Para tener éxito, la conservación necesita volver a ser conservadora. Con esta sencilla premisa Roger Scruton defiende que, en realidad, las políticas verdes forman parte natural de los conservadores. Así lo proclama a los cuatro vientos en Green Philosophy: How to Think Seriously about the Planet (pendiente de traducción al español).
El medio ambiente ha sido históricamente una materia monopolizada indiscutiblemente por la izquierda. En Filosofía Verde, Scruton sostiene que el conservadurismo está mucho mejor preparado para abordar –de verdad- los problemas ambientales que el socialismo o el liberalismo. Si la ecología va de conservación, arraigo al propio territorio y obligaciones hacia generaciones futuras, nadie está mejor equipado para ese viaje que los conservadores. A fin de cuentas, fue Burke quien proclamó (hace ya dos siglos) que la sociedad no es solo un contrato entre los vivos, sino un lazo entre los muertos, los vivos y los que están por nacer.
Los eco-warriors radicales asocian la etiqueta “conservador” a todo lo que tenga que ver con avaricia, despilfarro o sobreexplotación de recursos. Paradójicamente, no parecen apreciar el daño que ha causado el socialismo en el medio ambiente de Rusia, Europa del Este o China. En este contexto, Scruton decide saltar a la arena para disputar a la izquierda una bandera (la verde) que la derecha nunca debió dejarse robar.
Un aristócrata de clase trabajadora
Scruton falleció hace justo un año. Su marcha deja un vacío difícil de llenar en la escena intelectual conservadora. Scruton era, probablemente, el pensador conservador más sólido e influyente del panorama británico actual.
Sir Roger Scruton fue nombrado caballero en 2016 por sus “servicios a la filosofía, la enseñanza y la educación pública”. Tiene varios libros publicados sobre estética, arte e incluso uno sobre vino. Además, tocaba el piano, montaba a caballo, cazaba el zorro y fumaba puros arrellanado en butacas chester. Cualquiera que lo acabara de conocer pensaría que es el típico aristócrata rural, educado en Eton y entregado a placeres elitistas.
Nada más lejos de la realidad. El coloso del pensamiento conservador británico nació, en realidad, en el seno de una familia trabajadora en una localidad del Este de Inglaterra. Su padre era un profesor de Manchester, militante furibundo del Partido Laborista, que “odiaba a las clases altas” y que había declarado su hogar “zona libre de religión”.
El giro a la derecha de Scruton (hijo) se produjo durante una estancia en París. Allí le sorprendió la revuelta de mayo del 68. La escena de los hijos de la burguesía armando barricadas y quemando contenedores como señal de protesta le hizo comprender que había algo podrido en la izquierda radical. Según él mismo confiesa, fue en ese momento en el que comprendió que destruir era muy sencillo y que conservar era una tarea que requería mucho esfuerzo y energía.
Sobre Scruton se ha dicho que ha tenido el acierto de actualizar el pensamiento de Burke a los tiempos actuales. Por eso, su llamada a recuperar la bandera verde debemos interpretarla como una verdadera necesidad de dar un giro apreciable al discurso conservador.
Una misión para los pequeños pelotones de voluntarios
En los viejos tiempos de la Internacional Comunista la política global se diseñaba en cuartos oscuros por una jerarquía de burócratas sin rostro. Luego esta agenda se ejecutaba en los distintos países a través de los partidos comunistas que actuaban como simples terminales. Scruton ve actualmente algo parecido en la agenda ecologista. Este pensador sostiene que el globalismo aprovecha que los problemas del medio ambiente traspasan las fronteras para imponer una serie de directrices sin respetar las soberanías nacionales. Así, hace tiempo que la agenda medioambiental fue confiscada por los radicales para incrustar en ella viejos mantras socialistas.
