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18 de enero de 2019. Washington D.C. Un grupo de adolescentes católicos con gorras a favor de Trump se burla de un nativo americano frente al monumento a Abraham Lincoln.

¿Han leído la noticia del párrafo anterior? ¿Sí? Pues bórrenla. O archívenla en la carpeta de spam. Porque tal cosa nunca sucedió. ¿Cómo dice? ¿Que la noticia la dio el Washington Post y la CNN y, en España, El País y La Sexta? Con más motivo todavía: bórrenla. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

A ver, es cierto que aquellos chicos, alumnos todos de una escuela católica de Kentucky y participantes en una marcha pro vida, llevaban gorras con el lema de campaña de Trump: Make America Great Again. También es cierto que en un momento dado un indio americano se plantó en mitad de ellos tocando un tambor. Pero de ahí a que le rodearan, se riesen de él y corearan gritos de «¡construye tú el muro!» media un abismo.

Nada, en fin, que no puedan sortear unos medios inasequibles a que la realidad les estropee un buen titular. Sobre todo si el titular se ajusta como un guante a su agenda ideológica. Para bochorno de la profesión periodística, fueron usuarios de Twitter los que desmontaron la manipulación. Por ejemplo, el tuitero español @alonso_dm.

Lo primero que hace @alonso_dm es aportar una serie de vídeos clarificadores de lo que pasó. Así, vemos que en la plaza del monumento a Lincoln un grupo de integristas negros -los Black Hebrew Israelites– increpan a otro grupo de nativos americanos, a los que conminan, agresivamente, a abandonar sus creencias.

En el siguiente vídeo se ve a los estudiantes católicos -en adelante, los Covington Boys– que llegan al lugar, procedentes de la marcha pro vida. Uno de los Black Hebrew Israelites repara en que algunos de los chicos llevan gorras pro Trump y empieza a insultarles: animales, piojos, frutos del incesto… Los Covington Boys, ni caso.

Al darse cuenta los fanáticos de que uno de los Covington Boys es de su misma raza, los Black Hebrew Israelites le dicen que cuando crezca sus compañeros blancos le robaran todos sus órganos y le llaman lo peor que se le puede llamar a un negro: ‘nigger’, algo así como negrata. El chaval, en lugar de indignarse, se lo toma a risa, lo mismo que sus amigos.

Prosiguen los insultos por parte del lidercillo de los Black Hebrew Israelites, en esta ocasión dirigidos contra Trump, al que tildan de homosexual. Y prosiguen los Covington Boys con su particular juerga, ahora coreando cánticos deportivos del colegio, acompañándolos de una coreografía como la de la selección de rugby neozelandesa antes de los partidos.

Como si surgiesen de la nada, entran en escena un grupo de nativos americanos con tambores. Los Black Hebrew Israelites, que hasta hace poco insultaban a los indios, ahora les señalan las gorras trumpianas de los chavales, como azuzándoles contra estos.

Un indio avanza con un tambor hacia los Covington Boys, que en su línea de no responder a provocaciones, siguen con sus cantos, sus bailes y sus risas.

El indio se llama Nathan Phillips. Lo sabemos porque los medios progresistas repetirán su nombre hasta la saciedad. Lo mismo que el de Nicholas Sandmann, el chico de la sonrisa frente al que Phillips toca su tambor, a escasos milímetros de su cara. Para esos mismos medios, Phillips será el héroe y Sandmann, el villano.

No solo para esos medios Sandmann será el malo de la película. También para influencers de izquierdas, como Kevin Allred, Wheeler Walker Jr., Uncle Shoes, Jessica Valenti… «Los blancos son realmente terroristas», «si alguno de vosotros conoce a este pequeño mierda, que le golpee las pelotas, me mande el vídeo y yo le regalaré todos mis vinilos dedicados» y «que alguien queme esa jodida escuela» fueron algunos de los mensajes en Twitter de las estrellitas con tic de verificación.

Kevin Allred, productor de Disney -de Disney, sí- llegó a pedir que se metiera a los chicos de Covington en una máquina trituradora de ramas. Es verdad que al tener una información más completa de los hechos, Allred pidió disculpas. Pero la suya fue la excepción, no la regla.

Así, el Washington Post, uno de los medios que más se ensañó con el joven Sandmann, reconoció que su cobertura de la noticia podía no haberse ajustado a la realidad de los hechos. Por cierto, que la nota de rectificación la publicó en su web un viernes por la tarde-noche, cuando menos tráfico hay en la red. Ni que decir tiene que no le pidió perdón a Sandmann y al resto de chicos de Covington. Tanta arrogancia decidió a la familia del joven Nicholas a interponer una demanda contra el Post de 250 millones y otra de similar cuantía contra la CNN. Los tribunales decidirán.

De momento, los mismos medios que dieron pábulo a la fake news siguen manteniendo dos meses después en sus webs un relato de los hechos cuyo parecido con la realidad es solo pura coincidencia. Para más ironía, alguno de ellos -el Washington Post– pretende que los usuarios paguen por sus contenidos con el siguiente eslogan: «Apoya al gran periodismo».