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Hay que andarse con tiento con las tazas de Centinela. Con una, su predecesora la revista Milenio marcó a fuego un lema: «Ser conservador es el nuevo punk», que ha sonado luego mucho (como un hit) en los medios y en los más sesudos análisis políticos y culturales. Hace unos meses sacó un nuevo tazón, ya bajo el sello de Centinela, con el mismo mote o lema, pero con el regocijante añadido de un dibujo de Gilbert Keith Chesterton, que hubiese preferido aparecer serigrafiado en una jarra de cerveza o en una copa de balón de brandy, eso sí.

El conservadurismo será el nuevo punk, pero los reaccionarios, que son el nuevo rock, y los neorrancios, que son el nuevo folk, tienen sus legítimas reservas. Enseguida recordaron varias frases bastante duras que Chesterton lanzó contra el conservadurismo. ¡Y vaya si las lanzó! Una: «Los conservadores modernos tienen la monomanía de defender sólo situaciones que no han tenido la emoción de crear. Los revolucionarios hicieron la reforma, los conservadores solo conservan la reforma. Nunca reforman la reforma, que a veces es lo que más se necesita». No es un caso aislado. Quizá la andanada más significativa sea ésta: «El mundo moderno se ha dividido a sí mismo en conservadores y en progresistas. La ocupación de los progresistas consiste en seguir cometiendo errores. La ocupación de los conservadores consiste en impedir que los errores se corrijan», que publicó en el Illustrated London News en 1924.

¿Quiere decir esto que la taza metió la gamba al considerar a Chesterton un icono del conservadurismo? No. «Conservadurismo» es una etiqueta que engloba realidades diferentes y, a veces, contradictorias. Pasa igual con «Progresismo», con la diferencia de que ésta última es una etiqueta prestigiosa a la que se apuntan casi todos y la primera es una etiqueta ominosa a la que nos apuntamos solamente algunos suicidas sociales. En Inglaterra, la cosa es un poco distinta, y bastante peor, porque existe un partido que se autodefine como «Conservador». Y esto a Chesterton le frenaba mucho más que ser un kamikaze social, que le traía al fresco y le divertía.

SENSIBILIDAD CONSERVADORA

Lo más sensato, por tanto, es remitirse a los clásicos del conservadurismo y al contenido del pensamiento de Chesterton, y contrastarlos. Un conservador pura sangre, como Michael Oakeshott, nos facilitó mucho la tarea. En su libro canónico On Being Conservative (1956) establece que el conservadurismo no es un partido político ni tampoco una ideología en su sentido estricto, sino una forma de ser, una sensibilidad. Concluye, para disipar todas las dudas, enumerando sus inconfundibles características: «Ser conservador, entonces, es preferir: lo familiar a lo desconocido, lo probado a lo probable, lo actual a lo posible, lo limitado a lo ilimitado, lo próximo a lo distante, lo suficiente a lo superabundante, lo conveniente a lo perfecto y la risa presente a la felicidad utópica».

A pesar de su envergadura, Chesterton no tiene ninguna dificultad en encajar como un guante en estos ocho requisitos.

1) ¿Lo familiar frente a lo desconocido? Claro, entre mil citas que ensalzan lo doméstico, dijo: «Que nadie crea que ha abandonado la vida familiar en busca del arte o del conocimiento, pues al abandonarla ha huido del inabarcable conocimiento de los hombres y del imposible arte de la vida».

2) El conservadurismo prefiere lo probado a lo probable; y Chesterton: «El amor por lo no probado es como el amor a la Nada: el futurismo está muy cerca del nihilismo».

3) El placer por lo actual: «Si hay algo más penoso que la irreverencia por el pasado es la irreverencia por el presente, por la apasionante y colorista procesión de la vida».

4) ¿La elección por lo limitado? Sí, dice GKC, tan amante de las murallas. Véase: «El juego de ponerse límites es uno de los secretos placeres de la vida».

5) ¿Lo próximo mejor que lo distante? «Héroes como Ulises son aventureros y emocionantes porque están intentando volver a casa. Imperialistas, piratas y demás, no son interesantes porque están intentando huir de casa. La gente centrípeta es alegre, la gente centrífuga es aburrida».

6) El conservador prefiere lo suficiente a lo super abundante, y Chesterton propuso: «Hay dos formas de obtener suficiente. Una es seguir acumulando más y más. La otra es desear menos».

7) Mejor que lo perfecto, lo conveniente. ¡Y tanto! Una de las claves del humor de Chesterton («Chesterton es tan gracioso que se podría creer que ha encontrado a Dios», suspiró Kafka) es su constante predisposición a reírse de sus imperfecciones. Así presumía de su obra: «Mi verdadero juicio sobre mi obra es que he echado a perder un buen puñado de ideas excelentes».

8) La risa presente frente a la felicidad utópica: «La mejor forma de derribar una Utopía es establecerla», sugirió con una carcajada tremebunda.

