
Reportaje gráfico: Fernando Díaz Villanueva.
En una época, esta, en la que -como en todas, la verdad-, se lleva lo de etiquetar, con él resulta difícil. ¿Es de derechas por escribir en ABC y haberse largado alguna que otra crónica sin poderse sustraer del todo a los efectos de lo que él llama «la emoción trumpiana»? ¿O es de izquierdas por no abjurar de lo público ni en la polémica entre el taxi y los VTC tomar partido por estos últimos?
A saber. Lo único seguro para quien le lea entero, del primer artículo al último, y son unos cuantos, es que nunca, nunca se le verá en una tertulia de la tele diciéndole a la Elisa Beni de turno o al Eduardo Inda de guardia eso de «perdona, pero yo a ti no te he interrumpido».
Tiene escrito que Twitter es Tontópolis, y, sin embargo, es usted muy activo allí.
Creo que en Twitter estamos los más tontos de España. Lo creo de verdad. Un tonto en la calle lo es y ya está. En Twitter tenemos que hacer exhibición de ello. Somos tontos sonoros.
¿Y los que se van dando un portazo? ¿Esos también le parecen tontos?
Los que se van montando el número me parecen aún más tontos que los que nos quedamos. Twitter hay que dejarlo por prescripción facultativa. Los que se fueron pero siguen estando dan ternura y no engañan a nadie.
Los que sí engañan son los bots, de tanta y tan rabiosa actualidad. ¿Que vienen los rusos?
Una vez me acusaron de cobrar de Rusia. Aluciné, claro. Pero me puse a pensar y creo que en nosotros hay un fondo que hace que todo esto cale fácilmente: la propaganda anticomunista del franquismo, la Guerra Fría y ahora Putin como amenaza para la Europa entendida como oasis liberal mundial.
¿Eso explicaría la rusofobia imperante?
Creo que hay algo más profundo, una especie de incomprensión previa a los años 20 y 30, y que quizás tenga que ver con el entendimiento distinto del cristianismo, con ese punto apocalíptico. Es el fondo de propaganda e ignorancia que tenemos sobre ese país.
Volviendo a los bots…
Los bots son el último grito y la gente bienintencionada lo recibe de forma completamente acrítica. De los rusos te esperas cualquier cosa. Son los malos de las pelis. Así, huyendo de los fakes, se llega a simplicidades como culpar a Rusia de un asunto tan nuestro.
Dejemos Rusia, si le parece, que le quiero preguntar por otras cosas.
Sí, que mi conocimiento y opinión sobre Rusia se limita al chiste de Eugenio: «Hay mucho ruso en Rusia».
Sobre los Estados Unidos de Trump, imagino, podrá explayarse más. ¿Cómo le dio por escribir tanto sobre el tema, si en ‘ABC’ solo le exigen crónicas de fútbol, crítica de televisión y, de tarde en tarde, algún comentario político?
Fue un mes de agosto que me pusieron en las páginas de opinión del periódico, donde iban las columnas de Antonio Burgos, que se habría cogido unos días. Allí empecé a escribir sobre Trump, algo que me trajo algunos sinsabores.
¿Por ejemplo?
Me escribía gente por privado para decirme que le gustaba lo que publicaba, pero que no podía retuitearlo. O gente con la que, directamente, caí en desgracia, supongo que por considerarme de la ‘alt-right’.
Pero si solo se limitó a explicar el fenómeno; profusamente, además, y aportando datos que otros no aportaban.
Porque yo creí que el periodismo era explicar las cosas. Y mi blog era un humildísimo ejercicio de eso. Escribí sobre Trump porque empezó a interesarme, que él al principio no me interesaba nada
¿Exactamente, qué le interesó?
Que las primeras respuestas, aquí en España, tanto en la izquierda como en la derecha, fueran de rechazo sistemático al personaje por populista. ¿Populista Trump? ¿Pero populista no era Podemos? ¿Les llamamos lo mismo siendo completamente distintos?
