Bares, galerías de arte abstracto, bibliotecas, hoteles, centros sindicales… Centenares de conventos e iglesias en todo el mundo han pasado a manos de empresas y negociantes a causa de la caída de las vocaciones religiosas. Donde antaño monjas y monjes contemporáneos de nuestros tatarabuelos adoraban a Dios en latín con el ‘Tantum ergo’ o el ‘Pange lingua’ ahora suena esa cosa llamada reggaeton o un chill out importado de Ibiza que hace las veces de hilo musical.
Y es que a más de un turista le ha pasado eso de ir de fin de semana con los suegros a visitar un pueblo castellano, abrir la puerta de un convento de fachada románica y encontrarse con una exposición dedicada a las musas abstractas de un pintor africano. Con cartelito de Trip Advisor en la puerta incluido. Últimamente las apariencias engañan siempre.
El personal se alerta con esta crisis vocacional que incluso sorprende a directivos de la televisión, que inventan reality shows para ver cómo es eso de que una joven moderna, tatuada y con piercing en el entrecejo pueda llegar a ser monja.
Un desierto creciente
El desierto de entrega a la vida monástica en España va en aumento y en las últimas décadas son pocos los conventos que han salvado los muebles de una inminente mudanza al monasterio del pueblo de enfrente. O, peor aún, a una abadía en la otra punta de la península.
Frente a esta ausencia de vocaciones a la vida cenobítica, hay varias órdenes religiosas que aguantan el tipo y no consiguen que su nombre se borre de la mentalidad colectiva. Clarisas, dominicos, adoratrices, agustinas, ursulinas o benedictinos siguen al pie del cañón orando por el mundo mientras los ‘influencers’ del conocimiento eclesial defienden el imperio de la calidad frente a la cantidad. «Lo importante es que los pocos monjes y monjas que hay son buenos y tienen vocación«, dicen. Quizá lleven razón, Dios sabe.
Pero, pese a la defensa de la calidad, el número de cierres de conventos patrios aumenta cada año. Algunas órdenes reagrupan a sus miembros y centralizan el rezo de la liturgia de las horas en un solo lugar. Y otras traen vocaciones de América y África para evitar que el cerrojo clausure el convento.
El iPhone frente al Apocalípsis
Unos se preguntan si hay esperanza mientras algunos hacen cálculos sobre la llegada del Apocalipsis. Otros por ahí se compran un iPhone y sin despojarse del hábito religioso se ponen a conversar en Twitter o suben fotos a Instagram con el deseo de llenar iglesias.
Paralelamente a todo ello, lo que desde 2010 sorprende a propios y a extraños es el auge de vocaciones en el corazón de la provincia de Burgos. El oasis se llama Iesu Communio, un instituto religioso de Derecho pontificio que solamente da cuentas a Dios y al Papa, y que actualmente cuenta con más de 200 monjas, en casi su totalidad españolas.
Desde su fundación, hace siete años, la superiora de todas ellas es la Madre Verónica, una religiosa de 52 años que, al cumplir la mayoría de edad, abandonó todo y se entregó a Dios en el convento burgalés de las clarisas de Lerma. Y parece que destacaba porque 12 años después de dar la espalda al mundo fue nombrada maestra de novicias.
Una ermita en La Aguilera
El alza vocacional provocó que, en 2004, a estas hijas de Santa Clara se les quedara pequeño el convento de Lerma. Otearon el horizonte y a 40 kilómetros encontraron el monasterio de San Pedro Regalado, en La Aguilera.
Un lugar que, según narran los legajos de antaño, había sido habitado por franciscanos desde el año 1404. Fue entonces cuando unos monjes se establecieron en una ermita a un tiro de piedra de la villa de La Aguilera. A los frailes los lideraba el hoy venerable Pedro de Villacreces. Su sucesor fue Pedro Regalado, un hijo de judeoconversos que hoy da nombre al monasterio y que falleció en 1456. Fue elevado a los altares por Benedicto XIV en 1746.
