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Digámoslo cuanto antes: el sentido común es el menos común de los sentidos, y la única condición para advertirlo es estar vivo. Por ejemplo, hasta no hace mucho, el héroe alcanzaba tal honrosa condición porque destacaba por sus acciones fuera de lo ordinario.

Hoy, tienen esa categoría los que simplemente dicen las cosas como son. No les quitamos mérito: los riesgos que corren son, si cabe, iguales que los de nuestros antepasados. Pero llama la atención lo asequible que se ha puesto el heroísmo. Aprovechemos, pues, la oportunidad y hagamos algo grande con, paradójicamente, muy poco.

Podemos comenzar leyendo los libros más rebeldes de hoy, ésos que hablan de obviedades y precisamente por eso están en peligro potencial de acabe cualquier día en la hoguera. Gracias a un mecenas cuyo nombre jamás conoceremos, existe la traducción española de uno de ellos, ‘La revolución sexual global’, de la socióloga alemana Gabriele Kuby (Baviera, 1944). Casi más interesante que el título es su subtítulo, que describe perfectamente esa subversión que nos está poniendo las cabezas y los corazones patas arriba: La destrucción de la libertad en nombre de la libertad. Está traducido nada menos que al inglés, ucraniano, ruso, polaco, húngaro, checo, croata, eslovaco y chino. Llegó a España el año pasado, con una década de retraso, tiempo durante el cual se han cumplido, tristemente, las profecías que Kuby vaticinaba cuando publicó la obra en su Alemania natal.

En alguna ocasión se ha identificado nuestra autora con el personaje del conocido cuento del rey desnudo: Kuby habla de sí misma como la niña que se atreve a señalar en público al monarca y a gritar a voz en grito, delante de todo su séquito de aduladores, que se está paseando en paños menores.

En una cala de Cadaqués

Gabriele Kuby, la épica del sentido comúnY es que a Kuby le ha ocurrido casi de todo durante su personal cruzada contra la ideología de género: escraches, burlas, insultos, acusaciones falsas e incluso, lo más doloroso, ignorancia y desprecio por parte de algunos de la jerarquía eclesiástica germana, a quienes imaginamos como esos padres avergonzados que tapan la boca de sus hijos pequeños cuando se dedican a chillar en plena calle lo feo que es un señor que efectivamente, de agraciado tiene poco. En el cuento del rey desnudo, esos obispos cogerían a la niña Kuby y la encerrarían en casa, alejándole de la multitud, mientras sonreirían con nerviosismo y lisonja al monarca: «No le haga caso, Alteza, al fin y al cabo es una niña, no sabe lo que dice«.

Pero nada más lejos de la realidad, no se equivoquen. Créannos, si hay alguien que conozca la ideología de género y el feminismo, ésa es Kuby. Sabe bien de lo que habla. No en vano, su padre, periodista de izquierdas, participó activamente en la revolución del 68 y allá que le acompañó la joven Gabriele, «más por obediencia que por convicción», ha llegado a decir. Hippie ella, se dedicó a viajar mientras enarbolaba la bandera comunista (sin querer entender del todo qué significaba el marxismo), fumaba porros y gritaba hasta desgañitarse «nosotras parimos, nosotras decidimos». Tras pasearse por la India y Marruecos, en 1973 puso rumbo a España, y en una cala gerundense de Cadaqués, cuando en el Alto Ampurdán había algo más que lazos amarillos en cada piedra, Dios le habló. Así, sin más, contra todo pronóstico y sin esperarlo. Cómo sería el paisaje de bello para que fuera justo en ese instante. Kuby estaba bautizada porque su madre era católica no practicante, pero no había oído nada sobre Dios en la vida. Hasta que Él mismo decidió que ya era hora.

Comenzó entonces un larguísimo camino de conversión, paralelo a su desengaño ideológico y moral. Porque una cosa era que Dios le hubiese hablado y otra que Kuby asimilara enseguida que en la Iglesia católica está la verdad. Le costó 20 años averiguarlo, tras pasar por el budismo, el yoga y demás sucedáneos de la fe. Mientras tanto, comenzó a mosquearse con algunos postulados del feminismo. ¿Cómo era posible que las propias mujeres no defendieran la maternidad, que es lo más propio del sexo femenino? ¿En qué cabeza cabe que el aborto sea algo bueno, cuando se trata de matar a alguien completamente indefenso? ¿Para qué tanta libertad?

