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G. K. Chesterton, ante un grupo de periodistas.

La oronda figura del orador es un poema en movimiento. Se balancea como un planeta y agita los papeles que tiene en la mano mientras se ríe de su última ocurrencia. Chesterton -no es otro el conferenciante- parodia desde el atril a esa reducida plutocracia que, poco a poco, se está adueñando de la economía de Inglaterra.

Grandes fábricas que emplean a miles de proletarios por un jornal de miseria. Grandes latifundios que absorben las granjas familiares y se expanden como una mancha de aceite. Grandes cadenas comerciales que obligan a cerrar al pequeño comercio y acaban ofreciendo productos de mala calidad.

«No se concibe una sociedad capitalista en la que la mayoría no tienen nada y solo haya dos o tres que tengan capital -dice Chesterton-. Igual que no se concibe una comunidad de hombres casados donde todos sean solteros menos dos o tres que tienen un harén en su casa».

Poco después, los socialistas tampoco se libran de sus dardos por ofrecer remedios que son peor que la enfermedad. Los ingleses ya son mayorcitos para tomar decisiones sin necesidad de que ni los burócratas ni los supuestos expertos les digan cómo tienen que vivir. El público aplaude con fervor cada pulla y cada toque de genialidad de Chesterton. Es viernes noche. Estamos en The Devereux Inn y el barullo de fondo lo arman los jóvenes de la Liga Distributista. Un batiburrillo de fabianos y socialistas desencantados que se han hermanado con los conservadores y tradicionalistas que tenía mayor conciencia social.

Los fundamentos del movimiento

Hillaire Belloc.

A continuación, Chesterton desgrana las ideas principales de su movimiento. Un proyecto inspirado en la doctrina social católica, pero abierto a personas de todas las confesiones. La palabra distributismo proviene de la idea de que un orden social justo puede lograrse a través de una distribución mucho más amplia de la propiedad. Distributismo significa una sociedad de propietarios. Significa que la propiedad debería pertenecer a muchos en lugar de a unos pocos. En el socialismo todos los bienes de producción están en manos del Estado y en el capitalismo se tiende al oligopolio y al monopolio. De ahí la necesidad de encontrar una tercera vía que supere estos dos sistemas. Y, según proclama Chesterton desde la tribuna, la solución solo puede pasar por volver a poner a la familia en el centro de la sociedad, favorecer que una gran mayoría tenga acceso a la propiedad privada y fomentar el localismo, la máxima participación de la gente y la mínima intervención del Estado.

En un rincón de la sala, alejado del bullicio, su compañero de fatigas, Hillaire Belloc, permanece ensimismado en sus pensamientos. Medita las palabras del Papa León XIII en su encíclica Rerum novarum y busca la forma de llevarlas a la práctica: «La ley debe favorecer la propiedad y su política debería ser promover que cuanta más gente posible se convierta en propietario. De esto se derivarán muchos beneficios y, en primer lugar, la propiedad estará sin duda repartida más equitativamente…».

«Somos pocos y ellos son muy poderosos. ¡Es una locura!» grita desde el fondo un estudiante despeinado que no debe tener más de 20 años. «¿Cómo podemos vencer?».

Una buena idea en un mal momento histórico

De repente, se hace el silencio en la sala y todos los ojos se vuelven hacia Chesterton para esperar una respuesta: «La aventura podrá ser loca, pero el aventurero, para llevarla a cabo ha de ser cuerdo».

El público celebra la paradoja y lanzan los sombreros al aire. Después de la alocución, los distributistas bajan las escaleras y se funden con el resto de la parroquia. Ahí le siguen pintas bien cargadas de cerveza, canciones y chistes. La alegría y las ganas de disfrutar de las cosas sencillas formaban parte del estilo que Chesterton quería dar a su movimiento. Por eso, a medida que avance la noche y se vacíen los barriles, esos aventureros estarán cada vez menos cuerdos.

Los acontecimientos del mundo irán en contra de la causa del distributismo. La idea era buena, pero, probablemente, el momento histórico en que nació no era el más propicio para su propagación. Pocos años después de la muerte de Chesterton se desatará la Segunda Guerra Mundial y de ella surgirá un mapa dividido en dos grandes bloques enfrentados a muerte. Este no será el mejor contexto para las terceras vías. Cualquier propuesta para reformar el capitalismo quedará pospuesto. En esa coyuntura, todo Occidente se vuelca en combatir ideológicamente al comunismo. Tanto fuera como dentro de nuestras fronteras. Apenas queda espacio para la autocrítica mientras haya un enemigo al frente. El distributismo entra en una fase de hibernación, preservado por un reducido grupo de académicos decididos a  mantener vivo el legado de Chesterton y Belloc.

