Un año y 100 historias después, MILENIO ha querido celebrarlo saliendo al encuentro de sus lectores, en esta ocasión en Córdoba. Hasta allí viajamos con el protagonista de una de nuestras historias más leídas, Jaume Vives, periodista por su cuenta y riesgo, testigo de la persecución religiosa en Oriente Medio y uno de los padres fundadores de Tabarnia.
Todo un personaje. De lo que sigue y de alguna otra cosa hablamos con él el otro día.
No fue un riesgo menor que a la Revolución de las Sonrisas opusierais la Contrarrevolución de las Sonrisas, con la buena prensa que tienen las revoluciones, y al contrario.
Es verdad que la palabra «revolución» tiene hoy una acepción positiva de cambio para mejor, cuando lo cierto es que a lo largo de la historia las revoluciones siempre han supuesto un cambio para peor, al ir contra lo natural y lo bueno o, al menos, intentarlo. Las contrarrevoluciones, en cambio, lo que pretenden es volver al origen, unir lo que se separó y recomponer lo que se destruyó. Por cierto, que respecto a la revolución de la que hablamos, la de las sonrisas, todavía no nos ha ofrecido ninguna.
O sea, que de un año a hoy nada ha cambiado. ¿O, por el contrario, sí que lo ha hecho?
En Cataluña, nada excesivamente. Quizás que un mayor número de gente se ha dado cuenta de que les estaban tomando el pelo, que al final todo se trataba de un lucha de poder entre Puigdemont, Junqueras y los demás. Pero sustancialmente no ha cambiado nada. O sea, los tarados con ganas de montar el pollo las siguen teniendo. Aunque sí es verdad que en el otro lado la percepción de peligro ha disminuido.
No es poco eso.
Hace 30 años, nadie tenía esa percepción, salvo unos pocos. La independencia era cosa de unos cuantos exaltados, de ahí no pasaba. Pero, claro, el hecho de que el 1 de octubre del año pasado pareciera que iban a romper la sociedad, el país, todo, hizo que muchos reaccionaran y que los independentistas fueran conscientes de que nada les había salido gratis, lo cual es muy pedagógico. Ahora bien, no significa que no sigan picando piedra. O sea, que no podemos dormirnos en los laureles.
¿De verdad el independentismo ha tomado nota?
No me refiero a los de arriba, a los que todo les importa una mierda, sino a los de abajo, que se han dado cuenta de que los cabreados con ellos, los que están molestos, no son Madrid, ni el Gobierno central ni el Estado, sino sus vecinos de escalera, de calle, de barrio. Lo vieron el 8 y el 29 de octubre del año pasado.
Lo dices, supongo, por las manifestaciones multitudinarias a favor de la unidad de España que recorrieron las calles de Barcelona.
Que hicieron preguntarse a los independentistas de dónde coño salía toda esa gente. Era evidente que no de Madrid, ni de Sevilla, ni de Valencia. ¿Que también vino gente de fuera? Sí, pero no en su mayoría. Y eso fue algo muy poderoso.
¿Poderoso por qué?
Porque rompió con el relato del enemigo español como enemigo externo. Y eso que el 1 de octubre el relato lo ganaron ellos. Pero de entonces hasta hoy han hecho esfuerzos titánicos para perder ese batalla.
¿Cómo?
De mil maneras distintas: no estando de acuerdo entre ellos, prometiendo cosas que luego no cumplían…
Quien sí pareció ganar ese relato, desde el balcón de su casa y con la ayuda de dos potentes altavoces, fue un joven de barba larga y descuidada O sea: tú… tú, tu familia y tus amigos.
Pero esa práctica, por respeto a los vecinos, la abandonamos hace ya un tiempo.
Es lo que iba a decirte: que Manolo Escobar ya no suena atronador en las noches de Sarriá.
Sin embargo, desde hace unas semanas, quien quiera oírme puede hacerlo desde un nuevo balcón, el de la casa en la que estoy alquilado (el otro balcón solo me pertenece por derecho hereditario, pues los propietarios son mis padres). He empezado un vídeoblog y, aunque el tono es más sosegado, no renuncio a tocar sanamente los cojones ni tampoco al humor.
¿El humor como instrumento de comunicación política?
Antes de nada, me gustaría diferenciar entre humor y broma. Lo del balcón, por ejemplo, no fue ninguna broma. Fue un grito de desahogo, de cabreo si se quiere, contra una situación de injusticia que duraba ya demasiados años. Lo mismo que Tabarnia. Es llevar, mediante el humor, el discurso loco del nacionalismo al ridículo, al absurdo, dejándoles descolocados.
