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Se ha escrito casi todo y casi de todo sobre Audrey Hepburn. Su grácil belleza de golondrina, a un tiempo difícilmente inolvidable y fácilmente reconocible, le convirtió, ya en vida, en un icono del glamour y la elegancia. Quién no la ha visto mordisqueando un croissant, embelesada ante el escaparate de Tiffany’s, en la Quinta Avenida, luciendo vestidazo y un espectacular collar de perlas. La retina es sabia y traslada a la memoria las imágenes que vale la pena atesorar, y ésta es, sin duda, una de ellas.

También es sabia Jordan Christy, o eso nos parece, y por eso, eligió a la famosísima actriz para el título de su libro, junto a otra muy conocida estrella del cine y la televisión: “How to be a Hepburn in a Kardashian world. The art of living with style, class, and grace” (Cómo ser una Audrey Hepburn en un mundo kardashiano. El arte de vivir con estilo, clase y gracia). Las reglas de la lógica no dejan lugar a dudas: si una mujer tiende a imitar a la protagonista de Vacaciones en Roma, no puede parecerse a las Kardashian (no lo decimos nosotros, es cosa de Aristóteles). Es obvio: Christy q

Audrey Hepburn

uería vender ejemplares. Y tuvo la inteligencia y la habilidad de dar con la clave para lograrlo.

En realidad, el libro salió de la imprenta con otro título: “How to be a Hepburn in a Hilton world”, pero entonces corría el lejanísimo año 2009, y el mundo ha cambiado demasiado desde entonces. En menos de diez años, a Christy su opera prima se le había quedado completamente anticuada. Esta vertiginosa velocidad le llevó a adaptarla en 2017, cambiando a la multimillonaria empresaria hotelera por su amiga, miembro de una de las sagas de celebrities de mayor éxito en las pantallas, grandes, pequeñas o de bolsillo. Y que es casi la antagonista de la delicada Hepburn.

Christy decidió escribir el libro para insuflar los ánimos de chicas jóvenes y adolescentes acomplejadas, pero le terminó saliendo un alegato a favor de la clase y el estilo característicos de las mujeres espectaculares que todavía hoy pueblan el planeta sin caer en las modas pasajeras que pecan de vulgares o de mal gusto. Le han acusado, cómo no, de clasismo, pero la escritora jamás ha abogado por la desaparición del kardashianismo. Simplemente, da su opinión, que, en pocas palabras, se resume en lo siguiente: es preferible no acostumbrarse a lo fácil y tender a la elevación del espíritu y, por ende, de las maneras. Con un estilo fresco, ligero y divertido, ofrece algunos consejos que hoy nos suenan casi, casi, a punk:

De qué hablamos cuando hablamos de perfección

A Christy le sorprende y a la vez le apena que haya mujeres obsesionadas con conseguir una belleza exuberante e ignoren otros modelos de mujeres guapísimas, como la propia Audrey. Para Christy, el secreto de la actriz se encontraba casi más en su encanto personal que en sus facciones o su cuerpo (que también, es innegable): una manera de ser que encandilaba por su inocencia, su afabilidad, su empatía. Al parecer, cambiaba el ambiente cuando aparecía. Tenía algo, un nosequé, que lo transformaba; casi siempre, para bien. Transmitía ilusión. En otras palabras, las personas que lucen una mirada acogedora y atenta con cualquiera, sea quien sea, siempre serán mucho más atractivas que quienes, mientras hacen gala de unas portentosas caderas y unas cuidadas mechas, mantienen una actitud, digamos, un tanto desagradable. Las segundas terminarán siendo, tarde o temprano, unas más en la lista de cañones femeninos de la década, cuyo momento ya pasó; las primeras, en cambio, serán recordadas durante mucho tiempo. Inspirarán ternura y cariño; despertarán admiración. Y serán exponentes de lo clásico.

