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Juan Pérez de Guzmán: “La moda masculina está desconectada del hombre corriente”

REPORTAJE FOTOGRÁFICO: Fernando Díaz Villanueva

Sabe de lo que habla -moda- por haberlo vivido de primera mano. Y en París, la capital mundial de la cosa, dicen. Allí trabajó en el departamento de prensa de una gran firma francesa. Una experiencia que le abrió los ojos a lo más particular de esa industria…

Un universo curioso del que muchos creen formar parte, pero pocos son los elegidos. Un mundo de relaciones públicas, diseñadores y periodistas que se concentra en dos o tres barrios de unas pocas ciudades. ¿El resto? Víctimas conscientes o inconscientes. Las más de las veces, inconscientes.

¿Puede hablarse de batalla cultural también en el mundo de la moda?

Sin duda. Estamos ante un elemento cultural que vehicula una serie de principios. ¿Cuáles? Evidentemente, aquellos con los que nos aporrean cada vez con más fuerza: lgtbismo, feminismo, multiculturalidad y lo que te rondaré.

Todos principios hegemónicos hoy.

Gramsci acuñó el concepto de hegemonía cultural, es decir, la idea de que las construcciones culturales de la clase dominante, sus valores, se imponen de una forma natural al resto de la sociedad. Algo fundamental que hay que entender, muy unido a este concepto gramsciano, es que la moda que vehicula principios, lógicamente, es la que está en la cúspide.

¿Quiénes forman parte de ella?

Los diseñadores con sabrosos contratos y un ejército de asistentes que pasan el día buscando inspiración en todos los rincones de internet. Esta es la moda que tiene capacidad de influir -e influye- y cuenta con el arma de la publicidad (algo muy útil si ciertos medios critican al jefe).

¿Y los grandes grupos del fast-fashion o el sector textil en general?

Son sistemas paralelos que se pueden ver ligeramente influidos, que copian y se inspiran en las grandes casas pero que, en relación con lo que estamos tratando, no son de interés. Lo importante es la cima, que irriga el resto del sistema por capilaridad hasta llegar a la base.

¿Es esa su función principal, irrigar?

La batalla por la imposición de una serie de principios existe, pero de una manera insidiosa. Es puro soft power o violencia simbólica, de la que hablaba Pierre Bourdieu. El grueso del trabajo ya se hace en otras instancias.

¿Los mass-media, por ejemplo?

En el caso francés hay nueve oligarcas que controlan todas las cabeceras de prensa del país. Pues bien, curiosamente, tres están o estaban relacionados con el universo de la moda: Bernard Arnault, Xavier Niel y el difunto Pierre Bergé. Ni que decir tiene por quién hicieron campaña sus cabeceras durante las elecciones generales de mayo de 2017.

¿Macron?

Efectivamente. Quien piense que toda esta especie de gauche divine baby boomer y asimilados no vehicula una cierta visión del mundo, se equivoca.

Pero de manera sinuosa, como apuntas.

La moda se limita a normalizar. A pesar de que se pueda pensar que transgrede, no lo hace. Es el reflejo de nuestra sociedad y sólo se limita a validarla. De una manera muy creativa, si quieres.

¿Lo resumimos en uno de los muchos eslóganes?

We all should be feminists, por ejemplo. Es el lema de las famosas camisetas feministas de Dior de hace dos o tres años, a tropecientos euros la pieza. Exitazo. Y hete aquí que Dior lo ha vuelto a hacer: Judy Cohen, más conocida como Judy Chicago, una antigua militante del Partido Comunista norteamericano, colabora en la última colección de la casa que inventó el new look. La izquierda proletaria o revolucionaria de ayer ha mutado en un puñado de ingenierías sociales aliadas del capital.

Pobre, pobrecita Judy.

La visibilidad y los beneficios que generan ciertas casas de moda es canelita en rama para artistas politizados y mediocres que, de otra manera, sólo serían conocidos en ciertos círculos gafapastas o en el departamento de gender studies de cualquier universidad americana. Parece ser que a Judy y a tantos otros no les estorba mucho el capitalismo cuando se trata de poner la mano y transmitir su visión del mundo.

¿Víctimas de la moda ellos también?

Eso escribía hace poco la periodista Ángela Molina en Babelia. Son fashion victims, además de los consumidores, los artistas radicales, los más politizados, dispuestos a pasar uno a uno por el aro. El artículo de Molina, por cierto, se titulaba “Dior y Judy Chicago, el enésimo idilio entre arte y moda”.

Nunca mejor dicho lo de “enésimo”.

Hace también poco, Alexandre Arnault, hijo de Bernard y joven directivo de una compañía maletera perteneciente al conglomerado LVMH, declaraba a un medio asiático que el futuro del lujo pasaba por su imbricación con el arte. Esto no es nuevo y multinacionales como la de Arnault (padre e hijos), que contienen distintas casas de moda, lo llevan practicando muchos años, con mucho éxito y de distintas maneras.

