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Los consultores políticos Pedro Herrero (más conocido por los lares de las redes como Aparachiqui) y Jorge San Miguel comenzaron a grabar un programa de radio en formato podcast en 2018 para conversar con sus entrevistados sobre qué está pasando en España y, lo más importante, hacia dónde nos dirigimos. Lo hicieron tras varios cataclismos muy seguidos que les hicieron cuestionarse la magnitud de los cambios que vivimos. Porque le estamos dando la razón a Alfonso Guerra: a la patria no la conoce ni la madre que la parió. Cómo está nuestra Españita (de mal, en algunos sentidos).

Por el estudio de Extremo Centro han pasado, Ana Iris Simón, Ricardo Calleja, Julio Llorente o Armando Pego, e invitados de ideas muy distintas, como el periodista de El Plural Luis Abascal o el senador por Más Madrid Javier Gómez Perpinyà, entre otros muchos. La variedad ideológica de las tertulias no persigue la equidistancia, ni mucho menos. Más bien, a Herrero y San Miguel les interesa llegar a un punto de acuerdo, o al menos, de entendimiento, entre quienes no se encuentran cómodos con el capitalismo progresista dominante. Centenares de episodios después, no parece aventurado decir que Extremo Centro ha cambiado la manera de comunicar en público los mensajes de quienes permanecen al otro lado de la izquierda.  E incluso su lenguaje cotidiano. Creadores de términos hoy popularizados como las nuevas clerecías, la derechita Deloitte, la España Movistar o faminazi, a Herrero y a San Miguel se les han caído las prevenciones, si alguna vez las tuvieron, hablan abiertamente y sin auto censuras de todo y tienen una propuesta que ofrecer. Charlaron con Centinela la semana pasada durante un almuerzo memorable sobre su libro, que desde hoy, pueden encontrar en las librerías: “Extremo centro. El manifiesto”.

¿Qué es Extremo Centro? ¿Cómo surge?

Pedro Herrero: Extremo Centro empieza tecnológicamente como un podcast esencialmente orientado hacia el momento político que se estaba viviendo después de la moción de censura de 2018. Pero eso es una interpretación que a día de hoy se queda muy, muy, corta de lo que es a día de hoy.

Jorge San Miguel: En 2018 hay un mundo que muere, que es el mundo del buen rollito social liberal, el mundo de ese posible encuentro entre la gente de tradición socialista y la de tradición liberal. Es verdad que eso fue muy al principio.

Llega un momento, durante el confinamiento por el Covid, en el que os “radicalizáis” más, ¿no?

PH: Sí, claro.

¿Por qué? ¿Percibís autoritarismo?

PH: Aquí varias teorías. Nuestros ex amigos del PSOE o ex conocidos del PSOE dirán que siempre fuimos fachas en nuestros corazones.

JSM: Y que eso les llevó a pactar con Bildu.

PH: En nuestro caso hay fases muy definidas. Una, la desilusión con la síntesis previa, que es toda la propuesta liberal fijada como procedimiento en la tecno política, en la Academia… La política basada en datos como única interpretación válida en política. La desilusión con ese proceso va dejando entrar otras interpretaciones.

¿Esa desilusión se manifiesta con el triunfo de la moción de censura?

PH: No, porque ya venía de antes. Yo creo que el comportamiento de los intelectuales públicos durante el golpe de 2017 fue absolutamente lamentable y denigrante hacia lo que se supone que es la interpretación científica de la política. Gente que llevaba años señalando con el dedo al Gobierno de Mariano Rajoy por comparecer detrás de un plasma y no respetar el procedimiento parlamentario porque aprobaba reales decretos, durante el proceso del 6 y 7 de septiembre en Cataluña se dedica a tuitear sobre ciclismo. Y esta especie de intelectual, que había alcanzado una posición de prevalencia en el espacio público, cuando llega la oportunidad de sumarse a la ola sanchista, lo hace de una manera absolutamente impúdica y que resulta desagradable verlo.

JSM: Hay una serie de hitos. Uno, efectivamente, es el de Cataluña. También desde finales de 2017 y principios de 2018 tienes también el tema del feminismo institucional como ariete contra un partido como Ciudadanos, que, al fin y al cabo, intentaba estar en los consensos. Con más o menos razón, pero ahí estaba. Y a personas concretas les agreden en manifestaciones y nadie dice ni mu. Gente que supuestamente eran sus aliados naturales, porque estaban cerca del social-liberalismo, no dicen ni mu. Y si dicen algo, es para decir que algo habrían hecho. Ese es otro hito.

