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Muchos habíamos oído hablar de la Panda del Moco, unos pijos malos que la armaban cada fin de semana en Pachá y otras discotecas del Madrid de los 80. Habíamos oído hablar pero, por edad, nunca les habíamos visto en acción. Hasta el punto de dudar de si lo que nos contaban nuestros hermanos mayores y sus amigos no sería una leyenda urbana. Porque buscabas referencias escritas y no encontrabas nada. Como mucho, una noticia de hemeroteca en Google y algunos comentarios en foros de olvidada actividad. Y te preguntabas: ¿por qué nadie escribe sobre estos y otros pandilleros, un realidad social al fin y al cabo? Iñaki Domínguez lo ha hecho en “Macarras Interseculares” (Ed. Melusina), una historia de Madrid a través de sus mitos callejeros. Aparte de haberlo escrito, hay que agradecer al autor su esfuerzo de documentación -más de 400 páginas de testimonios directos, palpitantes de vida y barrio- y que no aventure juicios morales a cada página, tratándonos a los lectores como a mayores de edad, dejando que seamos nosotros quienes saquemos las conclusiones.

El macarra de la portada de tu libro no es un macarra anónimo; es un macarra con nombre -o mote- y apellidos.

Es Dum Dum Pacheco, ocho veces campeón de España de boxeo, ex legionario y ex presidiario. Era miembro de Los Ojos Negros, la banda más dura del Madrid de los 60. Aunque Pacheco era de Carabanchel, de la calle Oca, casi todos los miembros eran de Legazpi.

Porque la cosa de las bandas va por barrios.

La élite de los pandilleros, los que juegan en una liga misma, se conocen entre sí. Forman un mundo muy pequeño en una extensión geográficamente amplia. Y luego que el macarra intersecular, el bravo de verdad, siempre ha sido interbarrial. Los Madrid Vandals, por ejemplo, eran de muchos barrios: Concepción, Quintana, Vallecas…

Con los Madrid Vandals nos vamos a los 90 y tu libro arranca antes, en los 60.

El estreno en España de West Side Story, por los 60, provoca el surgimiento de un montón de bandas que ya existían en latencia en los distintos barrios. Hay, digamos, un contagio cultural a través del cine.  

No solo West Side Story en los 60; también La Naranja Mecánica en los 70.

O Quadrophenia casi en los 80. Es curioso que imitar a tus ídolos de las películas -o, simplemente, pretender molar- pueda implicar una violencia que te cause la muerte. Al rocker Demetrio Lefler lo mataron unos mods a la puerta de Rock-Ola, en 1985. Y antes de eso, Ángel Luis, el jefe de Los Ojos Negros acabó asesinado.

Otro icono popular que inspiró tendencias y moldeó conductas fue Bruce Lee.

Bruce Lee tuvo un enorme impacto en la cultura popular. ¡Y murió antes de estrenar su primera película con Universal! En Estados Unidos, el break dance se nutre mucho de su cine: se bailaba haciendo el robot, por ejemplo, pero también imitando movimientos de karate. En Madrid, en los 70, unos cines de Bravo Murillo ponían sus películas en sesión continua. Eso hizo que se abrieran un montón de gimnasios de artes marciales.

Muchos de ellos frecuentados y regentados por fachas, como documentas en tu libro.

Es un tema interesante el de los fachas en la Transición. Hablamos de gentes protegidas por el régimen, un rollo casi familiar, que presienten que les van a quitar sus privilegios, y salen dispuestos a pegarse con quien sea, en una especie de guerra civil callejera. ¿Cómo se preparan para la nueva realidad? Apuntándose a los gimnasios o montándolos ellos.

A veces se confunde al ultra con el pijo malo. Y había hijos del régimen a los que les iba la violencia pero pasaban de política y fachas muy de barrio.

Fotografía: Fernando Díaz Villanueva

Dum Dum Pacheco, sin ir más lejos. Cuando le preguntas quiénes son sus ídolos te responde: “Hernán Cortés, Franco y Elvis Preysler”. Otro de los entrevistados de mi libro habla de un tal Paco El Gori, uno que llevaba camisetas de flores, el ombligo al aire, hebillas de león, escuchaba glam rock -Bowie y tal- ¡y era facha!