¿Y qué concluyó en su particular trabajo de campo?
Que no todo populismo es malo, que hay populismos que pueden ser buenos. Que el populismo americano tiene una tradición propia. Que el de Trump no es un populismo antisistema que pida democracia directa o referéndums. Es un populismo respetuoso con el sistema representativo, deliberativo, propio de la democracia norteamericana. Y que mucho suyo ya estaba en Reagan y Nixon.
¿No será también que la realidad le ha domesticado? O a lo mejor es que Bannon ya no está ‘in da house’.
Es que el populismo tiene algo de espasmo. Es una descarga, una intervención, como explicaba Zizek, disruptiva. En el caso de Trump permitió llevar al poder una agenda política no atendida. El trumpismo ahora está -o eso creo yo, quizás, no lo sé- en la transición hacia formas de conservadurismo más reconocibles. Trump ya está en el deal.
Sin embargo, en el proceso ha ido cumpliendo buena parte de sus promesas; las suficientes para no decepcionar a sus incondicionales. Y tranquilo, que no le preguntaré si se cuenta usted entre ellos, aunque ganas no me faltan.
Cuando empecé a escribir sobre la campaña, me llamó la atención que se confundiese escribir con apoyar. Hombre, es cierto que de algún pie cojeas y que la querencia no puede negarse. Pero esa interrogación sobre Trump no obviaba lo peor suyo.
¿Qué, por ejemplo?
Su apelación xenófoba contra el islam durante la campaña, lo cual es rechazable (y, por cierto, abunda aquí). Eso, también es verdad, lo retiraron de la web nada más ganar.
Con todo y con eso, usted llegó a hablar de «emoción trumpiana».
Sí, creo que pese a la distancia, la ignorancia, la lejanía, era posible sentir algo de la persuasión trumpiana con solo vencer el primer escrúpulo.
¿Qué le ayudó a vencerlo, si es que lo venció?
Esa oratoria suya, ridícula en ocasiones -la imitación de Trump empieza a ser un subgénero del show business-, pero que era al mismo tiempo efectiva. Bannon decía que Trump es uno de los oradores más importantes de la historia de Estados Unidos.
¿Está de acuerdo?
Es curioso. Para alguien extranjero, Trump es completamente inteligible. Como cuando escuchas a Sinatra, que se le entiende todo. Luego sus mensajes eran clarísimos. Pero había algo corrosivo, cómico.
De hecho, la campaña fue un show.
La campaña fue divertidísima. Como cuando le dijo a McCain, el senador, considerado un héroe nacional por haber sido cinco años prisionero en Vietnam, que héroe es el que no se deja apresar. Fue un desacato refrescante de casi todos los lugares comunes de la corrección política.
Y con gran escándalo de la izquierda.
De la izquierda y de la derecha. Los republicanos allí y la derecha cercana al PP aquí. Un odio furioso.
¿Y algo de puritanismo también, tanto en la izquierda como en la derecha?
Sí, quizás, aunque puede que sea otra cosa.
¿Qué?
Algo muy complejo y que me excede. Lo que es evidente es que existe una corrección política rampante y un efecto psicológico producido por ciertas corrientes políticas.
¿Es algo nuevo?
La progresiva infantilización estaba prevista en Tocqueville. Ahora hay algo que es una derivada del marxismo cultural. Las elecciones americanas iban también de eso, y es alucinante que los antitrumpianos de meñique enhiesto lo estén descubriendo. La forma de etiquetar al otro («facha», «racista», «alt right») es casi ritual.
¿Afecta a las costumbres?
No creo que tanto, diría que no, pero sí a lo que se escribe: el encogimiento de muñeca es enorme. Es imposible no molestar a alguien. Se han erizado las sensibilidades.
¿La responsabilidad de la prensa en este asunto es de las que no se pueden escurrir? Porque la prensa, con el candidato Trump, se lució.