PH: El fenómeno identitario de las minorías en el Orgullo Gay también es otro hito, que hace que a mucha gente se la agreda. En el Orgullo y en el 8-M se agredió a gente, se les tiró pis, se les consideraba seres no cívicos. Ésa es una de las paradojas de Podemos. Podemos no sólo trasforma el ideario de lo que debe defender la izquierda, sino que acaba condicionando lo que la propia sociedad considera cívico o no expresar.

Crea enemigos.

PH: Sí. Se traslada la dinámica de Cataluña, que yo conocía muy bien por cuestiones familiares y personales, a nivel nacional a través de esas nuevas identidades: el feminismo político y la utilización de las minorías como ariete. Y luego, el surgimiento de una nueva generación de de periodistas y académicos que ven que la asunción de este tipo de lenguaje revolucionario en el espacio público español les permitía reciclar a las élites.

JSM: Sustituirlas. Se trata de un proceso que se repite muchas veces a lo largo de la Historia, que consiste en la radicalización de determinadas posturas a través de las cuales impugnas lo que había y te pones tú en su lugar.

PH: Superas a la generación anterior.

JSM: Por poner un ejemplo: un tertuliano de TVE  o de un canal cualquiera de hace veinte o treinta años a lo mejor no está en los códigos del Me Too, no está en los códigos de determinadas cosas que se llevan. Entonces, eso permite al aspirante ponerse como opción virtuosa frente a ese mundo antiguo que está fuera.

PH: La palabra que mejor define ese cambio generacional es señoro. A partir del 2017, toda persona de 40 o 50 años que escribía, desde las coordenadas que fueran, en el espacio público español era un señoro. Era algo con lo que había que acabar. Y luego, está el Covid. Nosotros, que somos chicos culturizados en la globalización…

JSM: En el Nuevo Orden Mundial…

PH: En los años dos mil…

¿En el fin de la Historia de Fukuyama?

PH: Sí, en el fin de las ideologías, el mundo de las pistas de baile, del sexo, las drogas, del bienestar económico…

JSM: No desde una posición intelectual, o no sólo, sino desde una posición vital.

PH: ¿Cuáles son los dos presupuestos fundantes de ese ecosistema de la globalización? Libertad individual y bienestar económico.

Y, los dos, con el Covid, se acaban.

PH: Desde el 2007 en adelante, la parte de bienestar económico. Para nuestra generación, no tanto, pues nosotros hemos quedado de alguna manera a salvo, entre comillas, porque ya teníamos una carrera profesional. Pero la generación de los noventa o en los dos mil nace en un mundo que no crece. Luego, el otro elemento que se derrumba y que para nosotros es importante son los derechos y libertades fundamentales.

Criticaste mucho la prohibición de celebrar funerales durante el confinamiento.

PH: No sólo los funerales, a mí se me prohibió bajar con mis hijos a las zonas comunes de la urbanización.

JSM: Cuando hablabas de las nuevas generaciones, de que no van a tener oportunidades, de que no van a tener esa idea de crecimiento que teníamos nosotros… Se critica que haya personas como Ana Iris Simón, que tienen unas nostalgias concretas, porque recuerdan al franquismo… Mira, no. Ve a los datos, mira la renta de los españoles de hace treinta años, mira el paro juvenil de hace treinta años… Mira que desde el año 2004-2008, España está paralizada. Y eso no es una cuestión de si te mola José Antonio Primo de Rivera, es que eso es así. De hecho, parte también del desengaño de esta época es que había determinados proyectos reformistas, más cerca de los liberales o más cerca del PSOE, que hablaban de estas cosas. Te hablaban del mercado laboral, de la educación, del paro juvenil, del problema de la vivienda… ¡Y, de repente, lo más importante en España era el convenio de Estambul!

PH: O cuántas mujeres se suben al escenario a hablar en una conferencia… Pero ni una medida de apoyo a las madres. Ni una medida apoyo para que los jóvenes adquieran vivienda. Ni un diálogo sobre la transformación del factor trabajo en el siglo XXI. Nada.