¿Eran la excepción Paco El Gori y Dum Dum Pachecho?

Para nada. El macarra intersecular, el auténtico macarra, es un tío muy español, síntesis, a su vez, de influencias culturales anglosajonas (cine y, sobre todo, música). Es alguien que aspira a ser moderno sin salir del barrio. En cuanto a los pijos malos…

No podemos sino hablar de la Panda del Moco.

Yo a la Panda del Moco no la conocía. Hasta que me pongo con las entrevistas para el libro y empiezo a oír hablar de unos pijos de los 80 que traficaban con droga, pegaban palizas por encargo y un montón de movidas más. Como investigador y antropólogo, me pareció fascinante.

Tíos con todo resuelto, en apariencia, pero inclinados a complicarse la vida. ¿Qué explicación encuentras?

Varias. Una es la desestructuración familiar. Puedes tener todo el dinero del mundo, pero como tu familia no funcione bien… Ahí surge la figura de la oveja negra, que podríamos explicar con una serie de teorías psicológicas en las que la familia es una constelación.

¿Otra razón, aparte de esta?

Que te vaya la marcha. Cuando materialmente lo tienes todo, no es raro que busques sentido a tu vida por otras vías, como la excitación del peligro. Hay todavía una tercera explicación.

¿Cuál?

Que muchos de estos pijos no eran tan pijos. Eran, a lo mejor, nuevos ricos, con padres que manejaban pasta pero que habían mamado otra educación en sus casas, en sus barrios.

El pijerío malo no acaba en los 80.

Pijos malos los ha habido siempre y los habrá. Y son los que más mueven. Hace poco me hablaban de los Dalton, unos súper chungos del Pozuelo de los 90. Por esos años también, estaba la Panda del Huevo, varios de cuyos miembros eran hermanos pequeños de la Panda del Moco. Esto me lo ha contado El Francés, uno de los fundadores de la Panda del Moco, del que me he hecho muy amiguete, por cierto.

Luego estaban los macarras que querían ser pijos. Acuérdate de lo cotizados que llegaron a estar en los 90 los plumíferos Pedro Gómez.

El Pedro Gómez era de ricos, porque era una prenda muy cara, hecha a medida. Se trataba de un símbolo de estatus. El rey Juan Carlos llevaba Pedro Gómez. ¿Qué pasaba? Que al robarlos los barriobajeros, se convirtieron en un elemento identitario de estos. O de los pijos malos que no se dejaban atracar. Pasó igual con el Golf: de coche de pijos pasó a coche de bakalas.

Lo que prueba que hubo un tiempo en que los macarras querían ascender socialmente.

Cuando el rapero MC Randy cantaba ¡Hey, pijo! se refería a los tíos de Vallecas que, sin ser pijos, iban vestidos como ellos, porque aspiraban a formar parte de ese mundo, donde se manejaba la pasta. Acuérdate tú de la tele de los primeros 90, de los programas y los anuncios; todos vestidos con polos y camisas. Porque entonces se llevaba ser pijo.

Sin embargo, muchos ya renegaban de su condición.

MC Randy presentó su single ¡Hey, pijo! en Jácara y el álbum en Oh! Madrid, dos discotecas muy pijas. Cuenta que la primera raya de coca la vio allí y que un pijo le dejó conducir -¡a él!- su Golf.

MC Randy cuenta también en tu libro que en el Madrid de los 90 no solo salían de caza los skin.

Me acuerdo de haber leído muchas veces en el periódico la noticia de unos skins nazis que le habían pegado una paliza a alguien. Pero nunca leías nada de los Color Power, por ejemplo, de las primeras bandas de negros de Madrid, por Fuenlabrada. Este y otros grupos también salían de caza, resolviendo ellos sus problemas. Y si les apuñalaban el culo o les abrían la cabeza con una barra, iban a ponerse puntos y ya está. No había tanta denuncia como ahora.

