Catedrático de Filosofía del Derecho en la Universidad de Sevilla, es autor de 10 libros, el último, ‘La fragilidad de la libertad’, recién salido de la imprenta. Allí -y también aquí- reflexiona acerca de la alarmante situación demográfica, la importancia del matrimonio, los peligros del transhumanismo, la contracultura de los 60, la cuesta abajo en la rodada del liberalismo, la fobia creciente hacia los cristianos en Oriente y -¡alarma!- también en Occidente…
Reflexiona, en fin, acerca de cómo es posible que la sociedad más libre y próspera de la Historia, o sea, la nuestra, tenga esa irrefrenable pulsión a autodestruirse. ¿Hay, sin embargo, esperanza? Contreras cree que sí. Leamos.
Hay quien habla de una Europa real frente a una falsa Europa. ¿Es correcto?
Bueno, una respuesta fácil sería contraponer la Europa oficial, bastante uniforme ideológicamente, de la burocracia de la Unión Europea o las mayorías progres del Parlamento Europeo, con la Europa plural realmente existente.
¿Algún caso concreto en el que se enfrentaran una y otra?
Recuerdo, por ejemplo, el momento en que la comisaria europea Viviane Reding condenó la campaña pro-vida del Gobierno húngaro de Viktor Orbán como «incompatible con los valores europeos».
¿Y lo era?
Era una campaña de disuasión del aborto.
Más casos.
El momento -unos años anterior- en que, cuando se preparaba el proyecto de Constitución europea, finalmente abortado, se mencionó a Grecia, Roma y la la Ilustración entre las raíces históricas de Europa, pero no al cristianismo.
Sin embargo, Europa no se explica sin el cristianismo, lo mismo que sin Roma, Grecia o la Ilustración.
Sí, creo que hay un patrimonio histórico-cultural común (aunque con variaciones nacionales), en el que son importantes el legado grecorromano, la huella del cristianismo, los valores de la Ilustración y el liberalismo… Philippe Nemo propuso una buena reconstrucción de ello en su ¿Qué es Occidente?; también Huntington en su Choque de civilizaciones.
¿Y Mayo del 68? ¿Forma parte Mayo del 68 de ese patrimonio?
Los valores hedonista-libertarios de Mayo del 68, desgraciadamente, también se han convertido en las últimas décadas en patrimonio europeo común. Y pueden conducir a la ruina de todo lo anterior.
¿Tanto?
Por ejemplo, es claro que la revolución sexual y moral del 68 ha generado la crisis de la familia (cada vez se casa menos gente; los que se casan, lo hacen a los 35 años, y con alta probabilidad estadística de divorcio posterior), y esto a su vez el hundimiento de la natalidad. Y la infranatalidad crónica nos va a llevar a la insostenibilidad socio-económica y la creciente irrelevancia política a nivel mundial.
¿Se vislumbra alguna luz al final del túnel?
La luz de esperanza es la reacción de algunos países de Europa central y oriental (Hungría, Polonia, etcétera), que parecen cuestionar los valores del 68 e intentan un retorno a los valores tradicionales. Y quiero creer que la «nueva derecha» que parece tomar forma en países de la Europa occidental también incluye una dosis importante de anti-68, como el rechazo al feminismo radical, la ideología de género, etcétera.
«Quiero creer», dice. Eso es tanto como no creérselo del todo.
Para poder hacerlo, necesitaría ver a esos partidos defendiendo la vida, la natalidad y la familia con más claridad.
Volvamos por un instante a la erradicación del cristianismo del proyecto de Constitución europea. ¿Cómo interpretar el gesto?
Como la autoconciencia de la Europa oficial pareciendo avergonzarse del pasado cristiano, y en realidad de todo pasado anterior a 1945.
Según eso…
Europa sería culpable de nacionalismo, militarismo, imperialismo, racismo… Se habría autodestruido en 1914-1945… Y habría recomenzado en 1957 (fecha del Tratado de Roma), abrumada por la culpa, pidiendo perdón al resto de la humanidad, y definiendo su nuevo proyecto en términos post-nacionales y abstracto-universales: democracia, libertad, derechos humanos.
¿Algo que objetar?
Todo eso está muy bien, pero no es específicamente europeo. No es un rasgo diferencial de Europa. La libertad y los derechos son proclamados hoy día -al menos de boquilla- en todo el planeta.
Volviendo a las raíces cristianas de Europa, a la negación de las mismas, ¿no nos encontramos ante el enésimo caso del César invadiendo los terrenos de Dios?
El César expulsa a Dios de la plaza pública, por ejemplo, cuando intenta silenciar a los anti-abortistas o los pro-familia con el pseudoargumento de que «quieren imponer su fe a los demás».
¿Pseudoargumento por qué?
Porque se pueden defender desde premisas perfectamente laicas principios como el derecho a la vida desde la concepción o la necesidad de parejas hombre-mujer estables que engendren hijos y permanezcan juntas el tiempo necesario -que son décadas- para educarlos. Pero sería injusto culpar al poder político del retroceso de la religión en Europa.
¿Entonces?
Más bien ha sido una autodemolición y apostasía voluntaria.
¿Con qué resultado?
El de que somos la primera sociedad mayoritariamente atea (o, al menos, religiosamente indiferente) de la Hstoria. Por cierto, una excepción a nivel mundial.
¿Sí?
Sí, porque el resto del mundo sigue siendo tanto o más religioso que antes. Véase, si no, el despertar del Islam, o la importancia creciente -también a nivel político- de las iglesias evangélicas en Hispanoamérica, o los progresos del cristianismo en China. Veremos cómo termina el experimento.
¿Cuál, el de la apostasía generalizada?
