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“Hoy apenas si se escucha ya el canto del lobo”. La legendaria frase de Félix Rodríguez de la Fuente denunciaba la situación de una especie amenazada. Pero iba mucho más allá. Analizada a la luz de su pensamiento, esta frase se refería también a la pérdida casi definitiva de la libertad ancestral del hombre. La libertad de vivir en y con la naturaleza y ser dueño de sí mismo.

Es sabido que nuestro naturalista más internacional dedicó buena parte de sus energías a eliminar la leyenda negra que existía sobre el lobo. Él demostró que no era un animal perverso ni sanguinario, sino que cazaba para subsistir y que su presencia era necesaria para mantener el equilibrio biológico de los ecosistemas naturales. Una frase de Félix expresa claramente su identidad con este animal y resume buena parte de su pensamiento: “Yo quiero ser un lobo y vivir en una tierra no contaminada, con bisontes pastando en las praderas como aquellos que quedaron pintados en la cueva de Altamira; y cantaría a la luna por la felicidad infinita de vivir en un mundo así”.

Diario de Burgos

La idea central del pensamiento de Rodríguez de la Fuente es que no se puede disociar el hombre de la naturaleza. De ahí el nombre de su serie más conocida: El Hombre y la Tierra. Él lo dijo de una forma mucho más poética: “El hombre es síntesis del Universo, el planeta es síntesis del Universo, entre el hombre y la Tierra hay el abrazo profundo, el cordón umbilical irrompible, que puede haber entre el niño y la madre, cuando el niño está en el claustro materno. Si el cordón se rompe, el niño muere, y la propia madre está en peligro”. La defensa de la Vida, el respeto a los demás y a la Naturaleza son las tres líneas argumentales que se repetirán de forma constante en todos sus planteamientos.

El amigo de todos los españoles

Rodríguez de la Fuente apareció por primera vez en pantalla en una entrevista a finales de 1964. En ella habló con entusiasmo de la estrecha comunión del hombre con la naturaleza, del sentido cósmico de la vida y de su noción de pertenencia a un todo. Los telespectadores se quedaron enamorados de su vitalidad, su voz y su pasión. Ése fue el inicio de una conexión inseparable entre Félix y los españoles. El público quería saber más sobre ese burgalés y TVE entendió el mensaje. Sus programas ‘Fauna’ en 1968, ‘Planeta Azul’ en 1970, y ‘El Hombre y la Tierra’ en 1973, le hicieron el hombre más popular y querido de España.

En estos programas puede entreverse el pensamiento de Rodríguez de la Fuente. Ha dejado para la posteridad cientos de horas de grabación y textos que condensan su visión del mundo. En su biografía, Benigno Varillas realizó un excelente trabajo de compilación y análisis (Félix Rodríguez de la Fuente. Su vida, mensaje de futuro). Félix fue un visionario al anticipar la actual crisis ecológica y criticar un sistema consumista (¡de los años 60 y 70!) que conducía inevitablemente a la insatisfacción permanente. Identificó la raíz de la alienación del hombre actual en el hecho de haberse desgajado de la naturaleza. La senda de la sociedad moderna sólo puede llevar a la avaricia, la banalidad y la pérdida de libertad. “El mundo es espantoso para el ciudadano medio que vive en colmenas, urbes monótonas y horrísonas, calles sucias recibiendo cultura como píldoras y mensajes que no se ha demostrado que sean perfectos. Nuestra era se recordará en un futuro feliz, si es que se llega, con verdadero terror. El hombre tiene necesidad de libertad, del campo, del cielo, de tiempo para no hacer cosas… y aprender e imaginar. Hoy no lo puede hacer”.

Una visión original del pasado y del futuro

Rodríguez de la Fuente era un espíritu rebelde que no se dejó domesticar por nadie. Recuperó el arte de la cetrería, la caza con halcón, cuando hacía dos siglos que nadie lo hacía. Para ello exploró bibliotecas de toda España y llegó a estudiar textos medievales como el libro de la caza de las aves del canciller López de Ayala y el libro de las aves del príncipe Don Juan Manuel. Muchos vieron en ello una extravagancia folclórica. Pero no lo era. Para él era una conexión con el pasado. Leyendo tomos polvorientos averiguó que la cetrería se había practicado en muchas culturas de la antigüedad. Para nuestro naturalista, la caza con halcón era una de las últimas manifestaciones de la forma de vida libre de los cazadores nómadas, del paraíso que para él representaba el paleolítico.

