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El rearme de la joven derecha francesa

Foto: C. Becker.

La memorable escena televisiva se produjo el 25 de septiembre de 2015 en un programa de gran audiencia. Entre los participantes estaban Jacques Attali, antiguo asesor áulico de François Mitterrand, y Eugénie Bastié, una de las principales agitadoras de ideas del nuevo conservadurismo galo, surgido principalmente de las entrañas de ‘La Manif Pour Tous’, aquel movimiento cívico que a punto estuvo de tumbar la ley del matrimonio homosexual impulsada por François Hollande.

Aquel día, sin embargo, Bastié y Attali no debatían sobre la familia, sino sobre inmigración y globalización, de las que el segundo es un acérrimo defensor. Tras un intercambio de argumentos, Bastié, nacida en 1991, plantó dos banderillazos al insigne movedor de influencias del establishment parisino. El primero: «Monsieur Attali, ¡el viejo mundo, el tradicional, está de vuelta!». El segundo: «¡No somos nómadas intercambiables!». La réplica del aludido, completamente a la defensiva, fue balbuceante.

Así es la nueva generación de la derecha francesa: desacomplejada, culta, directa y, sobre todo, orgullosa de su país, de sus raíces cristianas, de San Luis, de Juana de Arco, de Luis XIV, de la legendaria carga de Murat en la batalla de Eylau, de los aspectos positivos de la colonización y del valor único de su idioma, que pierde fuelle en un escenario cada vez más anglosajón. La lista, obviamente, no es exhaustiva.

Orgullosos pero también críticos

Eugénie Bastié.

Cosa distinta son los episodios históricos o fenómenos sociales hacia los que se muestran claramente críticos: los excesos de la Revolución, los de Mayo del 68 -faltaría más- o la paulatina penetración del islam en todas las vertientes de la vida francesa.

Disponen estos jóvenes de varias plataformas para enzarzarse en combate. Una de las de mayor proyección es ‘Figaro Vox’, suplemento de debates e ideas de la web de Le Figaro. «El objetivo de la dirección del diario era ampliar el debate y la opinión en la web, dar claves interpretativas y echar algo de pimienta en la discusión pública», asegura Alexandre Devecchio, uno de los pilares del suplemento. Él mismo se define como conservador, soberanista -contrario a una Europa supranacional- y social, es decir, reticente a un capitalismo desembridado.

No obstante, Figaro Vox también da espacio a personalidades como Luc Ferry o Nicolas Bouzou, exponentes de una derecha más moderada o partidarios de la globalización. Sea como fuere, el suplemento se ha convertido en una de las tribunas predilectas de personalidades como el filósofo Alain Finkielkraut o la periodista Elisabeth Lévy, editora de ‘Causeur’, otra publicación que tampoco se anda con rodeos. «Hay ganas de distinguirse de cierta corrección política», reconoce Devecchio. No hace falta que lo jure.

Activistas treintañeros pidiendo orientación a sus mayores

Alexandre Devecchio.

Tanto Lévy, Finkiekraut, el quebequés Matthieu Bock-Coté -martillo implacable del multiculturalismo- e izquierdistas arrepentidos como Jean-Pierre Le Goff o Jean-Claude Michéa son entrevistados largamente y con carácter periódico en Figaro Vox por Devecchio o alguno de sus jóvenes colegas de redacción. La imagen es reveladora: se trata más de activistas treintañeros pidiendo orientación a sus mayores que de una relación clásica entre entrevistador y entrevistado. Y funciona. Ahora bien, ¿cómo se ha logrado esa simbiosis intergeneracional que ha desembocado en una poderosa corriente de opinión pública?

Devecchio apunta a que los nuevos creadores de opinión del conservadurismo como Bastié, Charlotte d’Ornellas o Geoffroy Lejeune -estos dos últimos trabajan en ‘Valeurs Actuelles’, otro estandarte periodístico de la derecha, y batallan semanalmente en los platós contra los políticamente correctos- nacieron a finales de los 80 o principios de los 90, es decir, cuando cayó el Muro de Berlín y se anunciaba la unanimidad multicultural.