No será porque ellos no hayan utilizado también el humor, aunque sea con diferente propósito.
Cuando en los típicos programas de risa, como los de Rac1, hay a un personaje más cateto, menos capaz, este siempre habla castellano, y con un determinado acento. Y eso, quieras que no, se va metiendo en las cabezas y afectando a los sentimientos, hasta el punto de creerse unos por encima de los otros.
Nada nuevo bajo el sol.
Es en el siglo XIX cuando surge el concepto de raza catalana. Para unos «raza» hacía referencia a algo cultural. Para otros el término era biológico y también determinante de importantes diferencias culturales, económicas y políticas. En ambos casos se veía una contraposición entre la raza catalana y la raza castellana, que estaba un poquito por debajo. Hay sobrados ejemplo de esto.
Nombres, nombres.
Valentí Almirall, Prat de la Riba, Pompeyo Gener, Bartomeu Robert, Heribert Barrera…
Ninguno de ellos, mal que les pesase, habría podido negarte tu condición de catalán.
Pero ser hijo, nieto y bisnieto de catalanes, haber nacido y vivido en Barcelona y pasado los veranos en la masía de mis abuelos no me convierte en mejor que nadie.
¿Entonces?
Simplemente me ha hecho entender la realidad, el mundo, de una determinada manera, que es la manera catalana. Algo que no es malo, todo lo contrario, siempre que te andes con cuidado.
¿Cuidado de qué?
Cuidado de no confundir el sano orgullo con el desprecio hacia los otros, que es muy fina la línea que separa una cosa de la otra y son muchos los años inoculándonos ese veneno.
¿Cuidado también de lo que te pueda pasar?
No hasta ese punto. Los independentistas pueden ser muy pesados y en Cataluña puedes incluso jugarte el trabajo o las amistades, pero no la vida.
O sea, que Cataluña no es lo que ha sido el País Vasco durante años.
Salvando las distancias, la situación en el Norte de España, en cuanto a amenazas que podían convertirse en reales y gente resistiendo y otra gente obligada a marcharse de sus casas, la compararía más bien con Irak. Salvando, ya digo, las distancias.
Realidad, la iraquí, que conoces bien, al menos en lo que respecta a la persecución de cristianos.
Mi primer contacto fue Líbano, en 2014, justo cuando empezaba la guerra de Siria. Desde España yo ya había leído noticias sobre un número no pequeño de personas hablamos de decenas de millones que sufrían persecución en todo el mundo por el hecho de ser cristianos.
¿Dabas por buenas todas las informaciones?
Hoy día, la gente tiene mucha facilidad para creerse lo que lee. A mí me pasa todo lo contrario. Quizás porque de los digitales que trataban el tema casi ninguno tenía enviados especiales. Y los que no lo trataban pero sí hablaban de la guerra, lo hacían a través del Observatorio de Derechos Humanos en Siria, por ejemplo, que es un tío que está en Londres.
La historia es que te desplazas al lugar de los hechos.
Mi primera toma de contacto, que dura un mes, fue bastante dura. Porque no entendía nada de lo que estaba pasando. De hecho, fue un viaje de preguntar, preguntar y preguntar, y de repreguntar, repreguntar y repreguntar.
¿Volviste a casa con alguna respuesta?
Volví con una idea bastante concreta de cómo había sido la persecución. En muchos casos la huida fue gradual. Así, un día aparecían pintadas contra los cristianos en las iglesias, otro les tiraban piedras a sus casas y al siguiente les insultaban por la calle. No todos resistían hasta el final, sino que se marchaban antes. Para algunos, en cambio, o fue demasiado tarde o tuvieron que escapar con lo puesto, una noche a las tres de la mañana porque DAESH estaba casi a las puertas de sus casas.
De Líbano volviste con un libro escrito.
Y de Irak con un documental. De hecho, la segunda vez que viajo a Irak es precisamente para mostrar allí el resultado de nuestro trabajo.
Trabajo, imagino, que también iba dirigido al público de aquí.
Nos escandalizamos de las persecuciones a cristianos en países como Irak, Siria, Egipto, China, Corea del Norte, pero no somos conscientes de otras persecuciones, no cruentas, pero sí sutiles que tienen lugar aquí.
