Cuando acabó el instituto, Rod Dreher se prometió así mismo que nunca regresaría a su pequeña ciudad, salvo en contadas ocasiones, como las vacaciones de Navidad o las bodas de plata de sus padres. El mundo allá fuera era lo suficientemente tentador como para no moverse de Baton Rouge (Lousiana).
Echar raíces estaba bien para alguien como su hermana, no para Rod.Él era inquieto como un rabo de lagartija y ella la típica chica que se casa con su novio de toda la vida, lleva a sus hijos a la misma escuela a la que ella fue y, encima, entra a trabajar allí como profesora. Quién le iba a decir a Rod que décadas después de abandonar Baton Rouge sería su hermana quien le convencería para regresar y quedarse.
Quizás «convencer» no sea la palabra adecuada. Porque ella nunca le pidió tal cosa. Sencillamente sucedió que a ella le diagnosticaron un cáncer terminal y su hermano acudió a su lado. Los meses que duró la agónica batalla de su hermana contra la enfermedad, Rod quedó maravillado por la serenidad con que aquella se condujo. Tal cosa no habría sido posible de no haber dedicado buena parte de su vida a establecer vínculos con su familia y sus amigos, esto es, a generar comunidad. Rod no es que fuese un bala perdida, pero sí es cierto que desde que acabó el instituto hasta aquel preciso instante había vivido en cerca de una veintena de lugares, cambiando otras tantas veces de trabajo. Puestos a cambiar, había cambiado tres veces de confesión religiosa: de metodista a católico y de católico a ortodoxo.
No fue la muerte de su hermana la única circunstancia que le hizo reflexionar. También su trabajo como comentarista, unido a esa inquietud que le define casi tanto como le consume, además de su propia experiencia vital. El resultado fue La opción benedictina, uno de los libros de temática religiosa más polémicos de los últimos años.
El periodo más luminoso de la historia
El libro toma como punto de referencia a un jovencito precursor del medievo con la valentía suficiente para huir de la decadencia del Imperio Romano y adentrarse en los bosques para fundar una nueva comunidad de vida: el monasterio. Hablamos, claro, de San Benito. Al contrario que esos perpetradores de best sellers que pintan la Edad Media como el tiempo de las tinieblas, Dreher lo considera el periodo más luminoso de la historia. ¿Significa eso que La opción benedictina es un manual de escape cuya sola lectura nos trasladará en un viaje por el tiempo al mejor de los mundos posibles, donde nada malo puede sucedernos? Lejos del autor la funesta manía de ejercer de gurú de una secta.
Lo que propone Rod Dreher va de construir pequeñas comunidades. ¿Espacios seguros? Sí, en el sentido en que lo era el Arca de Noé. El viejo del relato bíblico no construyó una nave para ponerse a salvo él, a los suyos y a una pareja de cada especie. Lo hizo para que cuando escampara la tormenta hubiese con qué y con quién empezar de cero. Está bien traído el símil del Arca y el diluvio universal porque el agua, en lo que una vez fue la cristiandad, llega ya hasta el techo. O eso sostiene Dreher. Como sostiene también que los cristianos de hoy pueden ser testigos de un acontecimiento sin precedentes: la desaparición de su fe, al menos en Occidente. Según eso, la mayor heroicidad a la que estarían llamados los creyentes de nuestro tiempo es transmitir su credo a las generaciones siguientes. Y para eso hacen falta familias, escuelas y parroquias. Hacen falta comunidades.
¿Y los partidos políticos? ¿Dónde quedan los partidos? Para Dreher no forman parte de la solución, forman parte del problema. O por decirlo de otra forma: si el calamitoso estado de la cuestión religiosa en los Estados Unidos es el que es (no hay que dejar engañarse por el número de iglesias, dice Dreher), se debe a que el grueso de los cristianos muestra más devoción cuando va a votar una vez cada cuatro años que los domingos yendo a comulgar. Quién sabe si no se habría llegado adonde se ha llegado de no haberse depositado tantas esperanzas en la elección de magistrados conservadores en el Tribunal Supremo.
La batalla es cultural
Lo anterior no significa que haya que mostrarse neutrales en la refriega política. Es más, Dreher se define a sí mismo como social-conservador, alguien que lo mismo apoya a la derecha populista en su defensa del pequeño comercio frente a Wall Street que a la izquierda radical en su lucha contra la pobreza y el sida. Dicho esto, para él la batalla es otra, la batalla es cultural.
En ese escenario, lo más que un cristiano puede esperar de la política es que le dejen planear su vida como un continuo ejercitar la virtud con el único fin de adorar a Dios, encontrando el sentido que se esconde detrás de todas las cosas. Para ello, va a ser más provechoso fundar una familia, montar un colegio, poner en marcha una cooperativa o ingresar en un monasterio que militar en un partido. Y todo sin sentirse uno obligado a salvar con sus solas fuerzas Occidente. No sea que en el empeño de querer ganar el mundo, pierda su alma.
Todo lo que aquí se cuenta no se le ocurrió a Rod Dreher una mañana nada más despertarse. Como decimos, La opción benedictina es fruto de profundas reflexiones y experiencias. Ya hemos reseñado su trabajo como comentarista -es editor de The American Conservative– y la muerte de su hermana. Pero están también sus viajes por los Estados Unidos y por el mundo entrevistando a practicantes de la opción benedictina, encuadrados en pequeños núcleos de resistencia autónomos a la espera de tiempos mejores.
Volver a unir la sabiduría y la virtud
Suelen ser padres de familia preocupados -pero preocupados de verdad- por la educación de sus hijos; tanto, que o los educan ellos mismos en casa o los mandan a colegios que comparten su ideario. El problema, según Dreher, es que en los Estados Unidos es difícil distinguir un colegio público donde no se enseña religión de uno privado donde sí. La diferencia es esa, que uno incluye en su programa la asignatura de Religión y el otro no. ¡Y ay de aquellos profesores que quieran profundizar!
Se las tendrán que ver -esto lo cuenta Dreher- con no pocos padres para los que la formación moral de sus hijos se agota en el pago de la matrícula, como si lo único que les importara es enviar a los chicos a una universidad de la Ivy League y que ganen un millón de dólares antes de cumplir los treinta. Deben de haber leído que en Estados Unidos y Canadá ya hay lobbies presionando a los colegios de abogados y otras corporaciones profesionales para que no contraten a egresados de según qué universidades.
Pero no todo está perdido. Frente a padres así, acomodaticios, Rod Dreher opone testimonios de otros heroicos que compran un colegio en quiebra y lo ponen a funcionar o directamente montan uno. Todo con el propósito de volver a unir lo que durante tanto tiempo fue de la mano: sabiduría y virtud.
La historia de la salvación
Y, bueno, de eso va La opción benedictina, de recomponer fragmentos. Y también de recuperar el trabajo manual, la belleza de la liturgia y la medida de lo posible. Y de asombrarse con las epopeyas con las que durante siglos soñaron los hombres. Y de no dejar de asombrarse con el continuo retorno de las estaciones. Y de no resignarse a que la única luz del mundo no sea la de la pantalla del iPad. Y de seguir siendo unos bichos raros (alegres, eso sí, pero sin reír con los bárbaros). Y de un repliegue técnico para más adelante extender fronteras. Y de ser capaces de contar de nuevo de forma atractiva la más grande historia jamás contada: la historia de la salvación.
En fin, nada nuevo bajo el sol. Como lo demuestra cada vez que Rod Dreher da una conferencia sobre la opción benedictina y alguien del público pregunta: ¿pero ser cristiano no consiste precisamente en eso?