Según Devecchio, ha ocurrido todo lo contrario: crisis económica, de identidad y ecológica, sin olvidar el rechazo al proyecto de Constitución Europea, que para muchos de ellos es el primer momento político que recuerdan, de ahí que sean, sobre todo, hijos de su tiempo. A esto hay que añadir los salvajes atentados islamistas que asolaron Francia en 2015 y 2016 y que, sostiene Devecchio, «han contribuido a liberar la palabra».

La Francia de los valores tradicionales sin complejos

Matthieu Bock-Coté.

La tarea de cantar las verdades del barquero a los valores dominantes había incumbido dos años antes a La Manif pour Tous. Fueron meses de lucha callejera -en el buen sentido- contra el proyecto de matrimonio homosexual. Las movilizaciones empezaron en el verano de 2012 y fueron tomando cuerpo hasta congregar a millones de franceses en la calle. El proyecto de marras fue aprobado, pero el esfuerzo mereció la pena por el acicate que supuso para el incipiente movimiento conservador: la Francia de los valores tradicionales había superado sus complejos.

Es lo que entendió la periodista Gabrielle Cluzel, una de las principales firmas de ‘Boulevard Voltaire’, el diario digital que se ha convertido -baste leer sus titulares- en azote de los mantras de la progresía. Cluzel, que nunca envaina su fe católica, acude encantada a cualquier plató a defender sin tapujos su cosmovisión. Al cabo de varios años debatiendo, ha llegado a interesantes conclusiones. «Muchos de los que se consideraban ateos, eran cristianos sin saberlo. En cierto modo, seguían los pasos del Monsieur Jourdain de Molière». O sea, que hacían prosa sin darse cuenta.

Esas impresiones positivas no significan, sin embargo, que Cluzel sea ingenua. Antes al contrario: es perfectamente consciente de la descristianización de su país y de lo difícil que supone derogar las leyes que socavan principios que parecían inmutables. Pero sabe perfectamente que las batallas que seguro que se pierden son las que no se libran. Y la batalla del momento consiste en desmitificar. Por eso Cluzel, como todo buen francés que irrumpe en el debate público, ha escrito un libro: ‘Adiós, Simone. Las últimas horas del feminismo’. Un guiño ácido, a modo de epitafio, a la Beauvoir y a sus seguidoras.

«El islamismo, la verdadera amenaza para las mujeres»

Gabrielle Cluzel.

Pero ¿de verdad que el feminismo está echando el bofe? «Bueno -responde Cluzel-, concedo que el título del libro es algo sonoro. Pero sí pienso que estamos viviendo el canto del cisne del feminismo. Sus contradicciones se hacen cada día más patentes: la gestación subrogada, los escándalos médicos provocados por los efectos secundarios de la píldora, la incapacidad para frenar al islamismo, que es la verdadera amenaza para las mujeres».

A pesar de todo, las feministas siguen muy presentes en los partidos establecidos. En los de la izquierda, por supuesto. Pero también en los de centro (los planteamientos de Marlène Schiappa, ministra de Igualdad de Emmanuel Macron, no tienen nada que envidiar a los de Bibiana Aído) y en los de la derecha oficial. Por eso la necesidad para la derecha -en sentido amplio- de reinventarse intelectualmente, y no solo en relación con el feminismo.

A esa tarea hercúlea está contribuyendo Guillaume Bernard, de la misma quinta que Cluzel -ambos pertenecen a la generación intermedia entre Finkielkraut y Bastié-, profesor de Historia de las Ideas y de las Instituciones en el Instituto Católico de Estudios Superiores, una universidad privada y de trazos ideológicos indudables, no solo por su nombre, sino también por su sede -en la Vendée- y porque en ella imparte sus clases Stéphane Courtois, autor del Libro Negro del Comunismo.

El movimiento dextógiro

El Instituto Católico de Estudios Superiores parece el lugar adecuado para Bernard, si bien sus intervenciones fuera de los medios clásicos de la derecha se están haciendo más frecuentes. Bernard, por cierto, es autor del ensayo ‘Habrá guerra en la derecha. El movimiento dextrógiro’. Dextrógiro, que gira en el mismo sentido que las agujas del reloj, según la primera acepción del Diccionario de la Real Academia. O sea, a la derecha. Sin embargo, en la historia política de Francia desde la Revolución los acontecimientos han transcurrido en la otra dirección.