Hubo dos campañas. La real, la que contaron algunos blogueros y aficionados mejor que los grandes medios (blogueros y aficionados gracias a los cuales me enganché). Y la que contó un sector mayoritario de la prensa, que no se enteró de nada. Pero de nada.
Aquí cobraría sentido lo de Bannon -otra vez Bannon- refiriéndose a la prensa como el partido de la oposición.
Trump no solo venció al Partido Demócrata, sino también a su propio partido y a los medios de comunicación. En ese sentido, su campaña fue una proeza. Un Michael Jordan electoral. En cuanto a los medios…
Dispare.
No solo hablaron del personaje con anteojeras y reservas de todo tipo, es que que además justificaron su sesgo particular y su miopía con la pretendida defensa de un paradigma científico sobre la verdad y la objetividad. ¡Encima!
¿Es ese el ‘piriodismo’ del que habla a veces?
Es una forma de cachondearme de los dogmas de los que están todo el rato dando lecciones. Los del #periodismo. Era mejor Pedro Pablo Parrado cuando decía «periodismo de etiqueta». Lo que no significa que no respete mucho esta profesión, a la que llegué hace poco y en la que todavía estoy aprendiendo.
Porque usted, hay que decirlo, no viene del periodismo.
Soy economista de formación, funcionario en excedencia y advenedizo en ejercicio.
Por cierto, hay que ver la mala prensa que tienen los funcionarios. ¿Merecida?
Hay de todo. Personalmente, como funcionario trabajaba bastante. Además, hay que distinguir entre el funcionario de carrera, que se saca su oposición, y el enchufado del politiquillo, que es por donde se va el dinero.
O sea, que los michelines del Estado no son los funcionarios.
Olvidé el dato, la estadística, pero el funcionario de oficina en España, su coste, es el chocolate del loro de la Administración. El gasto no es el del pobre funcionario que elabora informes y expedientes. El discurso antifuncionarial es una de las grandes basuras que han circulado por la opinión pública.
Discurso que usted trata de contrarrestar siempre que puede, como con aquel elogio de un funcionario, que escribió hace un tiempo ya.
Hablaba de uno de esos funcionarios probos y pobretones, como hay tantos, en destinos con apenas recursos, siempre superados, en la frontera de la Administración. Me dio un parraque galdosiano.
Más recientemente le dedicó unas líneas de un artículo a Juan Antonio Ramírez Sunyer, el llamado juez del ‘procés’, y en el que muchos han querido ver una suerte de héroe solitario.
El juez ingeniero. Era una figura curiosa. Hay sospechas de corrupción judicial y es evidente que no hay separación de poderes. El mamoneo parece claro. Pero luego también hay jueces, funcionarios, que cumplen con su trabajo. No me atrevo a decir ni pío sin leerme la sentencia, pero si lees una sentencia… ¡se te va la mañana!
¿Sería descabellado decir que el golpe del 1-O en Cataluña lo pararon, en buena parte, funcionarios, con el rey a la cabeza, aparte de la gente que se echó a la calle?
Para mí, lo más importante fueron las manifestaciones populares al margen de los partidos. La del 8 de octubre, por supuesto, y también las espontáneas en los días previos. Recuerdo, horas antes del discurso, el vídeo de una columna de gente con banderas de España por las calles de Barcelona. Fue la primera respuesta, precisamente en Barcelona.
Luego vendrían otras, más numerosas y plurales.
Esos días sucedió algo. Que personas de lo más dispar -unas con grandes afectaciones patrióticas, otras menos- se sintieron muy concernidas con lo que estaba pasando y dieron un paso adelante. Porque veían que se quedaban sin país. La gente lo pasó mal, era angustioso.
¿Cómo definiría la reacción?
No voy a ponerme tan campanudo de decir que fue un episodio nacional. Fue, dejémoslo ahí, un momento nacional. Algo parecido a la nación diciendo «aquí estoy yo».
