El pasado 8 de septiembre no hizo buen tiempo en Ciudad de México. Fuertes lluvias mojaron la capital del país durante todo el día, acompañadas de molestos, y a ratos muy fuertes, vendavales. Así venía sucediendo toda la semana, fastidiando, como es lógico, a los vecinos de la ciudad de los palacios. Pero no fue el clima lo que soliviantó, y mucho, a centenares de miles de mejicanos, hasta el punto de salir a la calle a demostrar su indignación. El nubarrón que de verdad les sobresaltó vino del número 2 de Pino Suárez: la Suprema Corte de Justicia aprobó ese día la despenalización del aborto en el estado de Coahuila por ocho votos a favor y tres en contra. “A partir de ahora no se podrá procesar a mujer alguna que aborte en los supuestos considerados por este tribunal”, proclamó el presidente del Tribunal, Arturo Zaldívar. “Se trata de una nueva ruta de libertad, claridad, dignidad y respeto y un gran paso en la lucha histórica por la igualdad y el ejercicio de sus derechos”, añadió. Esa decisión, que sienta un presente pro abortista en todo el país, cayó como un rayo sobre buena parte de los mexicanos.
No sólo eso. Dos días después, la Suprema Corte negó al feto la misma protección que a “las personas nacidas” y cargó sobre la Constitución el poder de decidir quién es titular de derechos y deberes. Y, para terminar de encarrilar a México por la vía del aborto, el 20 de septiembre, ordenó al Congreso que desarrolle una ley para regular (sic) la objeción de conciencia de los médicos respecto de la “interrupción voluntaria del embarazo”. Es decir, un profundísimo y sumamente arriesgado cambio social que dio todo un disgusto a buena parte del país. Algo que, como mínimo, parece lógico, ya que sólo cuatro de los 32 estados mejicanos han aprobado una ley de plazos. A este escándalo siguió una sonora agitación callejera de la que fue en buena parte culpable la asociación Sublevados, que ha terminado inquietando, contra todo pronóstico, a la clase política esos días.
Las redes sociales, el principal campo de batalla
Se trata, hasta ahora, del golpe más fuerte de Sublevados. La del aborto es la campaña que más éxito ha tenido de las que ha protagonizado. Conocida la decisión de la Suprema Corte del día 8, los miembros de Sublevados se pusieron enseguida a trabajar, inundando Twitter de vídeos y memes contra la medida y llamando a las protestas en las calles, que de hecho se han repetido en todo México desde entonces.
Pero no se trata de tuits cualquiera. Si uno observa los mensajes, todos están fundamentados en principios antropológicos sólidos, en vez de brotar, como es habitual, de emociones tan traicioneras como la ira o la tristeza. Lejos de publicar bajo los efectos del calentón, los perfiles vinculados a Sublevados suelen coincidir tanto en sagacidad como en ingenio, además de, en no pocos casos, calculada provocación. Sirva de ejemplo una de las últimas publicaciones, titulada “El feminismo no acaricia”.
Estos estudiados mensajes no son casuales. No en vano, como explica a Centinela el fundador de Sublevados, Pedro Cobo, el principal objetivo de la asociación es formar a jóvenes mejicanos para que sepan defender los valores conservadores. De momento, buscan hacerlo en las redes sociales, y por ello, han fichado a activos tuiteros ajenos a la izquierda, por aquello de que el raro es el que carece de móvil con conexión a Internet; pero la idea es extenderse a medios de comunicación tradicionales para hacerse oír todavía más. Por eso, ya están presentes en YouTube, Facebook y TikTok, están comenzando un podcast en Spotify y buscan financiación para fundar una productora.
Una derecha que nunca se vuelva a disculpar
Esta aventura (porque eso es Sublevados, una auténtica aventura) comenzó en noviembre de 2019, cuando el entonces profesor universitario Cobo y otros intelectuales conservadores se reunieron en un bar del barrio hípster La Condesa, en Ciudad de México. Compartían unas cuantas ideas: que los postulados conservadores habían quedado olvidados, que la opinión pública los tenía por superados y que había que hacer algo para revertir los hechos.
Ese era el punto de partida, pero había que concretar un plan para desarrollarlo. En marzo de 2020, a punto de iniciarse los durísimos confinamientos para frenar la pandemia del Covid-19, se repitió la reunión de La Condesa. Y ahí nació el nombre de la criatura. Los que participaran en el proyecto serían Sublevados. El nombre, lo habrán notado, no es baladí: Cobo y sus compañeros tenían clarísimo que la guerra cultural sí existe y que, por tanto, hay que librarla. No es un tema menor, precisamente.
¿Y contra quién se sublevaban? Contra la cultura imperante, entregada en su momento a la izquierda como quien entrega lo mejor de su herencia al enemigo, y contra la derecha acomodada (y no tanto impotente) que ha claudicado ante ese garrafal error y vive permanentemente encogida de hombros, cruzada de brazos y preocupada sólo por el cochino dinero. Ellos, en cambio, quieren una diestra que no pida perdón por lo que cree y lo que defiende.
