El nuevo orden erótico. Elogio del amor y de la familia (El Viejo Topo, 2022) es el último ensayo en español del italiano Diego Fusaro (Turín, 1983), un discípulo independiente (o herético) de Marx, al que acerca a Hegel por considerar al primero un filósofo idealista, pero también de Gramsci y Pasolini (en esto, no se le puede negar el patriotismo que habitualmente patrocina) y de Costanzo Preve.
El autor se muestra sorprendido por el revuelo desatado en España por sus declaraciones que, en los últimos años, han desatado importantes discusiones en redes y fuera de ellas, fundamentalmente entre gentes de izquierdas (palabra que, según nos dirá el autor, no significa ya apenas nada) que se dividen entre los que aplauden con entusiasmo su heterodoxia como una promisoria vía para enmendar el declive y la desnaturalización que aprecian entre sus representantes políticos e intelectuales y los que advierten, más bien, una infiltración de ideas reaccionarias envuelta en ropajes rojos. A estos se suman los que muestran su simpatía o interés desde otras coordenadas ideológicas, como demostró la heterogeneidad de los intelectuales que acudieron a la presentación del libro en el Teatro Pavón de Madrid.
En el ensayo defiendes que existe una enemistad entre el capitalismo absoluto y el amor, particularmente en su forma eticizada, el matrimonio. ¿Esta enemistad es irreconciliable?
A mi juicio, la enemistad entre el capital y el amor se ha convertido, en nuestros días, en total. En la época de la modernidad burguesa el amor existía, incluso en la civilización del capital, y por ello encontramos en ella las grandes historias de amor de la modernidad y figuras heroicas del amor como Werther. Hoy, el capitalismo es incompatible con el amor porque se torna en un capitalismo absoluto y totalitario que debe convertirlo todo en mercancía y, por lo tanto, no puede soportar la existencia de ese mundo burgués y sus valores. La novedad fin de siècle del capitalismo es que destruye no sólo el mundo obrero y sus conquistas sino también la civilización burguesa y sus valores. Valores de patria, de familia, de identidad, de tradición: en esto reside, para mí, la contradicción del pensamiento conservador hoy. El pensamiento conservador afirma querer defender la familia, la identidad y las tradiciones, pero promueve, al tiempo, el libre mercado y el capitalismo que las destruye. A mi modo de ver, la única manera de defenderlas hoy es estar contra el capitalismo. La enemistad es total porque el amor, que se estabiliza e institucionaliza en el vínculo familiar, es una forma resistente a la forma-mercancía. Amar significa ser para el otro, pero el capitalismo sólo quiere, en su lugar, relaciones mercantiles de do ut des; la fórmula del amor, en cambio, y en palabras de San Agustín, es volo ut sis, es decir, quiero que tú seas en tu plenitud de ser. En el capitalismo, el otro es un medio, un instrumento para generar valor económico y, por tanto, en el capitalismo no hay espacio para el amor, sino sólo para el goce, para el placer sexual sin vínculo o proyecto. Por esta razón, el discurso del capitalismo odia los vínculos y ligámenes, que ve como cadenas por romper, y su modelo antropológico es el startupper sin vínculos con el territorio, con la tradición o con los otros. Por eso, a mi modo de ver, el amor se ha convertido hoy en un modo de resistir al capitalismo: amar al otro significa resistir el capitalismo de una manera básica, elemental, pero que puede suponer un buen punto de partida.
¿Qué tiene el amor que lo hace irreductible al mercado y tan resistente a él?
El amor es resistente porque subvierte todas las características de la civilización del consumo y del free market. El amor hace que no veamos en el otro un medio, sino un fin, y que busquemos completarnos con el otro. En El simposio de Platón se dice que buscamos la otra mitad, completarnos a nosotros mismos con el otro. Significa, por tanto, que no estamos perfectamente realizados como individuos, lo que supone una negación de la lógica neoliberal, según la cual el individuo constituye el sentido completo de su propio mundo. En el amor encontramos la demostración de que no nos bastamos a nosotros mismos, y de que la sociedad no es meramente un conjunto de individuos, sino que implica relaciones solidarias. Por otra parte, en el amor, o al menos en el amor verdadero, nuestra relación con el otro no es utilitaria, sino que esta relación con el otro como fin en sí mismo se perfecciona e intensifica cada día, a diferencia de lo que ocurre con la lógica mercantil del usar y tirar, en la que, si una mercancía no me satisface, puedo simplemente desecharla y comprar otra. Todo esto hace del amor una fuerza resistente y anticapitalista.