A San Pedro Regalado se le atribuye la fundación de varios monasterios y las crónicas de entonces recogen que fue visto en dos lugares distintos al mismo tiempo, algo conocido como bilocación. Fue tan importante la figura del santo que incluso la reina Isabel la Católica visitó en varias ocasiones La Aguilera para orar ante su tumba.
Un convento del Ibex 35
Un sepulcro que hoy no forma parte asidua de la vida de las monjas que allí habitan. No porque no recen al santo sino porque muchos bienhechores -algunos del Ibex 35- llevan años sufragando las obras de construcción de los nuevos convento y templo de La Aguilera.
El 8 de diciembre de 2010, las monjas dejaron de ser clarisas para convertirse en religiosas de Iesu Communio. Sor Verónica se había convertido en abadesa de Lerma un año antes y ahora también era fundadora del nuevo instituto religioso.
Poco a poco fueron levantándose los cimientos de esta nueva realidad eclesial cuyas constituciones vivieron una etapa ad experimentum hasta ser aprobadas cinco años después.
Cámaras, altavoces y pantallas para las visitas
Mientras tanto, las jornadas de oración en La Aguilera se desarrollaban en una capilla que se quedaba pequeña cuando se celebraba la entrada de una nueva monja o los votos temporales o perpetuos de alguna otra.
Los familiares, amigos y visitantes curiosos que asistían a las celebraciones el fin de semana inundaban la capilla y los pasillos anexos. Pronto en el monasterio instalaron un sistema audiovisual con cámaras, realización televisiva, altavoces y pantallas para que nadie perdiese detalle.
En agosto de 2011, los casi dos centenares de monjas viajaron a El Escorial (Madrid) para participar en un encuentro con Benedicto XVI con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud. Allí llamó la atención su alegría y su hábito de tela vaquera.
Un abrazo en la pared
Meses después, en octubre, la Madre Verónica era invitada al Vaticano para asistir al encuentro internacional ‘Nuevos evangelizadores para la Nueva Evangelización’. Los participantes fueron recibidos en audiencia por Benedicto XVI en el Aula Pablo VI y algunos de ellos pudieron saludarle en persona. Monseñores y superiores religiosos besaron el anillo e intercambiaron unas palabras con el Pontífice. La Madre Verónica se acercó al Papa, le miró y le preguntó si podía abrazarle. Benedicto XVI asintió con la cabeza y la foto del abrazo está hoy colgada en la pared de uno de los pasillos de La Aguilera.
La nueva comunidad religiosa continuó con la producción de CD de música que había comenzado cuando aún eran clarisas. Y aumentaron la elaboración de pastas, trufas de chocolate y brownies que actualmente se comercializan en el mismo supermercado que patrocina cada semana el programa televisivo Masterchef. Llegó el auge de internet y abrieron su página web para informar sobre el instituto pero renunciaron a las redes sociales.
Ellas sociabilizan en los diálogos que establecen cada fin de semana en el locutorio circular de La Aguilera. Allí se enfrentan dos graderíos: el de las monjas y el de los visitantes. La sala siempre se llena. Las religiosas dan su testimonio y los asistentes hacen diversas preguntas. Todo sin posibilidad de hacer fotos o grabar vídeo -como prohíbe el cartel de la entrada- aunque siempre hay algún furtivo que disimula y hace clic en la cámara del móvil.
Guitarras, castañuelas, cajón y la Salve Rociera
En estos encuentros vespertinos previos a la Misa las monjas también cantan. Lo hacen a varias voces, con guitarras, castañuelas y hasta un cajón flamenco. Y si la ocasión lo requiere -como en la profesión perpetua de una hermana- la Salve Rociera hace que las religiosas festejen con un baile que a algunos gusta pero que hace que otros se rasguen las vestiduras.
Las profesiones que antes se llevaban a cabo en aquel claustro techado que hacía las veces de capilla en el monasterio de San Pedro Regalado, hoy se celebran religiosamente en el nuevo templo. Una imponente iglesia diáfana, que tiene una placa dedicada a Emilio Botín en el atrio, y que cuenta con una estructura de hormigón y madera con capacidad para acoger a más de 500 personas.