Los problemas cotidianos quedan fuera del debate político.

JSM: Seguimos con gente poniendo tuits, de vez en cuando, sobre el paro juvenil, diciendo: “¡esto es intolerable!”. Pero, cuando habéis tenido la oportunidad, ¿qué coño habéis hecho, además de poner palos en las ruedas a la gente que sí quería solucionar esos problemas?

PH: También nos desencantamos con el progresivo distanciamiento con el funcionamiento del espacio público, a efectos de sentirte extrañado ante el nulo componente de verdad del espacio público en España.

¿En qué sentido?

PH: El nivel de simulacro que existe entre la vida ejecutada y la vida proyectada en el espacio público, que sólo sirve para atizar al otro. Tienes a portavoces del PSOE que llevan a sus hijos a colegios de pago dándole la matraca a la clase media de Vallecas que lleva a sus hijos a la concertada. Tienes a políticos, a periodistas que viven en PAUS (Programas de Actuaciones Urbanísticos) con piscina comunitaria, ¡echándoles la peta a los de Carabanchel porque viven en un PAU! Tienes a gente con una moral sexual imperfecta, como la tenemos todos, moralizándoles a los demás en base a que Plácido Domingo hizo no sé qué.

Ante esta situación, pensáis que tenéis que decir algo.

PH: Hay una cierta salida a la neurosis. Necesitamos hablar de esto porque, en el momento en el que lo ves desde fuera, te puede llegar a hacer sentir: oye, que esto que están atacando soy yo. Cuando todo el mundo va en una dirección, cuando todo el mundo está repitiendo una serie de mantras como si fuesen lo fundamental… Cuando de repente hay como una especie de consenso bestial alrededor de que lo climático es la prioridad número uno en España cuando tenemos un desempleo juvenil de casi el 50%, ¿por qué estamos discutiendo sobre si va a hacer no sé qué efectos en 2150?

JSM: Hay una perfecta hipocresía, una perfecta jeta en esta tema. Nos dicen: “hay que pensar en las siguientes generaciones”, porque, a lo mejor, de aquí a cien años, la temperatura ha subido dos grados. Y están cargándole la cuenta de las pensiones al mileurista que ahora tiene veinte o veinticinco años. ¿Pero qué me estás contando?

Habéis entrevistado a Gregorio Luri, a Julio Llorente, a Ana Iris Simón, a Armando Pego… Hay quien dice que deberíais llamaros Extrema Derecha, en lugar de Extremo Centro.

Hay un capítulo del libro que se llama “Nos llamamos Extremo Centro porque Extrema Derecha ya estaba pillado”. Es una broma y tiene que ver con que una manera muy eficiente de llamar la atención en el espacio público es hablar del tabú. Algo que las minorías suelen hacer: apropiacionismo. Cuando un gay se autodenomina “maricón”, por ejemplo. Porque no quiero dejar que el término me dañe. No quiero no quiero darte el permiso de etiquetarme y de alguna manera restringir mi libertad. Una de las cosas que más he aprendido de los chavales de Twitter, es algo que Jorge tiene más formalizado en una frase que está muy bien, que es: no sabes la cantidad de libertad que se gana cuando asumes que te llamen facha.

JSM: Es una frase que leí a alguien de Twitter. Cuando pierdes el miedo a que te llamen facha se te abre un mundo de posibilidades. De golpe y porrazo te da igual.

PH: Dices: de puta madre, viva Franco. Arriba España. ¿Y ahora , qué? ¡Jehova, Jehova!, como el chiste de La vida de Brian. Ya está, ¿y ahora, qué? Porque durante demasiado tiempo, hemos dejado que esa nueva clerecía de periodistas, académicos y profesiones socio culturales asusten a la gente. Es como el vudú.

Es como reaccionar y decir: ya está bien.

PH: Sí, pero yo hago autocrítica. Ya está bien también de andar pensando: no, no puedo decir esto, porque va a afectarme de tal manera… ¡No, hombre! Tú di lo que piensas de verdad, cuídate menos de tener mil prevenciones, asume costes (que tampoco son tan extraordinarios). Creo que hay un equilibro en el espacio público que está dañado porque hay una parte de la nueva izquierda que ejerce un control opresivo sobre lo que se dice y lo que se puede decir, sí. Pero también, porque tenemos un espacio de la no izquierda que son unos cagones que no asumen el compromiso de defender un espacio público de sus valores.

