres, de las mujeres, de las relaciones entre ellos y de España.
Apuntaba antes que el motivo real de la huelga es el enfrentamiento de un sexo con otro. Entonces, ¿lo de la brecha salarial…?
La brecha salarial entre hombres y mujeres existe. Pero es mucho menor de lo que dicen las feministas y, sobre todo, no se debe exclusivamente a un prejuicio machista. También operan otros factores clave. Entre ellos, la propia decisión de las mujeres. Otro tema: la violencia que llaman de género. Utilizan los casos de asesinatos de mujeres para proyectar ideas falsas sobre España y sobre los hombres. Hay menos asesinatos de este tipo en España que en los países nórdicos, por ejemplo.
¿Y en cuanto a los hombres?
Según todas las estadísticas y los estudios neurocientíficos y de psicología evolutiva, son más agresivos, sí. Pero lo son también con otros hombres: las primeras víctimas de asesinatos son otros hombres. Consigo mismos: los hombres se suicidan más que las mujeres. Y, en todo caso, la proporción es ínfima. Por decirlo gráficamente, en relación con la agresión sexual: Weinstein no es la norma entre los hombres; es la excepción. La ínfima excepción.
¿Qué conclusión sacar?
No se puede extraer de los casos de violencia de pareja la conclusión de que existe una violencia sistémica del hombre contra la mujer. Es injusto. Es falso. Y no ayuda en nada a evitar nuevos casos.
Sin embargo, nada de esto es nuevo.
La imposible jerga posmoderna -visibilización, patologización…-, la fragmentación de los currículos, la invasión de lo identitario… El proceso empezó en Mayo del 68 y ha tomado, literalmente, las universidades americanas.
¿Y las europeas? Por ejemplo, ¿Oxford, su universidad?
No lo sé. Supongo que resiste un poco mejor. Su modelo, como el de Cambridge, es más rígido. Eso tiene desventajas, pero también le habrá protegido de la contaminación.
¿Cómo es ese modelo? El de Oxford y Cambridge, digo.
Distinto del continental. No hay aulas masificadas y se imparte menos doctrina, por decirlo de alguna manera. El sistema de aprendizaje se basa en diálogos socráticos entre los alumnos y el profesor, los tutoriales. Y en la escritura de ensayos.
¿Todo eso es un privilegio o una responsabilidad?
Estudiar en cualquier buena universidad es ambas cosas. En Oxford, tienes grandes profesores. Acceso a una de las bibliotecas más extraordinarias del mundo, la Bodleian Library. Un entorno maravilloso. Y una presión natural. Salvo rarísimas excepciones, todos los alumnos han hecho un enorme esfuerzo para entrar. Y aprovechan al máximo la oportunidad.
Usted estudió Historia. Pero luego se pasó al periodismo. Y después a la política. Y ahora de nuevo al periodismo. ¿Volverá a la Historia, cerrando así el ciclo, o caerá otra vez en la tentación de la política?
¡Un bucle terrorífico! La verdad es que no sé lo que haré en el futuro. Soy feliz escribiendo y opinando con libertad sobre los temas que más me interesan de mi tiempo y de mi país. Y me costaría mucho renunciar a eso. Lo digo sin ninguna coquetería. Como también digo que tengo vocación política. Y que eso es difícil de curar.
Consuélese con lo que le dijo Pedro J. Ramírez, lo de que el periodismo es política sin responsabilidad.
Una boutade de Pedro J., que ya discutimos en su día. Claro que el periodismo es responsabilidad. Otra cosa es que todos lo entiendan así. O que el ecosistema mediático actual lo favorezca.
Si le pido que me cite ejemplos de periodismo sin responsabilidad nos podemos eternizar.
Ahora tenemos un buen ejemplo en las librerías: el tratamiento que ‘El País’ dio a Francisco Camps, sobre el que Arcadi Espada ha publicado un libro. Léalo. Allí se explica bien la decadencia del periodismo. Los vicios que el periodismo ha ido adquiriendo. Y su contribución al populismo.
Pero eso no solo pasa aquí.
No, claro. Pasa en todas partes. Pinker también habla de la grave responsabilidad de los medios americanos en su último libro. Las razones son complejas. Está el pesimismo típico del periodismo y de los intelectuales. Está el cinismo. Hay una frase en inglés: if it bleeds, it leads. Es decir: las malas noticias venden más.
Al final va a resultar que el populismo lo invade todo: la política, la judicatura, el periodismo…
Hay una diferencia. El político populista al final asume una responsabilidad ante las urnas. El juez, en general, ante una instancia superior. Pero ¿y el periodista? ¿Ante quién rinde cuentas el periodista si publica algo falso?
¿Ante los lectores?
Bueno, eso explicaría la crisis mediática en la que estamos. Pero la irresponsabilidad del periodista encuentra muchas veces como aliada la pereza del lector. No comprobamos. No cotejamos. No exigimos.
¿Volvemos a lo que Ramírez llamaría política con responsabilidad? ¿No debería esta ser compatible con el ejercicio del espíritu crítico?