Dime una.

Pensemos que un espacio cultural en París no tiene las mismas restricciones horarias que un espacio comercial, lo que implica una mayor rentabilidad del metro cuadrado.

Hecha la ley, hecha la trampa.

En ciertos barrios, basta con añadir una librería a tu tienda para que, legalmente, se puedan ampliar las horas de venta y los días de apertura. De igual manera, transformar tu comercio en pequeño museo efímero para que algún artista haga un alegato contra la sociedad de consumo (esa que se aprovecha de él para vender más), atrae público y flexibiliza horarios. Pero la madre del cordero se encuentra en las colaboraciones artísticas.

¿Por qué?

Vivimos en la era de la moda industrial y la cultura se utiliza como coartada o vehículo para aumentar el consumo, pero también para dar más visibilidad al arte contemporáneo.

¿Es eso ilegítimo?

No, pero el mecenazgo y promoción de ese arte contemporáneo es otra rama del negocio de la moda y no tiene nada de desinteresado.

Entonces lo que entendemos por moda…

No es algo que se dirija a todos. Es algo que va más allá de la señora que va a Zara a comprarse tal o cual cosa. O incluso a gastarse una cantidad importante de dinero en tal bolso o prenda que sale en una revista. Esa es sólo la parte visible y evidente del mercado, la que interesa a la mayoría. La moda es algo mucho más particular de lo que parece.

¿Exactamente, qué?

Es un universo que participa de otros (arte contemporáneo, arquitectura de vanguardia, cine de autor, etc), regido por los principios de unas élites urbanas que nos venden su visión del mundo. Los protagonistas de la moda viven en sus torres de marfil, son profundamente endogámicos y, no sólo representan, sino que beben los vientos por el pensamiento dominante que luego trasladan a una masa por la que, en general, no tienen mucho cariño.

¿Qué fue de la rebelión de las masas?

La reacción está ahí. Ahora, las más de las veces no es una reacción perfectamente consciente. Prueba de ello es el éxito de los foros de moda masculina clásica. Un mundo virtual que, en ocasiones, es manierista pero que, por lo menos, responde a un ideal de masculinidad y a unos valores con el que muchos nos podemos identificar más fácilmente.

Porque el concepto de masculinidad que propone la moda contemporánea…

… está completamente desconectado del hombre corriente. Es un concepto que oscila entre el efebo anoréxico y el imaginario homoerótico de Tom de Finlandia. Ejemplos hay miles y todos hemos recibido memes al respecto comparando a Cary Grant con un modelo vestido de forma estrafalaria.

¿Y más allá del meme?

Encontramos cosas como el movimiento chap. Es algo puramente humorístico. Una vuelta al tweed de más de 10 onzas, la pipa y a cierto sarcasmo y maneras. Es decir, el retorno de lo que el imaginario colectivo considera un caballero británico.

Hacer de tu vida una especie de Retorno a Brideshead diario debe de ser retador.

Pero lo que me importa es el surgimiento de este tipo de corrientes nostálgicas o tribus urbanas como contrapunto a la moda dominante y sus valores. Si vamos más allá en la transgresión, en ciertos ambientes, ya claramente disidentes, se da un fenómeno de admiración hacia el redneck y sus circunstancias.

¿Qué es el redneck, cuáles son sus circunstancias?

Un producto típicamente norteamericano que puede responder al modelo de los Apalaches o al del bayou más cercano. Pickup y Winchester. Blancos de bajos ingresos y vida rural. Gente que se identifica con John Fogerty y no con el timo de Bruce Springsteen.

¿Y a este lado del Atlántico?

Me viene a la cabeza la primera ola de chalecos amarillos contra las reformas de Macron. Era de origen popular y provincial. Es puramente anecdótico, pero me sorprendió ver en internet gente con una fisonomía a la Charette o a la Henri de Rochejacquelain con el Sagrado Corazón cosido al chaleco entre dos salvas de gases lacrimógenos.

¿Cuál sería el nexo entre chaps, rednecks y chalecos amarillos vandeanos?

Son tendencias vestimentarias y sociales que se identifican las tres con el hecho de echar raíces, la tradición y la vida fuera de la gran ciudad.

¿Quién retiene a nadie aquí, en las mega urbes?

Efectivamente, pienso que lo que existe en realidad es una idealización del campo, de la vida sencilla y de valores que no se ponen en almoneda. Por razones obvias, en Francia es flagrante esta idea de echar raíces, del terroir, que la neoizquierda y sus intelectuales detestan.

¿Y en España?

La ventaja que tenemos aquí es que, en general, conocemos poco el concepto de “ciudad-global”.

