Hace ahora 17 años, el 12 de septiembre del 2001, el periódico local El Diario de Córdoba venía encabezado con un titular que decía, en grandes letras: «Terror Global». El periódico en papel reflejaba en portada, con una fotografía de las Torres Gemelas de Nueva York envueltas en humo, la conmoción que supuso el acontecimiento que había tenido lugar el día anterior en Manhattan, y cuyos detalles y alcance aún no se conocían en toda su extensión (aunque ya se sabía, eso sí, la autoría islamista).
Pues bien, en la sección de Cultura, de ese mismo ejemplar del día 12, aparecía una larga entrevista al filósofo francés, primero marxista y después convertido al Islam, Roger Garaudy, con ocasión del anuncio de la inauguración en Córdoba de la Biblioteca Viva de Al-Andalus (de la que él era principal promotor). La entrevista, concedida el 10 de septiembre, aparecía encabezada con el siguiente titular entrecomillado: «El pueblo más racista del mundo es Israel, no los judíos».
En ella, naturalmente, se desplegaba toda una exhibición de los lugares comunes a propósito del mito multicultural de Al-Andalus (armonía entre las tres culturas, etcétera), y se hacía para cargar las tintas contra el sionismo y su cómplice norteamericano, no pudiendo saber Garaudy, claro, cuando concedió la entrevista, lo que iba a ocurrir al día siguiente, 11 de septiembre, en Nueva York y Washington.
Una expansión del Islam no agresiva
Decía Garaudy, «Córdoba fue una de las grandes fuentes de la cultura europea, el centro de esa cultura. Córdoba fue un puente entre Oriente y Occidente […] Fue la gran expansión del Islam y no por conquista militar. Vinieron invitados por los cristianos arrianos. El Islam se introducía en las civilizaciones. Tenemos que evocar este pasado. Fue aquel un período de gran tolerancia. Hubo un enriquecimiento mutuo que hizo convivir las tres religiones».
El filósofo francés se comprometía así con la tesis de Olagüe (la no invasión islámica de la península), dando a entender que la expansión del Islam no fue agresiva, sino más bien revolucionaria (en los términos de Olagüe), representando la islamización un movimiento de liberación para la población hispana, arriana, frente al yugo católico (trinitario) visigodo.
Hoy día, Emilio González Ferrín (en su Historia general de Al-Andalus y en su último libro Cuando fuimo árabes) ha renovado y dado nuevos bríos a la perspectiva de Olagüe, en una suerte de neoandalucismo justificativo, fundamentalmente, del autonomismo andaluz (siguiendo en parte los pasos de Blas Infante).
González Alcantud en El Mito de Al-Andalus (Ed. Almuzara, 2012) reivindica igualmente la obra de Olagüe (como obra, dice Alcantud, que contribuye al mito luminoso de Al-Andalus), mostrándose, sin embargo, muy hostil -incluso insultante- con las tesis opuestas de Serafín Fanjul (Al-Andalus frente a España, y La Quimera de Al-Andalus), a las que Alcantud califica, nada menos, de «boutades neorracistas» (por su parte, el libro de García Sanjuán, La conquista islámica de la Península Ibérica y la tergiversación del pasado, pone muy bien las cosas en su sitio, en relación a esta polémica, haciendo un admirable repaso historiográfico desde el siglo XIX hasta la actualidad).
La liberación del oscurantismo judeo-cristiano
Sea como fuera, desde una concepción idílica y luminosa de la sociedad andalusí, como la de Garaudy, se pretende que el Islam, como religión de paz, se ha expandido pacíficamente, liberando a los pueblos del oscurantismo judeo-cristiano. La guerra que lleva a cabo el Islam por el orbe es, pues, una guerra defensiva, en justa respuesta a la agresión previa (judía o cristiana). Ese terror global que se despliega sobre el Occidente, es una réplica a la injusta hostilidad (islamofóbica) que, permanentemente, esta es la coartada, se manifiesta hacia el Islam de tal manera que, continúa diciendo Garaudy, y como reafirmando ese carácter pacifista y transigente del expansionismo islámico, «fui siempre el defensor del diálogo de las civilizaciones». Lo dice después de haber afirmado, unas líneas más arriba, que los norteamericanos habían elegido «a un matador en serie», en referencia al, en aquel momento, recién nombrado presidente estadounidense G. W. Bush. Igualmente, respecto a Israel, decía Garaudy, unas líneas más abajo, «ha elegido a Ariel Sharon para que continúe con la violencia», como si Israel tuviese una voluntad deliberada (maniquea) de desatar la violencia en aquel escenario.
