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Mi propósito inicial era hacer una crónica puntual del congreso «El conservatismo hoy: la defensa de las libertades, las tradiciones y la cultura», organizado por CEU-CEFAS y celebrado en el Colegio Mayor San Pablo de Madrid el 20 y el 21 de octubre. Sin embargo, en perfecta consonancia con el espíritu del conservadurismo, mi propósito pudo ser estupendo, provechoso y pertinente, pero no es original, ni por asomo. Ya se han escrito excelentes crónicas: José María Sánchez Galera para El Debate o Pablo Mariñoso para La Gaceta o Jorge Vilches en The Objective, entre otros.

Dispensado del deber del cronista gracias al trabajo en equipo que conlleva un espíritu verdaderamente conservador, voy a repasar las líneas de fuerza que tuvo el congreso. Contra lo que suele ser habitual, las mesas redondas rodaron alrededor del tema propuesto, las preguntas del público sumaron y las conferencias dieron profundidad y perspectivas. Hubo en los dos días una espontánea sincronización que hizo del encuentro mucho más que una reunión al uso de intelectuales. En el ambiente flotaba el aire de confirmación de una corriente. Yo voy a seguir esas líneas de fuerza saltando desordenadamente de unas intervenciones a otras. Para reconstruir el orden cronológico de las intervenciones, aquí está el programa.

Despertar conservador

Gregorio Luri cerraba la conferencia de apertura preguntándonos a los conservadores, a la vista de la contribución conservadora a la historia de España: «¿Por qué no nos queremos más?» Pregunta pertinente, a la que la misma convocatoria del congreso respondía en parte. La primera línea continua del congreso fue una sorprendente alegría de reconocerse y quererse. Venía precedida de la publicación en los últimos tiempos de libros ad hoc, empezando por La imaginación conservadora (2019) del mismo Luri y este mismo año de gracia de 2023 nada menos que el sistemático estudio histórico sobre la derecha en España de Pedro Carlos González Cuevas, el erudito y divertido Los conservadores y la revolución de Álvaro Delgado-Gal y el libro colectivo y combativo coordinado por la revista Centinela El conservadurismo es el nuevo punk. Se ve que el tema viene pegando fuerte.

Domingo González, profesor del CEU, se congratuló de estar en este congreso y volvió la vista atrás. Los jóvenes no entenderán nuestra alegría, porque «no han vivido 40 años de desierto intelectual como hemos vivido nosotros». En la ponencia de clausura, Higinio Marín subrayó la misma sorpresa de que se celebrase un congreso sobre el conservadurismo, sin ambages, subterfugios ni complejos. Sin necesidad de jugar al contraataque haciendo una crítica del pensamiento progresista, sino de una forma propositiva y directa.

Un cambio de tendencia

El llamado «sinestrismo», explicó el profesor Domingo González, ha hecho que el arco ideológico fuese siempre hacia la izquierda, desplazando hacia la derecha partidos que originariamente fueron de centro o de izquierda. Esto ha cambiado porque el baño de realidad es terrible. Esta época puede definirse como «el crepúsculo de los ídolos progresistas». Se impone en toda Europa un movimiento dextrógiro, motivado, sobre todo, porque las políticas cada vez más izquierdistas han tocado el tope del sentido común.

Con este análisis coincide el del profesor Elio Gallego, organizador del congreso. Realizó unas calas profundas tanto en el espíritu como en el tiempo. Desde la Revolución Francesa, en efecto, ha triunfado el movimiento sinestrista, que España recoge en las Cortes de Cádiz. El allí llamado partido Liberal se descompone enseguida en el Partido Revolucionario, el Partido Progresista y el Partido Moderado. Con unos nombres u otros, estos tres partidos han existido en nuestras sucesivas democracias y hoy están representados por Sumar o Podemos, por el PSOE y, en lo llamado Moderado, por el PP. Éste conlleva un problema o distorsión que ya explicó Jaime Balmes: la masa social del Partido Moderando no es distinta de los que no son hijos de la revolución, aunque la cúpula sí es consciente de su origen. Elio Gallego confía en la parábola del hijo pródigo, esto es, que la sociedad vea el empobrecimiento material y moral que le ha producido malgastar la herencia del cristianismo lejos de la casa del padre. El cambio de tendencia, por tanto, se producirá con el choque con la realidad. Y entonces podremos vivir lo que Homero en frase bellísima describió como «la luz del regreso». La realidad está de nuestra parte.

En la propia experiencia de Ana Iris Simón se refleja biográficamente ese cambio de tendencia, al que ella sabe sacar provecho. Su mirada de ex urbanita progre le permite entender mejor los encantos de la vida en el pueblo y con los ritmos perdidos. Ana Iris es un ejemplo brillante de la luz del regreso.

El pío de la unidad

Junto a la celebración del conservadurismo y el cambio de tendencia, otra línea de cohesión de las jornadas fueron las llamadas a la unidad de acción. Brilló por su ausencia el consabido y cansino debate sobre la idoneidad de la etiqueta del «Conservadurismo». Miguel Ángel Quintana Paz denunció la falsedad de esa caricatura de que el conservadurismo consista en conservar las innovaciones del progresismo. No es ese el conservadurismo que se reconoce y celebra a sí mismo, sino un triste comparsa del progresismo en el que nadie se reconocía.