Descartaron después dos campos de acción: tanto el religioso como el universitario; éste último, no por falta de interés, sino de dinero, y porque el tiempo apremia. Eligieron, por tanto, la comunicación como el terreno donde se moverían. El siguiente paso fue encontrar a esos sublevados para que empezaran a pelear en las redes. Contactaron con unos cien, muy jóvenes y muy combativos, y comenzaron a formarles en los principios del conservadurismo clásico. Casi todos eran alumnos universitarios que habían tenido serios problemas en las aulas por negarse a hincar la rodilla ante el progresismo importado del otro lado del río Grande. A su espíritu idealista se unió la formación intelectual programada por Cobo: las obras de Roger Scruton, Russell Kirk o Sohrab Ahmari, entre otros; y las clases y conferencias de Agustín Laje, Miklós Lukacs o la fundación Disenso.
Aprender de la paciencia de la izquierda
A partir de ahí, salen al campo de batalla. Los perfiles de estos jóvenes son muy variados. Vienen de todas las profesiones, de casi todos los puntos de Méjico, de la izquierda desengañada, de la derecha descontenta. Hay católicos y protestantes. Homosexuales y heteros. Y defienden la vida, la familia y la libertad. En estos puntos, coinciden y se apoyan mutuamente. En sus diferencias, que no son pocas, no entran. Han pactado pasarlas por alto, porque el bien común es superior. Los menores de edad (cuentan con chavales de 14 años) deben tener permiso paterno para unirse a Sublevados. A día de hoy, cuentan con 20.000 seguidores y la atención de políticos de todos los partidos. Simpatizan con ellos tanto reconocidos comunistas como panistas clásicos, de la derecha de toda la vida.
A Cobo no le interesa casi el día a día de Sublevados. Más bien, tiene la mirada puesta en los próximos treinta años. A él y al resto del equipo que dirige la asociación les interesa llegar a la gente sencilla de Méjico, desconectada de la política porque tienen asuntos más apremiantes en los que pensar; cuestiones tan básicas como el almuerzo del día. Por eso, Cobo busca profesionales del marketing que les enseñen cómo vender mejor esas ideas conservadoras que defienden. Cómo lograr un lenguaje bonito y desparpajado. Cómo utilizar un vocabulario propio, jamás el del enemigo (algún tuitero ha sugerido utilizar la palabra geimonio en lugar de matrimonio homosexual). Qué estrategias, símbolos y personajes son necesarios. Y reconoce que se trata de la tarea más complicada, porque en el lado derecho hay pocos referentes. Por eso, explica sin tapujos que, en este sentido, sus maestros están en la izquierda: cree que se debe aprender de su paciencia y no dejarse agobiar por las prisas y la inmediatez.
Hasta ahora, en Sublevados han llegado ya a alguna conclusión concreta de todos estos dilemas. Por ejemplo, ven necesario volver a introducir a Dios en el discurso político. Sin Él, se quedan “chuevos”, cojos, porque renuncian a una parte fundamental de sus principios. Si a algunos miembros de la asociación antes les extrañaba que hubiera manifestantes rezando el rosario durante las protestas contra la despenalización del aborto, ahora lo ven natural. Han asumido que la religión, lo trascendente, si preferimos llamarlo así, es una manifestación de su propia identidad, un fundamento metapolítico, que precede al ejercicio de la propia política. Y, claro, así es más fácil quitarse complejos.
¡Viva México!
Otro punto importante de Sublevados es su vocación nacional. Camacho hace una apreciación a Centinela, y es que, aunque buscan el aprendizaje de líderes de la derecha internacional como Abascal, Orbán, Bolsonaro, Trump o Meloni, se cuidan mucho de no copiar los problemas específicos de otros países, que bastante tienen ya con los mejicanos. Son conscientes de que el votante medio está muy poco comprometido con la política porque tiene otras inquietudes, como apuntábamos más arriba. Camacho las resume en tres: la pobreza, la inseguridad y la sanidad. Comparten con España, Hungría o Brasil algunos temas de la agenda ideológica, como el feminismo, el adoctrinamiento en las escuelas, la expansión de la leyenda negra o la politización de la Justicia, pero no así otros, como, por ejemplo, la inmigración. Mientras que en España, por ejemplo, se trata de un fenómeno religioso y cultural, el 60% de las mujeres mejicanas que intentan cruzar la frontera con Estados Unidos son violadas o sufren algún tipo de abuso sexual. Poco tienen que ver ambas realidades.
A esta jovencísima iniciativa parece que le espera un éxito no pequeño. En parte, puede que su coraje y su profesionalidad se unan en una clave, y es su ideal de pervivencia. Están convencidos de que los principios conservadores son los mejores para la sociedad. Piensan a futuro, pretenden dejar a su paso una sociedad mejor. Por eso, no tienen ningún complejo. Desconocen el miedo a decir lo que dicen ni a pensar lo que piensan. Y así, en nuestra humilde opinión, es como uno puede conducirse por la vida. Larga vida a Sublevados y ¡viva México!