No todos los días entrevistas a alguien que lleve cuarenta años surfeando la ola del éxito. Y, más difícil que eso, no todos los días entrevistas a alguien tan cercano, tan sencillo, que se lo crea tan poco. Te cita en su casa, para la entrevista, y enseguida te lleva a la cocina, donde te prepara un café. No se deja una pregunta sin responder, y mira que se las habrán repetido veces a lo largo de cuatro décadas. Y con cero prisas por terminar, haciéndote sentir en tu casa. Como si no tuviera nada que hacer. Y vaya si el tío está ocupado. Recién sale de un proyecto, se embarca en otro, con la ilusión del primero, echándole más horas que nadie. Normal que los cuatro amigos que en los 80 copaban los primeros puestos de las listas de superventas, siguiesen llenando estadios y plazas de toro hasta el día antes del confinamiento. Pronto volverán por donde solían. Seguro. Ojalá. Mientras, reinan como pocos en internet. Hombres G, una gloria nacional. Con todos ustedes, David Summers.
-Tu padre te decía: “No te veo cantando ‘Sufre mamón’ con 60 años”. Hace unos días cumpliste 57, los Hombres G seguís llenando auditorios y no hay concierto en el que el público no os pida ‘Sufre mamón’.
Ten en cuenta que cuando mi padre decía eso no había grupos de rock en el mundo que llevasen cuarenta años tocando, como llevamos nosotros ahora. A mi padre, que estaba encantado con que su hijo fuese tan creativo, le preocupaba que no pudiese vivir de la música toda la vida. Entiendo su temor. Mi hijo también quiere ser artista. A mí, como padre, me ilusiona mucho. Pero sé que no es fácil tener la suerte que he tenido yo.
-No creo que nadie piense que cuarenta años encadenando éxitos y reponiéndose a puntuales fracasos se deban solo a la suerte.
También ha habido muchísima dedicación, que combinada con nuestro talento -poco o mucho- y con la suerte de la que te hablo dan como resultado que a nadie le haya pasado lo que los Hombres G. En los 80 estaban Danza Invisible, Gabinete Caligari… y los Hombres G. En los 90, Alejandro Sanz… y los Hombres G. En los 2000, Pablo Alborán, Dani Martín… y los Hombres G. Hoy, Vetusta Morla… y los Hombres G. Somos como Matías Prats. Siempre estamos ahí.
-Juntos y bien avenidos.
Seguimos los cuatro de hace cuarenta años, compartiendo lo bueno y lo malo, sin rendirnos nunca. Nos ha ido bien así.
-Y sin necesidad de encuadraros en corrientes ni nada parecido.
Nunca hemos creído en movimientos culturales ni hemos querido formar parte de eso. Por ejemplo, no encajábamos en la Movida Madrileña, y eso que no nos perdíamos un concierto. Alaska y Los Pegamoides, Parálisis Permanente, Glutamato Ye-Yé y tantos otros grupos. Éramos fans. No nos perdíamos un concierto. Nos encantaban. Y nos siguen encantando. ¿Qué pasaba?
-Eso: ¿qué pasaba?
Que la Movida Madrileña solo tenía sentido en un contexto underground. Era una cosa como muy selecta. Si un grupo te gustaba no podía gustarle a la hija del portero. O al revés. ¿Entiendes? En cierto modo, no estaba bien visto que vendieras muchos discos. Y nosotros vendimos 700.000 copias del primero. Lo que te digo: no encajábamos.
-Si te pregunto la fórmula del éxito, supongo que te remontarás atrás en el tiempo, hasta los comienzos, tuyos y de Hombres G.
Un verano vi en el cine ‘The Great Rock ‘N’ Roll Swindle’, sobre los Sex Pistols. La película era una mierda, pero cuando acabó, yo solo quería formar un grupo y montar pollos en los escenarios. Tenía 15 años. Al llegar a Madrid, en septiembre, empecé a darle el coñazo a Javi, amigo mío desde niño. Nos conocíamos del Parque de las Avenidas. Javi, a su vez, era muy amigo de Dani, con el que coincidía los fines de semana en la sierra. Luego, ya tocando, conocimos a Rafa. Rafa es un tío del que te haces amigo a los cinco minutos. Entró en el grupo y así nacieron los Hombres G.