Sí se habló a menudo del conservadurismo como el común denominador que recoge el pensamiento que reacciona contra los dogmas del progresismo imperante, permitiendo mucha libertad de matiz en su interior. Incluso Rodríguez Braun hizo un canto a la unidad del liberalismo con el conservadurismo. Se citaron, por unos y por otros, a pensadores reaccionarios, tradicionalistas, carlistas, populistas, demócratas cristianos, etc. Toda la gama de matices podría acoplarse a una labor que se considera urgente.

La conversación –esencia del conservadurismo, según Scruton– fue constantemente invocada. Sebastian Morello, por ejemplo, no habló de la ciudad frente al campo, sino de una reconciliación tras un divorcio de siglos, que beneficiará a ambos. Aurora Pimentel, en ese movimiento abarcador, recogió el problema de la natalidad, más urgente, si cabe, en la España rural y provincial, pero en todas partes igual. Otro ejemplo más de lo que fue un estribillo: Mario Fantini, que habló sobre el conservadurismo en los medios, insistió en que no hay una sola solución, sino que el conservadurismo debe conjugar todos los medios de comunicación, desde pequeñas revistas libres, como Centinela, hasta la presencia en los grandes canales informativos. Cada medio tiene sus peligros, pero todos tienen sus virtudes. Lo importante es establecer redes de contactos y apoyos mutuos y dejar que cada cual dé la batalla de las ideas según sus talentos y vocaciones.

Tanto Gregorio Luri al principio como Higinio Marín en la clausura coincidieron en destacar que la modestia del pensamiento conservador, su condición de posición menos o nada dogmática, permite aunar a muchos. Marín destacó su saberse un pensamiento relativo. Yo mismo, que también hablé un poco en una mesa redonda, puse un ejemplo más frívolo y vitivinícola. El conservadurismo sería como la denominación de origen y cada sesgo ideológico —tradicionalistas, reaccionarios, güelfos blancos, populistas…— los pagos o las viñas concretas o las distintas marcas registradas. Todas las etiquetas tienen un valor –unas más que otras, pero ninguna es mala–, y todas se acogen a ese marco abarcador.

Para mayor unidad, Guillermo Graíño defendió que ya no existe una excepcionalidad ibérica. Coincidió en que vivimos un «momento dulce del conservatismo por el paroxismo del progresismo que se ha alienado del sentido común». Paradójicamente –ya lo había señalado Luri en la sesión inaugural– el conservador argumenta contra el statu quo. El conservadurismo es la nueva heterodoxia.

Rodrigo Ballester coincide y cree que, a pesar de las diferencias que existen entre los distintos conservadurismos europeos, se pueden constatar seis puntos de vital importancia sobre los que articular una unidad creciente. Son: 1) La lucha contra la inmigración ilegal; 2) la natalidad; 3) el antiwokismo; 4) la defensa de la inocencia de los niños; 5) la soberanía y 6) la defensa de la subsidiaridad. Ricardo Calleja detecta las diferencias entre distintos conservadurismos («cinco tentaciones conservadoras» las llamó él) pero incide en la búsqueda de tres denominadores comunes, tres: la importancia de las relaciones, priorizar la cordialidad (hacia afuera y hacia dentro) y fomentar la creatividad celebrativa: «Pasar de la defensa de los derechos a la celebración de los bienes».

Este pío de la unidad inspiró incluso un cántico o poema a Ballester, que habría hecho las delicias de G. K. Chesterton: «Liberal, conservador, nacional o populista,/ no es el momento adecuado de disecar esta lista./ Cuando ruge la amenaza, cuando cunde el desamparo,/ el perfil del compañero, se vuelve mucho más claro.// En medio de la tormenta, una simple letanía:/ arraigado y antiwoke; orgullo y soberanía».

Es la lucha por todo

En la clausura, Higinio Marín, filósofo y rector del CEU-San Pablo, vindicó «el potencial altamente contestario, hasta diría que subversivo, que encierra el conservadurismo». Se construyen en unos equilibrios aristotélicos entre la necesidad de cambio de la humanidad y el anhelo de permanencia del hombre. El conservadurismo hace más falta que nunca porque el progresismo quiere convertirse en un nuevo sentido común, en una nueva cosmovisión.

Rodrigo Ballester había constatado que «se ha superado la era del diagnóstico y ya tenemos [en Europa] leyes concretas, a menudo muy ingeniosas». Esta llamada a la concreción también fue una constante del congreso. Harrison Pitt advirtió que hay que recuperar las raíces concretas, alejándose de ilusiones de asimilaciones artificiales. Aurora Pimentel sostuvo el valor altamente contrarrevolucionario de las vidas corrientes vividas con coherencia. Un paseo por una dehesa hasta llegar a tocar la tapia de un viejo cementerio tiene un hondo significado político. Juan Andrés Oria de Rueda recordó que lo tradicional es lo que mejor cuida del medio ambiente, muchas veces por vericuetos que escapan, en su sutileza, a la mirada analítica y utilitarista de la racionalidad moderna.

El conservadurismo, en palabras de Higinio Marín, gracias al agradecimiento, a la pietas y a la modestia, puede ofrecer a un mundo desorientado un Estado sin estatalismo, una nación sin nacionalismo, lo social sin socialismo, un futuro sin futurismos utópicos y una tradición sin nostalgias.

Si dentro de algunos años hay que señalar un momento en que el conservadurismo salió definitiva, oficial y académicamente del armario en España y se alzó como propuesta unitaria de un amplio movimiento que abarca todas las iniciativas que reaccionan contra un progresismo suicida, será este congreso.