Si bien desde estas páginas ya se ha abordado en reiteradas ocasiones el arte del pugilato —destaco aquella que me permitió conocer la historia de Dum Dum Pacheco—, para mi debut en Centinela, desde la Pampa Húmeda, me gustaría dedicar los honores a un carácter ficcional, pero no por ello menos trascendente. Me refiero a Rocky Balboa, el Semental Italiano, obra maestra del enorme, y afortunadamente ya reivindicado, Sylvester Sly Stallone.
Nobleza de Espíritu
El aura de Rocky ha traspasado tanto el ámbito del cine como del deporte —y ojo con el de la música—, convirtiéndose en un icono de la cultura popular occidental. Pero también es un un fenómeno al cual no me tiembla el pulso en asociar con la añeja idea de la ‘Nobleza de Espíritu’.
Este concepto, con el que me topé gracias a unas reflexiones del maestro Enrique García-Máiquez hacia finales de 2018, abarca mucho de aquello que nuestro protagonista representa virtuosamente: valor, honestidad y determinación, sin olvidar la sensibilidad, que no debe confundirse nunca con flaqueza.
Claro que no estamos hablando de un erudito, lo que podría encallar cualquier pretensión de considerar al oriundo de Filadelfia como un noble de espíritu. Pero bien señala García-Máiquez que, más allá de la profundidad intelectual, se requiere la búsqueda de sentido, una forja de la personalidad, y un desafío personal a las demandas de la masa. Basta rememorar los combates con Apollo, la revancha frente al Clubber Lang encarnado por Mr. T, o la proeza en la URSS de Drago, para convencerse de que Rocky da la talla distinguidamente.
Cómo no quitarse el sombrero frente a un tipo que desde la nada llegó al Olimpo, sin marearse por el estrellato ni perdiendo la capacidad de disfrutar ingenuamente las cosas simples de la vida; de entrenar con medias reses —escena todavía no bastardeada por los políticamente correctos—, a una estatua en las escalinatas del Museo de Arte de Filadelfia; de pelear en tugurios por 40 dólares, a despedazar el orgullo soviético en su propia tierra —toro en su rodeo, torazo en rodeo ajeno—.
Más que un éxito
Católico devoto, no solo pedía al padre Carmine su bendición antes una pelea, sino que a cada paso derrochaba humanismo cristiano. Cuando su mujer quedó en coma después de dar a luz, no se apartó de ella hasta que despertó; cuando el gran Mickey agonizaba, su discípulo le aseguró una partida tranquila; y cuando Apollo lo convenció para que lo entrenase en su último baile frente a Drago, estoico se mantuvo Balboa en su esquina. «Sin una guerra que pelear, mejor que el guerrero esté muerto», fueron las palabras de Creed en aquel momento.
Si bien puede algún lector quedarse en la superficie y encasillar a la saga como una típica franquicia hollywoodense, le recomiendo sumergirse un poco más en el detalle de cada entrega. Abundan las referencias sociopolíticas, desde las obvias respecto a la sociedad de consumo americana y las penurias de la clase trabajadora, la Guerra Fría y el abismo entre Oriente y Occidente —«aquí hubo dos tipos matándose, pero creo que eso es mejor que veinte millones»—, hasta las más solapadas, como la simpatía libertaria de Paulie —ver su abrigo al llegar a Rusia— o su referencia a la mayoría silenciosa en una conferencia de prensa.
Asimismo, para reforzar la verosimilitud del vínculo entre el personaje y su creador, merece la pena tener presente la modestia que rodeó a la génesis de este clásico. Al momento de vender el guion de Rocky I, Stallone estaba en la más absoluta ruina, deambulaba entre castings, y hasta había tenido que vender a Butkus, su inseparable bullmastiff, al cual ya no podía alimentar. Y para darle al primer largometraje ese espíritu de lucha ligado al de su creador y protagonista, el ajustado presupuesto obligó a prescindir de extras, de vestuario -se usaron prendas personales de los actores-, filmando de manera cuasi amateur. Respecto a Butkus, no hace falta aclarar que, cobrado el guion, el can volvió y hasta se floreó frente a la cámara.
A fin de cuentas, con lo que nos podemos quedar del Semental Italiano es con el ideal de un noble de espíritu terrenal. Aquel para quien avanzar hacia un objetivo digno es la única vía posible, sin remordimientos, complejos, ni reproches, aceptando que el miedo es algo con lo que hay que convivir, y transformarlo en motivación es la mejor forma de sobrellevarlo frente a cada desafío que se presente.
En la última escena de Rocky III, ante el lamento de Apollo por el inevitable avance de la edad y previo a irse a las manos, el sabio Balboa retrucó: «just keep punching». The Eye of the Tiger hizo el resto.