-Otro amigo tuyo del Parque te dijo que si el nombre de Hombres G no os convencía, se lo quedaba él para su grupo. Imagínate: la historia del pop rock español habría sido otra.
El nombre es lo de menos. A mi padre, por ejemplo, no le convencía. Pero nos decía: si hacéis buenos temas, a la gente le va a sonar muy bien. Y tenía razón. Lo importante de un grupo no es el nombre ni el pendientito ni el peinado ni los tatuajes ni la ropa. Lo importante de un grupo son sus canciones. Y, por lo menos nosotros, pasarlo de puta madre.
-¿Siempre?
Desde el principio. Montamos Hombres G para divertirnos, sin ninguna aspiración de hacernos famosos ni nada. Nos conformábamos con tocar para nuestros amigos en los bares y en las salas que nos dejaran, emborracharnos todos, conocer a tías y ligar. También soñábamos con grabar un disco, pero para tenerlo en las manos y escucharlo en casa, nada más. Todo sucedió muy rápido. Empezamos a tocar en el 83 y en el 85 ya nos conocía todo el mundo.
-¿Es verdad que vuestra suerte cambia en el 84, en la sala Autopista, durante el que se suponía que iba a ser vuestro concierto de despedida?
Lo de que ese iba a ser nuestro concierto de despedida se ha contado muchas veces. No es verdad. Sí lo es que fue un desastre. Javi se cogió una borrachera tremenda y perdió el conocimiento; la batería dejó de sonar. Yo no pude seguir tocando porque se me rompió la clavija, después de que se me cayera el bajo al suelo. Tuvimos todos los problemas del mundo. Solo faltó que nos cagara un pájaro en la cabeza.
-Y, sin embargo, de ahí surgió vuestro primer disco.
Nosotros habíamos ido con nuestra maqueta a ver al tío de CBS, al de Ariola, al de WEA, al de RCA… Las compañías discográficas del momento, en fin. Ninguna nos hizo ni caso. Entonces apareció Paco Martín. Se lo pasó bomba viéndonos actuar la noche del desastre aquel y al acabar el concierto se acercó a saludarnos: “Chicos, ¿os gustaría grabar un disco?”. Es como se ve en ‘Sufre mamón’, la película.
-Allí se cuenta que nadie os regaló nada, que no eráis niños de papá.
La última vez que le pedí dinero a mi padre tenía 18 años. A esa edad ya tocaba y sacaba algo de pasta; poca, la suficiente para tomarme una cerveza en el Rowland. Para comprar una batería, tocamos cinco noches seguidas en el Bwana, a diez mil pelas la noche. Una de esas noches, había en la barra cuatro macarras con los pelos largos y unas pintas horribles. Luego supimos que eran los Iron Maiden. Resulta que Paco Pérez Bryan los había entrevistado en su programa ‘El Búho’ y después los llevó allí a tomar una copa, sin saber que actuábamos. Pensamos que nos iban a pegar o algo.
-Tardaríais poco en ir escoltados a los sitios. No para protegeros de los macarras, sino de las fans. Sin ir más lejos, en el estreno de ‘Sufre mamón’.
En el cine Rialto. Se colapsó la Gran Vía. Tuvo que venir la Policía. Dentro, en la sala, las niñas cantaban todas las canciones e insultaban a Marta, la protagonista (que luego sería mi mujer). Fue una cosa de locos.
-Igual que vuestro desembarco en América.
Eso fue en el 86. Un día Paco Martín nos dijo: “oye, que han llamado de Perú, que el disco está funcionando y quieren que vayáis a tocar allí”. Y nosotros: ¿Perú? Total, fuimos y al llegar nos estaban esperando cinco mil o seis mil personas. Rompieron las vallas, invadieron la pista y fueron hacia nosotros, gritando, histéricas.
