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Érase una vez un profesor que fumaba en pipa y soñaba despierto en un despacho abarrotado de libros. Durante el día daba clases de filología en la Universidad de Oxford. En sus ratos muertos inventaba lenguas mitológicas como el quenya y el sindarin. A la hora de ir a la cama contaba cuentos de hadas a su mujer y sus hijos. Cuando sus obligaciones se lo permitían, se reunía en The Eagle and Child con C. S. Lewis y otros escritores británicos para tomar una cerveza y charlar sobre literatura, fantasía y los estragos de la guerra.

Su vida pudo ser la historia de un académico anodino más. Pero la inspiración vino a visitarle una noche que cabeceaba en su escritorio. En el reverso de un examen anónimo garrapateó una frase extraña: «En un agujero en el suelo vivía un hobbit».

Esas palabras cambiaron su vida y la nuestra para siempre. Fueron el inicio de la que es, probablemente, la mejor saga de fantasía de la historia. Al final de sus días, Tolkien (ese es el nombre de nuestro profesor) reconoció que no sabía por qué había escrito esa frase. De hecho, no hizo nada con ella durante mucho tiempo. Años después, en 1932, escribió El Hobbit.

Esta primavera, J. R. R. Tolkien vuelve a estar de actualidad por el estreno de una película basada en sus años de juventud.

Alta fantasía para una Política con mayúsculas

J. R. R. Tolkien: el señor de los hobbitsEs sabido que a Tolkien le aburrían profundamente la política parlamentaria y las rencillas partidistas de su época. Sin embargo, en su obra muestra una profunda preocupación por el declive moral y cultural de nuestras sociedades.

Cualquiera que haya leído El hobbit y El señor de los anillos puede darse cuenta a simple vista de que su autor se oponía a todo tipo de tiranía. Pero una lectura más detenida nos permite descubrir que el escritor no daba puntada sin hilo y que la Tierra Media refleja sin mucho disimulo su visión del mundo. El propio Tolkien reconoció en una ocasión la intencionalidad política de su obra, sólo superada por la intencionalidad religiosa.

Tolkien era un católico de profundas convicciones y un intelectual con unas ideas que podríamos situar en el espacio del conservadurismo tradicional. Fue muy crítico con los abusos anticlericales durante la Guerra Civil española y con la amenaza totalitaria que entrañaban los regímenes nazi y comunista. También criticó abiertamente el revanchismo de los aliados al final de la Segunda Guerra Mundial, el uso de la bomba atómica y imperialismo americano durante los años la Guerra Fría.

Las grandes luchas entre el bien y el mal

Tolkien vivió el periodo más convulso de nuestra historia reciente y en su obra se aprecia una concepción de la guerra como fuente de desgracia para los pueblos. Él perdió a la mayoría de sus amigos en las trincheras de la Primera Guerra Mundial. Por eso, no es de extrañar que sus amados hobbits sean un pueblo profundamente pacífico.

Sin embargo, como veremos, la obra de Tolkien no tiene ni un sólo átomo de ‘buenismo’ ni de pensamiento ñoño. Sus personajes saben que hay causas por las que luchar y, de hecho, el combate frente a Sauron, el Señor Oscuro, se enmarca en la tradición de la guerra justa.

En su día, algunos quisieron ver en El señor de los anillos un trasunto de las guerras mundiales y de la geopolítica del siglo XX. El escritor negó que su obra fuera una parábola anti-comunista y justificó que, en realidad, la Tierra Media había sido ya concebida en su imaginación antes de la llegada al poder de Stalin. Es cierto. La importancia de su obra maestra trasciende de las grandes luchas entre el bien y el mal de su tiempo y nos habla de las grandes luchas entre el bien y el mal de todos los tiempos.

Tolkien insufló en sus historias los valores de la lealtad, el honor, el sacrificio, la redención, la piedad y la esperanza. En la geografía de la de la Tierra Media, el profesor de Oxford nos trazó un mapa político atemporal que puede guiar también a los cruzados políticos de nuestros días.

