Ha sido la autora revelación de la temporada, con un título, ‘Imperiofobia y leyenda negra’ (Siruela), que ha escalado los primeros puestos de las listas de los más vendidos, contra el pronóstico de los lumbreras que dicen que en España ya no se lee, salvo noveluchas históricas o, ya puestos, eróticas.
Se trata, el libro, de un documentadísimo y divulgativo ensayo sobre cómo, a lo largo de la Historia, los imperios han sufrido una suerte de guerra sucia de la imagen, a la que apenas han podido enfrentarse debidamente, ocupados como estaban en extender los límites de la civilización. En nuestro caso, o sea, el caso español, esa propaganda adversa recibió el nombre de Leyenda Negra, uno de cuyos principales muñidores, Martín Lutero, está de aniversario en este año del Señor de 2017, y con celebraciones por todo lo alto. Hasta que llegó Elvira Roca a aguarle la fiesta.
¿Clavó o no clavó Lutero sus 95 tesis en la iglesia de Wittenberg?
Parece que no. Y digo parece porque alusiones a dicho gesto no se encuentran sino mucho tiempo después. Las investigaciones modernas se inclinan por una carta de protesta con una serie de puntos de discusión, cuyo número varía según los autores.
Desde luego, resulta menos heroico mandarle una carta al obispo del lugar que hacer público un desafío al modo en que se retaban a duelo de los caballeros de la época.
Al gesto -gallardo y desafiante- de clavar las tesis empieza a aludirse, como ya digo, mucho después, como parte del proceso de mitificación del personaje. Nada extraño, por otro lado, pues todo tiempo fundacional elabora su propio relato mitológico. Así, el hecho fue pintado por todos los artistas del romanticismo alemán, absolutamente por todos, y hasta el aburrimiento.
¿Qué pretendían representar?
El desafío a la Iglesia de un hombre solo, el héroe alemán enfrentado al putrefacto mundo románico.
¿David frente a Goliat?
Y lo mismo en la Dieta de Worms, adonde el joven Lutero acude para defender sus tesis frente a Carlos V; en este caso, es el desafío al Emperador. De nuevo el hombre solo, grandilocuente, retador, llevado únicamente de su santa ira y de la divina inspiración.
Ésa es la versión oficial. ¿Algo que oponer?
Que Lutero no arriesga nada en Worms, sino que acude allí con las espaldas muy cubiertas. Pero que muy cubiertas. Asistimos, por tanto, una vez más, a una reconstrucción a posteriori de la importancia del personaje. Además, en aquel momento Lutero no es nadie ni está haciendo nada que no estén haciendo otros, aquí y allá.
¿Por ejemplo?
Thomas Müntzer y el resto de líderes de la Guerra de los Campesinos, revuelta que tiene como causa eficiente primera todo el concurso de predicación antisistema, por llamarlo de alguna manera, y trasladando las cosas de sitio.
¿Y qué representaba entonces al sistema?
El Imperio y la Iglesia Católica.
¿En qué porcentajes eran cada uno el enemigo?
Es difícil distinguir cuánto había de predicación social, en el sentido de cambiémoslo todo para que no haya pobres ni ricos, y cuánto de predicación religiosa, de instaurar el reino de Dios en la tierra.
Lo curioso es que tal revuelta terminará volviéndose contra los alentadores de la efervescencia antisistema: los príncipes alemanes.
Aunque los perdedores fueron otros. A Thomas Müntzen le decapitan, lo mismo que a tantos líderes revolucionarios. Lutero, en cambio, titubea en un principio, si bien hacia comienzos de 1525 deja de titubear y se pone al servicio de los señores.
¿En qué términos?
«Contra las hordas asesinas y ladronas mojo mi pluma en sangre, sus integrantes deben ser estrangulados, aniquilados, apuñalados, en secreto o públicamente, como se mata a los perros rabiosos».