En el libro defiendes la licitud de cualesquiera vínculos afectivos libres entre adultos, pero caracterizas la perspectiva aversa al matrimonio como propia de un sujeto desarraigado, condenado a vivir relaciones débiles y precarias forjadas a la imagen de la mercancía ¿Por qué defender ese amor verdadero o tradicional en particular?
En primer lugar, yo no lo llamo amor tradicional porque, como sabes, las tradiciones cambian: lo que era verdadero ayer, puede resultar falso mañana. Yo lo llamo amor natural, conforme a la naturaleza, según Aristóteles, porque para que exista la raza humana son necesarios hombres y mujeres que se amen y procreen; por tanto, no se trata de algo tradicional sino natural, algo cromosómico y no decidido por nuestra voluntad. Hoy, esta tesis parece homófoba o violenta, pero es nuestra historia y naturaleza la que es así. Aristóteles, en el De Generatione Animalium dice que se llama macho al animal que genera vida en otro, y hembra al que genera en sí mismo; y Aristóteles no era cristiano ni homófobo ni nada de esto, y yo prefiero a Aristóteles que las tendencias contemporáneas. Al hablar de todo esto, a menudo se dice que, en la familia, ha existido el patriarcado y la violencia del hombre hacia la mujer, pero esto no es un argumento contra la familia, sino un argumento contra el patriarcado y contra la violencia del hombre hacia la mujer. Esto es tanto como decir que, ante una pulmonía, se ha de curar la enfermedad, pero no quitar el pulmón. Del mismo modo, en los casos en que existan tales violencias, se deben corregir, pero no terminar para ello con la familia. Este es el teorema del nihilismo neoliberal contemporáneo que identifica el cuerpo sano con la enfermedad y, para acabar con la enfermedad, mata el cuerpo sano: como existe la xenofobia, que es un producto de la identidad, eliminemos la identidad que la produce. Ahí está el error, debemos eliminar la xenofobia, pero dejar las identidades, que son buenas.
Mi tesis es que el amor y la familia obstaculizan la globalización neoliberal porque, como decía Aristóteles, son la prueba de que somos animales comunitarios, un zoon politikon que nace ya en una comunidad, en un ligamen, que es la familia, lo que se opone a la idea de una sociedad compuesta únicamente de individuos. ¿Por qué Aristóteles, en la Política, parte de la familia? Porque es la primera célula política. Los liberales, desde John Locke hasta Margaret Thatcher o Von Hayek dicen que no es la comunidad o la familia el origen, sino el individuo, que crea relaciones por el interés propio: éste es el error antropológico. Por esto, como decía, el capital quiere suprimir la familia, que es asimismo anticapitalista por su propia esencia, al tratarse de un contrato a tiempo indeterminando: en la época en que todo debe ser precarizado, la familia mira a lo eterno, busca perdurar y establece entre sus miembros una especie de welfare state, de relaciones de don y altruismo.
Mi tesis es que hoy, en la época de la globalización neoliberal, el capitalismo es como un águila que tiene un ala derecha financiera y un ala izquierda o izquierdista. El ala derecha es la que aporta la estructura, diría Marx, y el ala izquierda la superestructura ideológica. Te pongo un ejemplo: para el ala derecha no debemos formar parte de una familia, sino que sólo hemos de ser individuos que consumen aislados, como migrantes solitarios que circulan en el movimiento del mercado. La izquierda del disfraz, si fuese fiel a Marx o a Gramsci, diría que necesitamos la familia, pero para oponerla al capital. En vez de esto, nos dice que la familia es homófoba y patriarcal, y por tanto debe ser eliminada. Y, de este modo, la izquierda fucsia del disfraz le hace el juego a la derecha azulada del capital. Y así ocurre con todo: por ejemplo, la derecha financiera no quiere que existan Estados nacionales soberanos, porque estos implican la preeminencia de la política sobre la economía, el lugar posible de la soberanía popular y la democracia socialista. De nuevo, si la izquierda de hoy fuese la de Marx y Gramsci, defendería el Estado nacional soberano contra la derecha financiera. En su lugar, la izquierda fucsia dice que el Estado nacional es fascista, nazi, y se debe, de nuevo, suprimir.
Hay quien afirma que existe una tensión entre el Estado y las comunidades orgánicas o intermedias, como la propia familia. ¿Qué opinas sobre esta idea?
