Tan convencido estaba de que el conservadurismo es una cultura de la afirmación que en el empeño vivió dispuesto a integrar en él lo que de salvable tuvieran otras corrientes de pensamiento, aunque solo fuera la buena fe de quienes las sostenían.
Buena fe, pero también sentido de la trascendencia, orgullo de patria, rigor lógico, dominio del lenguaje y, no menos importante, un fenomenal humor fueron las notas definitorias de la vida y la obra de sir Roger Scruton: Lincolnshire 1944 – Brinkworth 2020.
Hablamos de vida y obra porque en su caso biografía y pensamiento estuvieron estrechamente imbricados. Scruton no fue uno de esos intelectuales encerrados en su torre de marfil sin pisar nunca la calle, como si las preocupaciones de sus contemporáneos le tuvieran sin cuidado. Y al revés. Tampoco fue un activista de los que siempre andan tan atareados que nunca encuentran tiempo para abrir un libro. En el término medio, allá donde se juntan exigencia intelectual y experiencia de la realidad, Scruton halló la virtud.
Y que nadie confunda su lugar en el mundo con el de los equidistantes. De haberse contado entre ellos, no habría dedicado buena parte de su carrera como pensador a demoler los sofismas de la mentalidad dominante, desde un tiempo tan temprano como mayo del 68. Ni se la habría jugado al otro lado del telón de acero participando en los trabajos de resistencia al comunismo.
Incluso en la elección de temas de importancia aparentemente menor, como la defensa de la caza del zorro, hubo de vérselas con la censura de sus enemigos, a los que hoy no queda sino reconocer al eterno rebelde que latió en el corazón de sir Roger Scruton.