Sí es verdad que los skins tenían fama de arrancar más cabelleras que ninguna otra tribu urbana.

En los 90, no tenías que ser punk para que te cayera una paliza de los skins. Bastaba llevar el pelo largo. Yo lo llevaba. Por eso nunca iba a los bajos de Argüelles y sí, en cambio, a Malasaña, donde me sentía protegido. Nunca vi a nazis allí.

¿Y fuera de Malasaña?

Una vez, con un colega mío, el Óscar, a la altura del parque de la Constitución, por Castellana, empezaron a salirnos skins, como de un agujero. Mi amigo estaba acojonado, y eso que era bakala, primo hermano de los skins. Yo, que iba de alternativo, no tuve ni capacidad de reaccionar.

Pero viviste para contarlo.

No nos hicieron nada. Iban buscando a un sharpero muy conocido. Le llegan a pillar…

Fotografía: Fernando Díaz Villanueva

Sharperos: dícese de los skin heads contra el prejuicio racial.

Movimiento que surge en los Estados Unidos, en el 87.

¿En un intento por recuperar una supuesta identidad robada, como sostienen algunos?

Los skins nacen en Inglaterra, en los 60. Se dice que al principio no eran nazis, porque había negros entre ellos. Pero ya pegaban palizas a los pakistaníes y a los homosexuales. Es verdad que más adelante se transformarían en una tribu urbana nazi, con episodios de violencia replicados internacionalmente.

Igual que el fenómeno hooligan, con dos grandes negociados abiertos en Madrid: Ultrasur y Frente Atlético.

En el libro entrevisto a un miembro de elevado rango de Ultrasur, al que pregunto si se llevaban bien con el Frente Atlético; al fin y al cabo, compartían ideología, ¿no? Pues me respondió que no, que la relación era mala. Eso explicaría que si eres del Frente Atlético en un barrio donde pesa más Ultrasur, agachas la cabeza; y al revés.

Sin embargo, en tu libro documentas casos de miembros de bandas rivales, en principio enfrentados a muerte, que acaban amigos.

Eso es muy común y tiene un sentido antropológico. ¿Cómo se conocen muchos macarras? Pegándose para demostrar quién es el más duro. Si tú eres un cagón, yo te robo y te extorsiono, me aprovecho de ti. Pero si eres duro, si le echas cojones, te quiero en mi equipo.

Uno de los entrevistados recuerda con cierta nostalgia los tiempos “cuando no estaba mal visto defenderse”.

Eso lo dice uno que fue portero del Bali Hai y otros garitos.

¿Cualquier tiempo pasado fue mejor? Porque qué estupendo salir a la calle, montarte en el metro, llegar tarde a casa, y todo sin esa sensación de miedo tan del Madrid de los 80 y parte de los 90.

Hemos ganado en seguridad, sí. Que no te roben, que no te peguen… Eso es importante. Pero hemos perdido autenticidad, no para molar, sino para saber lo que es la vida.

¿Y qué es la vida?

La vida no es instagram ni un espacio seguro ni todas esas mierdas. Como sociedad, nos hemos infantilizado. Todo es una ofensa, todo nos parece mal. Se nos ha olvidado que el dolor es parte de la maduración personal, algo que nos hace crecer, ganar confianza en nosotros y, a la larga, ser más felices, si es que es posible la felicidad.

¿El macarra como especie en peligro de extinción?

El macarra sigue existiendo. Su problema es que hoy les cae un paquete por nada. Lo hablaba con Pablo Navascués, el boxeador. Le decía que todo se había reblandecido.

¿Qué te respondió?

Que no, que al contrario, que todo se había endurecido. Pero no la calle, sino el Estado. Hoy los macarras son los jueces y los policías. Y los que desde el mundo de la cultura pueden arruinar tu carrera por un simple comentario. Hay que reaccionar y lograr una síntesis hegeliana: ni estar todo el día pegándonos ni ofendernos por cualquier gilipollez.