Es importante ser claros en este punto. El Estado moderno es la incubadora del capitalismo o, si se prefiere, su comadrona. El capitalismo nace en el interior del Estado moderno. Nace, como dice Max Weber, precedido de una ideología religiosa, que es el protestantismo. Nace, además, de la mano de una clase precisa, la clase burguesa. Y, sin embargo, el desarrollo de la modernidad muestra que el Estado nación, la clase burguesa y la religión son elementos dialécticos. Por un lado, justifican el capitalismo, que sería un capitalismo en el Estado y de la burguesía, justificados a su vez por la religión. Pero, por otro lado, son elementos de inestabilidad en el capitalismo, porque la clase burguesa es portadora de una conciencia infeliz que la puede mover hacia el anticapitalismo, como ocurre en el caso de Marx. Ernst Bloch en El Principio Esperanza se plantea una pregunta: ¿qué ven en la bandera roja aquellos que no tienen necesidad? El Estado puede ser el lugar del desarrollo de un capitalismo autoritario, como muestra el siglo XX. Pero el Estado soberano es, también, el lugar de la democracia, de las conquistas obreras y del socialismo. Todos los ejemplos de comunismo del siglo XX se han desarrollado en Estados nacionales, como en el caso de Cuba o la Unión Soviética. Y lo mismo pasa con la religión: la religión puede ser tanto defensa como crítica del poder, como muestra el ejemplo de Thomas Müntzer, teólogo de la revolución. El capitalismo, siguiendo su lógica de transformación en turbocapitalismo o capitalismo absoluto totalitario, se ve en la necesidad de superar dialécticamente el Estado soberano, la burguesía y la religión. Esto ocurre porque el Estado nacional puede ser democrático y socialista, pero el mundo de la economía global no podría serlo jamás. La religión podría criticar el poder, pero el mundo materialista ateo ultra capitalista jamás lo hará. Y, por último, la burguesía podría defender, pero también criticar, el capitalismo, pero un mundo hecho de startuppers y dependiente de las finanzas nunca lo criticará.
Por tanto, considero que la familia no está en conflicto con el Estado. En esto, soy más hegeliano que marxiano. Para mí, la familia, la sociedad civil y el Estado son los tres círculos de la eticidad, y ninguna de ellas niega las anteriores. El Estado, en Hegel, no niega la sociedad civil ni la familia; por esta razón, dado que el Estado no absorbe a la familia ni a la sociedad civil, no se puede decir que Hegel sea un totalitario. En Hegel, la familia y la escuela son pasajes hacia la sociedad civil y la sociedad civil, que en su punto básico o más bajo es el mercado, se eticiza, se convierte en más ética mediante instituciones como el sindicato, al que Hegel denomina corporación, o la policía (hoy diríamos la educación y la escuela pública), y encuentra su momento más alto en el Estado. Desde este punto de vista, el error liberal sería identificar la verdad última de la sociedad con su punto más bajo, lo que los lleva a pensar toda relación como un contrato mercantil. Para Hobbes y Locke, el Estado es un contrato. Del mismo modo, y de vuelta a la familia, vemos que, en Estados Unidos, antes de que se produzca una relación sexual, debe existir un contrato, de modo que, si éste falta, se produciría una violencia sexual. Dado que todo se trata de reducir al contrato privado, tanto el Estado como la familia, la religión y la conciencia infeliz burguesa son elementos de resistencia, y hoy es preciso acudir a todos ellos contra un capitalismo totalmente nihilista. De nuevo, aquí se aprecia el juego conjunto entre la derecha del dinero y la izquierda del disfraz en la crítica de todos estos elementos.
Reivindicas la necesidad de una alianza entre la moral burguesa y la solidaridad obrera frente al águila liberal, con su ala izquierda y derecha. Esta idea recuerda al lema que has empleado en diversas ocasiones de ideas de izquierda y valores de derecha. Sin embargo, hay autores, como tu compatriota Augusto del Noce, que han situado al marxismo como la culminación del proyecto filosófico moderno caracterizado por el racionalismo. Desde este punto de vista, ¿existe un choque entre las ideas de izquierda y los valores de derecha?
Creo que el pensamiento de Marx, al que considero junto al de Hegel, Fichte y Spinoza el punto más elevado de conciencia de la modernidad filosófica, contiene algunos errores, respecto de los cuales lo mejor es corregirlos volviendo a Hegel. A mi modo de ver, los errores filosóficos de Marx son haber pensado en el fin de la religión, que es una forma del espíritu absoluto que, como el arte y la filosofía, existirán siempre; haber pensado en el fin de la filosofía —si bien, en esto, afortunadamente, Marx se contradice, porque sigue siendo un filósofo a pesar de ello (y un filósofo idealista, al fin y al cabo)—; haber pensado en el fin del Estado, en la idea de que éste sería superado de algún modo, y, por fin, haber pensado, sobre todo Engels, que la familia podría ser superada. De hecho, si bien Marx puede ser incorporado, en una versión descafeinada, en la globalización neoliberal para la defensa de algunos asuntos (por ejemplo, Jacques Attali escribió un libro en que celebraba a Marx como teórico de la globalización), e incluso algunos lo podrían celebrar desde un punto de vista neoliberal para la crítica de la religión, Hegel es, de todos, el autor menos asimilable al capitalismo. Los autores que defienden el capitalismo odian a Hegel, porque es el autor de la verdad y la historicidad, el espíritu y el tiempo, el teórico de la familia, la sociedad civil y el Estado como entes comunitarios, el pensador que ha empleado la forma-Estado como lugar de la eticidad.
