Vamos entrando en el grupo de adultos (aunque nos resistamos por el mito tan posmoderno de la eterna juventud) aquellos que crecimos, para desesperación de nuestros padres, viendo películas de Disney como El rey león.
Su banda sonora, compuesta y en parte interpretada por Elton John, mereció el Oscar y aún hoy es entonada, con grandes aspavientos y caras retorcidas, en los karaokes de todo el mundo.
Una de sus canciones más conocidas es Hakuna Matata, que traducido del swahili dice algo así como «no te angusties». Y Simba, Timón y Pumba coreaban: «Ningún problema debe hacerte sufrir»…
Tanto éxito tuvo este tema que a lo largo de más de 20 años ha servido de inspiración para empresarios de todo tipo, especialmente los empeñados en crear marcas: en los cinco continentes hay hakunas matatas que son relojes, batidos de fruta, agencias de viajes, gabinetes de comunicación, cantimploras, grupos de música… Pero hasta ahora no existía ningún movimiento religioso que decidiera bautizarse así.
Un nuevo movimiento eclesial
Hasta 2013, cuando unos cuantos jóvenes católicos comprometidos con eso tan raro que unos llaman apostolado y otros evangelización decidieron constituir un grupo que respondiera por Hakuna. Ha adquirido el estatus de asociación privada de fieles, está reconocida por varias diócesis y cuenta con el visto bueno de la Santa Sede.
¿Y por qué ese nombre para unos católicos?, se estarán ustedes preguntando. En el caso de estos universitarios, escogieron hakuna y desecharon el matata, quedándose sólo con el ‘no’ de la frase. No a un cristianismo apagado, de caras largas y asociado a una vida austera, aburrida y ñoña.
Sirva de muestra, señores, que Hakuna nació a raíz de un viaje a la Jornada Mundial de la Juventud de Río de Janeiro. No sólo porque las JMJ sean origen de movimientos religiosos, que también, sino porque son lo más parecido a un Woodstock católico, una combinación entre alegre y desinhibido festival de música veraniego y peregrinación (muy, creánme) penitente.
Música religiosa… Pero distinta
Una imagen que buenamente puede valer para los miembros de Hakuna. Su espíritu está marcado con mucha fuerza por la música, hasta el punto de que sus estatutos recogen que sus miembros aprenden a orar con la música y de que, para que se constituya un nuevo grupo en una ciudad, debe haber un coro dispuesto a interpretar las canciones del movimiento durante las Horas Santas de cada semana.
Porque Hakuna tiene sus propios temas, compuestos por algunos miembros que ya tenían sus grupos y que ahora integran el oficial de la asociación. Las letras, que escribe el sacerdote fundador, José Pedro Manglano, pretenden servir de falsilla para que el oyente haga oración. De hecho, sus frases son de alabanza, adoración, petición, contrición, acción de gracias, de diálogo con Dios.
Pero esas canciones no están impresas, fotocopiadas y guardadas en la sacristía de una parroquia a la espera de repartirse por los bancos de la iglesia los domingos. Hakuna tiene su lista de Spotify y ha llenado salas de conciertos como la Joy Eslava de Madrid de adolescentes y jóvenes que se sabían sus letras de memoria.
Son temas más parecidos a los de las cadenas de radio musicales que a las típicas melodías que se escuchan en las parroquias. Es más, huyen de las voces aflautadas y agudas y en cambio dan rienda suelta a un estilo más indie e incluso pop. Hay quien ha visto a cuatro jóvenes universitarios parados en medio de un atasco en Madrid, con las ventanillas del coche bajadas y las canciones de Hakuna sonando a todo volumen desde la radio. Pocos dirían que ese conjunto de guitarra eléctrica, bajo y batería es música religiosa y no la lista de los 40.
Revolución
Ellos lo llaman revolución. Y lo cierto es que cada lunes las iglesias donde se celebran las adoraciones al Santísimo de Hakuna se llenan; en contra de la tendencia, o sea, que estén vacías excepto en caso de bodas, bautizos y comuniones. Las Horas Santas, unas charlas formativas seguidas de un rato de oración y canto ante la custodia, comenzaron en Madrid pero, a día de hoy, hay grupos en Barcelona, Sevilla, Valencia, Valladolid, Palma, Salamanca y, fuera de España, en Londres, París, Milán o Seúl.