La Comarca: una Ítaca conservadora y autogestionaria

J. R. R. Tolkien: el señor de los hobbitsEl Señor de los Anillos empieza con un extenso prólogo dedicado a los hobbits, un pueblo discreto, alegre, amante de la paz y receloso de los forasteros. A los medianos les gusta la música, la cerveza, fumar en pipa y, en general, las celebraciones. Tolkien también nos describe con todo lujo de detalles su hogar. La Comarca es un pequeño rincón de la Tierra Media por cuya libertad Frodo y sus amigos acabarán arriesgando sus vidas. Estas primeras páginas pueden resultar aburridas o inútiles para quien únicamente busca una novela de fantasía épica. Sin embargo, este prólogo es, probablemente, la parte más importante de la historia: Tolkien nos explica la visión del mundo que tiene esta comunidad y su forma particular de ser. Aquí se describe aquello que mueve a Frodo y sus amigos a iniciar su lucha: el amor a su hogar. La guerra que ha iniciado Sauron se extiende por el mapa y es cuestión de tiempo que acabe llegando a La Comarca.

El pueblo de La Comarca es una comunidad de gente sencilla, ligada por fuertes vínculos familiares y vecinales, cuidadosa de sus costumbres y con un contagioso amor por el ocio y buena vida. Tolkien se identificaba plenamente con los hobbits. De hecho, decía de sí mismo: «En verdad, soy un hobbit, excepto por el tamaño. Me gustan los árboles, los jardines y las granjas sin máquinas; fumo en pipa, me gusta la comida sencilla (no refrigerada) y detesto la comida francesa; me agrada y hasta me atrevo a usar en estos días oscuros, los chalecos adornados. Tengo predilección por las setas (del campo); tengo un sentido del humor muy elemental (que incluso mis críticos favorables hallan fastidioso); me acuesto y me levando tarde (cuando puedo), y no viajo mucho».

La organización política de La Comarca también ha sido objeto de estudio por los académicos. La nostalgia medieval y la restauración del antiguo orden implícita en El retorno del Rey han llevado a algunos críticos a ver en La Comarca una especie de Aldea del Arce reaccionaria.

Un ideal distributista

En el hogar de los hobbits no hay Gobierno más allá del alcalde cuya principal responsabilidad es presidir los banquetes. Existe la propiedad privada, pero muy distribuida en pequeñas granjas y minifundios. La organización social se basa en familias y clanes. Esta comunidad autogestionaria se inspira en el principio de subsidiariedad propio del pensamiento social cristiano. Por eso, no es de extrañar que Joseph Pearce, autor de Tolkien: hombre y mito, vea en La Comarca una encarnación del ideal distributista que divulgaron G. K. Chesterton y Hilaire Belloc.

Para otros autores, La Comarca es un ejemplo de sociedad libre en la que no hay injerencia intrusiva del Estado ni programas de ingeniería social:

«No hay un departamento de vehículos no motorizados, ni un servicio de recaudación interna, no hay ningún funcionario del gobierno que le diga a la gente si puede o no tener gallinas ponedoras en sus patios traseros, no hay escuelas públicas alineando a niños hobbit en filas geométricas para enseñarles pensamiento colectivo.» 

Witt y Richards, The Hobbit Party: the vision of freedom that Tolkien got and the West forgot

La Comarca es, en muchos aspectos, la antítesis de la sociedad moderna. Un país pequeño de gente pequeña. Una comunidad pacífica, alegre y amante de sus costumbres populares. Por eso, los hobbits aparecen ante nuestros ojos como unos anarquistas de derechas peludillos y bonachones. Y en su forma de ser encontramos un modo de vida, a la vez, conservador y alternativo.

Azul y verde

Los hobbits también representan la vida en el campo y la Comarca es un ejemplo de integración en el medio. De hecho, en Filosofía Verde, Scruton, pensador de referencia del conservadurismo británico actual, lanza una interpretación muy interesante: el hecho de que los medianos vivan en un agujero-hobbit simboliza su profundo arraigo con su territorio y su lugar en el mundo.

