Una frase muy repetida —por el encanto que tiene, no me extraña— proclama: «A un caballero sólo le interesan las causas perdidas». Su autor es Borges, nada menos, y la ondeó frente a un escrache universitario, encima, que estaba sufriendo en Lima, o sea, en unas condiciones en las que era más importante el desplante gallardo que la precisión intelectual.
La frase no es correcta. Lo sé bien porque también incurrí en la idea en un soneto juvenil que dediqué a don Quijote, y que rematé así: «Cabalgas sólo por ganar heridas/ en causas justas, es decir, perdidas». Luego caí en la cuenta de que don Quijote (y Vladimir Nabokov las contó) gana tantas causas como las que pierde. Lo propio de un caballero, sea don Quijote, Jorge Luis Borges o usted mismo, caballero, es dar las batallas justas con independencia de las posibilidades de éxito que tengan, sabiendo que perder no empaña jamás la nobleza de un empeño. Y ganar tampoco.
Lo advierto porque hay una batalla por la recuperación de la demografía que no sólo es absolutamente necesario dar con urgencia. Lo predica en el desierto (doblemente: el desierto demográfico y el de una sociedad que hace oídos sordos) Alejandro Macarrón. Si la pirámide poblacional termina derrumbándosenos encima, como predicen los datos, aplastará al país en todos los órdenes: como nación, como cultura, como Estado del Bienestar, como potencia económica… Lo sorprendente es que, además de tener que dar esa batalla, se puede ganar. Las esperanzadoras noticias de Hungría son música para nuestros oídos.
El éxito húngaro
Los datos no dejan lugar a cinismos. La tasa de fertilidad en Hungría aumentó un 24% entre 2010 y 2020. En esa misma década, el número de matrimonios casi se duplicó. Sólo en 2019 los matrimonios crecieron un 19%, lo que es importante por razones demográficas, no morales. Los matrimonios son uniones más propensas y propicias para tener hijos que los otros tipos de uniones sentimentales. Una cosa lleva a la otra, como se dice. Estamos hablando de los incrementos más altos de la Unión Europea.
Resulta raro (o no, depende de cómo se piense) que en el resto de Europa se desdeñen esas exitosas medidas húngaras. O incluso se entorpezcan de todas las maneras y presiones posibles, en lugar de estudiarlas, entenderlas y extenderlas.
¿Qué han hecho, mientras tanto, en Hungría? Han habilitado ventajas fiscales y vías crediticias prioritarias que crecen en su cobertura según el número de hijos. La ministra del ramo, Katalin Novák ha anunciado nuevas medidas aún más ambiciosas para 2021 que incluyen facilidades para el acceso a la vivienda y subvenciones para las reformas, con distintas partidas según el número de hijos (más por más), más la protección de una auténtica conciliación familiar.
Existe, además, una subvención prenatal por hijo. Lo que tiene mucha importancia logística, para irse preparando; mucha importancia lógica, porque abundan los gastos prenatales; y también ideológica, porque es una forma elegante y positiva de reconocer que el niño ya es, ¡y tanto que es, como para devengar reconocimientos públicos oficiales contantes y sonantes! En consecuencia, no sólo han aumentado los nacimientos, sino que también han decaído considerablemente los abortos.
El tridente estratégico
Siendo el caso más exitoso, interesa mucho comprender el concierto húngaro. Sería un error tan grande quedarse en las ayudas económicas y fiscales como minusvalorarlas. Son significativas cuantitativamente y están reservadas a la natalidad y escalonadas por número de hijos. Todo lo contrario que en España, donde ya nos hemos madrugado en el 2021 con otro golpe a las familias numerosas, tal como explica Ricardo Calleja: «En el Real Decreto Ley 3/21 (sí, ya van tres en lo que va de año) se recortan los complementos a la pensión de las madres de familia numerosa, en cantidades nada despreciables. Más allá del clavo en el bolsillo, de la puñalada trapera con nocturnidad y epidemiología, pienso que debemos aprovechar para levantar acta: nuestra sociedad no apoya la maternidad, sino que —comparativamente— la penaliza. Por si la cosa de ser madre trabajadora no estaba ya suficientemente cuesta arriba».
Pero a la vez hay todo un trabajo cultural de revalorización social de la familia y la maternidad. La ministra Novak presume de estabilidad conyugal en sus redes sociales y de la fidelidad de sus padres y suegros. Hay una constante apelación pública a la bondad de las virtudes familiares. También en la publicidad institucional. Más aún, se trabajan los contenidos educativos y de concienciación de la juventud. Se promueve sin complejos una cultura pro-vida para construir un país pro-familia [a family-friendly country]. En cualquier «educación por la ciudanía», no parece ilógico que se eduque en aquello imprescindible para que siga existiendo una ciudadanía que educar.
Eso enlaza con el tercer apoyo. Se reconoce el valor trascendente que tiene la paternidad. Novak declara que el objetivo político de su gobierno pasa por defender «una comunidad democrática y cristiana, verdaderamente conservadora, empeñada en promover la verdad en lugar de luchar por el poder en sí mismo».
El tema es tan candente que en dos libros recientes se incide en la idea de que, para romper el círculo vicioso de la esterilidad, es necesario reforzar las razones para traer hijos al mundo. Fabrice Hadjadj lo convierte en el tema esencial que da título a su última colección de ensayos: Por qué dar la vida a un mortal y otras lecciones (Rialp, 2020). En su espléndido Manicomio de verdades (Encuentro, 2021), Rémi Brague destaca con insistencia que, de entre todas las verdades católicas que nuestra época necesita recuperar con urgencia, la razón para vivir y para engendrar en tiempos difíciles es vital. El gobierno húngaro, entre subvención, desgravación fiscal y créditos blandos, se ha puesto también manos a la obra.
El liderazgo húngaro
Con un legítimo orgullo, el primer ministro húngaro Víktor Orbán, constata que nada hacía prever que su país, pequeño y comparativamente pobre, fuese a alzarse como referencia ideológica frente a una Unión Europea paralizada y resentida. A veces las causas justas, perdidas o no, producen un indudable crédito político y un prestigio internacional.
Ryszard Legutko, por ejemplo, reconoce el papel clave de Hungría en un vibrante artículo en First Things, titulado «La batalla por Europa». Allí recoge esta visión del problema: «Las élites han intentado construir una nueva identidad europea, convirtiendo a los pueblos europeos en sociedades post-históricas, post-nacionales, post-metafísicas y post-cristianas, cohesionadas sólo por la ideología universalista del “europeísmo”». Sea con una agenda oculta, o sea, sencillamente, por una falta de caballerosidad borgiana, en el sentido de que los líderes europeístas no quieren apostar por una causa que consideran perdida, el caso es que han bajado los brazos ante el gran problema europeo. ¿Todos?
No, Hungría, no; y todavía más. Está demostrando que la causa por la vida y por la familia no es una elegante y estoica causa perdida. Puede ganarse. En el Reino Unido, ya han invitado a la ministra Nóvak a que les explique cómo se planta cara y en Estados Unidos la Family Security Act del senador Mitt Rommey apunta en las mismas tres líneas (apoyo, cultura familiar y visión trascendente). Aquí no deberíamos ni dar la espalda ni perder el compás de la rapsodia húngara.