Ahora dirán que está usted sacando la frase de contexto.
Lutero es uno de esos personajes que se explican a sí mismos, sin necesidad de interpretación alguna. Y esto es así tanto para sus textos como para los dibujos groseros contra el Papa que encargó a Lucas Cranach ‘El Viejo’. Todo esto se puede ver en los trabajos de Mark U. Edwards [Printing Propaganda and Martin Luther,Minneapolis, 2005] o de R. W. Scribner [Popular Culture and Popular Movements in Reformation Germany, Londres, 1987], que son muy completos.
Con los judíos también se empleó a fondo.
Lutero era furiosamente antisemita, con llamadas a quemar a los judíos y a sus sinagogas. Recomiendo la lectura del libro de Thomas Kaufman, Luther’s jews. A journey into anti-semitism, publicado este mismo año.
El nazismo, claro, le reivindicó.
Nadie tiene la culpa de ser utilizado a posteriori de la manera en que él lo fue. Pero tampoco es casual que los nazis fueran a inspirarse en él y no, qué sé yo, en San Ignacio de Loyola.
Volviendo a la Guerra de los Campesinos: ¿qué supuso para Lutero?
Un vínculo que duraría siempre con la Casa Sajonia, de la que fue un seguro servidor.
La pregunta es por qué los grandes señores apoyan la causa de Lutero.
Porque la aparición de Carlos V supone una amenaza para su estatus. Hablamos de un emperador con más poder que ningún otro en siglos, con una idea en la cabeza de reconstruir el Imperio Romano, idea contraria a las grandes oligarquías feudales, las cuales ven en la predicación de Lutero su principal herramienta de lucha. Porque, ¿cuál era la base del proyecto soñado por Carlos V? La unidad religiosa. Había, por tanto, que romperla.
¿Qué obtuvo a cambio Lutero, protección y nada más?
Al ponerse del lado de los príncipes, justificando así teológicamente toda su violencia, una de las cosas que recibió fue el Convento de Wittenberg, un gran palacio, hermosísimo, donde vivió hasta el final de sus días rodeado de familia, parientes y criados; él, que era de un origen que hoy podríamos llamar de clase media-baja y que durante sus años como agustino vivió en una celda, como todos los demás monjes.
Que prosperara no debería de resultar extraño; al fin y al cabo, Lutero y su reforma dinamizaron la economía de su tiempo … O eso sostienen algunos.
Cuando te pones a estudiar qué sucedió en los territorios alemanes con el luteranismo, lo que te encuentras es un proceso de regresión feudal que dejó a Alemania postrada prácticamente hasta el siglo XIX.
¿Como Rusia?
Pero Rusia es Rusia, podría pensarse; es decir, una cosa tan remota, tan extraña, tan asiática. Lo que llama más la atención es que, en pleno corazón de Europa y, ya digo, hasta mediados del siglo XIX, permanezcan regímenes de servidumbre y, como consecuencia, grandes masas de población empobrecidas.
¿Y qué responsabilidad tiene aquí Lutero y, más que Lutero, los príncipes?
Que en el momento en que cada señor territorial se declara jefe de su propia iglesia, su palabra pasa a ser ley civil y, al mismo tiempo, ley religiosa.
En el sur de Europa, en cambio, y en España, en concreto…
… La crisis del feudalismo, el tránsito hacia la modernidad, se resolvió mejor, hasta el punto de que para el siglo XV no quedaban ya siervos de la gleba.
De momento tenemos lo siguiente: que no clavó las tesis en Wittenberg, que en la Dieta de Worms no fue ningún héroe, que de libertador social tenía poco y de agente de la prosperidad menos. ¿Qué otros mitos nos quedan?
El de la libertad religiosa y el de la traducción de la Biblia a lengua vulgar.
¿Acaso no tradujo la Biblia?