Sí, claro. Aunque no hay que ser utópicos. No hay partidos sin una cierta disciplina interna. Sin una cierta jerarquía o incluso rigidez. En el caso de España hay una explicación añadida. Tras salir de la dictadura, había que crear un sistema de partidos y asegurar su fortaleza. De ahí los blindajes, los aparatos fuertes, las listas cerradas…
Pero eso, como apunta, tuvo su momento y su explicación. Hoy en cambio…
El movimiento pendular. Se ha ido demasiado lejos. Ahora lo que corresponde es introducir libertad en los partidos, de manera que discrepar no te convierta en disidente, ni las críticas internas sean consideradas traiciones.
¿Está el PP por la labor? Y digo el PP porque usted fue miembro destacado.
Mi experiencia fue difícil porque el PP era, y sigue siendo, inasequible al debate interno.
Debate en el que usted se empeñó en introducir una idea: la de que lo moral es eficaz.
Es una frase que repito bastante, sí.
¿Apoyándose en realidades previas?
Sí, claro. Un ejemplo es la política del PP en el País Vasco. Cuando el PP hacía una política de nítida defensa de los principios éticos frente al terrorismo y frente también al nacionalismo, jugaba un papel en la sociedad. Era relevante. Era electoralmente eficaz. Porque se hizo entender. Porque, aunque fuera minoritario, era útil. Tenía una posición.
Luego llegarían los chicos de la política pop.
El término no me gusta. En todo caso, se cambió la política. Se rebajaron los perfiles. Y el resultado está a la vista.
¿Y en Cataluña?
Tres cuartas partes de la mismo.
¿Qué debió haberse hecho?
Siempre es fácil dar lecciones. Pero, en fin. A la vista de los acontecimientos, es evidente que fue un error caer en el apaciguamiento. No dar la batalla ideológica contra el nacionalismo. Permitir el 9-N. Montar la operación diálogo… No fue bueno para España. Y desde luego no fue bueno para el PP. Ahí está Ciudadanos.
¿Qué pasa con Ciudadanos?
En Cataluña es el partido más votado. Y las encuestas dicen que podría ser primera fuerza política a nivel nacional. Cuando se fundó Ciudadanos, la gente del PP y la del PSC dijeron que no había hueco para un partido anti-nacionalista en Cataluña. Creían que el nacionalismo era el único terreno de juego. El grupo intelectual fundador de C’s demostró que la premisa era falsa. Literalmente rompió el tablero nacionalista. Y hoy hay dos tableros. El nacionalista y el constitucionalista. Es un avance crucial.
¿Han tomado nota de todo esto en el PP?
No lo parece, aunque todavía queda tiempo para las elecciones generales y la política es muy volátil. De momento, todo apunta a una sustitución del PP por Ciudadanos. Por la base. Es un ejemplo clásico: o te renuevas desde dentro o te renuevan desde fuera.
Que se lo digan al PSOE.
Es un caso distinto. El hombre al que los poderes fácticos del partido echaron acabó regresando con el voto de las bases. La política empieza a moverse de forma diferente a como lo hacía.
En Francia, desde luego.
Allá, un señor sin partido ha llegado a la Presidencia de la República; veremos cómo evoluciona.
Otro ‘outsider’, y no de su devoción, sospecho, es Donald J. Trump.
Antes hablábamos de cómo las políticas identitarias han fragmentado a la ciudadanía en colectivos o grupúsculos. Frente a ese proceso ha habido una reacción. El problema es que también es identitaria. También es tribalismo. También somete al individuo, en este caso a un grupo más grande. Trump es la máxima expresión de eso. Pero no la única. Están también Le Pen, el ‘Brexit’, Orban… Es la vuelta del nacionalismo.
Si lo identitario se da en un lado y en otro, ¿qué queda en el medio o, si lo prefiere, en el centro?
El individuo, tratando de abrirse hueco y no ser aplastado por la fragmentación ni por la no menos artificial homogeneización. Ese es el esfuerzo, la batalla cultural de nuestros días. Es el momento del liberalismo. De los valores de la ilustración. De la razón.
Hay que reconocer que los sentimientos movilizan más que la razón.
Pero los pactos que nos permiten vivir juntos los distintos y progresar son los que se alcanzan con la razón, no con los sentimientos. Los sentimientos no podemos erradicarlos. Forman parte de los seres humanos. Lo que hay que hacer es mantenerlos en el plano personal, no en el político. Porque los sentimientos no pactan. Es imposible poner de acuerdo los sentimientos de 48 millones de españoles.
Tampoco es imposible negar que los españoles que se manifestaron en Barcelona el pasado 8 de octubre lo hicieron solo con la razón, desprovistos de todo sentimiento, de toda emoción.
Claro que no. Pero hay una diferencia. La emoción debe estar sujeta a la razón. Es decir, debe estar al servicio de un proyecto ilustrado, racional e integrador. España como democracia, como Estado de Derecho, como sistema de libertad. Como nación de ciudadanos libres e iguales ante la ley. Esto también es emocionante, profundamente emocionante.
