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Algunas de las mentes más brillantes que han iluminado al mundo de parte de la Iglesia lo han hecho en el terreno de la apologética. Sin ir más lejos, cabe pensar en aquella espléndida sucesión de escritores británicos, muchos de ellos conversos, que fueron pasándose la antorcha de la fe desde los albores de la Inglaterra victoriana hasta el segundo tercio del siglo XX. Hablamos naturalmente de los Newman, Chesterton, Tolkien y Lewis, por citar sólo a algunos.

Santo Tomás de Aquino

Pero, si se analiza con cuidado, ¿acaso no puede incluirse en esa nómina de apologetas a Santo Tomás de Aquino? A estas alturas, sin duda más de un lector habrá arqueado la ceja y rechace la idea de incluir a los autores británicos arriba citados en compañía del Doctor Angélico, gigante del pensamiento.

No obstante, sin pretender restar un ápice a la profundidad del pensamiento teológico de Tomás, lo cierto es que el dominico estructura sus escritos con un esquema muy apologético. Así, el Doctor de la Iglesia expone su visión sobre Dios y el mundo dando respuesta a una serie de objeciones, que bien podrían asemejarse a una discusión con quien no está de acuerdo con sus tesis.

Por ilustrar brevemente este último punto, cabe citar el momento de la Suma en que Tomás habla de la existencia de Dios. Para ello expone objeciones como que, si Dios efectivamente existiera, el mal no tendría cabida en el mundo. El Doctor Angélico termina respondiendo a la cuestión con sus célebres cinco vías.

Les haya o no convencido de la posible equiparación entre el Aquinate y los Newman y compañía, la mención a la altura intelectual de Santo Tomás me sirve para introducir el paradigma siguiente: la defensa y la propagación de la fe no deben basarse en rebajar la enorme riqueza del pensamiento cristiano, fruto del legado de una tradición milenaria.

De hecho, podría argumentarse que una de las principales ventajas que ostenta el catolicismo sobre otras confesiones cristianas u otras religiones para moverse en el mundo de hoy es precisamente la armonización que propone entre fe y razón. Un abandono del pensamiento en favor, por ejemplo, del emotivismo supondría para la Iglesia la renuncia a una de sus mejores armas.

El problema de idiotizar la fe

Y es que en efecto el catolicismo se enfrenta desde hace varias décadas a la tentación de diluir las altas cuotas de pensamiento alcanzadas por los Padres, los escolásticos y los teólogos en pro de una mayor difusión de la fe. Como veremos, nada más desacertado.

El obispo Robert E. Barron (fuente: The Dialog)

Para hablar de esto déjenme que saque a colación un milagro del siglo XXI. En abril de este mismo año, el pensador Jordan Peterson, autor del superventas 12 reglas para la vida: un antídoto al caos, invitó a su popular podcast a Robert E. Barron, obispo auxiliar de Los Ángeles y probablemente el mayor apologeta del panorama actual en internet. Digo que fue un milagro porque la charla, que les recomiendo encarecidamente, acumula casi un millón de visualizaciones siendo una conversación de casi dos horas de duración y de una altura intelectual que parece más adecuada para un debate de la Oxford Union que para YouTube.

El caso es que en un momento del diálogo, Peterson le pregunta a Barron por su opinión sobre la incapacidad de la Iglesia —añado yo que con honrosas excepciones— para atraer a los jóvenes. El prelado contesta remontándose a sus años de juventud, en los setenta, y explica que en aquella época la presunción que dominaba la pastoral de la Iglesia era la necesidad de presentar la fe de la forma “más fácil posible” para que los fieles no “huyeran”.

Así, Barron cuenta que a él le formaron en una catolicismo muy diluido intelectualmente (“dumbed down”), que se sustentaba en —observen la semejanza con la actual asignatura de Religión— “pancartas, globos y collages”. El obispo llega a decir que sus compañeros de clase y él mismo veían la Lengua, la Ciencia y las Matemáticas como las “asignaturas serias”, mientras que la Religión quedaba relegada con la Gimnasia o las Artes plásticas.

El obispo termina diciendo que, después de todo ese proceso de rebajamiento intelectual, la Iglesia trató, “de forma bastante patética”, de ser en la sociedad lo más relevante posible. Y, oh sorpresa, aquello no salió bien.

Imitar a los profesionales del ateísmo

Es entonces cuando Barron aplica un principio muy evangélico, eso de que “los hijos de este mundo son más sagaces en lo suyo que los hijos de la luz” (Lc 16, 8). El obispo se refiere a tres de los máximos exponentes del llamado Nuevo Ateísmo, Richard Dawkins, Chritopher Hitchens y Sam Harris, y subraya que estos no han atraído a los jóvenes hacia el rechazo de Dios a base de abrazos, sino de argumentos (“they didn’t hug them into atheism, they argued them into atheism”).

Barron se aplicó el cuento desde el primer momento en que comenzó su actividad evangelizadora en internet. Abrió su canal en 2007, cuando YouTube apenas era un embrión del mastodonte que es hoy en día, y le llegaron numerosos consejos de que expusiese los asuntos relacionados con la fe de la forma más sencilla posible. El hoy obispo no hizo caso y los resultados hablan por sí solos: su canal acumula decenas de millones de visitas, cientos de miles le siguen en redes sociales y ha producido varias series documentales sobre distintos aspectos relacionados con el cristianismo. Todo ello sin renunciar a toda la profundidad del Magisterio y la Tradición católicas.

Así pues, si la Iglesia quiere volver a marcar el discurso en este mundo líquido y hambriento de verdad, no tiene más que desempolvar su tradición. No es cuestión de recitar de memoria puntos del Catecismo o artículos de la Suma, pero sí de que pastores y fieles se formen y no tengan miedo de elevar el tono de la conversación. Como decía un santo reciente, “a los hombres, como a los peces, hay que cogerlos por la cabeza”.

Afortunadamente, mentes más maduras y preclaras ya han detectado en tiempos recientes esta necesidad. Hablo de la discusión —en el sentido anglosajón de la palabra— abierta a raíz del artículo de Diego S. Garrocho en El Mundo sobre dónde están los intelectuales cristianos y que continuaron Miguel Ángel Quintana Paz, Ricardo Calleja, José María Torralba o Santiago Fernández-Gubieda, entre otros.

Por cierto, el héroe intelectual del obispo Barron es Santo Tomás de Aquino, hasta el punto de que su lema episcopal es una frase del Doctor Angélico, “Non nisi te, Domine”. La cita se le atribuye a Tomás en un momento en que hacía oración y se le apareció el mismo Cristo diciéndole: “Tomás, has escrito bien de Mí. ¿Qué recompensa quieres?”. “Nada, sino a Ti, Señor”, respondió Tomás.