De todos modos, el comunismo del siglo XX nunca practicó el fin de la familia. Como muestro en el libro, en las imágenes propagandísticas del Partido Comunista Francés se decía Vota comunista, defiende la familia, y lo mismo ocurría en Italia. El proletariado es la clase que tiene prole, descendencia. La crítica que realiza Marx a la burguesía en El Manifiesto del Partido Comunista es que dice defender la familia, pero luego la niega de hecho mediante al adulterio y prácticas libertinas, hedonistas o cuasi consumistas. Por tanto, el comunismo jamás ha negado la familia, sino que es el capitalismo el que la niega. En definitiva, las tesis de Del Noce explican sólo en parte el problema fundamental. Otra cosa, naturalmente, es lo que ocurre con la izquierda arcoíris o izquierda fucsia, que nada tiene que ver con Marx o Gramsci, sino que se trata de un fenómeno de modernización liberal total que conecta con otros autores, como Habermas o Rawls, y supone un proceso de adaptación de la izquierda al capitalismo. Por tanto, podríamos decir que la izquierda fucsia es lo contrario de la izquierda roja. Esta última representa la defensa del siervo contra el amo; sin embargo, la izquierda fucsia es para los amos.
Has hablado de la división entre izquierda y derecha como un baile entre dos camareros con idéntico empleador. Sin embargo, la división entre izquierda y derecha, aunque se haya desdibujado en el plano propiamente político, parece mantener alguna vigencia sociológica, cultural, y también discursiva. Entonces, ¿no podrían tus tesis ser fácilmente empleables por una derecha no liberal que sostuviera una antropología tradicional y diese un giro en lo social?
Sobre esta cuestión, no estoy afectado por lo que en el libro llamo la agorafobia intelectual, el miedo de andar a campo abierto. Muchos intelectuales sienten miedo de desprenderse de las viejas categorías, pero creo que es necesario hacerlo cuando éstas no permiten comprender la realidad en la que estamos, como ocurre con las categorías de izquierda y derecha. Se trata de conceptos que han tenido una gran importancia en la modernidad, en la que yo me habría considerado de izquierdas, pero que ya no tienen sentido porque son, de hecho, coincidentes en el neoliberalismo y porque vivimos en una realidad postnacional y postdemocrática, de modo que desaparece el fundamento que les daba sentido. Por ende, la izquierda y la derecha asimilan la misma visión del mundo, conformada por un mercado soberano, atlantismo imperialista, individualismo antropológico, nihilismo relativista metafísico y neoliberalismo económico. Por tanto, no debemos tener miedo de tomar otros caminos y pensar con otras categorías. Personalmente, me reclamo de ideas revolucionarias en política y economía y conservadoras en los valores y la ética, porque hoy el capitalismo es exactamente lo contrario. Hoy, la dicotomía no se da entre izquierda y derecha, sino entre arriba y abajo: por un lado, los señores globales financieros y, por otro, los siervos nacional-populares, las clases medias y trabajadoras. Esta es la nueva geografía vertical de la política.
La derecha y la izquierda representan ese arriba, como un partido único neoliberal que se presenta como pluralista, pero no lo es. En las dictaduras, como la franquista en España, había un partido único, puesto que los demás eran ilegales; en el neoliberalismo, existen muchos partidos, pero todos ellos son neoliberales de modo que, gane quien gane, gana el neoliberalismo. El problema es que los de abajo no están representados por ninguno, por lo que es necesario elaborar una filosofía política de los de abajo y para los de abajo. Mi maestro, Costanzo Preve, decía que las categorías de izquierda y derecha no sólo no permiten comprender la globalización capitalista, sino que se emplean a propósito para que no se pueda comprender, produciendo dicotomías ficticias: migrantes y autóctonos, blancos y negros, hombres y mujeres, homosexuales y heterosexuales, veganos y carnívoros, de modo que no se vea la distinción entre arriba y abajo, siervos y señores. Debemos volver a este conflicto, y esta es la cuestión fundamental de nuestro tiempo.