Vemos aquí, pues, cómo opera el mito de la pacífica y armónica Al-Andalus, en una situación además especialmente dramática como fue que se produjo el 11-S, dando cobertura y respaldo exculpatorio al terrorismo islamista, al convertir la acción terrorista en una «justa respuesta» a la agresión previa, que tanto el sionismo como su principal cómplice, la administración norteamericana, ejercen constantemente sobre el Islam.
Por esas mismas fechas, la revista ‘Verde Islam’ (órgano junto al diario Webislam de propaganda fundamental del Islam converso en España), en monográfico dedicado al 11-S el mismo otoño de 2001, se marcaba un editorial en el que lamentaba los acontecimientos ocurridos en Nueva York del siguiente modo: «Hemos lamentado profundamente la muerte de esos ciudadanos inocentes que estaban en las Torres Gemelas el día 11 de septiembre del año 2001. Lamentamos también el millón de niños fallecidos en el mundo en ese mismo mes de septiembre, los cientos de civiles afganos que están pereciendo bajo las bombas inteligentes de los norteamericanos y sus aliados, la denominada ‘coalición global contra el terrorismo’, que es como ahora se quiere justificar la extirpación de cualquier disidencia. Lamentamos el repugnante genocidio que está llevando a cabo Israel a través del Gobierno de Ariel Sharon, a quien nadie parece atreverse a juzgar por crímenes contra la humanidad y nos resulta intolerable su impunidad. Lamentamos los 500.000 niños muertos en Irak desde la Guerra del Golfo. Lamentamos y nos duele la política depredadora de Estados Unidos, su arrogancia, que está tratando de arrasar culturas, tradiciones y pueblos».
La permanente agresión de Occidente contra el Islam
Lamentan así las muertes ocurridas en Manhattan pero para poner de manifiesto la nimiedad de lo que estas representan en la balanza frente al peso, incomparable, desmesurado, que adquiere el número de víctimas mortales que ha generado el Occidente, con Israel y EEUU al frente, en su permanente agresión contra el Islam. La acción sobre las Torres Gemelas es un acto lamentable, sí, pero como respuesta defensiva («desesperada») a la agresión occidental, se insinúa desde Verde Islam, está muy lejos de hacer Justicia, muy lejos de «compensar» la acción de injusticia prolongada, secular, contra el Islam por parte de cristianos y judíos.
Recordemos una vez más que la justificación del 11-S por parte de los dirigentes de Al Qaeda en su momento fue la de tratar de que no sucediera en Palestina «la tragedia de Al-Andalus»: el 7 de octubre de 2001, en un comunicado retransmitido por la televisión qatarí Al Jazeera, y que escuchó medio mundo, Bin Laden sostuvo aquel célebre discurso en el que manifestaba que fue el brazo ejecutor de Alá el que había propinado a América ese golpe, sobre el WTC y el Pentágono, en compensación por el sufrimiento se supone incomparablemente mayor padecido por la nación islámica durante los últimos 80 años que duraba el conflicto en Palestina.
De este modo, Bin Laden amenazaba con seguir promoviendo el yihad a Occidente, en general, pero apuntando directamente, y en particular, a dos objetivos: Israel, que representaba, y sigue representando, la «tragedia de Palestina» y España, que igualmente representa, y lo sigue haciendo, la «tragedia de Al-Andalus». Israel y España, únicos territorios, junto a los Balcanes, en los que, frente al kafre, frente al bárbaro infiel (en la perspectiva yihadista), el Islam perdió terreno desde su expansión a partir del 622. El 11, en este sentido, parece la cifra clave, y es que el 11 representa la superación de las Tablas de la ley mosaicas y de los diez Mandamientos cristianos. El 11 representa algo así, como la superación, la superioridad de Mahoma frente a Moisés y Cristo (recordemos que el nombre completo de Al Qaeda era Frente Islámico Internacional para la Yihad contra Judíos y Cruzados).
Una amenaza para la nación española
En efecto, este comunicado de Bin Laden representó, y sigue representando, toda una amenaza para la nación española, no tanto porque, por lo menos a corto y medio plazo, exista riesgo de implantación en España de la Sharia, es decir, no tanto porque haya un riesgo real, a medio plazo, insistimos, de que el programa islamista se cumpla en España, sino porque, además del riesgo de sufrir atentados (matanzas de infieles, como la ocurrida en agosto de 2017 en Barcelona), sí existe el riesgo de que la soberanía española se vea mermada, bien en favor del secesionismo fraccionario español (por el que España, sencillamente, desaparecería), bien en favor de Marruecos (potencia francófona y francófila) en virtud de las reivindicaciones que tal país mantiene sobre Ceuta, Melilla y las Canarias.
Y es que en España existe una numerosa población islámica en la que el islamismo puede arraigar con cierta facilidad -de hecho, ha arraigado-, ejerciendo así con sus actividades presión en favor de la reivindicación marroquí de las dos ciudades autónomas, o en favor de los intereses (de todo tipo), de esa población islámica establecida en España.