JSM: En el boxeo, o en las artes marciales, o en técnicas de auto defensa, una parte muy importante del entrenamiento inicial es saber que te puedes llevar una torta y no pasa nada. Te puedes llevar dos. Te puedes llevar muchas. Pues esto es igual.

PH: Ya está. No pasa nada, sigues adelante. No hay que dramatizar. La gente tiene un excesivo miedo, en un mundo que además, cada vez tiene más capacidad de presionarte por los móviles, la imagen pública, las redes sociales, hacia su autoimagen…

¿Estáis haciendo batalla cultural?

JSM: Niego la mayor. Creo que no existe la guerra cultural. Existe defender cosas en las que crees o no. Todo en la vida no tiene que pasar por el prisma de la táctica.

¿A veces nos tomamos todos estos debates demasiado en serio?

JSM: Tiene que ver con el mundo en el que vivíamos, el mundo del bipartidismo, en el cual las elecciones se ganaban en el centro. Tenías que dirigirte al votante mediano y medir mucho lo que decías. Porque quien decidía era el votante que estaba decantándose por el PSOE o por el PP. Pero ahora, con Vox, con Podemos, con Bildu aprobando Presupuestos… ¿Qué es la batalla cultural? ¿Decir: a mí esto no me parece bien?

PH: Cuando yo defiendo la familia, o la belleza que veo en mis hijos, o proclamo que una vida bien vivida es aquella que tiene un trabajo que da dignidad, un hogar, una pareja estable e hijos, no estoy haciendo ninguna guerra. Y, sobre todo, no estoy haciendo táctica. Estoy comunicando algo en lo que creo de verdad. Hay una especie de asunción de que cuando alguien del otro espectro de la nueva izquierda defiende que el principio fundamental por el que se ordena una sociedad es la igualdad entre hombre y mujer, está haciendo una guerra. Y no, está defendiendo algo en lo que cree. Y, sorprendentemente, desde el espectro de no izquierda, durante demasiado tiempo hemos defendido que no creer en cosas es la manera correcta de comportarse en el espacio público, cuando ése no es el acuerdo de la democracia liberal. El acuerdo de la democracia liberal es que yo no voy a utilizar el Estado y los medios públicos para imponerte a ti cuál es el comportamiento alrededor de la vida buena que creo. Ahora, que yo tenga que renunciar a dialogar en el espacio público sobre lo que yo creo que es bueno, eso no está en el acuerdo. Y si dialogas, ¿es que estás haciendo guerra? ¿A mí qué me cuentas?

Sin embargo, parece que las democracias liberales se están acabando y están siendo superadas por un nuevo sistema moralista.

PH: Está surgiendo un nuevo libro institucional alrededor de fundamentos que no son los de hace treinta o cuarenta años. En 1989 se derrumba el polo soviético, y ese mundo, del cual Jorge y yo cogimos la última ola, es un mundo en el que, a través de quince años de crecimiento económico continuado, se regía por los postulados fundamentales que decíamos antes: libertad individual, neutralidad valorativa en el espacio público de lo moral y bienestar económico. Los que crecimos en ese mundo somos los que llamo de manera incorrecta boomers. Ese mundo que todavía recoge algo de esos postulados. En cambio, los zoomers, los nacidos en los noventa, se han comido: la crisis del 2006-2007, la crisis del sistema de partidos; en 2017, la crisis constitucional de modelo territorial, y en 2020, la crisis sanitaria que eliminó los derechos y libertades fundamentales. Claro, un zoomer piensa: oye, a mí el acuerdo de la democracia liberal se me queda corto, y necesitamos alumbrar, en un diálogo razonable entre generaciones, sobre temas como: cuáles son las alianzas para el mundo de la empresa, que ha sucedido en la economía, qué ha sucedido en lo que antes era hegemónico en el orden amoroso y que hoy no lo es. Pero no porque presupongamos que hay un set de respuestas nuevo con las que se puedan hacer plantillas, sino porque notamos a nuestra generación boomer, y más para arriba, peor, diciendo mongoladas del tipo: “yo a tu edad tenía dos empresas, dos hijos y una casa”. ¿Pero de qué me hablas?