Un poquito de respeto

En la misma línea, Christy llama a las mujeres del mundo a no faltarse al respeto, que ya está bien. Es decir, a ser conscientes de lo valiosas que son y, al mismo tiempo, de su responsabilidad, porque, lo queramos o no, abandonaremos este mundo con un legado a nuestras espaldas. Y de cada uno depende elegir cuál vamos a dejar a las siguientes generaciones. Nuestra autora lo tiene claro: equilibrio, estilo, elegancia o como queramos llamarlo es la mejor herencia que podrán recibir quienes nos sigan. Algo que, además, está al alcance de cualquier bolsillo. Se equivocan quienes tachan a Christy de elitista. Cómo atribuirle semejante etiqueta si ella no rastrea ni árboles genealógicos ni cuentas corrientes. Más bien, al modo chestertoniano, le gustaría que todos fueran como el duque de Norfolk, y no al revés. “Porque la clase no la definen las circunstancias; más bien, tu reacción hacia esas circunstancias define quién eres”, sentencia. No importa si trabajas en McDonald’s o en la Casa Blanca: ¿eres puntual, atenta, amable, cortés? ¿Eres digna de respeto hacia ti misma? Para adquirirlo, no duda en descender al detalle y recomienda poner a trabajar los talentos propios, caminar erguida, mirar a los ojos y aprender a mantener la mirada, fomentar las inquietudes intelectuales (“cuanto más sabes, mejor te sientes contigo misma”, promete)… Recomendaciones que, por cierto, tienen un común denominador, y es la disciplina. Christy no nos quiere blandas. Aquí hay que ser fuerte, nos dice, declarar la guerra a la pereza y vivir como si nuestra madre o nuestra abuela nos estuviera mirando continuamente.

Palabras, palabras

Kim Kardashian

Otro importante consejo del libro es, sin duda, el de hablar y expresarse con corrección. Si Christy hablara español, habría fundado la “Asociación de enemigos de ‘En Plan’ como expresión sustituta de más de la mitad de nuestro léxico”. No duda en atribuir al lenguaje un poder enorme, capaz de alegrar el día a una persona, hablarle de amor a quien lo desconoce o enseñar a leer a un niño. No lo menospreciemos. Hablemos bien, nos dice. No seamos planos, personas que sólo saben hablar de un par de asuntos muy concretos. En este sentido, nos anima a rodearnos de personas que sepan más que nosotros (nos viene muy bien darnos cuenta de que nos queda mucho por aprender de tantas cuestiones). A informarnos, fomentar y saciar la curiosidad por lo que ocurre en el mundo, mirando más allá de nuestro limitado día a día; a no conformarnos con las versiones oficiales. A enriquecer nuestro vocabulario, a aprender palabras nuevas y usarlas. Por supuesto, como firme defensora del regreso de las buenas maneras, Christy también cree en ciertos formalismos en la comunicación verbal. Si ella, estadounidense, envidia los pulcros modales de los sureños, nosotros añoramos las exquisitas formas de nuestros hermanos hispanos. Una entonación adecuada, la modulación de la voz, un “por favor” o un “gracias” pueden cambiar días y hasta vidas, damos fe. Y, cómo no, la autora nos emplaza a, cuanto antes, elaborar un plan de lecturas que nos nutran el alma y las neuronas.

Bajo estas tres premisas, Christy enumera decenas de consejos a lo largo de este libro, que inexplicablemente, cuatro años después de publicarse en Estados Unidos, sigue sin traducirse al español (que algún editor tome nota antes de que vuelva a quedarse anticuado y las Kardashian sean sustituidas por alguna nueva estrella de un reality). En ocasiones, nos da la sensación de que estamos leyendo una revista llena de tips para dar el do de pecho en el trabajo o conseguir el cóctel sin alcohol que dé el pego perfecto. Pero las páginas de Christy no son superficiales, no se confundan. Nos elevan, nos animan a no conformarnos con la vulgaridad que impera y se contagia con una virulencia pandémica. Nos instan a no acomodarnos a la mediocridad y la cutrez, aunque ese ir a contrapelo sea desgastante y cansino, a veces. Nos llaman a ser mejores, a perpetuar el legado que tantas generaciones nos han dejado. A ser conscientes de que la belleza reside no tanto en las curvas de infarto como en la franca sonrisa que (ésa sí) deja sin aliento.