El año 1944 fue decisivo en la historia de los Estados Unidos. Junto a sus aliados militares, las fuerzas armadas estadounidenses iniciaron el avance final sobre el territorio europeo que terminaría con los sueños totalitarios de la Alemania nazi, la Italia fascista y el Japón imperial.
En ese contexto histórico y político, las principales películas de Hollywood estaban convenientemente teñidas por el patriotismo militarista. No suena casual que, entre los diez títulos más taquilleros del año (dirigidos algunos de ellos por vacas sagradas del Séptimo Arte), podamos mencionar largometrajes donde lo castrense ocupa un sitio fundamental.
Aunque todos los filmes producidos en la época describían el esfuerzo aliado como una obra mancomunada en aras de la libertad, el progresivo conocimiento de las masacres y barbaries cometidas por la Unión Soviética en el frente oriental, así como las maniobras sibilinas del autócrata Iósif Stalin (que tenía sus propios planes para la posguerra) y las conveniencias políticas de la Casa Blanca daban entender que la luna de miel entre el gran país del Norte y la Unión Soviética comenzaba a resquebrajarse.
Y en ese escenario, valga la metáfora, el legendario John Wayne (toda una leyenda del cine y, como vimos en su momento, el cowboy por antonomasia), funda la Alianza para la Preservación de los Ideales Estadounidenses (MPA, por sus siglas en inglés). Con una mirada profundamente conservadora, anticomunista y (aunque no suela decirse) antifascista, varias estrellas de Hollywood lo acompañan en el emprendimiento. No hablamos de figuras menores ni anticomunistas furibundos: entre ellas se encuentran Walt Disney, John Ford, Cecil B. DeMille, Gary Cooper, Barbara Stanwyck, Ginger Rogers, King Vidor y hasta un futuro presidente, Ronald Reagan, a quien El Duque apoyaría durante toda su carrera política.
La quincuagésima entrega de los Óscars
Más de treinta años después y durante la quincuagésima entrega de los Premios de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de los Estados Unidos (los célebres Óscar), la actriz Vanessa Redgrave, una de las figuras más relevantes de la izquierda artística estadounidense e impulsora de todas y cada una de las causas del progresismo norteamericano, recibió el Óscar a la Mejor Actriz de Reparto por su papel en Julia, galardón por el cual agradeció a su compañera de reparto (Jane Fonda, otra personera del star system progre) y al director, el venerable Fred Zinnemann. Enardecida, insultó a los productores y magnates del cine, a los que llamó “un puñado de matones sionistas”. Ante un auditorio dividido, Redgrave criticó también al presidente Richard Nixon y al senador Joseph McCarthy, ambos azotes del socialismo vernáculo.
Las cosas no quedarían así. Dos horas después, quien quizá sea uno de los mejores guionistas de la historia del cine, el ácido, contestatario, judío y liberal Paddy Chayevsky (ganador de tres Oscars al Mejor Guión Original), subió, a su vez, al mismo atril que Redgrave había ocupado y respondió tajantemente a sus soflamas: “Estoy harto y cansado de la gente que utiliza la ocasión de los Óscar para la propagación de su agenda política personal (…) Un simple “gracias” sería más que suficiente”. Los vítores y los abucheos escuchados en ambas secuencias demuestran que, al contrario de lo que se cree popularmente, la izquierda quizá no haya ganado del todo la batalla cultural o, al menos, no en el cine.
Algunos de los mejores y más originales creadores del Séptimo Arte (entre los que descollan John Wayne, Clint Eastwood, John Milius, David Mamet, Mel Gibson, o Michael Cimino, entre muchos otros) tienen, con sus matices y el sello personal en cada caso, una mirada alternativa, heredera de la mejor tradición del liberalismo y el conservadurismo estadounidenses, que profundiza en (y rescata) los valores que hicieron grande al país donde el cine se consolidó como una de las “industrias sin chimeneas” más arrolladoras e irresistibles del siglo XX. Alejados de la mirada fácil y la descripción superficial, son aceptados (en muchos casos) a regañadientes y el éxito que supieron conseguir provoca sorpresa en propios y extraños.
La mirada alternativa de Hollywood
El caso de John Frederick Milius (Saint Louis, 1944) es histórico e inusual para un ambiente donde la imagen y la percepción que de uno mismo existe son pilares fundamentales. Guionista, director y productor, jamás le importó el qué dirán y siempre se asumió como un paria de Hollywood. En una de las pocas entrevistas que dio en su vida, Milius lo dejó claro: “Siempre me consideraron un loco. Creo que simplemente me toleran. Históricamente, Hollywood fue hacia la izquierda y yo… en sentido opuesto”. Obeso por elección propia, amante de las armas de fuego y, sin embargo, muy cuidadoso a la hora de hablar de la violencia, Milius escribió los guiones para la saga de Harry el Sucio (protagonizada por Clint Eastwood), así como la versión original de Apocalypse now (luego modificada por Francis Ford Coppola, para disgusto del propio Milius). Dirigió El viento y el león, Conan, el bárbaro y Amanecer rojo, donde imagina una invasión cubano-soviética a los Estados Unidos, resistida por un grupo de intrépidos adolescentes. De apariciones dispares, sus últimos créditos de renombre en Hollywood incluyeron participaciones en el guión de la épica Gerónimo: una leyenda y la vertiginosa Peligro inminente. Todas sus obras como director, vale la pena agregar, son profundos análisis de según qué asuntos inherentes al ser estadounidense: el papel de los Estados Unidos como lo que el presidente Donald Trump llamó “el policía del mundo” en El viento y el león; la ficción fantástico-medieval de Robert E. Howard en Conan, el bárbaro y el miedo a una agresión comunista a los Estados Unidos de la Guerra Fría en Amanecer rojo. Figura indudable del cine de los 70 junto a Francis Ford Coppola, Martin Scorsese, Michael Cimino y siguen las firmas, John Milius continúa siendo un revulsivo para Hollywood.