En el 2000 había en España unos 300.000 musulmanes, el 86% de los cuales son de procedencia marroquí. Ahora mismo, con el incremento del tráfico ilegal, la cifra de población musulmana oscila en aumento creciente sin conocerse exactamente las cifras (en torno al millón). Si bien (seguramente) es menor que en otros países europeos, su continua oscilación, además de su incremento por oleadas, hace que el control sobre la misma sea menor que en otros países, y el riesgo de la implantación en ella del yihadismo sea mayor. Una población en la que además, como en buena parte de la población española, el prestigio de Al-Andalus está muy arraigado (cosa que tampoco ocurre, obviamente, en otros países europeos), sobre todo porque cuando llegan a España las asociaciones y federaciones musulmanas que los reciben prestigian constantemente la «España musulmana» frente a la España nacional «trinitaria e infiel».
El desembarco del Islam en España y sus tipos
Es a partir de los años 90 cuando la población musulmana se empieza a incrementar con la inmigración, y lo hará a través de distintas versiones institucionales: además del Islam converso -el de la Federación Española de Religiones Islámicas (FEERI)-, del Islam nacionalizado -el de la Unión de Comunidades Islámicas de España (UCIDE), afín a los Hermanos Musulmanes- y del Islam extranjero (el de la Mezquita de la M-30 de Madrid, sede de la Liga del Mundo Islámico, y construida por Arabia Saudí), ya establecidos en España, aparece por oleadas el Islam inmigrado sobre el que se tiene un escaso, por no decir nulo, control por parte de las autoridades españolas.
Ni siquiera se tiene control sobre el Islam federado (FEERI y UCIDE), ya no digamos sobre el no federado (M-30…), ya que el registro por parte del Ministerio de Justicia de estas federaciones, con objeto de negociar la Ley de Libertad Religiosa, está lleno de ficciones y anomalías jurídicas. Y es que las comunidades islámicas asentadas en España (no ocurre lo mismo con las comunidades judías y evangélicas federadas) en absoluto dan cuenta al Estado de lo que estas federaciones representan, manteniéndose la actividad de estas comunidades, en buena medida, opacas al Estado.
Así, con esta falta de control, también un día 11, pero ya de marzo del 2004 (día, por cierto, de San Eulogio de Córdoba, figura principal de esos mártires mozárabes cordobeses), actuará de nuevo el yihadismo, esta vez en España, buscando poner en funcionamiento todos estos resortes ideológicos de la mitificada Al-Andalus, que ya estaban activados y funcionando a toda máquina, y tratar, así, de influir en las elecciones que se celebrarían tres días después. El yihadismo quería castigar a un Gobierno, el de Aznar, que se había mostrado diplomáticamente muy beligerante en favor de la administración norteamericana (la foto de las Azores) cuando esta decidió, con G. W. Bush a la cabeza, intervenir militarmente, primero en Afganistán y después en Irak, en respuesta al 11-S.
Del victimismo islamista al «vuelco electoral»
El día 14 de 2004, en efecto, se producía pues ese «vuelco electoral», ese castigo al Gobierno de Aznar buscado por el yihadismo, experimentando el electorado español un proceso de metamorfosis por el que de una mayoría absoluta del PP, en el año 2000, se pasaba a una mayoría simple del PSOE, en 2004, dando la posibilidad de formar gobierno al socialista José Luis Rodríguez Zapatero (que había prometido, como punto estrella de su campaña, la «retirada de las tropas de Irak»). Y se produjo este llamado «vuelco» porque caló, entre el electorado español, ese victimismo islamista, dando por bueno el mensaje de que la guerra de Irak, y la participación de España en ella, fue una agresión gratuita contra el Islam.
En rigor, claro está, no se puede hablar de «vuelco electoral», pues no puede transformarse lo que aún no ha tenido lugar. Se trató, más bien, de un desvío producido sobre una tendencia («vuelco de tendencia», eso sí) existente en el cuerpo electoral español al decantarse finalmente en las elecciones por una mayoría simple favorable al PSOE, cuando los sondeos, anteriores al atentado, ofrecían invariablemente un resultado favorable al PP. Es más, existe una prueba que afecta a parte del voto escrutado en esas mismas elecciones de marzo de 2004, que es el voto por correo, y que depositado con anterioridad al atentado daba mayoría al PP. Si a ello añadimos que en los resultados de las elecciones inmediatamente anteriores a las celebradas el 14 de marzo del 2004, nos referimos a las municipales y autonómicas del 2003, no se apreció cambio alguno sustancial, a pesar de que ya arreciaba en ese momento el movimiento del No a la guerra, es claro que una transformación tan abrupta a favor del PSOE, se debió a la influencia del gran atentado.
