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Hace poco más de un año, en agosto de 2018, una quinceañera de Estocolmo llamada Greta Thunberg se puso en huelga frente al Riksdag, la asamblea legislativa de Suecia. No era una huelga escolar al uso. Thunberg no pedía mejoras en el sistema educativo o más horas de recreo, protestaba por el cambio climático y lo hacía delante del parlamento para que sus integrantes hiciesen algo al respecto.

En principio nada especial, una rareza nórdica que no pasó de los medios locales en los que la joven se había estrenado meses antes gracias a un premio de redacción que el rotativo Svenska Dagbladet le concedió por un trabajo sobre el calentamiento global.

Ese artículo lo leyó un ambientalista local llamado Bo Thorsen que buscaba caras nuevas para difundir un mensaje, generalmente apocalíptico pero que, por insistencia o porque no se han cumplido los vaticinios hechos hace 10 o 15 años, cada vez resbala más en la opinión pública. Fue a Thorsen a quien se le ocurrió lo de la huelga climática en las puertas del Riksdag. Todo lo había calculado a la perfección. En septiembre se celebraban elecciones legislativas en las que Los Verdes suecos se las veían negras y aún permanecía fresco el recuerdo de las concentraciones infantiles en repulsa por la masacre de Portland, que tuvo lugar en febrero de 2018 y que dejó 17 muertos.

Poderosas alianzas

Greta Thunberg iba a ser la cara visible de aquello, algo que le ilusionaba especialmente porque se sentía muy identificada con la causa. En este punto se cruzó otro ecologista profesional, Ingmar Rentzhog, fundador de la ONG «We don’t have time». Rentzhog se puso en contacto con la familia de Greta y ahí encontró una mina porque los padres, Malena Ernman y Svante Thunberg son, amén de artistas, dos ecologistas convencidos. Su madre es cantante de ópera y su padre actor y escritor. Ambos del mundo del espectáculo y, por lo tanto, encantados con la repentina celebridad de su hija. Estaban, además, promocionando un libro escrito a cuatro manos titulado «Scenes from the heart» (escenas desde el corazón) en el que Ernman y Thunberg cuentan como el activismo climático salvó a su familia.

Así es como comenzó la relación entre los padres de Greta y Rentzhog, un activista muy bien financiado por lobbies y empresas energéticas a través del think tank Global Challenge, dirigido por el propio Rentzhog. En Global Challenge encontramos la flor y la nata del capitalismo sueco y a importantes políticos locales que tienen o han tenido responsabilidad de gobierno.

Ya se sabe que en esta vida todo lo que se necesita para ascender de manera fulgurante son buenos padrinos con dinero e influencia política. De eso Greta Thunberg anda sobrada. Su jefe de prensa es un influyente lobista de Bruselas llamado Daniel Donner, de la European Climate Foundation, una iniciativa generosamente financiada por otras fundaciones como la Ikea Foundation, la Bloomberg Philantropies o el Rockefeller Brothers Fund. Con semejantes apoyos es normal que en sólo unos meses una anónima adolescente sueca se haya convertido en una celebridad mundial, una especie de voz de la conciencia global que nos apela directamente para que dejemos de emitir CO2. Lo hace de un modo apasionado, infantil, lindando en ocasiones con la magia, como cuando afirmó que ella es capaz de ver el CO2 flotando a su alrededor.

Un espectáculo que no es de Greta

Estas extravagancias no son casuales a poco que se conozca su perfil psicológico. Greta Thunberg comenzó a sufrir depresiones con sólo 8 años y no porque sus padres discutiesen, sino porque se enteró de lo del cambio climático. Aquello le generó tanto dolor interno que a los 11 años se declaró en huelga de hambre en casa e hizo voto de silencio. Muy normal no parece. Tanto ella como su hermana menor Beata Thunberg están diagnosticadas de síndrome de Asperger, trastornos de déficit de atención y obsesivo-compulsivo. De modo que cuando el año pasado se plantó delante del parlamento no era algo nuevo para ella.

El show de Greta ThunbergEstamos, por lo tanto, ante una menor que necesita atención especializada, no la verbena que han montado a su alrededor periodistas, políticos, empresarios y activistas profesionales. Porque la culpable de este lamentable espectáculo no es Greta Thunberg, sino los que la están utilizando del modo más rastrero para promover su agenda política o para hacer negocios.

Ahí la nómina es generosa. Va desde el Parlamento Europeo, donde compareció en abril de este año, hasta las principales cabeceras de prensa pasando por el Papa de Roma, que la recibió hace unos meses en el Vaticano y le pidió que siguiese haciendo lo que hace. ¿Está pidiendo el Papa Francisco a una adolescente con trastornos psicológicos que falte a clase y se dedique a tiempo completo al activismo climático patrocinado por empresas, grupos de presión y millonarios monegascos como Pierre Casiraghi, que le ha prestado su velero solar para que viaje a Nueva York? Si, le está pidiendo eso mismo.

Que siga el show

Si lo miramos de manera fría concluiríamos que estamos ante un caso de maltrato infantil con un montón de agravantes. Si se tratase de otra persona o de la misma defendiendo otra causa sus padres ya estarían siendo investigados por las autoridades. Pero no hay constancia de que el ministerio de Educación sueco haya dicho esta boca es mía por las faltas de asistencia reiteradas de una joven que, en lugar de estar pontificando y poniendo su cara para cimentar la enésima campaña de alarmismo climático, debería estar en el instituto desde hace un mes porque el curso escolar arranca en Suecia a mediados de agosto.

No debemos burlarnos de ella, sino sentir genuina compasión por una jovencita manejada como una marioneta por sus padres y por unas ONG sin escrúpulos. Es perfectamente legítimo que los ambientalistas quieran sensibilizar a la población con sus cuitas sobre el cambio climático. También lo es que traten de llegar a lo más alto, que presionen a los Gobiernos y a las grandes empresas para encontrar apoyos y financiación. No lo es, en cambio, que utilicen a una menor de edad con desórdenes mentales, la saquen de la escuela y la exhiban por el mundo como un mono de feria. Lo que están haciendo es inmoral por muy loable que sea la causa que defienda Greta.

Entonces, ¿por qué se están rebozando en este lodazal? Por dinero, obviamente. También por poder, los padres seguramente por fama. Los fondos de los que viven las ONG son necesariamente limitados por lo que existe una feroz competencia de buenas causas para captarlos. El dinero que se va en estudios de género o en informes sobre la pobreza mundial no fluye hacia los autodenominados «defensores del clima» y esto les obliga a doblar la apuesta. Eso mismo es lo que están haciendo con Greta Thunberg. Después de todo, ¿quién puede abstraerse a los lamentos de una dulce y desvalida niña sueca? Ahora sólo necesitan que el show continúe durante mucho tiempo.