JSM: Cosas que ya a nosotros nos suenan a cosas de marcianos.

Imaginaos a un nacido en los noventa.

JSM: Los que hemos nacido a finales de los setenta o principios de los ochenta, pillamos el vagón de la oportunidad muy a última hora. A mí la pandemia me ha radicalizado y me ha pillado en una casa de Madrid con una terraza de cincuenta metros cuadrados. Si me pilla con 17 años, no sé dónde estaría.

PH: Las sociedades contemporáneas, cada vez de una manera más salvaje, usan la figura del chivo expiatorio, y se nota mucho que hay paganinis sociales de la crisis. Que haya jóvenes que hoy discutan los paradigmas de la democracia liberal como dados, que cuestionen determinados consensos en torno a la Unión Europea, que cuestionan determinados consensos en torno a cuál es la manera correcta de representar la sociología política de no izquierda, no es que me parezca bien, es que me parece esencial. Porque hay una generación de mayores que han pasado entre algodones y con colchones esos cuatro eventos que definen la visión generacional que va del 2016 al 2020, y tenemos unos popes del pensamiento político de la no izquierda que están a por uvas. Porque no se dan cuenta de lo ridículos y desacoplados que suenan respecto de lo que piensan los jóvenes. Proclaman: ¡impuestos bajos! ¡Libertad de empresa! ¡Bajemos Sucesiones! ¡Ley de pandemias! Te dan un golpe de Estado en Cataluña y tú sólo saber decir: ¡Constitución! No, hombre, no. ¿Cuándo se paró esto? Cuando hubo palos.

JSM: Los que te argumentaban diciendo: “no, es que tal ley orgánica no lo permite”. Hubo unas jornadas después de la pandemia que me tocó seguir por temas laborales. Y, un día, se juntaron dos popes, uno del PSOE y otro del PP, y se pusieron a hablar de los plásticos en los océanos.

Volvemos al abandono de los problemas cotidianos por parte de los políticos.

JSM: Pero, ¿ustedes creen que entre los retos de España está si en el Yang-tse o en el Mekong hay plásticos y se les mete a las tortuguitas por la nariz?

¿Ésta es, como decís vosotros, la turra y la chatarra ideológica que se les está vendiendo a los jóvenes?

PH: No, esta vez el orden es inverso. Hay muchos jóvenes que están levantando la voz y diciendo legítimamente: los discursos públicos hoy no son míos, no me siento nada atado a este tipo de expresiones, de lenguajes, de códigos. Y hay unos mayores que están demostrando una sordera profunda. Ojo, a izquierda y derecha. Cuando Ana Iris (Simón) sale diciendo que quiere estabilidad sentimental y laboral, una casa y ser madre, es la propia izquierda la que dice: eso es Falange. Hemos intentado plasmar un poco en el libro, y a lo largo de estos tres años, que se establece un engranaje cuando se dialoga, y en el que nosotros mismos, al confrontar y abrirnos a escuchar a determinadas personas, nos acabamos haciendo preguntas. Por ejemplo, yo ahora me doy cuenta de las gilipolleces que decía sobre el derecho positivo.

JSM: Otro ejemplo, volviendo a la pandemia: yo en mi puñetera vida me podía imaginar que yo iba a tener que preocuparme de los derechos fundamentales, la biopolítica, la vigilancia, por estas cosas foucaultianas… Ahora que se ha muerto Escohotado, yo pensaba que la parte de su obra que iba a envejecer peor era la relacionada con la vigilancia, el Estado terapéutico, biopolítica, el control de la Administración… A mí me parecía que esto estaba pasado de rosca. Pero, pasa un acontecimiento de estos y dices: ¡pero si es mi vida!

¿Todo esto tiene que ver con la defensa que hacéis del conocimiento de la experiencia sobre el racional, sobre las lecturas?