-Del aeropuerto al hotel.
Con 500 personas a las puertas, durmiendo en sacos, esperando que entráramos o saliéramos para tirarse encima del coche, arriesgándose a ser atropelladas. Una noche, me asomé a la ventana de la habitación y me encontré cara a cara con una niña. Había escalado hasta el piso ocho o diez. Ahora lo pienso y…. Podría haberse caído.
-¿Esperabais un recibimiento así?
Pensamos que íbamos a tocar en una sala pequeña y la primera noche actuamos en el Estadio Nacional de Lima, delante de 80.000 personas. Allí empezó la hombregemanía, un fenómeno que escapaba de nuestro control. Nunca pensamos que fuéramos estrellas de rock. Era la gente la que lo pensaba. Menos mal que nos lo tomábamos a risa. Si no, se nos hubiera ido la cabeza.
-Perú fue el primer país de muchos.
América nos marcó la vida para siempre. A partir del 87, alternamos nuestras giras en España con giras en América. Íbamos todos los años. Y seguimos yendo. Siempre hemos apostado por el público latinoamericano, que es impresionante. La gente allí nos ha dado tanto cariño… Nunca hemos tenido a nadie en contra. Nunca.
-Y en todos vuestros conciertos, aquí y allí, siempre una canción: ‘Sufre mamón’.
Al principio, ‘Sufre mamón’ la llevábamos en el repertorio, como una canción más, en el puesto once o doce. Pero cada vez más nos gritaban desde el público: “¡los pica-pica, los pica-pica!”. Yo miraba a estos: “oye, que les mola la de los pica-pica”. E igual cuando grabamos el disco. Paco Martín dijo: “¡Esta!”. Y nosotros: “Pues esta, tío”. La canción fue una bomba. Donde sonaba, arrasaba. Nos abrió las puertas de países enteros.
-No fue la única. Otra: ‘Venezia’.
Dos o tres días antes de grabar el disco, necesitábamos una canción para la cara B. Ninguna de las que tenía me convencía. Así que compuse ‘Venezia’ en casa, llegué al estudio y se la enseñé a los chicos. La montamos en un momento y la grabamos, sin darle mucha importancia. Luego, cuando íbamos a las radios, de promo, nos preguntaban si nos importaba que pusieran ‘Venezia’, en lugar de ‘Milagro en el Congo’, que era la que pensábamos que iba a funcionar. Nosotros, con tal de que sonara una canción, decíamos que pusiesen la que les diera la gana.
-Eras un recordman mundial componiendo.
Era una máquina. Pero una máquina. No tardaba más de veinte minutos. Lo primero que me venía a la cabeza lo daba por bueno, escribía la letra, construía la estructura y, venga, otra. Había días en que componía, tres, cuatro canciones.
-¿Te sigue resultando sencillo componer?
Sí. Es que esto es un oficio y son muchos años ya. El de la música es un lenguaje que entiendo muy bien. Y me absorbe por completo. Hay días en los que me encierro a componer a las 9.30 de la mañana y estoy hasta las 10 de la noche, sin la sensación de haber estado trabajando, pasándomelo bien.
-De eso han ido siempre vuestros conciertos, de que la gente se divierta, otra clave de vuestro éxito. Y ya que hablamos de nuevo de éxito: ¿penaliza?
Sobre todo aquí, en España. Me acuerdo de una cosa que decía mi padre: en un combate de boxeo, el público siempre va con el aspirante. Llega un momento en que la gente quiere que caiga el campeón. O sea, si eres joven, comienzas en algo y tienes éxito, te van a apoyar. Pero si, pasado el tiempo, sigue yéndote bien, ya empiezas a cansar.
-Quien se cansó de los Hombres G no fueron los fans, fueron los Hombres G.
Del 85 al 92 fueron siete años, siete discos, dos películas, giras por España, giras por América… No te puedes imaginar la saturación de trabajo. Llegó un momento en que no podía con mi vida. Nos costaba sorprender al público. Lo intenté primero con ‘Esta es tu vida’ y luego con ‘Historia del bikini’, dos discos con canciones muy intensas y, a la vez, muy bonitas. Pero la marca Hombres G se había estereotipado mucho. Y el desprecio de cierta crítica era brutal.