¿La nación o la España paleta?
La España sin más, paleta y no paleta. Se habló de «sarpullido» por las banderas en los balcones. ¿Pero qué es eso que surgió? ¿Qué nombre tiene? Creo que nación sin partidos. Algo prepolítico.
Le saco lo de la España paleta porque uno de sus últimos textos va de eso.
La España paleta es la España de la que te puedes reír. Porque hay una España de la que te puedes reír y otra de la que no. La España paleta, la España risible, es la España del cuñado, alguien no muy culto, nada pedante, de derechas, currito; o los del sur, la Mancha o regiones ahora llamadas no históricas. No digo que sea una tesis sociológica…
En cualquier caso…
… Sirve para saber cómo funciona el humor en España, la industria del humor, me refiero.
Porque ¿hay una industria del humor en España?
Las productoras de lo que se llamó la telebasura eran de Barcelona, y por supuesto TV3, siempre picando carne meridional en sus túrmix, prolongando y recocinando los mitos de la España folclórica.
Esa España paleta de la que escribió…
… Tomaba un poco por los pelos lo de los ‘rednecks’ norteamericanos, de moda como explicación del trumpismo. Gente de la que se ríen sistemáticamente en el país de las sensibilidades minoritarias.
¿Significa eso que pueda darse aquí una respuesta como la de allí?
Entiendo que un trabajador español no esté tan lejos de sentir lo que un votante de Trump. Lo que no entiendo es que haya quien se extrañe de que reaccionen individuos que han perdido su trabajo, aquí o allí, como consecuencia de políticas o movimientos que no comprenden. Creo, y creo sinceramente, que mucha gente vive en un mundo de moquetas y salones, donde no se enteran de nada.
¿Y de qué deberían enterarse?
De la obsolescencia de sectores, o de la realidad de empleos que casi no son empleos, sino algo entre el asalariado y el autónomo, un precariado tremendo.
De alguna forma, eso subayacía en la polémica entre el taxi y los VTC.
A mí me pareció una cuestión en la que podía verse adónde nos llevaba todo esto. Pseudo-empleos que parecen una transición hasta el robot. Dicho esto, no tengo nada en contra de Uber o Deliveroo. Pero me hace gracia la gente que los usa por el poder que da verlos venir en la pantalla del móvil o porque te abre la puerta un señor de uniforme. Dentro de unos años ellos van a ser el chófer.
Al hilo de todo esto, dice Enrique García-Máiquez que los liberales en España caben en un ‘cabi’.
¿Qué se entiende en España por liberal? Supongo que Máiquez se refiere a esos liberales, ruidosos y unidimensionales, siempre con lo de bajar los impuestos y desregular el mercado. Porque está el liberalismo clásico, el inglés. O el americano, de tipo progresista, que es el liberalismo moderno, quizás infectado de marxismo cultural remanente.
¿Confrontar a este último implica riesgos?
En el momento en que te opones un poco a alguno de sus discursos, como las políticas de género, te colocan en un territorio incómodo.
¿Exactamente dónde?
En un más allá que, por ignorancia, muchos asocian con el fascismo. Debería poderse criticar la deriva del liberalismo sin que por ello nadie te lleve de vuelta a los años 30.

OLYMPUS DIGITAL CAMERA
¿Y es posible esa crítica desde el propio liberalismo?
Aquí todo el mundo se dice liberal. Es raro que alguien no se diga liberal. O liberal o tercera España. Hasta los que son más fachas que la puñeta se dicen liberales.
¿Usted también?
Yo siempre tenía la coquetería de pretenderme liberal al estilo de Marañón, o sea, como voluntad de entendimiento del otro, aunque decir esto, claro, es absurdo.
Pero en alguna ocasión ha acreditado esa voluntad, y con notable revuelo. Por ejemplo, con el caso de los titiriteros.