El renacimiento del distributismo

Probablemente, el único hecho digno de mención se produce en Australia. Allí la corriente católica del partido laborista se escinde para denunciar la infiltración que sufre la organización por parte del comunismo. El nuevo partido, el Democratic Labour Party, se posiciona más allá de la izquierda y la derecha y se declara abiertamente distributista. En esos años convulsos, el partido mantiene un nutrido grupo de diputados para luego caer en la irrelevancia. En las dos últimas décadas, el Democratic Labour Party ha vuelto a obtener un puñado de representantes tanto a nivel municipal como en el parlamento de un par de Estados.

E. F. Shumacher.

El renacimiento del distributismo se produce en los años 70, en la cultura de la izquierda alternativa. La publicación de ‘Lo pequeño es hermoso’ de E.F. Schumacher, supuso una auténtica conmoción que redefinió el debate social y económico de la época. Schumacher había sido profesor en Columbia y Oxford y en ese momento era el economista jefe de la Britain’s Coal Board en una época en la que la minería seguía siendo la mayor industria del país. Este economista aboga abiertamente por un modelo económico en el que las necesidades reales de la gente sean el centro. Para ello, propugna la necesidad de abandonar el gigantismo, volver a la economía local, respetar el medioambiente y desarrollar una tecnología con rostro humano. Schumacher opta por impulsar empresas que respeten una proporción humana.

Schumacher venía rebotado del marxismo, pasó por una época de deslumbramiento budista y acabó convirtiéndose al catolicismo en la recta final de su vida. Durante mucho tiempo estuvo buscando una alternativa radical y, a la vez, realista a un modelo de economía que no acababa de ser beneficiosa para la mayoría de las personas. En un determinado momento, alguien le recomendó que leyera las encíclicas papales. Lo hizo. Y su visión de la economía y de la sociedad no volvió a ser la misma. Según relata un amigo suyo, Schumacher dijo: «Ahí estaban esos célibes viviendo en una torre de marfil (…) ¿Cómo podían decir cosas con tanto sentido cuando todos los demás estaban diciendo tonterías?».

La pequeñez dentro de la grandeza

Si bien Chesterton y Belloc eran hombres de letras, Schumacher era un economista. Él era consciente de que, en algunas actividades, la economía requiere organizaciones grandes para poder prestar correctamente el servicio. Para estas situaciones Schumacher crea la idea de la pequeñez dentro de la grandeza. Él concibe las organizaciones grandes como un conjunto armónico de unidades más pequeñas dotadas de la mayor autonomía posible. Para ello recurre al principio de subsidiariedad que encuentra… en la encíclica papal Quadragesimo Anno, de Pío XI.

De esta manera, Schumacher lleva el distributismo a una nueva fase y demuestra que este modelo es viable en el mundo de hoy. Este esquema de organización descentralizada es el que implanta en el National Board. O el que seguía la Corporación Mondragón desde 1956, cuando fue fundada por el padre José María Arizmendiarrieta. Este sacerdote buscó una forma práctica de poner en acción la doctrina social de la Iglesia y generar prosperidad en una región empobrecida por la guerra civil. Actualmente, la Corporación Mondragón está integrada por 100 cooperativas autónomas e independientes y constituye el primer grupo empresarial vasco y el décimo de España.

Lo pequeño es hermoso fue un best-seller del New York Times y la revista Time lo calificó como la Eco-Biblia. Es gracioso pensar que, durante varios años, millones de hippies y eco-warriors de todo el mundo durmieron con un ensayo inspirado en el pensamiento de los Papas de Roma en su mesita de noche.

