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La madrugada del 14 de abril de hace 91 años comenzaron a izarse las primeras banderas tricolores en los ayuntamientos de España. Ocurrió después de unas elecciones municipales que eran, de facto, un plebiscito sobre monarquía o república. Mientras, se organizaba un triste trajín en la Plaza de Oriente y la Puerta del Sol se llenaba de fervorosos cánticos del himno de Riego. Los más viejos, como Unamuno, todavía podían evocar, quizá vagamente, algo de aquel año largo en que la patria se había organizado sin Rey y que terminó de muy mala manera. Pero, esta vez, parecía que el cambio que estaban viviendo era distinto. Entonces, en 1931, España sí que se iba a mudar de tantas cosas. O, al menos, así se lo habían propuesto sus impulsores. Entre ellos, Manuel Azaña (1880-1940).

Controvertido como pocos, beatificado por la izquierda, demonizado por parte de la derecha y mitificado por (casi) todos, el alcalaíno ha sido objeto de estudio de multitud de investigadores. Sin embargo, podemos afirmar que quien más lejos ha llegado en su exploración, hasta donde lo insondable del alma lo permite, es el historiador José María Marco. Tanto, que se ha convertido en uno de sus mejores conocedores. Así lo atestiguan sus libros sobre el político y sobre la II República. En el último, Azaña, el mito sin máscaras (Encuentro, 2021), el autor desmonta el complejísimo armazón que el republicano construyó sobre sí mismo y que mantuvo como pudo siempre. Todo, para ocultar con caretas la nada que le llenaba. Sobre sus frustraciones y su mitificación conversamos con su mejor biógrafo, José María Marco, con ocasión de un aniversario más de la proclamación de la II República.

Las víctimas de las últimas leyes de Educación muy probablemente conocerán muy poco a Azaña. ¿Cómo les contaría quién fue?

Un intelectual que quiso ser artista. Un buen prosista. Un burgués nihilista perdido en la crisis de valores de principios del siglo XX y que se aferró al republicanismo, que importó de Francia, como un náufrago a un bote salvavidas. Un revolucionario diletante.

Fuente: El Mundo

Un alumno de Ciencias Políticas habrá oído hablar más de él o, mejor dicho, de su mito. ¿Por qué está mitificado Azaña? ¿Cuándo se creó este mito, en vida del propio personaje o tras su muerte?

El mito Azaña empezó a crearse después de su detención por su posible participación en la revolución o en la sublevación de la Generalidad contra la República de 1934. Luego el mito decayó. En el campo republicano casi nadie estaba de acuerdo con su posición y muchos acogieron mal las feroces críticas que Azaña había vertido sobre la Segunda República en sus Memorias y en La velada en Benicarló. A partir de los años 90 del siglo pasado, se empezó a recrear el mito del demócrata sin tacha. La izquierda andaba en busca de nombres, que no le sobran. Así es como ha pasado a formar parte de la santísima trinidad de la izquierda española, con Pablo Iglesias y Giner de los Ríos. Mucho menos interesante, por cierto, que el Azaña que adivinamos auténtico, detrás del muñeco que han construido. Lo mismo ocurre con Giner de los Ríos.

¿Existe también el mito de la II República? En caso afirmativo, ¿es indisoluble del de Azaña?

No del todo, aunque se complementan bien. El mito de la República ha heredado una fantasía comunista, al parecer indestructible: la heroica “lucha” del Frente Popular, las muy épicas Brigadas Internacionales, la revolución que no lo fue, la defensa de la democracia, etc. Azaña le añade el lado burgués y liberal, vamos a llamarlo así, que lo hace todo más amable.

Quintana Paz ha acuñado el concepto PSOE state of mind, según el cual, el español medio es de mentalidad socialista, beatifica el socialismo o justifica todas sus acciones. ¿Ocurre lo mismo con Azaña y la II República?

No lo creo, o ya no, por lo menos. En realidad, quienes más han hecho por acabar con este state of mind son los gobiernos socialistas con sus leyes de Memoria. No calcularon que iban a provocar una reacción. Hoy sólo los fanáticos o los profesionales del asunto, que son muchos, se lo toman en serio. Las responsabilidades del lado republicano han vuelto a estar encima de la mesa, como era irremediable que ocurriera.

¿Influyó una idea equivocada de la II República en la Transición? 

Seguramente. En dos cuestiones. En la hiperlegitimidad democrática de la izquierda, no justificada por la historia. Y en el Estado de las Autonomías, que renueva una fórmula que fracasó en los años treinta. Hemos vuelto a hacer un experimento que sabíamos destinado al fracaso.

En su libro, califica la visita de los Reyes a la viuda de Azaña en 1978 de «pirueta». ¿Fue un acto de reconciliación imperativo, un necesario intento de legitimar la Constitución a ojos de los republicanos, una muestra de complejo…?

