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A sus 78 años, Charles Gave está más activo que nunca. Considerado uno de los inversores más brillantes de Francia, hace años que optó por involucrarse en los grandes debates públicos a partir de la creación del Instituto de las Libertades. Ha jugado un papel relevante en el auge político de figuras como Éric Zemmour y ha publicado decenas de ensayos y libros que le han convertido en un referente de la nueva derecha gala.

La Revista Centinela se ha entrevistado con Monsieur Gave para conocer sus posiciones de forma más cercana y entender mejor los postulados de este exitoso inversor que se ha terminado convirtiendo en un intelectual de cabecera para las nuevas fuerzas conservadoras que están surgiendo en nuestra vecina Francia.

Usted podría vivir una vida muy tranquila, porque ha amasado una fortuna en los mercados, pero ha decidido invertir sus ganancias y su tiempo en una serie de proyectos ideológicos que ya le han hecho merecedor de todo tipo de ataques por parte de los medios de comunicación 

Pues la verdad es que no me importa. Esta nueva Iglesia laicista, que solo cree en el Estado, ha conseguido imponer su marco de ideas, de modo que cualquiera que se niegue a aceptar que el cambio climático o el feminismo son el gran asunto de nuestro tiempo acaba siendo señalado como alguien malo y peligroso.

En cambio, yo creo que tenemos que hablar de los problemas reales, por ejemplo, de unas élites políticas que no se ocupan de los problemas de la gente común, de una identidad nacional y cultural cada vez más difuminada, del desplome de la natalidad entre los europeos… Y, por mi fe cristiana, tengo claro que no debo amoldarme a lo que me dicen los demás, porque yo no me debo a ellos, no busco su aprobación, no persigo el aplauso de quien no aporta nada. Al revés, si me centro en algo es en encontrar a aquellos que piensan como yo y darles voz. Las charlas que imparto a través de internet llegan a tener más de 2 millones de personas conectadas. Prefiero centrarme en eso que en agradar a quien siempre dirá lo peor de mí.

Pero no me negará que la cultura de la cancelación que se deriva de la generalización del marco de ideas considerado políticamente correcto es una amenaza para la libertad de expresión y, sin ese bien tan preciado, poco recorrido tendrán sus ideas

En nuestras sociedades parece que hemos olvidado que una cosa es un pecado y otra muy distinta un crimen. Cuando pecamos, somos nosotros los que fallamos, los que debemos trabajar para ser mejores. Cuando cometemos un crimen, infringimos las leyes que ha fijado el Estado, que en ocasiones serán similares a las leyes básicas de la fe, pero en otras no. He ahí el problema: nos movemos hacia una sociedad en la cual se impone una visión moral única, de modo que lo que los gobernantes consideran pecaminoso se convierte también en delictivo.

Los problemas del mundo siempre han venido de la falta de libertades y de la ausencia de una moral que nos indique lo que debemos hacer. No solo importa lo primero, también importa lo segundo. Por eso, cuando el poder logra imponer su moral, nos está controlando de forma aún más peligrosa, porque en teoría no hay restricciones, la libertad de expresión está formalmente reconocida, pero en la práctica se impone una única forma de entender la vida y los retos de nuestro tiempo.

De modo que sí, soy consciente de la amenaza que supone este problema, pero también quiero inspirarme en el ejemplo de Jesucristo y saber que siempre habrá quien me señale, me persiga o me ataque por disentir, de modo que lo importante es seguir adelante y tener esperanza en que las ideas que merecen la pena se irán abriendo paso.

En las redes sociales se censuran contenidos, en los medios se silencian temas, en la cultura se callan las elecciones populares… Pero hay demanda de otro tipo de contenidos. Esta misma entrevista es reflejo de ello. No solo importa lo que nos digan las élites y sus estructuras tecnocráticas. Las cosas van mal y tenemos que expresarnos, aprovechando con inteligencia las oportunidades que nos brinda la tecnología.

Ha sido ferozmente crítico con el gobierno de Emmanuel Macron y, en general, con los principales liderazgos políticos de Occidente

Si uno repasa la composición de nuestros gobiernos, cada vez es más evidente que estamos en manos de una clase dirigente cuyos miembros tienen muchas más cosas en común entre sí que con los pueblos a los que gobiernan. Son élites que leen los mismos libros, van a las mismas cumbres y cónclaves internacionales, disfrutan de sus vacaciones en los mismos retiros, tienen los mismos gustos y referencias culturales…  Esas élites han intentado consolidar un modelo global que anula la realidad nacional. Emmanuel Macron es el típico ejemplo de un joven bien preparado que, en cambio, es incapaz de consolidar un proyecto político que verdaderamente tome en consideración lo que necesita su país.

En cambio, de Vd. se ha dicho que se dedica a “formar y financiar a la crema de la extrema derecha”, en palabras de Liberation. ¿Qué le atrae de esos nuevos movimientos?

En una isla, hay quienes esperan a que caiga el coco y hay quienes no están dispuestos a dejar que se vayan las horas, trepan al árbol y se ponen en marcha. En términos políticos, la protesta se hace de esa forma. Lo vimos con Donald Trump, que se enfrentó a todo el poder establecido en Estados Unidos. Lo vimos con el Brexit, que fue una revuelta de la gente común ante las imposiciones de Bruselas. En Francia hay cada vez más candidaturas al margen de los partidos tradicionales

La cuestión de la identidad está presente en muchos de sus ensayos

Veo con preocupación la deriva de la sociedad europea, no solo francesa. Hemos expulsado la religión, la tradición y la moral de nuestras vidas, pero, entonces, ¿qué nos queda? Apenas deambular sin proyecto, sin rumbo, como estúpidos. Todos necesitamos un propósito y, cuando las civilizaciones no tienen un faro moral que sirve para guiar su conducta, el sistema colapsa, no solo en términos económicos, sino también en clave social.

Ha citado la natalidad y la demografía como un ejemplo de ello

Aunque no se hable mucho de ello y muy pocos gobiernos osan siquiera referirse a esta cuestión, la cruda realidad es que, a este paso, en 30 o 40 años ya no habrá caucásicos en Europa. Eso significa que los propios europeos nos estamos extinguiendo. Y si no tenemos hijos es porque no encontramos un proyecto de vida, un proyecto de nación y un proyecto económico capaz de darle sentido a una existencia que vaya más allá de los quehaceres del día a día.