Todos recordamos dónde nos encontrábamos el 1 de octubre de 2017. Con razón. Para muchos fue el acontecimiento político más importante jamás vivido. Todos supimos que aquello era historia, aunque no nos pusiéramos de acuerdo en su significado. Todavía hoy seguimos sin estarlo. Por eso es importante no cerrar en falso ese episodio nacional. Por eso David Jiménez Torres anima con su libro -‘2017’, Deusto- a seguir hablando de lo que sucedió antes, durante y después de la crisis que cambió España.
-¿Qué falló en Cataluña -y, por lo tanto, en España- el 1 de octubre de 2017?
-Una de las premisas fundamentales del sistema del 78 es la creencia de que el Estado de las Autonomías era suficiente para integrar a los nacionalismos subestatales en una España democrática. ¿Y si no se integraban? Al menos nunca romperían la baraja. La idea colapsó el 1 de octubre de 2017. Ese día no solo falló la Premisa; resultó, además, equivocada.
-Durante años la Premisa pareció la solución al problema.
-Por eso en los 90 y los 2000 tanta gente escuchaba el discurso de CiU o de Esquerra y pensaba: suena mal, pero son herencias del pasado que con el tiempo irán diluyéndose como un azucarillo en el vigorizante café del mañana global. 2017 nos enseñó que ni la modernidad es un camino de dirección única ni el nacionalismo es un movimiento del pasado. Parafraseando el célebre verso, el nacionalismo es un arma cargada de futuro.
-Y con una enorme capacidad de adaptación a las circunstancias.
-Durante años, el nacionalismo catalán prometió a sus votantes una hoja de ruta hacia la independencia. Nada ni nadie, decían, podría detenerles. Eso colapsa en 2017, con la aplicación del artículo 155, la suspensión de la autonomía y los principales líderes independentistas fugados de la Justicia o encarcelados. Podría pensarse que su fracaso fue total.
-Pero no.
-En tiempo récord rearman su discurso alrededor, no ya de una hoja de ruta, sino del victimismo. Ya no hablan de proceso hacia la independencia, sino de represión y presos políticos. Les resulta tremendamente exitoso, en el sentido de que siguen manteniendo su porcentaje de voto intacto, algo que no pueden decir los constitucionalistas.
-¿La mentalidad de asedio como clave del éxito?
-La cultura política del nacionalismo se basa en la idea de que Cataluña es una especie de aldea rodeada de fuerzas hostiles, como en los cómics de Astérix. Eso justifica todas las imposiciones del discurso nacionalista. Porque si no reman todos a una, en un par de generaciones, lo que consideran propio y distintivo desaparecerá a manos, precisamente, de esas fuerzas hostiles que, si bien bobas, como los romanos de Astérix, son más numerosas.
-Esa cultura política de la que hablas -o sea, la del nacionalismo- trasciende a los líderes y los partidos.
-Podemos hablar de transversalidad. El procés es un ejemplo perfecto. En 2012, un presidente de la Generalitat promete un referéndum que, cinco años después, lleva a cabo otro presidente. A pesar de lo complicado y tenso que es ese proceso, una auténtica trituradora de carreras y formaciones, el nacionalismo logra llegar a la línea de meta, lo que demuestra que no se trata de la obra de un solo partido, mucho menos de una persona.
-Sin olvidar el componente social.
-Muy importante, sí. Podemos debatir si el procés va de abajo arriba o de arriba abajo. Lo que no se puede discutir es que, aparte de los partidos, también ha habido organizaciones sociales con enorme capacidad para movilizar en las calles.
-Organizaciones muy vinculadas al poder y que no surgen de un día para otro.
-El procés no empieza en 2012, con Artur Mas anunciando el referéndum. Tampoco en 2006, con la aprobación del Estatut ni en 2010, con la sentencia de inconstitucionalidad. Hunde sus raíces más profundas en los años de hegemonía de Pujol.
-Pujol, al que el diario ABC nombró español del año en 1984.
-Se ha querido pensar que el pujolismo era el nacionalismo pactista, pragmático y bueno que ayudaba a la gobernabilidad de España y al que una serie de accidentes e irresponsabilidades hizo descarrilar. Del eslogan del pujolismo -‘Hoy paciencia, mañana independencia’- algunos solo escuchaban lo primero.
-No se les puede reprochar que no avisaran. Como muestra, un botón: el Plan 2000, sacado a la luz por El Periódico en 1990.
-No deberíamos ver el Plan 2000 como una hoja de ruta diseñada por gente encerrada en una sala en penumbra. Era, más bien, el plan de máximos del pujolismo: que toda la sociedad fuera nacionalista. Más revelador que el Plan 2000, diría que es la Declaración de Barcelona que firman CiU, el PNV y el Bloque Nacionalista Galego. En ese documento queda claro que el autonomismo solo es una solución intermedia para el nacionalismo, cuya estación final es la autodeterminación.
