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La lucha por el respeto a la dignidad humana es la causa política más noble existente, pues en su contienda se integra la reivindicación del reconocimiento del ser humano como un individuo susceptible de consideración y cuidado de cara a la sociedad. Desde este enfoque se nutren los cimientos de una comunidad cada vez mejor. No obstante, distante de aquella perspectiva de integración benigna, hay una mirada que disputa su noción, propendiendo una abyecta hegemonía cultural bajo la premisa de articular su descontento con la realidad social de una manera pueril y disruptiva.

Dicha visión se consagra en la capacidad de promover intolerancia con aquello que se considera injusto según una escala de creencias y cánones sociales adoptados, en ocasiones –o casi siempre–, con fidelidad y seguimiento seglar a diversas asociaciones del espectro. Su tarea consiste en capturar mentes y corazones para las variadas causas de las que son precursores –supuestamente– en aras del bien, la justicia y la equidad. Entre ellas, destacan: el feminismo, el indigenismo, el ambientalismo, LGBTQ+, Black Lives Matter, etcétera.

Su alcance ha resonado con fuerza, instalando la celosa e irreverente defensa de estas causas (y sus promesas) en organismos internacionales de envergadura. Su privilegiado lugar en las agendas globales promueve su emplazamiento en nuestros diálogos cotidianos y en cada aspecto vinculante de la realidad.

LOS ORGANISMOS COMO INSTRUMENTOS

Estas instituciones cooptadas se han convertido finalmente en vehículos para cumplir una agenda establecida, que encubre—bajo la mantilla de la modernidad y la proposición de aspiraciones altas—el totalitarismo, la división y la deconstrucción de la naturaleza humana.

El cometido de esta visión se ve radicado en el desarrollo de revoluciones e ingenierías culturales, de «políticas identitarias», de «interseccionalidad», de sexo, de género, de raza, de etnias, de opresores y oprimidos, como una suerte de actualización en marcha. Como lo describe Agustín Laje parafraseando a Joseph Schumpeter para describir el estado de «destrucción creativa», es una suerte de modernidad que construye un mundo donde la constante desintegración y la consiguiente renovación se suceden una a otra, sin descanso, en una vorágine imparable, porque se confía en la presunta obsolescencia de los valores occidentales.

Como dice Adriano Erriguel, los defensores de estos utopismos en los organismos internacionales se arrogan las nobles causas que dicen defender sin asumir los sacrificios que una auténtica lucha implicaría. Patentan su ejemplaridad y pretenden ser vigías morales, justicieros sociales o centinelas de la esperanza, procurando un cambio en el que todo lo pasado debe sucumbir para la emancipación espiritual del hombre. Porque su vínculo con el pasado y su identidad es el óbice que refrena su progreso. Esta premisa habilita deliberadamente una persecución contra todo aquel que disienta.

Llegado este punto es perentorio recordar la resolución de la Organización de Naciones Unidas (ONU) que establecía de manera oficial un «Día Internacional contra la Homofobia, la Bifobia y la Transfobia», incluyéndose medidas punitivas contra los críticos de la ideología de género y advirtiendo que la transgresión era producto de una intolerancia religiosa. De hecho, Víctor Madrigal-Borloz, experto independiente sobre orientación sexual e identidad de género de Naciones Unidas, pedía el encarcelamiento de los disidentes.

EL PRECIO DE LA DISCREPANCIA

La UE financia conferencias universitarias sobre masculinidades tóxicas

Como mencionaba Winston Churchill, para algunas personas la idea de libertad de expresión consiste en ser libres para decir lo que ellos quieran, pero si alguien los contradice, es una atrocidad. Esta censura interpreta opiniones como discursos de odio por su contenido y habilita la restricción o supresión de la libertad misma, justificando los atropellos y las vejaciones por suponerse que estas declaraciones podrían ser provocantes.

Dicha realidad se confronta de igual manera en otros espacios, como la Organización de los Estados Americanos (OEA) y la Unión Europea, donde los esfuerzos se canalizan en arremetidas contra Polonia y Hungría por no adherirse a las peticiones de los lobbies y, en cambio, mostrar su abierta discrepancia ante dichos postulados. Una suerte que, desde luego, no tienen aquellos que sí suscriben tales teorías y que gozan de un privilegiado acceso a generosas subvenciones delineadas a corresponder el propósito primario de la ideología de género, un supuesto e inocuo curso de acción para mayor inclusión y más derechos para más personas.

Si bien la integración y respeto a la dignidad es un fin que todos los demócratas perseveramos alcanzar, ocupa un trecho distante de la visión colectivista detrás de estas agendas, que no sólo condicionan el otorgamiento de fondos concursables a proyectos vinculados a la ideología de género –siendo los mecenas de una red propagandística gigante–, sino que, además, publicitan dichos fundamentos como una línea de acción y hoja de ruta.

LA GUERRA CULTURAL

Agustín Laje

Pese a eso, el éxito de la agenda colectivista no significa su extensión a la sociedad, pues como lo dilucida Laje, el hombre es naturaleza, pero también es cultura: en ese orden. Y tan cierto como ello es también el hecho de que su cultura triunfa cuando no va en detrimento de la naturaleza. De eso, finalmente, se trata nuestra guerra cultural: de la preservación de la cultura del hombre para reconquistar su independencia y libertad de los embaucadores de espíritu que quieren acometer el fraude progresista.

Sin duda podemos corroborar cómo la ideología de género está presente en todos los espacios de la sociedad, en sus intentos de adoctrinamiento con el financiamiento de una diversidad variopinta de mecenas. No se excluyen ni de los pensum educativos de nuestros hijos, mucho menos en las instituciones internacionales que se supone deberían ser un terreno neutral, de respeto hacia cada pensamiento sin la exclusión del debate sano y el diálogo constructivo. Este es el escenario y esta es la enorme tarea que nos espera de frente. De cualquier manera, aquí estaremos, para revelar sus verdades incómodas.