En este contexto, el filósofo apunta que en vez de confiar el medio ambiente a ONGs sospechosas y comités internacionales que no rinden cuentas ante nadie, somos nosotros quienes debemos asumir la responsabilidad personal del cuidado de la naturaleza. Son las personas quienes deben hacerse cargo de su entorno local, cuidarlo como un hogar y canalizar su compromiso a través de las asociaciones civiles que han sido el eje tradicional de la política conservadora. Scruton espolvorea el libro con multitud de proyectos locales y comarcales que acabaron siendo un éxito gracias al empeño de grupos vecinales. De esta manera, la causa verde aparece ante nuestros ojos como una misión idónea para esos “pequeños pelotones de voluntarios” de los que hablaba Burke.
Y añado yo que la defensa de la naturaleza como hogar es una causa demasiado importante para dejarla en manos de burócratas subvencionados, veganos urbanitas o preadolescentes alucinadas.
Filosofía Verde no niega que haya problemas que afectan al planeta en su conjunto. Pero no todos tienen esta magnitud. En este punto Scruton recurre a la doctrina de la subsidiariedad emanada de las encíclicas papales. Solo los problemas que no pueden resolverse a nivel local deberán afrontarse a un nivel nacional. Y solo aquellos que no pueden gestionarse a nivel nacional deberán escalarse a un nivel internacional. Y allí deberá entrar en juego las relaciones de colaboración propias de los Estados soberanos.
A lo largo de las cuatrocientas páginas del libro, Scruton atiza de lo lindo a la izquierda radical y a los conspiradores globalistas, pero al mismo tiempo zurra a los banqueros sin escrúpulos, a los centros comerciales que destrozan el paisaje, a los fanáticos de las autopistas y a las grandes corporaciones que sobreexplotan los recursos. Lo cortés no debe quitar nunca lo valiente.
Alianza oicófila
En psiquiatría se llama oicofobia (del griego oikos, hogar) al miedo irracional y enfermizo al hogar, a estar en casa y a todo lo que tenga aspecto casero. En Filosofía verde Scruton tiene la genialidad de adaptar este concepto al terreno político para denominar a las ideologías que repudian las nociones de patriotismo y herencia cultural. Y frente a esta oicofobia contrapone la oicofilia, para representar todo lo contrario: el apego a los vínculos naturales de familia, parroquia, comunidad local y nación.
Los conservadores son, por definición, oicófilos. Pero en la cuestión del medioambiente no están solos. Afortunadamente, también hay oicófilos en la izquierda.
Scruton dedica un recuerdo especial a su padre, a quien considera que profesaba una oicofilia de izquierdas. Él en política era un soldado en la guerra de clases y desconfiaba de la monarquía, la Iglesia y la Cámara de los Lores. Pero amaba Inglaterra, amaba la campiña inglesa y los antiguos condados locales. Su padre estaba suscrito a la revista The Countryman, fundó un centro para el estudio de la naturaleza en la escuela primaria en la que dio clases y fundó la Sociedad de Protección de High Wycombe con el fin de salvar su ciudad, sus torres y caminos de los destrozos del progreso. Él pertenecía a clubes y sociedades dedicadas a la historia local, el estudio de la naturaleza y la conservación de los bosques. E incluso se escandalizaba cada vez que entraban en su cocina alimentos envueltos en plástico.
Y ese espíritu no está del todo perdido. Scruton contempla con esperanza cómo son cada vez más los ecologistas de izquierda que se alejan de las grandes ONGs que operan como las multinacionales que denuncian. Estos activistas decepcionados prefieren el trabajo de proximidad y a pequeña escala. Este enfoque que se aleja de las soluciones radicales de arriba-abajo debe ser bienvenido por los conservadores. Los azules pueden encontrar aliados naturales en los movimientos que promueven comunidades bajas en carbono, el slow-food y la permacultura.
La derecha debe volver a un campo que ha dejado abandonado durante demasiado tiempo. No puede ignorar la llamada de la naturaleza. Y es que debemos recordar que, para tener éxito, la conservación necesita volver a ser conservadora.