-La Declaración de Barcelona es de 1998.
-Lo cual también es revelador. Por entonces, los nacionalistas llevaban 20 años ejerciendo la hegemonía de forma incontestable en Cataluña y País Vasco. Hasta la fecha, todo autogobierno les había resultado insuficiente. La independencia era su objetivo. No se puede acusar a los nacionalistas de falta de coherencia. Sí, en cambio, a las fuerzas nacionales, que llevan años sabiendo que un órdago como el del 1 de octubre de 2017 en Cataluña podía ocurrir.
-Quizás el ejemplo más depurado del verlas venir y dejarlas pasar sea Mariano Rajoy.
-Como producto de la cultura política del 78, Rajoy nunca entendió que la Premisa no pudiera funcionar. Siempre pensó que el desafío nacionalista era producto de la crisis económica, que según esta se fuera encauzando aquella iría remitiendo.
-La teoría del suflé.
-Que no es otra cosa que una versión de la Premisa; premisa cuyo colapso representa como nadie Mariano Rajoy. Nunca tuvo un plan B porque nunca pensó que sucediera lo que finalmente sucedió.
-No fue el único.
-Todos sabemos cómo era Rajoy, un político que esperaba que los problemas se resolvieran solos. ¿Pero de verdad el procés habría devenido distinto con otro presidente? Por ejemplo, el González o el Aznar que pactan con los nacionalistas. O Zapatero. En comparación con ellos, ¿Rajoy era una rara avis de la política o era más de lo mismo? Yo creo que lo segundo. Estoy convencido de que, igual que Rajoy, el resto habría planteado la batalla en términos de burofaxes.
-La diferencia es que Rajoy sí aplicó el 155, es verdad que en su versión blanda y obligado por las circunstancias.
-Como todo gran momento histórico, 2017 estuvo sembrado de futuros alternativos: qué habría sucedido si… Lo que en inglés se llama what if. Uno de esos what if es qué habría pasado de aplicarse un 155 duro. ¿Rajoy no tenía alternativa? Claro que la tenía. Todos los actores políticos la tienen. ¿Por qué no lo hizo? Quizás por miedo a no saber qué podía pasar. Puede verse su actitud como algo reprobable. Y es verdad que mantener la ley no es fácil. Pero ese era su deber.
-A cualquier de los millones de españoles que se echaron a la calle esos días no le habría temblado tanto el pulso.
-La de 2017 es la historia de una enorme movilización del lado independentista, pero también del constitucionalista. Gente de toda España, además de Cataluña, que se sintió interpelada con pasión con lo que ocurría, en contraste con la respuesta insuficiente del Gobierno a la hora de plantear acciones en defensa de la razón de Estado, la Constitución y la democracia.
-La batalla por el relato, como se la ha llamado, también se libró más allá de nuestras fronteras.
-Una de las particularidades de la cultura política española es la enorme credibilidad que le damos a los medios extranjeros, por más que para estos constituyamos un aspecto bastante secundario. Eso hay que tenerlo en cuenta.
-¿Y las decisiones judiciales de instancias supranacionales? ¿También gustamos de magnificarlas?
-Es distinto. Ahí sí juega una razón práctica. No soy experto en Derecho y, por tanto, no estoy legitimado para explicar el contenido y alcance de las euroórdenes. Pero como ciudadano, sí puedo preguntarme qué han hecho nuestros servicios exteriores para traer de vuelta a España a unos fugados de la Justicia.
-¿Fugados de la Justicia? No parece que el Gobierno se atreva a tanto en su calificación de los sujetos.
-Nada más llegar Sánchez al poder, se puso en marcha un proceso para restar gravedad a lo ocurrido en 2017, hasta el punto de insinuar si todos no habríamos exagerado un poco.
-Al contrario que el Gobierno, el Tribunal Supremo no repartió culpas entre constitucionalistas e independentistas, pero sí acuñó una curiosa doctrina: la de la ensoñación.
-Sobre cuestiones de fundamentación jurídica puedo decir muy poco (insisto en mi condición de lego en Derecho). De lo que nadie puede dudar es de que el Poder Judicial no estuviese a la altura de la crisis de 2017. Lo estuvo. En cuanto a la teoría de la ensoñación, viene a reducir lo que pasó a una fantasmagoría de los líderes independentistas que llevó al engaño a muchos.
-Pero fue mucho más que eso. ¿O no?
-Fue el mayor desafío a la legalidad desde el 23-F.
-¿Fue, por tanto, un golpe de Estado?