Si hablo de “pirueta” es para referirme a la manipulación posterior de la foto de esa visita, que convierte al legado de Azaña (vía su viuda) en un respaldo de legitimidad a la Monarquía parlamentaria, como si la Corona en España necesitara del republicanismo. No fue eso, sin embargo. Fue una expresión de reconciliación, una demostración que la Corona incorporaba y es capaz de representar a todos los españoles. Mucho más que el republicanismo, claro está.

Azaña cree que la crisis de España comienza en el siglo XVI, con los Austrias, y reivindica la Baja Edad Media y el proyecto de los Reyes Católicos y de Cisneros. ¿Mitificaba él también esta etapa de nuestra Historia?

Esa es una mitificación muy propia del pensamiento y la historiografía españoles, sobre todo de los progresistas desde principios del siglo XIX, que ven en los Austrias y los Borbones una desnacionalización de España. Azaña no es particularmente original en esto (es original en pocas cosas, en realidad) y quiso refundar la nación española desde lo que él consideraba el único proyecto nacional, que es el de los Reyes Católicos y el de Cisneros. También consideraba a los comuneros los héroes de una revolución burguesa y nacional, algo que no son, evidentemente, aunque ahora hasta la derecha parece que lo cree así.

Azaña acusa a Carlos I de someter España a su proyecto personal a través de la Monarquía universal hispánica. Sin embargo, en su libro, usted explica que la obra política azañista es, ante todo, un culto al Yo, una manera de dar sentido a su vida nihilista y enmascarar su vacío existencial. ¿Cree que Azaña era consciente de ello?

Entre los rasgos más fascinantes de Azaña está la incapacidad para engañarse acerca de lo que hace. Intenta hacerlo, pero no lo consigue. Y vuelve una y otra vez al mismo punto, que es su esterilidad, su incapacidad creadora. Es uno de esos hombres que no pueden dejar de atormentarse a sí mismos. Nunca.

Azaña quería crear una España nueva valiéndose de la revolución; es decir, rompiendo radicalmente con todo lo anterior. ¿Por qué muchos liberales se identifican con él, siendo de posturas políticas opuestas?

Porque Azaña es uno más de la larguísima lista de españoles que piensan que su país es un fracaso. Empezó con lo que llamamos la crisis del 98, el regeneracionismo, los escritores noventayochistas… y ha continuado desde entonces. La gran leyenda negra, la que sigue condicionando nuestra vida como españoles, está aquí. Claro que enfrentarse a ella requiere poner en cuestión casi todo lo que creemos saber sobre el siglo XIX y sobre el siglo XX español a partir de 1898. Y eso es muy costoso y arriesgado.

¿Cree que el ambiente de los años previos a la instauración de la II República es parecido al de hoy? ¿Por qué?

No. Son dos crisis de orden muy distinto, aunque evidentemente en los dos casos se está produciendo una crisis de fondo, un cambio completo. Quizás la situación se parezca más a los años finales de la Monarquía constitucional, antes de 1923, cuando nadie supo cómo poner en marcha las reformas que era necesario hacer.

Afirma que Azaña era un artista frustrado y, según él mismo, incomprendido. ¿Se podría decir, utilizando el vocabulario de hoy, que estaba haciendo la guerra cultural desde la política?

Si quiere decir que Azaña quería llevar a cabo un cambio de orden cultural en España, porque no otra cosa es su proyecto de republicanización, entonces podríamos decir que sí. No midió la resistencia que iba a suscitar, e incluso se divirtió -es la palabra que utiliza él mismo- en provocarla.

Volviendo al principio, los alumnos de Instituto conocerán muy poco a Azaña; en cambio, es muy probable que hayan oído hablar mucho de Franco, y no precisamente como mito, sino como personaje histórico o, incluso, demonizado. En cambio, hasta hace muy poco, no se ha estudiado a Azaña sin dar por hecho su mito. ¿Por qué unas mitificaciones tienen éxito y otras no?

Bueno, Franco tuvo su mito durante bastantes años, y a diferencia de Azaña pudo disfrutarlo, como se dice. Ahora ha triunfado el mito negativo… Se entiende, pero en algún momento los españoles tendremos que empezar a dejar de hacer política partidista con la historia.

¿Las leyes de memoria histórica han ayudado o pueden ayudar a comprender mejor la Historia de España?

Las leyes de Memoria histórica son un instrumento partidista para eliminar a la derecha de la vida pública. Y de paso volver a fundar, como quiso Azaña, una España en la que no tengan cabida quienes no se adhieran a los presupuestos republicanos, postsocialistas y nacionalistas. Para eso sirven, en exclusiva.