Desde las CUP hasa el National Front

El distributismo sigue desplegando sus efectos en la política de hoy. Es una voz todavía pequeña pero emergente. Esta corriente influye en formaciones de todo el arco político. El pasado mes de diciembre, la Fundación Joan Maragall organizó una presentación de un libro sobre el pensamiento social de Chesterton. En ella, David Fernàndez, uno de los líderes más significados de las CUP, se declaró admirador del escritor británico. De él destacó la transversalidad de su pensamiento, su defensa de lo local y su denuncia de los excesos del capitalismo por medio de una «crítica revolucionaria y a la vez conservadora». Y es que algunas políticas de las CUP son perfectamente coherentes con el distributismo: su concepción de la política basada en el municipalismo, el fomento de las cooperativas y la promoción desde los ayuntamientos de los productos de proximidad.

Joseph Pearce.

En el otro extremo del arco político, Joseph Pearce nos cuenta que los líderes del National Front británico solían llevar los libros de Chesterton bajo el brazo. En ellos buscaban fórmulas de cuño inglés para proteger a los trabajadores tanto del nuevo socialismo como del radicalismo de mercado. Pearce era un joven neonazi, el ojito derecho de Nick Griffin. Acabó con los huesos en la cárcel por un par de soflamas subidas de tono en Bulldog, la revista de las juventudes del partido. En la soledad de su celda profundizó en el pensamiento de Chesterton, se convirtió al catolicismo y ahora es un académico en Estados Unidos y uno de los neodistributistas más activos.

Las semillas de Chesterton florecen en los lugares más insospechados. En la política mainstream también. No es ningún secreto que los democristianos de Unió Democràtica de Catalunya siempre han tenido las obras de Chesterton en un lugar destacado y parece ser que las leían cuando no estaban demasiado ocupados aupando a los miembros de la familia Pujol o sus delfines.

También el Estados Unidos

También en el mismísimo Partido Republicano estadounidense. Hace unos años, Ross Douthat, columnista del New York Times, escribió un ensayo llamado ‘Grand New Party’ en el que sugería una estrategia para que los azules recuperaran a la clase trabajadora. En su opinión, el partido conservador estaba demasiado volcado en la defensa de los mercados y las grandes corporaciones. Entre otras cosas, Douthat abogaba por bajar de marcha en una economía cimentada en el consumismo, el endeudamiento de las clases medias, el crecimiento a toda costa y el dispendio energético para volver a economías más locales, frenar la deslocalización de empresa y dar un nuevo vigor a los vínculos comunitarios. Por si alguien no lo había pillado, el periodista tuiteó sin ningún tapujo que su propuesta se enmarcaba «en la tradición del distributismo».

Sin embargo, los jerarcas de Washington no hicieron mucho caso a los consejos de Douthat y poco tiempo después un ‘outsider’ lenguaraz llamado Donald Trump llegó a lomos, precisamente, de la clase trabajadora y tomó las riendas del partido. La propuesta de Douthat fue una oportunidad perdida.

Pero donde ha vuelto a resonar fuerte, otra vez, la voz política de Chesterton es en la Inglaterra actual. Escuchémosla.

La Gran Sociedad

David Cameron, durante su discurso en Liverpool en 2010.

Liverpool. Julio de 2010. Mitin del Partido Consevador. El público escucha con estupefacción las palabras de David Cameron. Una mujer pecosa y pelirroja no sale de su asombro. ¿Realmente Cameron ha dicho eso?

El líder de los tories expone su nuevo proyecto para volver a atraer a amplias mayorías. Las iniciativas que defiende incluyen la compra local de un pub rural, esfuerzos para reclutar voluntarios para mantener abiertos los museos, apoyo para acelerar el suministro de banda ancha y otorgar a los residentes más poder sobre el gasto del ayuntamiento.

Cameron afirma que el talento y la iniciativa personal de los funcionarios se estaba desperdiciando. En su opinión, un Gobierno excesivamente centralizado como el que tenía Inglaterra había convertido a los trabajadores del sector público en «títeres cansados ​​y desilusionados de los objetivos del Gobierno».

Su proyecto, llamado la Gran Sociedad (por contraposición al Gran Gobierno) está llamado a suponer «la mayor y más dramática redistribución del poder de las elites en Whitehall al hombre y la mujer en la calle».

¿Ha dicho eso? Vuelven a preguntar la mujer pelirroja con la mirada.

Cameron se viene arriba. Quiere otorgar a los consejos locales y a los barrios más poder para tomar decisiones. “Los ciudadanos -proclama- deben tomar el control de las iniciativas locales con el apoyo del Gobierno municipal”.