¿Por ejemplo?
Ser católico no está prohibido en España, pero sí quizás mal visto, al menos socialmente… por ahora. Ser católico consecuente, digo.
¿Tú lo eres?
Sí, en el sentido de pensar como católico, no en el de ser ejemplar, que no lo soy.
Es curioso, pero según adquirías relevancia pública por lo de Cataluña, iban publicándose historias sobre ti supuestamente reveladoras, y todo por ser católico.
Cuando escribes sobre alguien y titulas «desenmascaramos a…» lo que estás diciendo es ‘vamos a defenestrar a este tío, vamos a hundirlo por ser de una manera que debería avergonzarle‘, en mi caso, por ser católico. Como si el cristianismo, en lugar de ser la religión del amor, implicara ser machista, xenófobo, racista, homófobo y todo lo peor que se puede ser hoy.
¿En colgarte esas y otras etiquetas consiste la persecución sutil de la que hablas?
Persecución en ningún caso comparable, repito, con la que sufren los cristianos en otros países. En ese sentido, deberíamos sentirnos afortunados: en España, lo máximo que nos puede pasar por declararnos cristianos es que nos desenmascaren, ya ves tú.
Pero ese no fue siempre ni el máximo ni el único peligro.
En 1936 hubo en España una persecución religiosa cruentísima, igual que la de Irak en 2014, incluso me atrevería a decir que muchísimo más. Que ahora casi esté prohibido hablar de todo eso no significa que a mí mi abuelo no me contara lo que hubo de pasar mi familia, que no fue poco.
Hoy, sin embargo, España parece estar muy lejos de todo aquello.
Lo que significa que es posible la paz, aquí y en Irak, donde durante cuatro años ha vivido Satanás pero también Cristo en cada uno de los cristianos perseguidos. De hecho, el documental en el que trabajamos ahora va de eso, de si después de la guerra es posible la paz.
Y cuando termines con ese proyecto, ¿qué será lo siguiente?
Puede que la historia de un orfanato en Kenia, o la del único sacerdote en Kazajistán o la de una familia entera que se marcha a vivir a Nigeria a entregar su vida a quienes más lo necesitan. No lo sé todavía. Lo único seguro es que se tratará de una realidad que a mí me haya resultado tan interesante y ayudado tanto como para querer compartirla con los demás, bien en forma de libro, bien de documental, bien de dossier, bien de lo que sea.
No sería la primera vez que vives una historia previamente a contarla.
Es que esa es mi vocación. En su día fue la pobreza en Barcelona, una realidad de la que sabemos prácticamente nada, más allá del número de los que duermen en la calle, dónde comen y dónde duermen. Lo que no sabemos es cuáles son sus preocupaciones y deseos, qué les hace sufrir, cómo son sus vidas, su día a día…
Bueno, tú algo sí que sabes, pues pasaste un tiempo con ellos en la calle.
Y descubrí que cada uno de ellos era un mundo (todos lo somos) y que su mundo era un mundo completamente al margen del nuestro.
¿Sentiste en algún momento la pulsión de rescatar a alguno de allí?
Pero es que eso no funciona. Si quieres sacar a alguien de la calle, hazte primero su amigo y quizás tengas una mínima posibilidad. Todo pasa por la amistad, también en la calle. Si no, ya puedes montar un enorme complejo burocrático de reinserción que no vas a lograr nada. Esto también lo aprendí con ellos.
¿Qué otras cosas aprendiste?
Que somos más parecidos de lo que nos gustaría, que tener un techo, una familia y un sueldo a fin de mes no nos hace muy diferentes.
¿Y qué nos hace tan similares?
Que nosotros como ellos estamos bastante desorientados, faltos de referentes, y que ellos como nosotros, ese vacío que tenemos por dentro y que no nos deja tranquilos, también lo intentan llenar, muchas veces equivocadamente. Lo que pasa es que para nosotros emborracharte un lunes por la mañana está mal visto, mientras nos parece normal estarlo un viernes por la noche. O ser un yonqui de la droga está mal visto, pero no del trabajo. Al final, todos coincidimos en una cosa: en la necesidad de amar y ser amados.
¿Eso cómo se explica?
Yo, a pesar de que no tengo la suficiente formación teológica, solo puedo hacerlo desde la fe, desde el convencimiento de que sin Dios el ser humano no es capaz de amar. Mire donde mire me veo limitado e incapaz de amar bien por mí mismo.