La batalla de las ideas

Y así, entre recelos y perlas de pensamiento propio, llegamos a 1993. Una Kuby que regresa como todos los días a casa de la oficina se encuentra, en lugar del habitual almuerzo con su marido, que éste ha pedido la separación, sin previo aviso, y que se marcha esa misma tarde del hogar, dejando a su mujer y a sus tres hijos adolescentes tras 18 años de matrimonio. El golpe es durísimo. Kuby pasa días enteros encerrada en casa, desanimada y sin hallar solución a su preocupante tristeza. Cuando ya comienza a desesperar, llaman a la puerta de su casa, y al abrir, se encuentra con una vecina, que le entrega un folleto explicativo de una devoción mariana y sólo le dice: «Reza». Sin saber muy bien por qué, Kuby le hace caso, y durante nueve días, recita las oraciones a la Virgen delante de una estatuilla de Buda, lo más religioso que tenía a mano, por aquello de crear un ambiente propicio. Se ve que fue escuchada, porque al décimo día vio claro que quería formar parte de la Iglesia católica.

Desde entonces, Kuby tiene clarísimo cuál es su misión en la vida y se ha dedicado a cumplirla: proclamar a los cuatro vientos que el rey está desnudo, que la libertad sexual es un engaño que sólo conduce a la insatisfacción y a la infelicidad. Empresa quijotesca donde las haya, no duda sin embargo en calarse el yelmo y afirmar a quien quiera escucharle que existe una agenda global impulsada desde la ONU, la UE y distintas ONG como las de Soros y Rockefeller destinada a desterrar la cultura de la vida bajo la idea malthusiana de que ya somos demasiados y hay que empezar a quitar a gente de en medio del planeta.

Kuby hace honor a su formación, y como buena socióloga, recurre a los datos objetivos, sin endulzarlos a su gusto, para demostrar que su tesis es cierta: manuales escolares de la Organización Mundial de la Salud llamando a los niños de tres años a prácticas sexuales, tasas de suicidios disparadas en los homosexuales, aumento del consumo de antidepresivos curiosamente en quienes son adictos a la pornografía, el resurgir de enfermedades de transmisión sexual que ya estaban erradicadas, que el 60% de las madres solteras necesitan ayudas estatales para sacar adelante a sus hijos, que los niños cuyos padres se divorcian tienen más heridas psicológicas que los de familias tradicionales, que menos del 10% de las parejas homosexuales se casan… y un largo etcétera.

Gabriele Kuby, la épica del sentido común

Una mezcla de Juana de Arco y Catalina de Aragón

No sólo eso, sino que estos datos son resultado de una imposición ideológica que sin embargo pregona un supuesto amor por la libertad. Es curioso, pero probablemente ustedes habrán sido testigos del cambio de opinión de algún conocido sobre la homosexualidad o el feminismo en unos pocos años. La dinámica es clara: mientras que hace no tanto tiempo era habitual mantener conversaciones distendidas sobre estos temas, a día de hoy es casi imposible sin que se lancen miradas de complacencia hacia el que recela del feminismo radical. Y esto, en el mejor de los casos, porque lo que suele ocurrir es que el diálogo termine en enfado e indignación. ¿Qué ha pasado para que tener una opinión distinta sobre la ideología de género sea motivo de herejía? ¿Cuándo se convirtió en dogma? Según Kuby, ha avanzado a pasos de gigante en los diez últimos años, cuando el lobby gay se ha quitado la máscara de la tolerancia y ha pasado a la acción agresiva. Y llegamos a una situación ridícula: los que exigen libertad amordazan a los que se atreven a disentir.

Y, sobre todo, los mismos que se lanzan sobre ‘nuevas experiencias’ como una jauría de mastines hambrientos, dispuestos a devorar todo lo que encuentren a su alcance, bajo el pretexto de la libertad sexual, se encuentran, antes o después, damos fe, con un vacío personal difícil de llenar de nuevo. Kuby es clara: si la sexualidad humana está diseñada de una manera concreta, fiémonos de la naturaleza y, ojo, más importante aún, de la experiencia de décadas.

Merece la pena seguir la pista de esta valerosa mujer, una heroína (aunque ella se enfada cuando le llaman así, pero es que lo es) que mezcla rasgos de Juana de Arco y de Catalina de Aragón, pasando por Catalina de Siena. Le necesitamos lúcida muchos años más para arrojar un jarro de agua fría sobre las conciencias dormidas y tomar el testigo de la difusión de la verdad, aunque esa verdad acarree el ostracismo social y nuestros amigos y conocidos nos tachen de locos y paranoicos. Más vale reírse, como hace Kuby, y arremangarse, porque como dicen que decía Chesterton, «llegará el día que será preciso desenvainar una espada por afirmar que la hierba es verde». La espada no, pero casi.