Hay futbolistas que realizan una carrera brillante en la cantera del club, pero después se marchitan en Primera División, luego de convertir dos o tres goles decisivos o hilvanar jugadas memorables. Algo así sucedió con Michael Cimino (Nueva York, 1939 – Los Ángeles, 2016), una de las promesas más fulgurantes de la cinematografía moderna, con una vibrante aunque breve carrera como director, guionista, productor y escritor. Sus obras más famosas fueron el mejor drama jamás filmado sobre la Guerra de Vietnam y sus efectos en la sociedad estadounidense, El cazador, ganadora del Oscar a la Mejor Película, un policial sobre el crimen organizado que azota el Barrio Chino de Nueva York, Manhattan Sur y una estimable biografía del bandolero e independentista italiano Salvatore Giuliano, El siciliano. A su vez, y como John Milius, escribió el guión original de una de las entregas de Harry el Sucio. Cimino es, quizá, el ejemplo más complejo de la mentalidad conservadora y tradicional que conocemos, ya que critica el militarismo chauvinista de las intervenciones estadounidenses en el Sudeste Asiático con más vehemencia y efectividad que muchos cineastas progresistas (verbigracia, Oliver Stone). Su carrera pareció hundirse con el fracaso en taquilla que supusieron sus últimas dos películas, el thriller 37 horas desesperadas y Sunchaser. Pese a estos altibajos, su nombre quedó inscrito en el mármol de la cinematografía moderna.
David Alan Mamet (Chicago, 1947) es un caso insólito en el star system estadounidense. Guionista, director, dramaturgo y ensayista, firmó algunos de los guiones más célebres de los últimos tiempos. Una escueta síntesis de su filmografía como guionista debería incluir gemas como El cartero siempre llama dos veces, Los intocables de Eliot Ness, Glengarry Glen Ross: Éxito a cualquier precio y Ronin. También sería necesario mencionar filmes como Casa de juegos, State and Main, El último golpe y Spartan, en las que se animó a dirigir. Desde lo estrictamente ideológico, su progresiva mutación de intelectual progresista a pensador conservador se reflejó en un ácido artículo publicado en The Village Voice, titulado “Why I am no longer a brain dead liberal” (lo que podría traducirse como “Por qué ya no soy un progresista idiota”) y provocó uno de los mayores alborotos en el mundo del cine. Ganador de un Pulitzer y nominado a infinidad de premios de la industria cinematográfica y teatral, Mamet es uno de los analistas más lúcidos de la historia cultural de los Estados Unidos, rasgo reflejado en su (imprescindible) libro The Secret Knowledge: On the Dismantling of American Culture donde realiza un inesperado y erudito análisis de la cultura y la idiosincrasia estadounidense.
Mel Colmcille Gerard Gibson (Peekskill, Nueva York, 1956) no podría ser como es si nada le importara realmente, a menos que se trate de algo importante. No hay en él rasgos de tipo conflictuado o sensible a las críticas. Gibson, icono del cine de acción de los 80, representa una de las convicciones ideológicas y políticamente incorrectas más potentes del cine estadounidense actual. Consolidado como astro del cine comercial entre los 80 y los 90, nunca renegó de su pensamiento conservador y su religiosidad, cristiana para más datos. Películas como Braveheart, La pasión de Cristo, Apocalypto y Hasta el último hombre forman un corpus artístico inusual para los parámetros del Hollywood tradicionalmente progresista. En todas ellas hay algo insólito y a nadie dejaron indiferentes: la semblanza de las tradiciones históricas y el folclore escocés en Braveheart; una vuelta de tuerca a la figura de Jesucristo, para espanto de los hombres de poca fe, en La pasión de Cristo; una provocativa visión de los pueblos precolombinos en Apocalypto y la reivindicación de Desmond Doss, un héroe de guerra pacifista y Adventista del Séptimo Día en Hasta el último hombre.
Su visión del hecho religioso, alejada en las formas (pero no en el fondo) de cineastas como Franco Zeffirelli, Pier Paolo Pasolini o Cecil B. Demille, es un puñetazo en el rostro del espectador conformista y poco pretencioso. Amigo de sus amigos y alejado de cualquier convencionalismo, Gibson formó (en la saga cinematográfica Arma Letal) una recordada dupla con Danny Glover, progresista de fuste y amigo del líder venezolano Hugo Chávez.
En busca del denominador común
¿Qué une el alma de todos estos creadores? Para entenderlo, quizá sea una buena idea recurrir a algunos de los principios que delineó Russell Kirk (1918-1994), uno de los padres del conservadurismo tradicional estadounidense. Hablamos de ejes fundamentales que atraviesan la filosofía de todos los anteriormente biografiados:
- La creencia en un orden moral perdurable;
- El respeto por las costumbres, las convenciones y una continuidad temporal;
- La estabilidad basada en un principio normativo;
- La prudencia filosófica como actitud vital;
- La cuidadosa atención hacia la diversidad cultural;
- La libertad (y su consecuencia lógica, la propiedad) como hitos existenciales;
- La predominancia de comunidades sociales voluntariamente consentidas;
- El reconocimiento de lo permanente, con valoración de lo mutable.
¿Hablamos de “lobos solitarios” de Hollywood? No realmente. Son todos los que están, aunque no estén todos los que son. Si echamos una mirada retrospectiva y analizamos pasado, presente y futuro del arte en general (y del cine en particular), comprobaremos que, desde su nacimiento, la izquierda reclamó para sí la potestad de la cultura, la expresión y la creación.
No estemos tan seguros de ese monopolio.