Los del planeta TED nunca le invitarán a una de esas charlas donde te ponen un micro como una erupción cutánea para que digas cosas en plan: “el cielo es el límite”, “sal de tu zona de confort” o “vivimos en el mejor de los mundos posibles, incluso de los imaginables”. Su discurso, el de Éric Zemmour, es de esos que a nadie apetece escuchar, por ser de los que señalan al elefante en el cuarto de estar.
Sin embargo, las apariciones de este periodista en prensa, radio o televisión son de las más seguidas de Francia; también de las más criticadas. Su última polémica la ha provocado su intervención en la llamada Convención de la Derecha. Allí, una vez más, Zemmour advirtió de los dos grandes peligros a los que se enfrenta Francia hoy: el globalismo y el islamismo.
El primero, según Zemmour, pretende reducir la persona a mero consumidor, con el mercado por única patria; el segundo supondrá, a largo plazo, la sustitución demográfica del país, trayendo consigo unas leyes y costumbres cualquier cosa menos asimilables con las que hasta la fecha han regido Francia.
Al comparar la alianza mundialista-yihadista con el pacto nazi-soviético Zemmour expresa la idea de dos colosos en alianza coyuntural que terminarán colisionando.
De momento, según él, globalistas e islamistas se hallan en fase de repartirse Francia en áreas de influencia; para unos, los barrios caros del centro; para otros, los suburbios. Y en tierra de nadie, como un zombie desarraigado, como un paria de prestado, como un extranjero en su propio país, el francés medio, hijo y nieto de franceses.
Ha llegado la hora, dice Zemmour, de la restauración de Francia.