El presbiterio está elevado a más de un metro y medio de altura para que los feligreses no pierdan detalle. Y junto al sagrario se puede contemplar un gran Cristo que a sus pies tiene la palabra «Tsajenà», que significa «Tengo sed». Para no perder la vieja costumbre de la antigua capilla, aquí también hay una pantalla en la que se proyectan las letras de las canciones, los textos de las lecturas y el vídeo en directo de la ceremonia.
Doscientas voces
En cada celebración es común que haya más de media docena de sacerdotes. Incluidos obispos y cardenales venidos allende los mares. Cuando una de las hermanas da su «si quiero» eterno y definitivo a Dios hace su procesión de entrada por el pasillo central de la iglesia portando una vela en sus manos. Sus 200 hermanas cantan a cuatro voces mientras suena la música del órgano que hay al lado de la sacristía.
El salmo 44 siempre se suele repetir en estas celebraciones. «Llega el Esposo, salid a recibir a Cristo, el Señor». Un cántico que hace temblar las paredes del templo y que pone los pelos como escarpias a monjas y a visitantes.
La Madre Verónica está pendiente de todo en la «ceremonia nupcial». Observa a la «novia» en su postración en el suelo, coloca su hábito, la acompaña en la firma de las constituciones del instituto religioso, le habla al oído, entrelaza sus manos con la consagrada y le coloca una corona de flores en la cabeza.
Un madre embarazada
Una guirnalda floral que permanece toda la Misa en las manos de la Divina Pastora. Es así como llaman en Iesu Communio a la imagen de la Virgen María que tienen en la parte lateral del presbiterio de la iglesia. Es una representación de la Madre de Dios embarazada, con vestido de manga corta y la cabeza semicubierta. Es común ver cómo monjas, curas y familiares se arrodillan en torno a esa imagen para orar después de cada celebración.
Iesu Communio no deja indiferente a nadie. Fin de semana tras fin de semana, coches y autobuses llegan a La Aguilera para ver y conversar con la comunidad religiosa. La inmensa mayoría de las monjas está en este convento mientras un pequeño grupo permanece en Lerma. Van alternando durante el año su estancia en uno u otro lugar.
Pese a esta afinidad hacia las religiosas del hábito de tela vaquera, son algunas las voces que rehúsan sentir simpatía por Iesu Communio. Algunos dicen que lo de La Aguilera es un «campamento eterno» por el ambiente de jolgorio que allí se vive y se respira, y otros elevan su incomprensión a que todas las hermanas hablan igual y están cortadas por el mismo patrón.
Monjas con carrera
Un supuesto patrón que se rompe al saber que las más de 200 monjas que han cruzado los muros de La Aguilera son cada una de su padre y de su madre, tienen carrera universitaria y proceden de diferentes lugares de España. Algunas han vivido su espiritualidad en la parroquia y otras han estado apegadas a distintos movimientos de vida apostólica como el Camino Neocatecumenal, Comunión y Liberación o el Opus Dei.
Dios sigue llamando a decenas de chicas para que entreguen su vida a la oración y a la vida monástica en Iesu Communio. Su vocación es la evangelización de los jóvenes y la vida contemplativa. La Aguilera fue un imán hace pocos años y parece que el Espíritu Santo no tiene intención de dejar de soplar.
En los últimos años, a Iesu Communio le han salido varias novias en distintos puntos de la geografía española como Pamplona, Cartagena o Valencia. Es precisamente en esta última provincia en la que abrirán el próximo año un nuevo convento.
Nueva fundación en Godella
El Cardenal Cañizares convenció a la Madre Verónica para trasladar a parte de la comunidad religiosa a Godella, una pequeña localidad valenciana. Iesu Communio se instalará a partir de la primavera de 2018 en el convento de la Visitación de Santa María, donde hasta el pasado mes de marzo vivían monjas salesas.
Será allí, con esta nueva fundación, donde comenzarán su expansión territorial. Quizá en próximos años y décadas continúen ocupando monasterios cerrados en otras regiones de España. Algo que quizá inquiete a empresarios que llevan años convirtiendo conventos en hoteles y salas de exposiciones. Parece que con Iesu Communio hemos dado.