De las páginas de Tolkien se desprende un profundo respeto por la naturaleza. El escritor era un enamorado de la campiña rural inglesa y los oficios artesanos, así como un contumaz detractor del mecanicismo (procuraba ir a todas partes en bicicleta). Su preocupación por las agresiones que la vida moderna causa a la Creación se refleja en su obra. «Nadie cuida ya los bosques como yo los cuido, ni siquiera los elfos», se lamenta Bárbol, el pastor de árboles.

La vuelta al hogar de Frodo y sus amigos supone una gran decepción. Después de ganar la Gran Guerra descubren que su mundo ya no es el mismo. Las máquinas han llegado a La Comarca y algunos de sus vecinos se muestran maravillados con las posibilidades que ofrece el Progreso. Este proceso de industrialización es claramente una condena del impacto negativo del progreso tecnológico. Para hacernos una idea, en la Tierra Media las fábricas o el ferrocarril serían las cosas feas que construyen los orcos mientras arrasan a su paso cientos de árboles centenarios.

Por qué luchamos

El respeto a la naturaleza y su opción por una vida sencilla llevan a Tolkien a romper con el materialismo y una economía basada en la acumulación de riquezas. Un Señor Enano, Thorin Escudo de Roble, admira el estilo de vida hobbit y llega a reconocer a Bilbo que «si muchos de nosotros dieran más valor a la comida, la alegría y las canciones que al oro atesorado, éste sería un mundo más feliz».

En la historia de Tolkien el deber, los talentos y la responsabilidad personal juegan un papel destacado. Cuando el mago Gandalf explica a Frodo la gran amenaza que supone el anillo para el mundo libre, el hobbit comprende que debe aceptar la misión para proteger a los suyos. Mientras los grandes señores debaten las cuestiones de geopolítica, será un mediano acompañado por un puñado de amigos y aliados quienes deben atravesar las zonas en guerra para destruir el anillo.

Más tarde, Frodo y Sam se preguntan: «¿Por qué nosotros?». El peso de la responsabilidad histórica acabará haciendo mella en el espíritu de Frodo. Sin embargo, los hobbits no vacilan. Cada vez que nuestros pequeños aventureros encuentran obstáculos en su búsqueda, será el recuerdo de La Comarca y el peligro que se cierne sobre sus seres queridos en su patria lo que les impulse a seguir adelante. Esto es patriotismo real. No el postureo de la pulsera con la banderita, sino la disposición individual de anteponer el deber al bienestar personal.

Esperanza y ánimo para seguir luchando

Sam acaba entendiendo su misión. En Las Dos Torres dice a Frodo: «Al final, todo es pasajero como esta sombra. Incluso la oscuridad se acaba para dar paso a un nuevo día. Y cuando el sol brilla, brilla más radiante aún, esas son las historias que llegan al corazón, porque tienen mucho sentido aun cuando eres demasiado pequeño para entenderlas. Pero creo, señor Frodo, que ya lo entiendo. Ahora lo entiendo. Los protagonistas de esas historias se rendirían si quisieran, pero no lo hacen. Siguen adelante. Porque todos luchan por algo«.

El Señor de los Anillos tiene lugar en una era post-heroica. Los grandes reinos de los hombres han entrado en declive y los elfos se retiran a una tierra nueva. Sin embargo, Tolkien no cae en el pesimismo, sino que nos transmite esperanza y nos anima a seguir luchando para conservar lo que queda de bueno, verdadero y bello en el mundo.

El patriotismo bien entendido y el valor de la trascendencia de las propias acciones se pone de manifiesto en la carga de los jinetes de Rohán. El rey Theoden cabalga al frente de sus soldados, sabiendo que se enfrentan a una muerte casi segura, y los insta a que sean la última oportunidad para salvar a los pueblos libres de la Tierra Media. Cuando salen al galope con las espadas en alto, no luchan por una ambición personal en un juego de tronos, sino que defienden toda una civilización.

La obra de Tolkien es subversiva porque, en una cultura relativista y cínica, nos recuerda que sigue habiendo causas nobles por las que vale la pena luchar y entregarlo todo.