Bernard no niega lo anterior y sostiene que las fuerzas políticas surgidas en Francia en los dos últimos siglos lo han hecho en la izquierda, desplazando hacia la derecha a las ya existentes, como el liberalismo. «El liberalismo viajó desde la izquierda en el siglo XVIII hasta la derecha en el XX, tras haber permanecido en el centro durante el XIX. De ahí que el conservadurismo, tras haber mantenido vínculos estrechos con el pensamiento contrarrevolucionario, se haya impregnado de liberalismo».

¿Qué sucede ahora, en opinión de Bernard? Que el rebrote de ideas clásicas provoca un desplazamiento hacia la izquierda. Lo vemos en el liberalismo, que recobra su unidad intelectual por la fusión del liberalismo cultural, que siempre permaneció en la izquierda, y el económico, que se había desplazado hacia la derecha. Macron, según Bernard, sería la perfecta plasmación de ese cambio.

El terremoto Macron

Geoffroy Lejeune.

La eficacia del movimiento dextrógiro dependerá de su correcta adaptación al contexto del momento. Y ese contexto en Francia es el terremoto generado por la irrupción de Macron: su elección ha dejado en la cuneta a los dos partidos que se turnaban en el poder desde hacía cuatro décadas. Por decirlo en términos médicos, el Partido Socialista está en coma y es muy probable que la derecha post-Sarkozy permanezca en la UVI durante una temporada larga.

El fenómeno Macron también ha desestabilizado al Frente Nacional. Desde hace 10 meses, el partido de Marine Le Pen no levanta cabeza. La salida -¿temporal?- del escenario de su sobrina Marion, representante de las esencias del partido, y el portazo de Florian Philippot, figura del sector más opuesto al liberalismo económico, han emponzoñado el ambiente en un partido que hace un año estaba en el mejor momento de sus historia. El panorama para las dos formaciones de derechas no es nada alentador a corto y medio plazo.

Pero en la derecha francesa, como en la vida, no hay mal que por bien no venga. «Macron no es necesariamente algo malo para la nueva generación de la derecha -subraya Delvecchio, de Figaro Vox– por la razón de que el desmoronamiento de los partidos no tiene por qué frustrar los planes de la nueva generación, que no se sitúa en una lógica partidista y cuya estrategia está programada para surtir efecto largo plazo».

Dos frentes de batalla a la vista

Charlotte D’Ornellas. | Michela Cuccagna

En este sentido, habrá dos enfrentamientos públicos de envergadura en los próximos meses. El primero será la conmemoración la celebración de medio siglo de Mayo del 68. Delvecchio cree que la derecha puede ganar el pulso intelectual y mediático que se avecina. De momento, saborea una pequeña victoria: «Macron pretendía conmemorar oficialmente aquellos acontecimientos y ha dado marcha atrás rápidamente». Delvecchio no olvida recalcar que se está imponiendo paulatinamente la versión menos idealizada del episodio libertario, incluso ente los que lo vivieron, como es el caso del filósofo Finkielkraut.

El segundo campo de batalla tiene que ver con la más que probable intención de Macron de legalizar la reproducción asistida para parejas homosexuales. A primera vista, parece la oportunidad ideal para sacar a La Manif pour Tous del letargo en el que se encuentra. La periodista y católica Cluzel admite que los partidarios de esta reforma están en posición de fuerza. Están sacando la artillería pesada y, para convencer, disponen de ese arma letal llamado sentimentalismo, por lo que es difícil para una opinión pública sin referencias resistir a tamaña ofensiva».

Con todo, puede haber una rendija: Cluzel está convencida del temor gubernamental hacia una resurrección de ‘La Manif pour Tous’, el mejor ejemplo de la capacidad de aguante de los opositores. «Estos -sostiene- tienen pocas posibilidades de ganar, pero es una oportunidad para volver a mostrar determinación, unidad y firmeza: a largo plazo esta estrategia dará sus frutos».