Sí, pero no fue el primero, mentira mil veces traída. No sólo no fue el primero, sino que la tradujo con grandes defectos -no fue un gran filólogo- y haciendo con la Biblia lo que a él le pareció.
¿Deberíamos relacionar esto con la cuestión de la libertad religiosa, como pretenden algunos?
No, porque su versión de la Biblia es la única aceptada en territorio luterano. O sea, que termina haciendo lo mismo que criticaba a la Iglesia Católica.
Otro que tal fue Calvino.
Hasta el punto de que cuando Sebastian Castellion hizo su propia traducción de la Biblia por poco le costó el cuello, con lo que tuvo que huir de Ginebra. Ni Lutero ni Calvino trajeron libertad religiosa alguna, sino una forma más de intolerancia.
¿Qué debería entenderse por libertad religiosa?
En sentido moderno, que cada cual siga la inclinación religiosa que considere más oportuna. Pero esto no tiene nada que ver con lo que la expresión “libertad religiosa” significaba en el mundo protestante, donde no se toleraba más versión de la Biblia que la oficial en cada territorio.
Y en eso, dice, no estaba Lutero.
Lutero estaba en el ‘cuius regio, eius religio’; es decir, la facultad de los príncipes para cambiar de religión, pero obligando a los súbditos a cambiar con él, quisieran o no, y confiscando de camino los bienes a la Iglesia Católica. ¿Libertad religiosa? En el caso de Lutero, la relación entre significante y significado está descoyuntada.
De esto pueden dar fe los católicos de la época.
Pero no sólo los católicos. Los anabaptistas también, perseguidos y muertos por miles, tal como reconoció oficialmente el Concilio Luterano en 2010, donde se pidió perdón.
Católicos, anabaptistas… Y brujas.
En territorios protestantes, el hecho de la brujería sirvió como excusa para controlar y reprimir la disidencia religiosa; las cifras con las muertes no bajan de las 25.000, según Henningsen.
¿Y en España? Porque en el imaginario colectivo la caza de brujas es algo que se atribuye al senador McCarthy y a la Inquisición española.
En España apenas se dio el fenómeno. Está el episodio puntualísimo de las brujas de Zugarramurdi y pare casi usted de contar. Además, en la mayoría de los pocos casos, las condenas iban aparejadas a delitos cometidos aparte de la brujería.
Llegados a este punto, cuesta creer que el Lutero del que ha hablado es el mismo al que se conmemora hoy por todo lo alto en Alemania.
Lo que debería llevarnos a preguntar por qué hay quien no se avergüenza de lo que pasó mientras otros sí lo hacen con lo que ni siquiera pasó.
Supongo que con esto último se refiere a la Leyenda Negra y a la facilidad con la que españoles de todas las generaciones han comprado la mercancía averiada.
La figura de Lutero nos afecta muchísimo, y lo hace en la medida en que los monstruos contra los que se enfrentó se llamaban Iglesia Católica, Carlos V e Imperio español.
Dos monstruos de considerable tamaño.
Porque cuanto más monstruo sea el monstruo, más héroe será el héroe. Es, lo decía antes, una de las exigencias básicas de la construcción mitológica.
Lo curioso es que hoy se tire la casa por la ventana para celebrar al Lutero de las 95 tesis en Wittenberg y, en cambio, el quinto centenario de su nacimiento, en 1983, pasó sin pena ni gloria.
No es tanto la efeméride en sí como la temperatura política de la Alemania de cada momento. Una época de celebraciones espectaculares fue la de la unificación de Bismarck. Y también, insisto, la de la Alemania nazi. Y lo mismo ésta de ahora.
¿Quiere decir que el aspecto político prevalece sobre el religioso?
Quiero decir que si a Lutero le inspiró Dios, el demonio o la aurora boreal no tiene la más mínima importancia. De lo que se trata, más bien, es de sacar al personaje de la mitología religiosa y ponerlo en un contexto histórico, social y político. No se olvide esto o no se entenderá nada.