¿Los del guiñol con un letrero de «Gora Alka Eta»? Pero si era una ficción dentro de una ficción. Aunque lo alucinante fue ver a tanto liberal aplaudiendo que los tuvieran tres días incomunicados. ¿Decirse liberal es la forma que tiene el tío de derechas de toda la vida de quitarse el pelo de la dehesa?
También ha hecho ejercicios de comprensión, ahí es nada, con el nacionalismo.
Porque entiendo, que no comparto, algunas de sus motivaciones.
¿Por ejemplo?
Su voluntad de supervivencia cultural.
Voluntad que también podrían predicar, qué sé yo, los defensores del toro de la Vega, ¿no?
Yo ahí ni entro ni salgo. O sea, si lo prohíben que lo prohíban. Lo que digo es que fue un error de los taurinos ceder en Tordesillas. Porque si aceptas el argumento del sufrimiento del toro, estás aceptando la agenda animalista. Al final, el que mejor se explicó fue Jesulín. Le preguntaron por qué lo defendía y respondió como un séneca: «Porque es una tradición».
Por cierto, menudo despliegue melo-mediático el de Tordesillas; solo faltaba Roures cobrando por informar desde su centro de prensa.
Esa era una ola que el piriodismo iba a surfear. No se dejan una. La Sexta es harina de otro costal; es la que marca el paso, la que lleva la agenda política. Pero sí, a Tordesillas fue el consenso progreliberal de cabeza, todos con cuánto sufre el toro y qué bárbaros los mozos. La verdad, me subleva ese ternurismo que siempre da a la gente lo que quiere leer.
¿Está acaso de acuerdo con Clint Eastwood y su crítica a la generación ‘pussy’?
A mí me parece bien que se haya matizado la masculinidad. El machismo lo sufrimos también nosotros. Y hay un machismo nacional innegable. El modelo Alfa de aquí es insufrible. Ahora todos somos suaves concuñados y la suavización está bien. Quizás lo que pasa es otra cosa.
¿Qué?
Que nos quejamos mucho, damos mucho la lata. Eso de Tony Soprano sobre Gary Cooper: «¿Dónde está Gary Cooper, el hombre que no se queja?».
En esa foto de Trudeau, Macron y compañía seguro que no; foto, por cierto, que usted reseñó en un artículo, ‘Los pimpolludos’, donde se le adivinaba cierta inquina.
¿Inquina? No, yo creo que cuando lo escribí lo hice con un tono zumbón y más bien sarcástico. No me saldría bien. Lo del blog a veces son cosas muy rápidas, evacuaciones, y seguro que no transmito la impresión ajustada. Pero si me pongo a recordar…
Adelante.
… Por aquellos días era muy cansina, muy falaz y hasta agresiva la campaña del macronismo, las macronettes salvando la democracia liberal del autoritario mundo anglosajón. Las banderitas del domund de la UE. Era cómico y a veces hiriente. El eurojeta existe.
Y supongo que el autóctono, el jeta autóctono, también. ¿El tertuliano acaso?
El tertuliano es un símbolo -otro más- del tinglado. El papagayo del consenso. El que hace la pasta del discurso político actual, la pastita que consumimos, ese puré. Una figura actualizada del pícaro.
Se le critica, al tertuliano, que hable de todo y no sepa de nada.
Para eso ahora están los expertos. Yo, entre un experto y el tertuliano, me quedo con el tertuliano. Porque es divertido, el tertuliano, genial incluso. Y nada fácil lo que hace. ¿Cómo era la palabra esa tan antigua…? ¡Eubolia!
¿Eubolia?
El arte de decir lo que conviene, una facultad oratoria muy difícil, creo yo.
¿Incluimos en la categoría de expertos al politólogo?
El politólogo se puso de moda con el populismo. Ante las fake news necesitábamos el experto. Hay 8.000 expertos censados. «¡Silencio, que viene el experto!». El politólogo es un «a más a más», la próxima estación del tertuliano, es decir, la risa.
