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Emily tiene una sonrisa amplia y unos ojos pequeños que disminuyen aún más en tamaño cuando agranda su sonrisa. Su pasión por la comida no consiste únicamente en saborearla sino, en gran parte, en prepararla. Para ella, cocinar para los demás va unido a un concepto de hospitalidad que se encuentra más allá del mero “recibir visitas en casa”: se trata de crear comunidad, de mirar a los ojos y escuchar con atención lo que los demás comparten. Durante sus años de soltería, las «Thursday night dinners» congregaban a veinte personas cada jueves en su salón. Tras su boda con Christopher, tienen invitados en su casa de Pittsburgh todas las semanas.

Si eres uno de ellos podrás deleitarte con su risotto caprese con tomates, albahaca y mozzarella fresca o con sus pimientos envueltos en beicon y asados al estilo cajún. Y, si te ofreces luego a ayudar a recoger, no te dirá que no.

A Emily Stimpson Chapman no le gustan las remolachas. Pero sí las coles de Bruselas, el queso y el beicon. «El beicon es la prueba de que Dios es infinitamente bueno», escribe en su libro The Catholic Table, publicado en español a comienzos de septiembre en CEU Ediciones (La mesa católica. La alegría y dignidad de la comida desde la fe).

Una loca carrera hacia la nada

Pero Emily no siempre se ha llevado bien con la comida. Durante seis años, de los 19 a los 25, los alimentos y su propio cuerpo fueron enemigos a los que abatir y controlar. ¿Cómo pasa alguien de apuntar compulsivamente en sus libretas de clase los gramos consumidos a elaborar una completa visión sobre la llamada «teología de la comida»? ¿Cómo puede describir lo que cocina de una manera tan sugerente, visual y atractiva alguien que rechazó todo aquello durante años? ¿En qué momento la comida pasa de ser un motivo de soledad y sufrimiento a una ocasión de encuentro, de crear vínculos y celebrar?

Dos sucesos explican el cambio: en el 2000, tras unos años lejos de la Iglesia católica, volvió a acercarse a comulgar. «Él –el todopoderoso, omnisciente y omnipotente Creador del Universo– viene a mí como alimento, como la misma cosa que temía, como la misma cosa que odiaba. Y no solo viene a mí a través de la materia que yo despreciaba, sino que también se convierte en parte de la carne que detestaba. Se entrega a mí, cuerpo a cuerpo, a través del acto de comer. Ese momento lo cambió todo», cuenta en el libro. La teología del cuerpo de san Juan Pablo II, le ayudó a vivir de manera práctica lo que había descubierto intelectualmente; el salto de «tengo que controlar mi cuerpo» a «no, no tienes que hacerlo; tienes que cuidarlo»; le hizo libre: «libre para comer, libre para cocinar, libre para servir».

Soltera no es sola

Aunque la comida es su tema, Emily ha publicado también libros y artículos sobre teología del cuerpo y espiritualidad. En verano apareció Letters to Myself from the End of the World (Emmaus Road Publishing, 2021): cuarenta y cinco cartas que escribe a su yo de 25 años. «Las cartas son un modo de tranquilizar a su yo pasado sobre temas que no tienen importancia, y a esa edad parecen clave. Y al revés: avisarle de lo que sí es esencial y que a veces puedes perder por quedarte prendido en lo poco relevante», explica Aurora Pimentel, traductora de La mesa católica y gran conocedora de los textos de Stimpson. En ocho capítulos habla de la santidad, de la Iglesia, de la respuesta a la injusticia, del genio femenino, las redes sociales, la maternidad y la oración.

El primer libro de Emily, The Catholic Girl’s Guide to the Single Years, fue publicado en 2012, cuatro años antes de casarse con Christopher —por entonces ya se conocían y eran amigos, aunque su noviazgo comenzó tiempo después—. Trata, como apunta el subtítulo, sobre lo esencial que una chica católica soltera debe tener en cuenta para no perder la cabeza y ser feliz mientras espera al hombre indicado. Es un tender la mano hacia todas esas mujeres jóvenes que, como ella entonces, se encuentren en situación de soltería y sientan que no hay mucho apoyo para ellas: «Quería escribir un libro específicamente para mujeres como yo, mujeres que desean casarse pero no están aún casadas. Aunque algunas de nosotras no nos casaremos, la mayoría sí y la manera en que vivimos nuestra vida de solteras ahora tendrá un profundo efecto en esos matrimonios. Vivir la vida que Dios quiere que vivamos hoy es clave para tener un matrimonio feliz y santo mañana y una vida feliz y santa siempre», explicaba en una entrevista para Catholic Match.

Un hogar donde caben muchos

En esa misma conversación le preguntaron por su reloj biológico —tenía entonces 36 años— y, si bien se mostraba optimista con la posibilidad de ser madre biológica algún día, Emily comentaba que el ejemplo de muchos amigos que habían adoptado le había enseñado «que los hijos que una pareja recibe a través de la adopción son totalmente sus hijos». Y añadía: «Si finalmente me caso y tengo problemas para quedarme embarazada, adoptaré tantos niños como pueda en un santiamén».

En 2018, después de varios meses intentando un embarazo, decidieron adoptar y llegó Toby a sus vidas. En verano de 2020, en medio de la pandemia, Becket se unió a la familia Chapman Stimpson, tras pasar tres semanas en cuidados intensivos, durante las cuales Emily casi no se separó de él. Después de esto, ella y Christopher seguían teniendo en mente volver a adoptar pero más como algo a largo plazo: en casa estaban aprendiendo a organizarse con un recién nacido y un niño de dos años, y, por otra parte, el coste del proceso de adopción era considerable (para Toby habían pedido un préstamo y para Becket hicieron una campaña de fundraising en la que a cada donante le regalaban un ebook que había preparado Emily para la ocasión: Around the Catholic Table: 77 Recipes for Easy Hospitality).

Pero, seis días después de haber aterrizado en casa con el pequeño Becket recién salido de la UCI neonatal, llegó una noticia con la que no contaban: los padres biológicos de Toby estaban esperando un bebé. Y, en esta ocasión, no podrían tampoco hacerse cargo de él. «Sin dudarlo dijimos que sí», cuenta Emily. Así, en abril de 2021, la pequeña Ellie se unió a una familia en la que si hay algo que nunca faltan son brazos acogedores, cariño en cascada, sonrisas amplias de comisuras bien altas y buenos alimentos.