Un granadino viaja cada lunes hasta la capital para participar y tras las imperdonables cervezas de después, toma el autobús de la una de la mañana para regresar a su ciudad; por cierto, al día siguiente trabaja en el turno de mañana. En Madrid, donde más arraigado está el movimiento, la media de asistencia a estas adoraciones es de unas 150 personas.
El público, laico, no pasa de los 35 años y no baja de los 18. Ellos, traje de chaqueta o, si no, pitillos y camisa vaquera, barba estudiosamente desaliñada. Ellas, pelo largo, guapas, pantalones de campana, perlas y aros, parecen influencers de Instagram; en parte porque muchas lo son. Ellas y ellos llegan corriendo de la consultora o del despacho; en su defecto, de la productora o de la agencia de publicidad.
Llevan complementos de marcas fundadas por jóvenes emprendedores, ya sean relojes, gemelos, gafas de sol, calcetines o zapatillas. Muchos, con discretos tatuajes o piercings. Como si (aun a riesgo de parecer prejuiciosos por decirlo) Carolina Durante se hubiera inspirado en ellos para componer Cayetano. También hay moños mao y algún verdadero hipster. La inmensa mayoría tienen cuidados perfiles en Facebook.
Genios del marketing
Aunque según sus miembros, cada vez en menor medida, buena parte de los que asisten a las actividades de Hakuna crecieron al calor del Opus Dei o son antiguos alumnos de colegios de Fomento, Attendis u obras corporativas de la Obra. De hecho, Manglano, que arrancó esta revolución de católicos, es sacerdote numerario, capellán de un conocido colegio mayor de Madrid, donde germinó el movimiento. Que arraiga con fruto en aquellos que han mamado el espíritu de la Obra o lo han conocido, pero sin encajar en él.
Aun así, crece el número de miembros que provienen de otros movimientos, de ninguno o incluso que están alejados de la fe. Hay ateos que se apuntaron a una excursión o un viaje de voluntariado y han terminado bautizándose o de rodillas en el confesionario.
Y es que Hakuna tiene un estupendo escaparate. Sus perfiles en las redes sociales son sus canales de comunicación por excelencia, están dirigidos a jóvenes y, lo más importante, dirigidos por jóvenes que conocen perfectamente cómo hacer atractivas las actividades para sus iguales, sean o no fervientes católicos. Y lo consiguen, a la vista de los números, que no hacen sino aumentar. Manejan el lenguaje con habilidad de especialistas del marketing, haciendo que medios de formación tradicionales en la Iglesia parezcan, eso, revolucionarios.
Un musical y un documental
Unos ejemplos. Los retiros se llaman God Stops y la mayoría se celebran en monasterios y conventos de clausura como el de Iesu Communio de Lerma. Existe la modalidad del retiro mensual, que para Hakuna será un God Break. Las charlas de formación tienen el sugestivo nombre de ‘revolcaderos’; los voluntariados, en las chabolas de las urbes, clínicas abortivas y asilos, ‘compartiriados’; las convivencias, escapadas (a Calcuta, Roma, Grecia, Marruecos…).
Han llegado a alquilar el Hemiciclo, un local del distrito madrileño de Arganzuela con fuerte presencia de okupas y frecuentado por simpatizantes de Podemos, para impartir charlas sobre el matrimonio y el noviazgo (cristianos, claro). También hay testimonios de conversos o de católicos ejemplares, los encuentros; y por supuesto, conciertos de su grupo de música oficial.
Lo más novedoso es el HAM, Hakuna All Meeting, una especie de congreso celebrado en Roma el pasado octubre. Los asistentes fueron recibidos por el Papa Francisco y hubo ponencias de curas estrella como el propio Manglano. Están preparando un musical y un documental sobre la Eucaristía que posiblemente traerá polémica: La Hostia.
Ante todo, alegría
Pero, a todo esto, ¿cuál es el mensaje de Hakuna? ¿Qué predica como movimiento? Ya hemos hablado más arriba de la música, su manera de dirigirse a Dios, pero aún hay más. Vean.