En ‘El País’, diario desde el que con más insistencia es defendido el mito luminoso del Islam andalusí (en el que escriben, además de Goytisolo, Gema Martín Muñoz, Bernabé López…), se publica el 19 de abril de 2004, un mes después del «vuelco electoral», un artículo, titulado «A propósito del islam en el espacio laico», y firmado por Francisco ‘Mansur’ Escudero (hoy fallecido, pero presidente en su momento de la Junta Islámica y ex-director de Webislam) y Antonio ‘Abdennur’ Prado (secretario de la Junta Islámica y director de WebIslam), en el que se decía: «Lo que necesitamos no es a ningún catedrático que nos diga lo que es el Islam [se refieren a Antonio Elorza, que había escrito, publicados también en El País, una serie de artículos en los que sostenía que el Corán, en la parte dedicada al profeta en Medina, promovía en efecto la guerra y el terrorismo]. Lo que necesitamos es que el Islam genuino [pacífico, no terrorista] que defendemos sea apoyado por instituciones democráticas. Necesitamos que el Estado se comprometa en el desarrollo de la libertad religiosa, tras ocho años de Gobierno de nacionalcatolicismo», así interpretaban los años de Gobierno de Aznar.
La Alianza de Civilizaciones como solución
Lo que quieren decir estos islamitas moderados es que como el Gobierno no contribuya al desarrollo en España del proselitismo islámico (por ejemplo, en las aulas de la escuela pública), el 11M será, sin más, el principio de una serie de atentados al no dar salida a una expansión pacífica del proselitismo islámico. Bloqueada esta, el Islam se abrirá paso de forma agresiva, terrorista, pero porque no se le deja otra vía. Poco después Zapatero hablaría de la Alianza de Civilizaciones, como solución, en la línea de Garaudy, una solución por lo demás tan retórica y demagógica (útil para ganar unas elecciones) como estéril.
Es así que, sea como fuera, la ideología del mito luminoso de lo andalusí ve en el modelo de sociedad que produjo la mezquita cordobesa una solución para resolver lo que, en términos de Huntington, se ha llamado el «choque de civilizaciones». Un modelo, claro, que pasa por la transformación de la identidad católica del templo cordobés (actualmente es una catedral dedicada a la virgen María), para ser devuelto, restaurado, en su identidad musulmana, en donde el templo brille con genuina luz espiritual, irradiando a su vez sobre la sociedad envolvente. Cuando el Islam peninsular se desarrolló en su plenitud, sin ser obstaculizado por la hostilidad cristiana, llegó a lo que, para muchos, es el colmo de la civilización, que es la sociedad andalusí (armónica, ilustrada, limpia, laboriosa, etcétera), y que tiene en la Mezquita de Córdoba su máxima representación artística y espiritual. El templo cobra pleno sentido, como reflejo de la civilización que lo construyó, en tanto que templo musulmán, quedando sometido a una verdadera degradación al transformarlo en templo cristiano, tras la «insidiosa reconquista» de Córdoba, que no es sino reflejo, así transformado, de la degradación que representa el propio cristianismo católico, belicista y agresivo.
Hay que devolverle a su dignidad, esta es la conclusión práctica, que no es otra que su dignidad musulmana. Hay que pasarle el peine de Rilke, por así decir, y borrar toda mácula cristiana del mismo, para rehabilitarlo en todo su esplendor musulmán. Esto parece exigir los restos ruinosos, no solo de la mezquita cordobesa, sino también la Alhambra granadina, Medina Azahara, los baños árabes de Jaén, etcétera.
Lo más grave de este asunto es que el islamismo, para llevar a efecto esta conclusión, cuenta con la complicidad de muchas instituciones españolas que, con la leyenda negra antiespañola como principal alimento ideológico, avalan esa versión dulcificada de la sociedad andalusí (contada en museos, centros de interpretación, oficinas de Turismo, instituciones educativas, literatura, cine, etcétera de toda España), y que hacen que muchos españoles no vean con malos ojos la restauración islámica del templo cordobés. En efecto, para muchos de nuestros conciudadanos los restos arqueológicos de origen andalusí son el testimonio ruinoso de una civilización mucho más rica y próspera que la nuestra cuya presencia, justamente, viene a delatarnos por nuestro mal comportamiento histórico: España es, sobre todo, la ruina de Al-Andalus. La Mezquita atrapada en la Catedral de Córdoba representa un permanente dedo acusador sobre España por su mal comportamiento histórico. Para muchos españoles España es, en efecto, la «tragedia de Al-Andalus», y no verían del todo mal pasar el peine de Rilke.