-¿Y el mercado? ¿Cómo reaccionó el mercado?
Veníamos de vender una media de 400.000 discos. Con ‘Historia del bikini’ vendimos 110.000. Y aunque 100.000 discos hoy no los vende ningún grupo, entonces se consideró un fracaso. Eso, unido a la muerte de mi padre y otras circunstancias, me llevó a decir: hay que parar. Lo que no supe entonces es que el parón iba a durar diez años.
-Os fuisteis sin despediros.
Eso nos echaban en cara: ¿no os vais a despedir? Y yo: ¿despedirnos de quién, tío? ¿Del público? ¿De la tierra? ¿Del mundo? ¿De quién? Despedirse, qué estupidez.
-El caso es que terminasteis por volver y, en el intermedio, tú lanzaste tu carrera en solitario.
Quería hacer algo distinto, trabajar con otros músicos…
-¿Te tocó empezar de cero?
De cero no, de menos cero. Hubo críticos que se negaron a oír mis discos. Pero yo, que no me rindo, como te digo, y nunca pierdo la ilusión, demostré que merecía mi sitio. Igual que no le había dado importancia al éxito, no se la di al hecho de que al principio de mi carrera como solista las cosas no salieran como quería. Simplemente, seguí trabajando. Terminé actuando en sitios muy grandes, ante públicos maravillosos. Aquellos años fueron de los más felices de mi vida.
-¿Alguna vez tus fans dejaron de verte como a un Hombre G?
Imposible, nunca.
-¿Te frustra?
Todo lo contrario. Mi carrera en solitario fue el mejor precalentamiento para la vuelta de Hombres G.
-Volvisteis y volvisteis a lo grande, no con conciertitos puntuales para nostálgicos.
El año pasado, antes del confinamiento, tocamos de nuevo en el Arena México, con capacidad para 30.000 personas. Y, una vez más, se agotaron las localidades. Lo pienso y me digo: tío, que han pasado cuarenta años desde que empezamos.
-¿Qué habría pensado el adolescente aquel que salió entusiasmado de ver una película de los Sex Pistols?
No habría sido capaz ni de imaginarlo. La música me dado cosas que jamás habría soñado. Qué sé yo, estar sentado en una butaca del camerino del Hollywood Bowl, esperando salir al escenario con todas las localidades vendidas, y mirar en la pared una foto de Frank Sinatra sentado en esa butaca de ese camerino. Impresiona muchísimo, ¿sabes?
-Después de eso, cualquier otro se habría retirado ya. Vosotros en cambio…
No paramos nunca. Acabamos de terminar un disco y ya estamos con otros proyectos. Por ejemplo, una película musical muy bonita, tipo ‘La La Land’, de la que somos productores ejecutivos y responsables de la banda sonora.
-A ver si no os dan un Goya.
No nos han dado muchos premios a lo largo de nuestra carrera.
-Bueno, recibisteis la medalla de oro al mérito de las bellas artes.
Cuando nos lo anunciaron, pensamos que era una broma. ¡La mayor distinción que se le puede conceder a un artista español!
-A vosotros os la entregó una fan.
La reina Letizia, que me cae muy bien, igual que el rey. Siempre que coincidimos con ellos, en una recepción o algo, meto la pata, porque termino dándole dos besos, cosa que se supone no se puede hacer, por protocolo. Pero es que le tengo mucho cariño.
-La medalla lleva consigo el tratamiento de excelentísimo señor.
Hay una frase de Chinatown, la película de Roman Polanski, que me encanta: “Políticos, edificios viejos y prostitutas se convierten en honorables si duran lo suficiente”. A lo que yo añado: “y los grupos de rock”. Es verdad, la medalla supone ser tratado de excelentísimo señor, cosa que, por cierto, tú no has hecho en toda la entrevista.