Con un talante o una sensibilidad indiscutiblemente conservadora, también tuvo declaraciones explícitas de admiración: «Sólo a un crítico muy superficial le sería imposible ver al eterno rebelde que hay en el corazón del conservador». Y cuando tuvo que ponerse un objetivo suficiente que justificase su vida, no lo dudó: «Si puedo pasar a la historia como el hombre que salvó de la extinción a unas cuantas costumbres inglesas […] podré mirar a la cara a mis grandes antepasados, con reverencia, pero sin temor, cuando llegue a la última mansión de los reyes». Criticaba a los «conservadores nominales» porque no conservaban más que progresismos, y hacía bien, y qué nos va a contar… Él postulaba un conservadurismo más duro: «Una de las primeras cosas que están mal en el mundo es ésta: el profundo y tácito sobrentendimiento moderno de que las realidades del pasado se han vuelto inadaptables. […] Es esta la primera libertad que reclamo: la libertad para restaurar».

LA REBELIÓN DE LO AÑEJO

Y además lo postulaba sin un desfallecimiento, convencido de la profunda popularidad —que otros llaman «populismo»— que encierra la sensibilidad conservadora: «Es de las cosas nuevas de las que los hombres se cansan: de las modas y las propuestas y las mejoras y los cambios. Son las cosas viejas las que sobresaltan y emocionan. Son las cosas viejas las que son jóvenes». Mientras el mundo anda empeñado en que nos obsesionemos con las novedades, él no tenía dudas: «Hoy nada sería tan conservador como una rebelión».

Aunque las enarbolase contra el Partido Conservador inglés, su defensa de la pequeña propiedad privada, su consideración de la inconmensurable dignidad del hombre común, su reverencia caballeresca a la mujer, su pasión por las costumbres y tradiciones y su radical desconfianza hacia el racionalismo hacen de él un ejemplo de conservador. Es probable que en El hombre que fue Jueves estuviese haciéndose un autorretrato con esta descripción: «Era de esos que son empujados muy pronto hacia una posición extremadamente conservadora por la desconcertante estupidez de la mayoría de los revolucionarios. No había alcanzado su conservadurismo mediante una modosa tradición. Su respetabilidad era espontánea y brusca, una rebelión contra la rebelión».

Dos pruebas más, que ya puede hacer el lector por su cuenta. Una muy fácil. Examine a Chesterton de estas diez condiciones de «la mente o el espíritu conservador» que enumera Russell Kirk en The Conservative Mind (1953), y puntúelo de 0 a 10. ¿Qué nota saca?

  1. Desconfiar de los grandes sistemas de pensamiento y preferir las fórmulas pragmáticas y acostumbradas.
  2. Los problemas políticos son, en su base, morales o religiosos.
  3. Creer en un orden trascendente o, como mínimo, no racionalista.
  4. Afecto por la variedad infinita de la humanidad y sus manifestaciones misteriosas.
  5. Rechazo del logicismo («racionalismo») y de la uniformidad como visión del ser humano.
  6. Opción preferencial por las jerarquías y clases (representan las diferencias comunes entre los seres humanos).
  7. La libertad se concreta en la existencia de la propiedad privada.
  8. Rechazo del «mejorismo» o de la idea de que el hombre camina progresivamente hacia la perfección.
  9. Defensa del hábito contra la razón.
  10. Rechazo del llamado levelling político o económico, o sea, de una igualdad global de las sociedades.

Otra prueba más difícil, para los que aspiren a la matrícula de honor. Lean a sir Roger Scruton y vayan marcando las ideas del reconocido pensador conservador que tienen un claro precedente en Chesterton (o quizá una confluencia, porque Scruton apenas lo cita). El resultado pasma.

O sea, que para los que no querían sopa, dos tazones de Chesterton conservador. Sin embargo, si me voy a permitir una sugerencia a la revista Centinela, aprovechando que nos estará escuchando. Que no se queden en una taza. Que nuestro Gilbert inaugure una colección. Aquí hemos citado a Oakeshott, a Kirk, a Scruton. Podría tener cada uno su tazón conmemorativo. También estaría muy bien que tuviesen el suyo Aristóteles, el Marqués de Valdegamas, Ernst Jünger, Olavo de Carvalho, el vizconde de Chateaubriand, Nicolae Steinhardt, el Aquinate, João Pereira Coutinho, don Diego de Saavedra y Fajardo, Dorothy L. Sayers o don Francisco de Quevedo, descrito con precisión por el hispanista Peter D. Dunn como «an atrabilious blueblooded conservative». Etc.

El conservadurismo no puede identificarse con ningún autor en concreto, puesto que no es una doctrina cerrada ni creación de nadie. Es una conversación viva —y con frecuencia polémica— de pensadores, escritores y artistas. Queremos, amigos de Centinela, una colección de la constelación conservadora, que con tan buen pie ha comenzado con Chesterton, a razón de una taza por año. (Para la colección rock y para la colección folk, también tenemos sugerencias).