-Podemos hacer un juego de espejos entre el 23 de febrero de 1981 y el 1 de octubre de 2017. Pero también es interesante pensar en las diferencias. La entrada a tiros de unos guardias civiles en el Congreso de los Diputados y que un Parlamento autonómico declare unilateralmente la independencia pueden tener puntos de contacto, pero son casos muy distintos.
-¿Podemos decir igual de los discursos de Juan Carlos I y de Felipe VI en una y otra ocasión?
-También podemos jugar a los espejos, si bien un discurso y otro hacen cosas que no tienen nada que ver, por muy valientes que fueran. Juan Carlos le dice al Ejército: no vais a marcar la vida política de España. Felipe, por su parte, reconoce por primera vez desde las instituciones la existencia de una comunidad política no nacionalista en Cataluña, a la que se compromete a proteger simbólica y legalmente.
-Como ejercicio aclaratorio, no estaría mal regresar una y otra vez al discurso de Felipe VI cuando nos entre la duda de qué pasó esos días.
-Es verdad que desde el lado constitucionalista hay dudas acerca de lo que sucedió: ¿fue un golpe de Estado o una ensoñación? Los independentistas, en cambio, tienen un discurso perfectamente armado: el 1 de octubre de 2017 un pueblo pacífico quiso autodeterminarse y fue salvajemente represaliado. Eso es lo que cuentan y lo que seguirán contando las próximas décadas. De momento, les ha ido muy bien en las últimas elecciones en Cataluña.
-Ciudadanos, en cambio, ha quedado al borde de la desaparición. ¡Con lo que fue!
-En 2017 confluyen dos historias: la del nacionalismo catalán en democracia y la de la resistencia al nacionalismo catalán, también en democracia. La segunda -igual de larga que la primera, pero menos conocida- culmina con la victoria electoral aquel año de Ciudadanos, un partido que nació sin apoyos y con una única herencia: la del legado asociativo de la Cataluña silenciada de los 90, incluso de los 80.
-De primera fuerza política en 2017 pasa a séptima en 2021. ¿Se equivocó Rivera al no pactar con Sánchez? ¿O acaso el que no quiso fue Sánchez?
-Temo resultar aburrido en mi respuesta si reconozco que no sabría qué porcentaje de responsabilidad atribuir a uno y otro. Lo que sí está claro es que no es cierto el relato interesado del PSOE, según el cual Sánchez buscaba un Gobierno reformista y Rivera se negó. Si de verdad Sánchez hubiese querido pactar, habría actuado de manera distinta a como lo hizo. También es cierto que en la actitud de Rivera hubo mucha estrategia de cálculo. Y lo que es incontestable es que Ciudadanos perdió la batalla.
-Con grave perjuicio para la unidad de España.
-Desde una perspectiva constitucionalista, es difícil argumentar que aquel Gobierno de coalición que finalmente no fue hubiese sido peor que este que tenemos ahora.
-Quien ha salvado los muebles del constitucionalismo en las últimas elecciones en Cataluña ha sido Vox, con once diputados.
-Lo curioso es que Vox es hijo del procés; otra cosa es que su líder, Santiago Abascal, venga marcado no por la experiencia de Cataluña, sino por la más terrible del País Vasco.
-¿En qué sentido Vox es hijo del procés?
-Vox eclosiona en 2018 como resultado de la onda expansiva de 2017, a pesar de haberse gestado como partido en las tensiones de la derecha durante los años de la oposición de Rajoy y permanecer marginal durante mucho tiempo. En ese sentido es hijo del procés. Lo que no quiere decir que su oposición al nacionalismo sea su única bandera. Ningún partido se convierte en tercera fuerza política con un solo tema.
-Decimos independentismo y pensamos en CiU, ERC, la CUP. Decimos constitucionalismo y pensamos en PP, Ciudadanos, Vox. ¿En qué pensamos cuando decimos PSC?
-A nivel Generalitat y también municipal, el PSC ha sido clave para que haya una alternativa no explícitamente nacionalista en Cataluña. Fue importantísimo que durante 2017 el PSC no cayera del lado procesista. Jugando a los what if, podríamos preguntarnos qué habría pasado si hubiese apoyado el procés. Las cosas no habrían sucedido igual. Dicho esto, es legítimo señalar que buena parte de lo que ha hecho el PSC es nacionalismo sin llamarlo nacionalismo. O por decirlo de otra forma: lo que no ha sido nunca el PSC es explícitamente no nacionalista.
-Y a todo esto, ¿quién ganó y quién perdió en 2017?
-Para mí, hubo un vencedor clarísimo: el Leviatán, es decir, el Estado democrático y de Derecho. Solo le bastó un soplo de aire -el 155- para derribar el castillo de naipes del nacionalismo. No hay que olvidar, eso sí, que lo que sucedió puede volver a suceder. De nosotros depende que no. De nosotros y de nuestro voto.