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«Batalla cultural» es una expresión que cada día se escucha más. Frente a una izquierda woke —que intenta censurar en las universidades incluso 1984, de Orwell, porque le parece un libro ofensivo—, cada vez surgen más voces e iniciativas. Lo curioso es que toda alternativa a lo woke despierta un intenso rechazo en la intelligentsia. Negarte a llevar el pin redondo multicolores de la Agenda 2030 te convierte en un genocida. Sin embargo, eres el que de verdad dices algo que interesa. Por eso, como señalan Cristian Campos o Gonzalo Altozano, de quien se habla en el progresista New York Times es de la gente que, de un modo o de otro, le da un corte de mangas a lo woke, ya sea Isabel Díaz Ayuso o Ana Iris Simón. Sin embargo, la «batalla cultural» no es algo haya nacido ayer. En realidad, es parte de un proceso muy largo.

Hace más de un siglo, los jesuitas andaban muy atentos a cómo volver a dar protagonismo, dentro del mundo moderno, a la Iglesia y a la forma cristiana de entender la vida. Por eso, surgió, por ejemplo, el Instituto Católico de Artes e Industrias (ICAI), así como el llamado Colegio de Areneros, fundado por Ángel Ayala y que compartía instalaciones. Precisamente este jesuita, y casi en esos mismos años (en 1909), fundó también la Asociación Católica de Propagandistas (ACdP), denominada entonces con una fórmula un poco más larga: Asociación Nacional de Jóvenes Propagandistas. En aquel empeño contó con el aliento del nuncio apostólico y de una serie de laicos, en especial Ángel Herrera Oria, otro de los fundadores de la ACdP. La asociación entendía que los jóvenes católicos debían formarse bien —humanamente, profesionalmente, doctrinalmente—, para «despertar al adormecido catolicismo español de principios del siglo XX». O, como dice Pablo Velasco, consejero nacional de la ACdP, su espíritu fundacional consiste en «el apostolado en la vida pública y el deseo de promover la cooperación y coordinación de los católicos en la sociedad». Llegaron a contar con cabezas muy destacadas, como Rafael Aizpún, Luis Lucia o José María Gil–Robles.

Herrera Oria desempeñó tareas esenciales en varias de las iniciativas de esta entidad: dirigió el periódico El Debate, la Escuela de Periodismo, y una de las editoriales auspiciadas por esta organización. Aunque el espíritu de la ACdP es plenamente seglar, y evita adscribirse a un régimen o a un gobierno concreto, el propio Herrera Oria entendió que Dios le pedía algo especial. Por eso, renunció a sus ocupaciones y cargos en la ACdP, entró en el seminario, y, con el paso de los años, siguiendo muy vinculado a los «propagandistas», fue consagrado obispo y cardenal.

Proyectos para dar la cara

La ACdP, con esa mentalidad laical y práctica, de difusión de los valores cristianos en medio de la modernidad, atravesó momentos duros durante la II República y durante el franquismo. De hecho, El Debate desapareció como periódico en 1936, y no pudo volver a editarse bajo la égida de Franco. En 2016, la ACdP reflotó esta cabecera como una revista web de la mano de Justino Sinova,  que fue posteriormente dirigida por Fernando Bonete y Pablo Velasco y, al cabo de cinco años,  se convirtió de nuevo en un periódico encabezado por el veterano Bieito Rubido. Digital, como casi todo lo que nace hoy. Por el camino, la ACdP ha puesto patas a proyectos de todo tipo, desde la Biblioteca de Autores Cristianos (BAC) —si quieres leer a un autor cristiano antiguo en su latín o griego original, tu opción es la BAC— hasta las diferentes universidades CEU San Pablo. Su vocación paulina —de dar la cara en el ágora actual— es evidente: desde sus congresos de «Católicos y Vida Pública», que comienzan en 1999, hasta coloquios y mesas redondas que nadie más en España se atrevería a organizar. Es en el CEU adonde acuden a hablar personajes tan variopintos —e incluso opuestos— a lo woke como Rod Dreher, Rémi Brague o el cardenal Robert Sarah (que edita en Palabra, todo sea dicho, porque lo cortés no quita lo valiente).

No faltará quien critique a los «propagandistas» por tal o cual deriva concreta de un campus del CEU. No muy diferente a la de otras derivas, más extendidas, en otras universidades católicas. A fin de cuentas, la ACdP es un reflejo laico de la Iglesia. Un empeño por estar en el mundo, influir en el mundo, sin ser del mundo. Y, para eso, hay que bajar al barro y a veces, muchas veces, mancharse y equivocarse. No obstante, desde su página web no cejan, y por eso ofrecen gratis en PDF un buen número de libros sobre historia de la entidad, biografías de sus fundadores y miembros insignes, y sobre temas como religión o economía.

Cancelados y censurados

Pablo Velasco, para explicar esta «batalla cultural» —o «batalla por la civilización»—, cita la antiquísima Carta a Diogneto, y dice: «los cristianos deben vivir en medio de las ciudades participando activamente en ellas, pero trascendiéndolas. El encuentro con Cristo genera un hombre nuevo, que vive, crea, trabaja… como tal». Por este motivo, la ACdP, tras reflotar El Debate, para convertirlo en un medio de referencia, ha iniciado una serie de campañas muy claras. En Navidad, para celebrar que «Solo un nacimiento ha cambiado el rumbo de la historia. Y no es el tuyo». Ahora, para plantar cara a la ley antiprovida que ha sacado el gobierno de PSOE y Podemos. Forma parte de una estrategia más amplia contra eso que se llama «(in)cultura de la cancelación». De hecho, la campaña se llama, precisamente, «Cancelados». Según Velasco, esta campaña «responde a una metodología propia de la ACdP; cada año tenemos un tema nacional de estudio sobre el que giran nuestras actividades, seminarios, jornadas, publicaciones y círculos de estudio». Esto supone plasmar «una cara más visible en la campaña Cancelados, que incluye una serie de acciones para concitar la atención respecto al tema que estamos trabajando». Así han obrado recientemente con la libertad de educación, la ley de despenalización de la eutanasia; «y este año, nuestro tema es la cultura de la cancelación y el peligro de la libertad de expresión».

El inicio de «Cancelados» no ha dejado lugar a dudas: «Rezar frente a una clínica abortista está genial». Es una campaña redonda, porque reivindica una de las estrategias del mundo provida y porque planta cara a la ley del PSOE y Podemos contra quienes recen cerca de un establecimiento de abortos. No sólo eso, sino que la reacción de la izquierda gobernante les ha dado la razón. Varios ayuntamientos han «cancelado» la campaña, como Valencia o Pontevedra. Según Jaume Vives, del Gabinete de Presidencia, «nos habría encantado no tener que hacer esta campaña, porque querría decir que no haría falta ir a rezar delante de ningún sitio en el que se acaba con la vida de niños». En su opinión, «la censura de todos los ayuntamientos, tristemente, ha demostrado que es cierto que hay temas que son sistemáticamente apartados del debate público». Es una contrariedad a la que Vives le ve la parte positiva: «estamos contentos, porque ha servido para evidenciar que no nos inventamos las cosas, que efectivamente vivimos en un mundo sin libertad para decir cosas muy normales».