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Afirmaba que “quizás en el pasado se encuentren las claves del futuro”. Los depredadores del cielo le conectaban al misterio de la vida. Al recuperar la alianza entre el hombre y el halcón Félix creía volver a una época olvidada, en la que el hombre había sido libre y feliz. Según nos cuenta su biógrafo, Félix se sentía portador de una antorcha antigua que llevaba mucho tiempo apagada.

La originalidad de su pensamiento llegaba al considerar que el paleolítico había sido la edad de oro de la humanidad. En el neolítico el hombre buscó el asentamiento y la acumulación de bienes y buscó la seguridad aun a costa de perder libertad. El predominio de la caza cedió ante la implantación de la agricultura y la ganadería. “La cultura de los cazadores superiores fue barrida por una poderosa ola, al parecer procedente de Oriente, cuya característica era la modificación de la naturaleza en provecho del hombre”. Lo que el hombre no supo medir es que al domesticar la naturaleza, el hombre acabaría por domesticar al propio hombre.

En la obra de Rodríguez de la Fuente encontramos el embrión de toda una serie de corrientes de pensamiento que están cristalizando en la actualidad. De una forma intuitiva supo enlazar ideas aparentemente antagónicas. Su pensamiento cuestiona los cimientos mismos de una concepción ideológica que entiende el futuro como una huida del pasado y el progreso como una dominación de la naturaleza para maximizar el crecimiento material. Y, si se analiza bien, el productivismo y la carrera tecnológica estaban tan presentes en el bloque occidental como en el soviético. Esta lucidez de ideas, en una época en la que el mundo estaba dividido por un telón de acero, sitúa a Rodríguez de la Fuente, sin pretenderlo, en la vanguardia de una nueva síntesis de pensamiento ecológico.

A él le gustaba considerarse un agitador de conciencias. Y por supuesto que lo fue. No tenía problema en hablar a favor del lobo en una España que todavía era altamente rural. El pueblo demostró que sabía reconocer y apreciar las palabras cargadas de verdad y de nobleza, aunque en ocasiones resultaran incómodas. Félix hablaba al corazón de las personas y sus palabras consiguieron despertar un instinto indómito que parecía dormido. Tal y como señala su biógrafo, Benigno Varillas, “no aprendió de nadie, aprendió de muchos. No fue el clásico seguidor de una escuela o una filosofía muy concreta; era una persona integradora y que intentaba conciliar la izquierda con la derecha y el pasado con el futuro”.

El Norte de Castilla

Una misión para las generaciones futuras

Hoy, aniversario de su muerte, es un buen día para recordar a Félix Rodríguez de la Fuente. Nos dejó el 14 de marzo de 1980, el mismo día que cumplía 52 años. Se encontraba en su mejor momento vital y profesional. Un accidente de avioneta segó su vida mientras rodaba un documental sobre una carrera de trineos en Alaska.

En cualquier plataforma de contenidos podemos encontrar muchos de sus reportajes y entrevistas. Una de las cosas que más impresiona al verle hablar es la convicción de que hay momentos en los que desconecta de la audiencia adulta y se dirige solo a los niños. Félix quería que su mensaje llegara, sobre todo, a las generaciones futuras. Él sabía que eran los jóvenes del mañana los que podrían traer los cambios que él imaginaba. Por eso, también fue un pionero en el activismo cultural a largo plazo.

Todos conocemos su faceta como naturalista incansable. Pero Félix fue mucho más. Fue un estudioso que recuperó un arte que llevaba dos siglos olvidado. Y un vitalista que aspiró a recuperar una forma de ver el mundo que todos daban por superada. Para Félix no había nada imposible. Solo hacía falta un grupo de indomables que quisieran volver a recuperar la libertad perdida.