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«¿Has visto cómo levantaron aquel edificio de grandeza imponente?», escribió un santo español. «Un ladrillo, y otro. Miles. Pero, uno a uno. —Y sacos de cemento, uno a uno. Y sillares, que suponen poco, ante la mole del conjunto. —Y trozos de hierro. —Y obreros que trabajan, día a día, las mismas horas… ¿Viste cómo alzaron aquel edificio de grandeza imponente…?», se preguntó de nuevo el santo. «¡A fuerza de cosas pequeñas!».

Aquel santo español no se refería al Vaticano, claro, pero atinó en la descripción del trabajo minucioso, de la pequeña labor diaria, porque las paredes del epicentro de la cristiandad están resguardadas por uno de los oficios más peculiares del mundo: el cerrajero del Papa. Tiene Francisco un equipo de doce hombres –nada es casualidad– que custodian las puertas y ventanas de San Pedro.

Una vocación peculiar

Su nombre es Gianni Crea y guarda 2.798 llaves. Casi tres mil pequeñas piezas metálicas que abren las estancias de los Museos Vaticanos. Conocido en San Pedro como «el guarda de las llaves», Crea quedó enamorado de los pasillos de las galerías más imponentes del mundo, y pronto supo que su vocación se encontraba allí.

Romano de nacimiento, Gianni se crío en Melito di Porto Salvo, en Reggio Calabria. Pronto volvió a la capital para estudiar Derecho y allí ha ejercido durante años. Un buen día, mientras paseaba por los Museos Vaticanos, se topó frente a la Escuela de Atenas, uno de los frescos más imponentes de Rafael. Un rápido vistazo le sirvió para olvidar de golpe la abogacía. Crea quería trabajar junto al fresco.

A Rafael se suma el Juicio Final, protagonista de la Capilla Sixtina. Pero a Gianni le gustan otras estancias más pequeñas, acaso desconocidas. «Un ladrillo, y otro. Miles. Pero, uno a uno». Así, cada día pasea con un manojo de 2.798 llaves abriendo los portones de la Galería de los Mapas o el Museo Pío Clementino.

Guardián de un ritual diario

Desde 1999 su trabajo es el mismo, y su gozo también lo es. Gianni se levanta cada mañana a las tres, cuando Roma aún duerme, y a las cinco ya recorre las galerías vaticanas. Todo ha de estar preparado cada mañana para recibir la visita de miles de visitantes. Al asombro de cualquier turista ante la magna obra de Miguel Ángel se le adelanta cada mañana el llavero de Gianni.

El ritual diario, sin embargo, lleva su tiempo. Gianni Crea y su equipo caminan cada mañana 7,5 kilómetros para dejarlo todo preparado. Precisamente por eso Crea tiene once personas a su cargo; que, repartidos en cuatro equipos, abren cada día desde el ventanuco más minúsculo hasta el portón más glorioso. Una labor madrugadora que comienza siempre por la Puerta de Santa Ana.

El manojo vaticano, de casi tres mil llaves, repite cada día su mismo recorrido. Un camino que empieza en un búnker climatizado, ubicado en los sótanos de los Museos, bajo el Patio de la Piña. Muchas de las llaves tienen cientos de años de historia, y necesitan ser custodiadas a una temperatura concreta. Todas ellas numeradas, uno de los ejemplos es la llave 401, que abre el Museo Pío Clementino. Las paredes de estas galerías acogieron por primera vez la colección papal y su llave, que ya supera los cinco siglos de edad, pesa más de medio kilo.

Cariño por lo manual

Muchos son los que han sugerido al Vaticano que simplifique este costoso ritual. Doce son las personas encargadas de abrir y cerrar las dependencias de los museos y todo podría simplificarse con una pequeña inversión tecnológica. Ningún Papa, sin embargo, ha querido. Gianni es el reflejo de un amor por la artesanía, del cariño de la Iglesia por lo manual. «Al ser manual, todos los días hacemos los mismos recorridos y descubrimos cualquier imperfección, incluso si una ventana no cierra bien. Si así sucede, avisamos, y al instante se hace presente personal de conservación y restauración para arreglarlo».

Nadie mejor que Crea y sus once cerrajeros conocen las estancias del Vaticano. Y su artesanía les lleva, cada madrugada, a custodiar la gigantesca llave de la Capilla Sixtina. Un pesado trozo de metal del que solo hay dos copias, ambas custodiadas por la Guardia Suiza. Dentro de una caja fuerte, este par de llaves se guardan cada noche en un sobre, sellado por el Director de los Museos Vaticanos. Y al día siguiente, vuelta a empezar, quitando la cera de una llave que abrirá la ilusión de unos 30.000 visitantes. Pese a su impecable labor, claro, a todos nos tranquiliza que sea más fácil entrar al cielo que a los Museos Vaticanos.

 

Fotografías: Alberto Bernasconi / National Geographic