¿La risa?
Sí, porque hizo sufrir al tertuliano. Aunque el politólogo nunca se mete en honduras ni señala los riesgos, y eso que, como conocedor de la disciplina, debería hacerlo, por lo menos llamar a las cosas por su nombre. Es como un médico que te estás muriendo del hígado y te receta clamoxiles. «Entonces, ¿lo de Cataluña es un golpe de Estado o no?».
¿Qué responde el politólogo?
Nada. Habla de encuestas, de procesos, de ciclos, de estímulos y de las israelitas, sobre todo de las israelitas. Hubo el otro día, en La Sexta, un lapsus maravilloso.
¿Cuál?
Apareció uno de ellos, un politólogo, y le rotularon: «Pollitólogo». El politólogo es ubicuo y es curioso: su mayor conocimiento sirve a veces para difuminar las cosas.
Y dígame: ¿cómo habría que rotular a Fernando Ónega y a Victoria Prego?
A mí es que la Transición, supongo que a usted también, me la contó Victoria Prego, que era como la Gloria Fuertes de la cosa. Me la contó con un relato bonancible, maternal, biempensante. Y Ónega lo mismo.
Oiga, que Ónega le escribía los discursos a Suárez.
«Puedo prometer y prometo». Qué cosa, ¿no? «Puedo prometer y prometo». ¿Se da cuenta? «Puedo prometer y prometo». ¡Qué genialidad! El otro día lo vi en un tuit de Maldini sobre un jugador chino: «Puedo confirmar… y confirmo».
Le da la risa.
Es que se puede hacer una tesis doctoral con los postizos de Ónega, con sus perífrasis. Es el lenguaje en el que hemos crecido. El oneguismo es otro símbolo del consenso. Porque de la misma manera que hay neosuarismo, hay neoneguismo.
Lo que no parece haber es neopemanismo, y eso que Pemán contó mejor que Ónega y Prego la Transición, ¡y con anterioridad a la propia Transición!
Cuando lees sus artículos de los años 60 te preguntas cómo es posible que al hombre le hayan negado todo. Si decía precisamente lo mismo y 10 años antes. Pero los del consenso tenían que matar al padre.
El consenso, otra vez.
El consenso es el gran descojone, hombre. Para mí lo es.
Y aparte de eso, ¿qué es?
Es una muletilla que se usa para todo. ¿Qué hacer ante un problema político? Lograr un consenso.
¿Qué más?
Es también algo que se hace en la trastienda, entre bambalinas, sin luz ni taquígrafos. En este sentido es oligárquico, antipolítico. Consenso es reparto. Y siempre, siempre te lleva a decir sí. Porque una vez formado, su consecuencia personal es el asenso. Asentir.
Consecuencia personal y también política, partidista, ¿no? Ahí está el PP.
La designación del líder del PP es antonina, como aquellos emperadores romanos que elegían su sucesor a dedo. No tuvieron descendencia, así que elegían su sucesor adoptándolo. Franco lo hizo así. Creo que la derecha española del último medio siglo es antonina. Me gustaría escribirlo, pero en Deportes no puedo.
Ya que dice lo de Deportes, deje que le pregunte por el mourinhismo, y así de paso justificamos las fotos con el Bernabeu al fondo.
Salvando las distancias, Mourinho era como Trump: un gran detector de tontos. Era impresionante. El mourinhismo era divertido, una especie de disidencia pequeñita en algo tan superficial como el fútbol.
Como toda disidencia, ¿abocaba al ostracismo?
Un ostracismo siberiano. Aunque no me gustaba cuando le daban trascendencia. Eso del «Madridismo ilustrado», qué horror. Luego se convirtió en un enorme cocido que algunos se fueron comiendo ordenadamente. Al final, yo creo que hasta el Real Madrid, que lo digirió a su manera.
