Parece obligado arrancar la última hoja del calendario recomendando los imprescindibles de este aciago 2020, volcando en el folio en blanco sendas listas de nuevas películas, libros, series, videojuegos, exposiciones, restaurantes y cuanta novedad o estreno se les ocurra. En nuestro caso, el consejo que les damos para terminar el año, si les gustan las subidas de adrenalina, es leer uno de los últimos títulos publicados, Irreversible Damage: Transgender Craze Seducing Our Daughters (El daño irreparable: cómo la moda transgénero está seduciendo a nuestras hijas), de la periodista Abigail Shrier. Se nos ocurren varias razones para hacerlo y aquí les dejamos unas cuantas:
La primera: por el revuelo que ha provocado
A principios de junio, todavía reponiéndonos de la primera ola del coronavirus y con Trump y Biden ultimando sus campañas electorales, la editorial Barnes & Noble lanzaba al mercado estadounidense la opera prima de Shrier, periodista de opinión del Wall Street Journal. Al mes, el monologuista y estrella de la televisión gringa Joe Rogan entrevistaba a la autora en su podcast, ampliando sobremanera la difusión del libro. Un pecado imperdonable para algunos empleados de Spotify, que no dudaron en borrar de la plataforma dicho programa. No es el único episodio que ha vivido Shrier de la llamada cancel culture, la penúltima forma de censura que padecemos: a finales de septiembre, Target anunció que dejaba de vender Irreversible Damage, castigando a la escritora y a la editorial por difundir ideas, según la empresa, tránsfobas. Tanto el sabotaje como el correctivo fueron precedidos de una feroz campaña en redes sociales, blogs, prensa escrita y televisión contra Shrier, que se ha ganado, a la par que una fama cada vez mayor, la etiqueta de enemiga de los transexuales (y probablemente, para siempre).
La segunda: por atreverse a investigar un tabú
Cuando el río suena, agua lleva, dice el refrán; y si Shrier ha provocado tal revuelo dentro y fuera de Estados Unidos será por algo. Es lógica la sacudida que ha llevado a todo el país, ya que se ha atrevido a investigar nada menos que uno de los lobbies más poderosos a día de hoy de costa a costa: el movimiento trans. Shrier analiza minuciosamente cada pieza de este complejo rompecabezas, sin dejar ni una de lado: las adolescentes que deciden cambiar de sexo, el influyentísimo grupo de amigas, los desconcertados padres, los entusiastas profesores, los activistas infiltrados en escuelas y universidades, el papel de organizaciones como Planned Parenthood, los médicos, terapeutas y psiquiatras cómplices, los disidentes, los arrepentidos. Un estudio inédito, porque hasta ahora, nadie había osado cuestionar la versión oficial de la ideología transgénero, so pena de linchamiento (digital y físico) e incluso de pérdida del propio trabajo. Y esa valentía, en tiempos de cinismo campante y cobarde como los nuestros, se agradece.
La tercera: por acertar con las víctimas
No menos valor que la valentía tiene la honestidad, prima hermana de aquella. Y aquí Shrier vuelve a sorprendernos gratamente, porque en lugar de perderse en acusaciones y enrevesadas raíces del fenómeno en cuestión, acierta, lúcida, al dar con las verdaderas perjudicadas del lobby transgénero: las niñas trans. Las retrata con un acierto que hasta asusta, detallando cuán distinta es la adolescencia que vivimos, sin ir más lejos, las que nacimos a principios de los noventa, de la de las púberes de hoy. Mezclemos unos padres sobreprotectores, una exigencia extraescolar notable, unas amistades asfixiantes, una presión provocada por las redes sociales desorbitada, la ausencia de relaciones extramuros, horas y horas a solas con el móvil, el terremoto hormonal de la adolescencia y un carácter tímido e introvertido y, con ustedes, tenemos el cóctel perfecto para hallar una niña insegura, con una autoestima casi inexistente y lista para buscar una salida a su ansiedad. Si en un vídeo de YouTube o en clase oye hablar de la solución trans, pueden imaginar el resto de la historia.
La cuarta: por no ser parte
Pese a las innumerables críticas que acumula, a Shrier no le puede acusar, pensamos, de tránsfoba; en caso contrario, no se habría molestado en entrevistar a decenas de personas a favor de la ideología transgénero para entender los motivos que les llevan a actuar como lo hacen. Los dos años que ha pasado escribiendo el libro ha realizado un esfuerzo por asumir todos los puntos de vista, charlando con influencers, médicos, terapeutas, padres, niñas, transexuales felices y arrepentidos. Los testimonios de unos y otros y los estudios que cita le llevan a una conclusión: la disforia de género existe, es innegable, y es criminal negar el tratamiento pertinente a quienes se les diagnostica; pero a la vez, se está utilizando como excusa para imponer una agenda política en colegios, universidades, clínicas y hospitales, seduciendo a chicas adolescentes a iniciar terapias trans exprés cuando hasta hace poco más de cinco años la disforia era prácticamente inexistente en mujeres y los pocos casos que había se reducían a varones en edad preescolar.
La quinta: por su defensa de los padres
Muchas niñas que se auto diagnostican disforia y abrazan en cuestión de meses la ideología trans “como si fuera una religión” acaban desapareciendo de sus hogares y dejan de estar en contacto con sus padres y hermanos. ¿La causa? Suele ser que sus progenitores no les dan del todo la razón y les animan a no ir demasiado lejos con los tratamientos hormonales para dejar de ser mujeres. Sin embargo, es frecuente que profesores y psicólogos les demonicen, acusándoles de no comprender a sus hijas y de hacerles sufrir, ignorando que quizá ellos tengan algo que decir en estas historias. Shrier constata que las autoridades sólo fían al sentimiento de las niñas, a qué se sienten, si hombre o mujer, la solución del problema, sin siquiera preguntar a los padres cuál es el recorrido médico y personal de la criatura. Shrier es clara y habla a estas adolescentes: tus padres te van a querer infinitamente más que tus amigas, que tus profesores, que tu terapeuta, que tu comunidad trans. Quienes velaron tu sueño quizá sean más de fiar que todos los demás. Merece la pena escucharles, aunque te digan cosas que (hoy) no te gustan.
La sexta: un agradecimiento
La última razón por la que les recomendamos la lectura de Irreversible Damage la encontrarán en el capítulo “Agradecimientos”. Shrier menciona a sus tres hijos, y termina el libro con dos frases demoledoras dirigidas a ellos: “recordad siempre que las mejores cosas de la vida son aquéllas por las que merece la pena luchar”. Y añade: “nunca tengáis miedo de la verdad”. Qué más decirles.