Sí.
¿Y cómo cree que terminará?
Parece que no muy bien: de seguir como hasta ahora (con 1,4 hijos/mujer), vamos a la extinción. Por cierto, además del hedonismo y la liberación sexual estilo 1968, el ateísmo es otra de las matrices de nuestra desgana reproductiva.
Al hilo de esto, escribió usted lo siguiente hace unos meses en cierto manifiesto: «Para desear transmitir la vida, hay que creer que ésta tiene sentido. En el Misterio de Caín, de Byron, Lucifer explica que la procreación es un engaño de la naturaleza ‘que nos arrastra a multiplicar cuerpos y almas, llamados todos a ser igual de frágiles e infelices'».
La Europa contemporánea parece compartir la respuesta de Caín: «Si es así, engendrar a los que están llamados a sufrir y morir no es sino propagar la muerte y multiplicar el homicidio».
Deduzco por estas y otras respuestas que para usted es el invierno demográfico el reto más grande -o la mayor amenaza, si lo prefiere- a la que se enfrenta Europa.
Yo creo que sí. Desde hace varias décadas, Europa tiene una tasa de natalidad un 30% inferior al índice de reemplazo generacional.
¿Entra España dentro de la media?
En España es casi un 40%.
¿Adónde nos lleva eso?
Creo haberlo apuntado: a un inevitable declive económico-político, por no decir a la simple insostenibilidad. Por otra parte…
Sí.
Existe la tentación de llenar los huecos demográficos abriendo las puertas a la inmigración, pero ya se ha comprobado que buena parte de los inmigrantes -especialmente, si son de cultura islámica- no se adaptan, ni comparten nuestros valores, ni admiran nuestra cultura.
Entonces, ¿por qué vienen?
Porque desean participar de nuestro nivel de bienestar material y prestaciones sociales.
¿Sirve su llegada al menos para equilibrar las cuentas públicas?
Tampoco, pues consumen más servicios y prestaciones que lo que aportan por vía fiscal (pagan pocos impuestos porque tienen salarios bajos, cuando no «trabajan en negro»). Así que lo que preveo es una mezcla de lenta agonía demográfica y de tensión social creciente motivada por la «gran sustitución» migratoria.
¿Pasa la solución por el reforzamiento del Estado-nación, para algunos sinónimo de insolidaridad?
Cada Estado-nación es un marco de solidaridad entre connacionales. Como ha explicado Roger Scruton, el alto grado de solidaridad y sacrificio fiscal que exige el Estado de Bienestar sólo resulta viable si opera en el contexto de un «nosotros» histórico-cultural sinceramente sentido.
Dicho de otra forma…
Estamos dispuestos a ser solidarios con aquellos a los que consideramos miembros de nuestra comunidad moral, no con otros más lejanos y diferentes.
¿Siempre fue así y siempre así será?
Durante siglos, el marco de comunidad moral venía siendo el Estado-nación. No está claro que los europeos estén preparados para un nuevo marco supranacional de solidaridad.
¿No?
Las resistencias de alemanes, británicos o escandinavos a reparar las frivolidades presupuestarias de griegos, italianos o españoles -en los años más duros de la crisis- demuestran que eso es así.
¿Y qué tal si probamos a acelerar la unificación europea?
¿Cómo, con mutualización de la deuda soberana, como llegó a proponer Macron? Eso probablemente produciría reacciones euroescépticas más radicales y extendidas. La actitud más prudente en la UE actual quizás sea la de «virgencita, que me quede como estoy».
Luego el único destino posible de la UE no es la autodestrucción.
No deseo que desaparezca la UE: hay que reconocerle el mérito de haber erradicado el espectro de la guerra entre países europeos, y ha funcionado bien como mercado común.
Ya que habla de mercado, ¿ha de someterse todo a su lógica?
Claro que no. Necesitamos más libre mercado – o sea, más iniciativa privada, menos regulaciones y menos presión fiscal- en la esfera de lo legítimamente mercantilizable: los bienes y servicios ordinarios.
¿Pero?
Pero también necesitamos trazar con precisión los límites morales y legales de lo comercializable, en un momento histórico en que empiezan a ser técnicamente posibles los «bebes a la carta» o la compraventa de gametos.
Al respecto, usted ha sostenido polémicas públicas -desde una posición liberal-conservadora- con libertarios como Santiago Navajas o Juan Ramón Rallo sobre los vientres de alquiler.
El mercado capitalista es una bendición para la humanidad, pero no debe invadir todos los sectores de la experiencia. Es maravilloso poder optar entre 100 marcas de coches, pero será aberrante poder comprar un bebé por catálogo. Y estamos a dos pasos de ello.
Va todo tan rápido que, en ocasiones, uno tiene la tentación de comprarle a los ‘torys’ aquel viejo lema de campaña, ese que propugnaba volver a lo básico.
Es una propuesta sensatísima, si tenemos en cuenta que sólo una cierta «vuelta a los orígenes» -básicamente, a la convicción de que Europa merece sobrevivir, y que para ello debemos volver a la vieja costumbre de formar familias duraderas y engendrar hijos- nos salvará de la extinción, repito.
Políticamente, ¿quién está defendiendo eso? Ya ha quedado claro que la Europa de los burócratas no.
Ya me gustaría ver a esa Europa defendiendo todo eso: de ser así, sería un entusiasta federalista europeo. Pero veo a la UE más bien trabajando en la dirección contraria.
¿Por ejemplo?
Cuando pone en el punto de mira a Hungría y Polonia, precisamente los dos países que están proponiendo una vía neoconservadora. Por la razón que sea, y como ya he dicho, sólo a nivel nacional se está produciendo un intento de reacción.