PH: Quizá estoy reaccionando sobremanera con la hipótesis de la biotecnología o la política científica, que es el paradigma que a mí se me cae al suelo. En cuanto tú ves que intelectuales públicos, que han utilizado sus credenciales académicas para servir como meros peones de vulgares maniobras del poder sanchista y se han convertido en hooligans, sin perder sus credenciales, entonces ahí yo pienso que es todo trampa. Tengo acceso entonces a una reflexión, que me llega por influencia del conservadurismo, que es la siguiente: el conocimiento que es inexpugnable es el de la experiencia. Y me doy cuenta de que, a medida que voy profundizando en ella, que es cierta. También es verdad  que se va conociendo esta idea a medida que uno se va haciendo mayor. Es normal que con veinte años creas que conocer el mundo es leer cuatrocientas novelas clásicas y pensar que con eso eres capaz de juzgar la realidad.

Sin embargo, la experiencia te hace humilde.

PH: La experiencia es un tipo de conocimiento más profundo, te da una dimensión de humildad sobre la vida propia y de los demás, porque todo tiene siempre muchas más dimensiones, está mucho más matizado. El juicio moral que ejerces sobre los demás va siempre condicionado a la situación en la que se ha producido la decisión, mientras que el revolucionario joven se basa esencialmente en el conocimiento teórico.

Pero los jóvenes, necesariamente, no tienen conocimiento de la experiencia. ¿No deberíamos invertir en el conocimiento teórico que reciben mientras van adquiriendo esa experiencia?

PH: Hay que dejar experimentar más a los jóvenes. La no izquierda tiende a limitar el radio de las lecturas que se pueden hacer. Si alguien está leyendo los discursos de Primo de Rivera, o ha leído a Mishima o a Jünger, y se ha flipado un poco, ya reaccionan con un: “huy, huy, huy, huy, estos son nazis”. Sin embargo, la izquierda es muy tolerante con las lecturas de los jóvenes.

JSM: Asume perfectamente que leas a Lenin.

PH: O que te flipes con el “Manifiesto comunista”…

JSM: O que leas a Negri.

PH: O que lleves de joven camisetas del Ché. Nadie dice: “no, cuidado, que este igual pone bombas”. La izquierda es mucho más tolerante con la experimentación intelectual y yo creo que eso es algo que la enriquece esencialmente y que empobrece a los chavales de no izquierda, porque les obligan a asumir una normatividad con dieciséis o veinte años que no es buena para nadie. Porque ellos deberían estar generando síntesis propias sobre la realidad. Hay que reclamar para los jóvenes de no izquierda libertad a la hora de experimentar en lecturas y experiencias. Dejar la normatividad de las parroquias, de las cuatro lecturas obligatorias, del “ten cuidado, que te vas a perder”.

JSM: En mi caso, yo leo a Mishima porque viene en una colección seleccionada por Savater.

¿Con qué edad?

JSM: Con veinte, veintiuno o veintidós. Y porque he oído hablar a Vázquez Montalbán de Mishima. Y, si no viene con el marchamo de gente como Savater o Vázquez Montalbán…

No le habrías leído.

JSM: Y a Jünger le leo porque me lo recomienda Escohotado, pero, si no, igual. Hubiera dicho: ¿y ése quién es? Porque vas con esa prevención.

PH: La izquierda cultural ridiculiza, caricaturiza al adversario. Eso, a efectos del prestigio de tu propio espacio de intelectuales, es demoledor. Uno de los mayores problemas que tenemos dentro de la generación más joven en el espacio de la no izquierda es que no hay mayores. O que sus mayores no los tutorizan para que lean, para que exploren.

¿Eso no está cambiando?

PH: ¡Ahora! Cuando juntamos a Armando Pego con Lezuza, ese engranaje, en el mundo de la izquierda, se produce en el ámbito del arte y la cultura de una manera orgánica. Se encuentran, se pasan lecturas, hay un diálogo.

Este verano, Mario Crespo se preguntaba si es posible una derecha hippie y publicó un artículo en Centinela sobre una posible alianza entre conservadores y hippies. En vuestro libro, creo que le pedís a la no izquierda que se vuelva hippie, que salga de la torre de oficinas y organice las nuevas parroquias, que cree cultura.

JSM: Volviendo a Escohotado, que se ha muerto esta semana y yo he tenido la experiencia personal de conocerle…

PH: Perdón: Escohotado es el ejemplo perfecto de alguien que se dedica a crear una comunidad creativa a su alrededor, de conocimiento, de pensamiento.