Tú, en cambio, sí: París.

Cuando vives en una megalópolis multicutural de infraestructuras anticuadas o ramplonas y cuyas afueras son zonas no go, no puedes más que soñar con el campo. Si muchos se quedan es porque no conocen o no tienen otra alternativa.

¿No hay peligro de que chaps, rednecks y neovandeanos terminen formando parte del tinglado?

Mira el punk, por ejemplo. Pasó de ser pura reacción a entrar en el sistema. Es curioso porque la moda acaba domando y asimilando ciertas corrientes no conformistas e, incluso, crea trampantojos como los hipsters que, por suerte, ya han pasado a mejor vida o están dando los últimos coletazos. Cuando las barbas de tu vecino veas cortar…

¿O sea?

Que hay que tener cuidado. Casi siempre, lo que se nos vende como contestatario no lo es en absoluto. Eso sí, puede haber actitudes contestatarias que, a través del vestido, se rebelen contra el pensamiento dominante pero, en general, será el fruto del más puro individualismo o de pequeños colectivos o tribus urbanas.

O pequeños artesanos tradicionales frente al lujo industrial. Por cierto, ¿su lucha es una réplica a pequeña escala de la que libran mundialismo y arraigo?

Efectivamente. A propósito…

Dime.

“Lujo industrial” es un término acuñado por el filósofo Gilles Lipovetsky. Lipovetsky no da detalles, pero sí hace referencia a la moda surgida después de 1968. El hito histórico es el cierre del taller de Balenciaga y la introducción del prêt-à-porter por Yves Saint Laurent con su línea rive gauche.

Eran los años 70.

La época del renacer de ciertas casas que pasan de un modelo de funcionamiento obsoleto a uno de férreo control de la distribución y fabricación. Es el principio del fin de las familias dedicadas durante dos, tres o cuatro generaciones a las joyería, los artículos de viaje, la moda o el vino y el origen de los grandes grupos que irán construyendo ciertos magnates durante los 80.

¿Y hoy?

Hoy, una pequeña empresa artesana o se blinda o lo más probable es que le acaben metiendo la zarpa, globalizándola y succionado el ADN a golpe de chequera y marketing. Es triste que ciertas casas tradicionales desaparezcan compradas por mastodontes que las desfiguran.

Fagocitándolo todo por el camino.

Si hace unos años me dicen que Louis Vuitton abriría un bar-restaurante, no lo hubiera creído. Dentro de poco será una realidad en Japón. Ya no sé qué le queda hacer a esta gente… El problema es que cuando todo es lujo, nada lo es. Sólo son cosas caras, sin alma. Dentro de poco será difícil encontrar pequeñas joyas que representen un saber vestir o vivir local.

Y, sin embargo, la alta costura sigue.

De hecho, hay una semana de desfiles en París dedicada a ella y acontecimientos sociales, más nostálgicos y simbólicos que otra cosa, dirigidos a promocionarla. Algunos de sus creadores son desconocidos del gran público. Casas con pocos empleados que viven al día. Lógicamente, ya no tiene el mismo impacto que antes. O lo tiene de otra manera.

¿De qué manera?

Hoy se utiliza la alta costura como un instrumento de marketing. Como anzuelo para vender de todo menos alta costura, algo que sólo los grandes grupos se pueden permitir. Hay buenos creadores que van muriendo y con ellos sus casas hasta que, quizás un día, sean resucitadas por un fondo chino, o un gigante del lujo que aproveche la marca para poner en el mercado colecciones de prêt-à-porter que nada tienen que ver con el espíritu original o con lo que el fundador hubiera querido.

¿Nada que ver?

Bueno, puede que se inspiren vagamente en algo que marcó el estilo de la casa para que prensa y críticos aplaudan con las orejas. Prensa que, por otra parte, o es propiedad del dueño del grupo que ha comprado la marca, como te decía antes, o se financia a través de la publicidad de sus marcas.

Supongo que si te pregunto por aquello diseñadores de antaño y por estos de ahora encontrarás más de siete diferencias.

Hoy son auténticas divas que conocen el éxito muy jóvenes. Gente profundamente desarraigada y fácilmente intercambiable entre casas de costura que, en su mayoría, ya no sabe coser ni una manga pero que palían su deficiencia técnica vendiendo los valores de urbes deshumanizadas y guetizadas. Antes, los modistos eran gente discreta a los que la fama llegaba tarde o después de mucho trabajo.

Nombres, nombres.

Estoy pensando, por ejemplo, en Dior o el difunto Lagerfeld. Se inspiraban del arte clásico, como Balenciaga, o de la naturaleza. Todo el mundo sabía de su condición sexual, pero no importaba ni lo cacareaban a los cuatro vientos.

Siempre hicieron lo que se les antojó en su vida privada.