«Ahora, los radicales somos nosotros»

Pocos meses después, en el congreso del partido en Birmingham, Cameron insistirá en su revuelta municipal y antiburocrática. «Ahora, los radicales somos nosotros», dirá a una atónita militancia tory.

¿Quién estaba detrás del nuevo relato de David Cameron?

Digámoslo claramente: el autor intellectual es Phillip Blond (Liverpool, 1966). Blond era un modesto profesor anglicano de Filosofía y Teología en la campiña, pero sus artículos de opinión comenzaron a ser recogidos por el círculo de confianza de David Cameron. Poco a poco su visión política fue permeando el laboratorio de ideas del Partido Conservador y el académico fue ganándose una fama merecida en los corrillos londinenses.

Blond pasó al estrellato gracias al artículo ‘The rise of the Red Tory’ aparecido en la revista Prospect. Fue etiquetado como el «rey filósofo» de Cameron y su foto empezó a ser habitual en los periódicos. El joven de 43 años dejó sus clases y se instaló en Londres para organizar una revolución cultural. Creó el think tank ResPublica para proporcionar munición ideológica a Cameron y los suyos. A partir de ese momento, no había conferencia, seminario o cena de la cúpula conservadora que no requiriera su presencia.

Según su propia página web, las ideas del think tank se basan en principios que van más allá de la dicotomía política actual de izquierda y derecha y se centran en la búsqueda del bien común.

Devolver el poder a la sociedad

Phillip Blond.

Tal y como él mismo reconoce, el proyecto de Blond está influenciado por Chesterton, Belloc y Schumacher. En su opinión, el contexto actual es idóneo para el distributismo, ya que la gente está cansada de la economía de casino pero sigue desconfiando del socialismo. Blond aboga por una tercera vía conservadora, para devolver el poder a la sociedad. Agrupó y sintetizó su pensamiento en el libro ‘Red Tory’, publicado en 2011.

Blond tiene una biografía interesante. Sus padres se separaron cuando él tenía 16 años. Su padre era un pintor y les dio la típica educación progresista de los 60. En los 80 fue un adolescente de izquierdas. Creció con el resentimiento hacia Tatcher y los conservadores, a quienes creía que solo les importaba el dinero y el poder. Él simpatizaba con el socialismo, más orientado a la justicia social. Pero, en un determinado momento, se dio cuenta de que todos sus amigos de izquierdas creían en lo mismo que los thatcherianos: «Elección ilimitada y libertad personal sin restricciones». Mientras unos aplicaban este principio en el mercado, los otros lo hacían en sus relaciones sociales.

«Lo que la izquierda no puede ver y no puede captar es que su libertarismo cultural y social es la condición previa para el libertarismo económico”.

Un discurso transversal

Blond defiende un conservadurismo social (de ahí lo de tory rojo). Reivindica el fortalecimiento de las comunidades y las economías locales, el fin del expolio de las clases medias, la redistribución de la carga impositiva y la restauración de la familia nuclear. El Gobierno central también tiene su papel, pero se limita a la construcción de infraestructura y garantías básicas como educación y sanidad.

Bajo esta óptica es posible que los socialistas desengañados y los conservadores con conciencia social puedan tomarse de nuevo juntos unas pintas como las que se tomaban hace un siglo sus antepasados en The Devereux Inn.

El discurso transversal de Blond permitió a Cameron ganar las elecciones en el año 2010 y repetir en 2015. Todo le iba bien hasta que decidió jugar a la ruleta rusa con el referéndum del Brexit.

En la actualidad, Blond sigue con su cruzada a favor del distributismo. En su tour por Estados Unidos ha recibido elogios tanto de destacadas personalidades de la izquierda como de la derecha. Para él Occupy Wall Street y el Tea Party son esencialmente expresiones diferentes del mismo fenómeno. Los dos grupos están cabreados con la concentración de poder. Unos aciertan al denunciar el gran poder que está en manos de las altas finanzas y los otros al denunciar el gran poder que mantiene Washington. Sin embargo, sus análisis son tuertos y, por tanto, insatisfactorios para el hombre común. Y aquí es donde el distributismo tiene una oportunidad:

«Es el momento de este tipo de pensamiento: la derecha es exclusivamente pro-mercado y la izquierda prohíbe todo menos el Estado. Ya no son posiciones sostenibles».

Tal vez, ahora sí, haya llegado el momento de los aventureros cuerdos.