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Jordan B. Peterson, un maestro Jedi para millenials

Jordan B. Peterson, en la Cumbre de Liderazgo de Mujeres Jóvenes de Turning Point USA; Dallas, junio de 2018. | GAGE SKIDMORE

Hubo un tiempo en el que las estrellas nacían en los platós de televisión. Con ellas lo hacían los temas candentes de conversación, lo que hoy se denominan «trending topics». Ese tiempo ya pasó. Hoy las estrellas nacen en la red, son hijas de YouTube y de su endemoniada viralidad.

YouTube y, por extensión, el omnipresente vídeo bajo demanda ha sido la democratización definitiva de la televisión, un invento que cambió el mundo a lo largo del siglo XX pero que sólo podían hacerlo unos pocos privilegiados. Sin YouTube no pueden entenderse fenómenos como el de El Rubius, que ha condenado a la insignificancia a la programación infantil de las cadenas de televisión; el de Justin Bieber, que inició su exitosa carrera musical ahí; o el de Jordan Peterson, un psicólogo clínico canadiense que se ha convertido en una celebridad de ámbito mundial gracias a los vídeos que publica en su canal.

De esta plataforma saltó a los debates televisivos y a llenar salas de conferencias por toda Norteamérica. Nadie hubiese dado un céntimo por él hace sólo tres años. Hoy su presencia se la rifan los debates de televisión y las editoriales. Peterson es garantía de atención y la atención en ese negocio es sinónimo de dinero.

Una suerte de santo patrón

¿Qué tiene este profesor de la Universidad de Toronto, cincuentón, aparentemente anodino, para haberse transformado en una celebridad y en el guía espiritual de millones de jóvenes de todo el mundo? Nada en especial, simplemente dice lo que hoy en Occidente no se puede decir. Lo dice, además, de un modo convincente, debidamente argumentado y sin intención de apuntalar agenda política alguna. Peterson es él mismo y se representa a sí mismo.

Con una receta tan sencilla ha terminado representando a infinidad de jóvenes para quien es una suerte de santo patrón. Pero Peterson no es un predicador. Se trata de un tipo culto y de formas refinadas que combina una gran variedad de temas en sus disertaciones. Habla de psicología, sí, que es lo suyo, pero también de religión, de historia, de biología y de asuntos del día como la libertad de expresión o la ubicua e irritante corrección política.

Con ese menú su canal de YouTube pasó de la nada a más de millón y medio de suscriptores, que no está nada mal para un canal dedicado a sesudas conferencias en las que el autor ni juega a los videojuegos, ni se desnuda ni hace payasadas. Peterson da a una creciente audiencia global lo que les niegan las televisiones, las emisoras de radio y la prensa online. Alguien así hacía falta y él fue el primero en verlo.

Hombres, casi todos jóvenes, en busca de una figura paterna

El público que Peterson congrega tanto en la red como fuera de ella es eminentemente masculino. Nueve de cada diez suscriptores de su canal son hombres, la mayor parte jóvenes. Muchos de estos hombres están dispuestos a destinar una pequeña cantidad de dinero mensual para que pueda seguir en la brecha. En Patreon, una popular plataforma de micropatrocinios, tiene un total de 8.000 patronos que se retratan a fin de mes con donativos de 5 o 10 dólares, lo que les permite acceder a material exclusivo y, sobre todo, tener la certeza de que las lecciones que imparte por YouTube se mantendrán.

¿Qué busca toda esta gente en un simple profesor universitario con un canal de YouTube? Muchos de ellos tan sólo una figura paterna que les guíe por los difíciles vericuetos de los tiempos modernos. Peterson es un profeta para «millenials» perdidos y necesitados de algo más que las trivialidades habituales que ofrece la red y, especialmente, los medios de comunicación.

Para una generación machacada por el relativismo, presa de las modas, sometida a la dictadura de lo efímero y ayuna de referentes heroicos, Jordan Peterson es lo más parecido a un maestro Jedi. De ahí su éxito. Les alcanza por el medio favorito de los nacidos a finales del siglo XX y los comienzos del XXI. Entre los jóvenes el consumo de televisión es mucho más bajo que en otras franjas de edad. Peterson sólo sale por televisión cuando le llaman, que no es muy a menudo, el resto de su mensaje se transmite empaquetado en vídeos que saltan en la pantalla de los teléfonos móviles tan pronto como se publican. En eso consiste suscribirse a un canal de YouTube. Cada vez que sube uno suenan al unísono 1.700.000 alarmas.

’12 reglas para vivir. Un antídoto al caos’

Pero ningún profeta lo es del todo hasta que no tiene su «biblia» particular. Esa llegó este año en forma de manual de autoayuda. Se titula 12 reglas para vivir. Un antídoto al caos y se ha publicado en numerosos idiomas, incluido el español y el catalán. El libro, un superventas instantáneo, recoge en 12 epígrafes lo que vendría a ser un vademécum para jóvenes que buscan que su vida tenga algo de sentido.

Hay ya dos generaciones de hombres en Occidente a quienes se les ha educado en una adolescencia artificialmente prolongada que, como era previsible, ha desembocado en altas tasas de depresión y en un estado perpetuo de inseguridad en sí mismos. Este nihilismo posmoderno, que hunde sus raíces en lo peor del mayo parisino, ha dejado a los más jóvenes sin un sistema de valores al que agarrarse cuando vienen mal dadas. Y en la vida, más tarde más tarde o más temprano, siempre vienen mal dadas.

Tanta incorrección se la están haciendo pagar. Peterson es hoy el enemigo a batir de los apóstoles de la corrección política, de la izquierda universitaria y, sobre todo, de ese feminismo radical tan en boga que, por razones que se me escapan, se ha convertido en el feminismo mainstream. Peterson desafía los dogmas de la nueva era con tranquilidad, aplomo y una erudición poco común en muchos campos. Nada que ver con las simplezas con las que están tratando de colar abstrusos y enloquecidos conceptos como «masculinidad tóxica», «cultura de la violación» o «heteropatriarcado».

Casi nadie se atreve a atacarlos de frente porque sabe de antemano lo que se le va a venir encima. Sucede también que quien levanta la voz se queda sin salir en la tele y se le cierran las puertas de los diarios. Pero a Peterson le da igual, no los necesita. Transmitían el mensaje porque controlaban los medios para difundirlo. Eso si que no se lo perdonan.