Quizá lo más revolucionario de Hakuna no sean tantos sus actividades, aunque pueda parecerlo, sino el mensaje que transmite, que es la alegría de vivir y de ser cristianos, llevada casi hasta el extremo del escándalo. Para hacerse una idea del estilo de vida que llevan estos jóvenes, basta conocer los títulos de los libros que ha escrito su impulsor, el prolífico Manglano: Santos de copas, Santos de carne, Santos de mierda. Los tres volúmenes se publicaron después de que naciera Hakuna y están dirigidos a quienes se acercan a este movimiento.
Ésta es la idea: se puede ser santo con una copa en la mano, disfrutando de los placeres de la vida y notando todo el peso del pecado original a cuestas. Una huida a toda prisa, como alma que lleva el diablo, del cristianismo mojigato y simplón, de los buenecitos del grupo que ni beben, ni fuman, ni dicen palabrotas. Los que están a gusto en Hakuna son aquéllos a los que les gustan las fiestas, vestir bien, a la última, comer mejor, ser los líderes del grupo, frecuentar los locales de moda y llegar a casa los sábados a las siete de la mañana después de dejarse la vida en la pista de la discoteca. Los que nadie podría calificar de cristianos practicantes, a simple vista, quizá porque hasta no hace mucho el juerguista de la pandilla tenía vedado el acceso de la santidad.
Que la tentación no te amargue la vida
Los de Hakuna se han propuesto hacer saltar por los aires esa imagen, la idea, muy extendida, del cristiano que tiene pinta de apocado en la Misa del domingo y que se desmelena cuando no le ven los parroquianos o el cura. Ellos viven siempre desmelenados. Pretenden extender un estilo de vida según el cual el católico no es el que se pone colorado cuando la conversación del bar se pone peligrosa. No la esquivará, quizá sea el que lleve la batuta por derroteros todavía más atractivos (¡!); en cualquier caso, saldrá airoso, porque de todos los del grupo que estén tomando unas cañas, probablemente será el que más experiencias de la vida acumule.
Algo que hila perfectamente de las enseñanzas del Concilio Vaticano II; en concreto, de las que abren de par en par la santidad a los laicos, el 90% de los bautizados. Aquéllas que aseguran que la Creación puede llevar al Cielo, que para eso la puso Dios en manos de sus hijos adoptivos; las que siguen quienes no rechazan la comida porque exista el pecado de gula ni dejan de ligar, vaya a ser que terminemos incumpliendo el sexto mandamiento. Las de quienes llegan a ese punto medio en el que, si hacemos caso de un tal Aristóteles, está la virtud. Pero ojo, no se trata de la postura tan cobarde y comodona del que no se pronuncia sobre algo por miedo a que le tachen de fanático. Más bien, el complicado equilibrio de gozar sin mundanizarse, de hacer penitencia mas no de ser un escrupuloso. En resumen, que la tentación no te amargue la vida, que la Cruz redimió todas las cosas y que sí, que es posible salvarte habiendo sido feliz y disfrutón, aunque no lo parezca. Hakuna Matata, vive y sé feliz.
Alegría, que el cristiano es un tipo con suerte, parecen decir los de Hakuna. Así que, a bailar, a reír y a cantar, que esto dura dos días, resumido en estos postulados: sonreír, dedicar tiempo a los que sufren, empezar el día con un rato de oración, visitar un sagrario concreto con frecuencia, participar en las Horas Santas, leer libros de formación cristiana y el evangelio, dar ejemplo de alegría en el trabajo y las fiestas, tener dirección espiritual, confesarse y asistir a Misa asiduamente y tratar a la Virgen. Son las obligaciones de los que se unen a esta asociación de fieles, que no tienen una vocación propiamente dicha, sino que deciden unirse a Hakuna no tanto por sentirse llamados, sino más bien por una cuestión de afinidad.
El inconveniente, si a usted le ha gustado lo que hemos explicado aquí, es que Hakuna nació por y para los jóvenes. Hay grupos para universitarios, jóvenes profesionales, novios y recién casados. Claro que, como decíamos al principio, a los milennials y demás generaciones digitales no nos gusta llegar a adultos; si acaso, a ese estado que define el palabro ‘viejuventud’. Así que probablemente esté a tiempo de engrosar las filas de estos cristianos que pretenden revolucionar la Iglesia desterrando la imagen del santo soso.