¿Qué diferencia aquella jornada, la del 8-O, de una diada cualquiera?
Las diadas, sobre todo las celebradas de 2012 hasta ahora, fueron lo contrario. Fueron manifestaciones de exclusión, reivindicaciones xenófobas. La emoción se utilizó para segregar. Para expulsar de Cataluña a los no nacionalistas. En cambio, que alguien me diga un artículo de la Constitución, uno solo, que margine a alguien.
El texto será todo lo integrador que se quiera, pero en Cataluña no se cumple, y desde hace años.
Cuando me preguntan cómo es posible que los independentistas hayan llegado hasta donde han llegado, mi respuesta es sencilla: porque pensaron que podían hacerlo, y lo pensaron porque se lo permitimos.
¿Se creyeron impunes?
Sí, porque en muchos sentidos y durante mucho tiempo lo han sido.
¿Qué favoreció tal estado de cosas?
El apaciguamiento, la desidia, la cobardía, la condescendencia, el no querer meterse en problemas, el aburrimiento…
¿El aburrimiento?
Durante mucho tiempo, cada vez que escribías u opinabas sobre Cataluña, había alguien que te decía: «Otra vez con lo mismo»… Nuestro aburrimiento fue su envalentonamiento.
Una vez más, ¿qué debió haberse hecho?
Aplicar la ley. Garantizar el cumplimiento de las sentencias. Si el Estado de Derecho, con toda su legitimidad, se hubiese hecho presente antes, el separatismo no habría llegado nunca tan lejos.
En este punto, cabría hablar de democracias militantes, a las que usted alguna vez ha hecho referencia.
Son sistemas cuyas Constituciones incluyen mecanismos de autoprotección. Por ejemplo, en Alemania están prohibidos los partidos políticos con ideología nazi. O en la República de Francia, los partidos monárquicos.
La Constitución española en cambio…
Admite y protege todas las ideas, incluidas las que promueven la destrucción del propio sistema constitucional. España no es una democracia militante.
Y ante eso, ¿qué hacer?
Lo que sugiero es lo siguiente: ya que no somos una democracia militante en términos jurídicos, seámoslo al menos en actitud. Defendamos nuestra democracia y nuestra Constitución como si no tuvieran otra garantía que nuestro compromiso y convicción.
Alguien que se condujo así fue el Rey en su discurso del 3 de octubre, discurso que usted definió como «las palabras de un rey republicano».
¿Cuáles son los grandes valores republicanos, los valores que asociamos con la modernidad política? La libertad, la igualdad y la fraternidad. ¿Qué defendió el Rey? La libertad de los españoles en todo el territorio nacional, su igualdad ante la ley, y la trama de afectos que les une, es decir, la solidaridad, la fraternidad.
Los hay, sin embargo, que siguen empeñados en vincular la monarquía de hoy con el franquismo de ayer, todo por medio de la Ley de la Memoria Histórica. A propósito, ¿qué opinión le merece la ley?
Como dijo una vez el historiador Felipe Fernández Armesto, las estatuas son para los pájaros.
¿Y cuando no se trata de estatuas, sino de huesos en las cunetas?
Atender a las familias que piden desenterrar a sus muertos es de sentido común, de justicia y de piedad. Otra cosa es promover o aceptar la tergiversación de la Historia con fines políticos, una tendencia nefasta de la izquierda española. Y típica de un pensamiento reduccionista y sectario. Hubo buenos y malos en los dos bandos. La realidad es compleja. La Historia es compleja. Las vidas son complejas.
¿Qué se persigue con la simplificación?
Ganar la guerra retroactivamente. Hacer negocio con el fracaso español. Es el antiproyecto. Se proclaman luchadores contra la dictadura atacando una democracia constitucional. Hay gente empeñada en acabar con la etapa más justa y fértil de la Historia de España. Asombroso.
Deduzco que no está de acuerdo con los célebres versos de Gil de Biedma, esos que dicen que la Historia de España termina mal.
No. La Historia española no es más oscura ni peor que la de otros países. Hemos superado muchos momentos difíciles. Por cierto, del poema de Jaime Gil siempre se citan los mismos versos, pero no el resto, que habla de una Historia distinta y menos simple. Una Historia sin demonios cuyos dueños sean los hombres responsables.
¿Ahí quería usted llegar, a la responsabilidad?
Vivimos un momento de adolescencia generalizada. De infantilización de la sociedad. Quizá sea la consecuencia de 50 años de paz y de una cultura de derechos infinitos. Hemos perdido el sentido de la obligación. Y buscamos culpables. El nacionalismo catalán culpa a Madrid. Las feministas culpan a los hombres. Podemos culpa a la casta…
Y sin embargo…
Nunca se ha vivido mejor en el mundo que ahora. En todos los parámetros que quieras analizar. Parámetros de libertad, de igualdad entre hombres y mujeres, de salud, de educación, de medio ambiente… Las cosas van bien y van a ir todavía mejor. Yo soy optimista.