JSM: También Sánchez Dragó, o Garci. Son gente que se ha preocupado de educar en un sentido socrático, si quieres, a la juventud. Una de las cosas fundamentales que he aprendido de Escohotado es: oye, no te vayas del despacho de la Universidad a tu casa y te encierres. Habla con la gente, acepta a la gente en tu casa. Eso vale muchísimo más que cualquier conocimiento específico, que cualquier escolástica específica que te puedan dar. Me interesa por lo que decía Pedro: porque es gente que ha creado una comunidad, y esa comunidad vale mucho más que lo que pueda generar Bob Pop, de quien no se va a acordar nadie en cinco años.

PH: La cantidad de gente que ha expresado genuinamente que le unía un lazo de afecto, respeto, conocimiento, ayuda, solidaridad, amistad… respecto de Escohotado, explica que hay una manera de crear colectivamente en torno a minorías densas, intelectualmente, y creativas, que no se encierran en comunidades cerradas y pequeñas sino que salen hacia fuera.

JSM: Y que tiene mucho que ver con lo que decías de los hippies, porque, además, Escohotado y Dragó fueron hippies. En el sentido de: vamos a bajar la formalidad, vamos a experimentar con formas sociales.

Al final, ¿se trata de atreverse?

JSM: Vamos a atrevernos a hacer cosas, lo cual no significa que sea comunista o de Podemos, sino que soy una persona que quiere experimentar.

PH: Nuestros mayores ya eran gente muy volcada hacia el mundo de lo productivo y lo normativo. Y no te metas en saraos. No te metas en política. A eso se le ha sumado ahora que el entorno corporativo empresarial es adverso a la representación de valores conservadores.

¿El capitalismo se ha hecho progresista?

PH: ¿Y por qué? Porque, como el espacio sociológico de no izquierda no ha renovado sus valores y no ha generado una propuesta sugerente en la sociedad, hoy simplemente ya no eres lo normativo. Lo normativo es: ICADE, E3, máster en el IESE, vegano, coche eléctrico… Y quizá votar a Errejón. Porque es el que más se parece a ti. Entonces, necesitas otra vez gente que actúe por vocación, alejarse de quienes actúan sólo porque quieren. ¡Yo lo único que quiero es pasármelo bien! Y tener una vida con la que disfrutar.

JSM: Además, para poder ocuparte de lo táctico, tienes que saber quién eres. Si no, eres un fantasma de lo táctico, que no saben ir más allá. ¿Tú quién eres? ¿Qué representas? Cuando te vas a casa y pones la tele o lees un libro, ¿tú quién eres? ¿Qué te gusta? Porque, al final, tenemos personas que no saben quiénes son.

PH: De cartón pluma y pladur. Es la paradoja que se está dando de manera contemporánea: lo único que ven los jóvenes es lo que está siendo proyectado en redes sociales, en canales de comunicación mainstream, que son, esencialmente una cultura producida en base a criterios de mercado, y en donde hay elementos ideológicos que tratan de ridiculizar en valores a la mitad de la población. La mayor parte del humor, del infotainment que se produce en este país se basa esencialmente en denigrar a la gente que ha decidido casarse, tener una furgoneta, tener un par de hijos y vivir una vida de clase media normal. Porque la izquierda hoy ya no considera al capitalismo el enemigo. Hoy lo que hay es un resentimiento social extraordinario entre esas clases creativas que juzgan moralmente.

Y juzgan, paradójicamente, al obrero.

PH: A los Pacos y a los Manolos. El discurso público está muy capturado por una clase dominante que, además, no es consciente de ser clase dominante. Una periodista de un gran medio de izquierdas que le echa la peta al camarero  por ponerle mal la Coca-Cola. Si analizas las condiciones objetivas de esas personas, se ve que quien goza de una posición dominante en esa relación es la periodista feminista que está divulgando ante su audiencia que el Paco que le ha puesto mala una Coca-Cola es un hombre atrasado, machista, señoro, racista, que no se preocupa por el clima, que seguro que no va en un coche eléctrico, que seguro que vive en una vivienda que no es sostenible, que además vive alejado del centro porque seguro que utiliza el coche para desplazarse porque vive en un urbanismo que no es denso. Y lo llamativo de esto es que esa clase dominante ejerce y representa sus valores sin contestación de la otra parte. Y hay que levantar la voz para poder representarla.