Y una cosa tan así como el mourinhsimo, bien en su versión original, bien en la adulterada, ¿llegó a contaminarse de cursilería? Porque no me diga que lo cursi no parece envolverlo todo.
Lo bueno de lo cursi es que es delator de cosas tremendas. Sirve, por ejemplo, para detectar a los jetas. Aunque tampoco hace falta, porque estamos rodeados. A más jeta, por cierto, más cursi. Por otro lado…
¿Sí?
La nuestra es una época de gran afectación personal, de enorme extroversión de los sentimientos, de ir con tus emociones a todas partes y contárselas al primero. Aunque también está el peligro del cinismo e ir siempre a la contra. Ojalá un término medio. Neruda (¡Neruda!) decía que huyendo de lo cursi se cae en el hielo.
¿Incluímos en lo de la extroversión de los sentimientos la nostalgia? ¿La de la EGB, por ejemplo?
Yo siento nostalgia por ese mundo de la infancia. Y por esa España. A veces me gusta escribir algo de eso porque temo olvidarme del todo. Joaquín Reyes decía que la nostalgia da gases, pero bueno, creo que es el sentimiento más refinado del que algunos somos capaces. Completamente autoindulgente y tramposo, claro.
Le pregunto por la nostalgia de la EGB como podía preguntarle por otra más reciente, la de Cádiz, sin ir más lejos, uno de sus destinos funcionariales.
Caí rendido a la ciudad, su parafernalia, sus ensoñaciones, su mitología. En mi catetez, me enamoré de Cádiz.
¿Por eso sus citas a Antonio Burgos, alguien tan alejado de la cosa esa del cosmoperiodismo madrileño?
Burgos ha escrito muy bien sobre Cádiz –el fetiche de los gatos cerca de La Caleta-, al menos para mí, que tampoco soy catedrático de Cádiz.
Hablamos de periodismo cosmomadrileño. ¿Hablamos también de su manía al ‘New Yorker’?
Un día fui a ver un piso en un pueblo de Cádiz, precisamente, y estaba decorado con portadas del New Yorker. Yo tan feliz… «¿Eres periodista?», le pregunté a la chica que lo alquilaba. «No», me respondió. «Pero lees el New Yorker». «Tampoco». «¿Entonces?». «Nada, que me gustan las portadas».
Al menos la chica fue sincera; cualquier otro le hubiera dicho que lee la revista todos los meses.
Yo lo intenté. Pero es que empiezo con un artículo y me digo: «¿Pero qué me voy a pasar, tres días leyendo al prenda este, todo el rato mirando el diccionario?». Como revista será excepcional, pero es kilométrico todo.
¿Excepcional? Pues el otro día osó definirla como «una revista de tontos para muy tontos», a lo que alguien le auguró un negro porvenir en la profesión esta. ¿Le consuela pensar que siempre puede volver a la función pública?
El futuro es gris marengo; sí, mejor no pensar. Lo que hago -en estos momentos, algo parecido al periodismo- trato de hacerlo con dedicación plena. Vivo al día, porque tampoco sé muy bien adónde va a ir esto.
Siempre le quedará el recuero de cuando llegó a Madrid y sólo leía a Umbral.
Suena a autoparodia, pero era porque en la librería de viejo que tenía al lado de casa eran los libros más baratos. Esto le daba una especie de autoconciencia hilarante a mi vida aquí. Me habían llamado a Madrid para escribir en un periódico, algo opinativo, y mareando libros de Umbral sentía más viva la dimensión grotesca de la impostura por la que me encaminaba. La bufandita, el desparrame lírico, la imitación…
Ya para terminar: ¿le ha decepcionado Madrid?
No tengo acceso al gran Madrid, los cenáculos. La ciudad me gusta. Me gusta mucho. La considero mi ciudad. Al final me he puesto la bufanda, pero porque hace un frío de cojones. Y sigue sin interesarle a nadie si escribo en un periódico o no.