Aventurero, geógrafo y escritor, ganador del Goncourt y del Premio de la Academia Francesa, provocador y brillante, Sylvain Tesson (París, 1972) es uno de los intelectuales europeos de moda. Todo lo que publica se convierte en best seller y los documentales sobre sus viajes sorprenden en taquilla. Este año se estrena Por los caminos oscuros, una película inspirada en un momento clave de su vida y protagonizada por Jean Dujardin. En tiempos de polarización, es reivindicado por la izquierda y por la derecha, aunque él no teme ser llamado reaccionario. Su historia es, ante todo, una lección de paciencia.

Empecemos con una instantánea. Nuestro hombre está en la meseta del Tíbet, a más de 5.000 metros de altitud. Lleva varios días de rececho. Busca rastros de una criatura bella y legendaria, a la que muy pocos han visto y menos aún han fotografiado: el leopardo de las nieves. Muchas horas de mirada atenta, sin movimientos bruscos, reprimiendo el estornudo. Por fin su compañero, el fotógrafo Vicent Munier, le pasa el monocular. Al fondo de un desfiladero, a ciento cincuenta metros de ellos, un gatazo de piel moteada vuelve la cabeza, estira el cuello, los mira y bosteza. «Una aparición religiosa», escribe Tesson.

La búsqueda del leopardo es solo una de sus muchas peripecias: su curriculum de explorador es tan original como deslumbrante. Empezó en 1991 con un objetivo que parece, en comparación con lo que vino después, relativamente modesto: cruzar en bicicleta el desierto central de Islandia. Después atravesó el Himalaya a pie, recorrió a pie las estepas de Asia Central, dio la vuelta al mundo en bici, transitó por las rutas napoleónicas en sidecar y jugó a ser Thoureau al pasar medio año en Siberia, habitando una cabaña a orillas del lago Baikal. Es, además, un alpinista reconocido, ha participado en varias excavaciones arqueológicas y ha caminado–curioso hobby–por los tejados de edificios como Notre-Dame o la iglesia del Monte Saint-Michel. (A esto, a lo de los tejados, volveremos al final).

Todos sus viajes los hace de forma austera, con sus propios medios y sin apenas despliegue de tecnología moderna. Y los cuenta muy bien, en libros de prosa limpia y frases cortas, ricos en referencias literarias. El del primer párrafo, mi favorito y el primero que leí, se titula precisamente El leopardo de las nieves, y dio lugar también a un documental que se puede ver en Filmin, dirigido por Marie Amiguet, que era la tercera invitada en aquella expedición.

 LIBROS, PUROS Y VODKA

Otro libro imprescindible: La vida simple, en el que cuenta su experiencia de aislamiento, casi de ermitaño, en la estepa rusa. ¿El punto común en común con el anterior? El estoicismo con el que afrontó las muchas horas lentas en las que la emoción consiste, paradójicamente, en no hacer nada. «Llevé libros, puros y vodka», cuenta al comienzo. «Corté leña, pesqué la cena, leí mucho, subí a las montañas y bebí vodka mirando por la ventana».

Lo de llevarse libros a la cabaña no es casualidad. Aunque Tesson es un hombre de acción, el verdadero motor de sus andanzas está en el silencio de una biblioteca. Todo empezó con los cómics de Hergé, claro, que leyó con devoción, y en las novelas de Stevenson o Verne. Este último, por cierto, le inspiró para elegir su carrera: Geografía. También en los autores grecolatinos, que le fascinan por su rabiosa actualidad. Al más grande le dedicó un libro, Un verano con Homero, que desempolva la Ilíada y la Odisea, a caballo entre el ensayo y el libro de viajes.

Respondiendo al famoso poema de Constantino Cavafis («Ítaca te brindó tan hermoso viaje./ Sin ella no habrías emprendido el camino./ Pero no tiene ya nada que ofrecerte»), Tesson subraya que Ítaca «es el eje del mundo de Ulises. Este inaugura la dinastía de los verdaderos aventureros: no temen a nada porque poseen un puerto de amarre. Todo reino te hace fuerte». A diferencia de otros trotamundos ilustres, que han acabado por convertirse en ciudadanos de ninguna parte, Tesson es un hombre con un reino, un puerto en el que se siente profundamente arraigado: Francia.

UNA ALDEA GALA

Para él, Francia es mucho más que el Estado emisor del pasaporte con el que recorre el mundo: es la verdadera aldea gala de Astérix. De su país ha escrito que «es un paraíso habitado por gente que cree vivir en el infierno», pero que nadie confunda este optimismo existencial con una visión acrítica de la Francia moderna: le preocupan, y mucho, los problemas acuciantes. Reivindica sus raíces («Francia fue un reino cristiano, y no podemos entender su historia, su arquitectura, su arte, sus paisajes, ni siquiera su democracia, si obviamos lo que una vez fuimos») y se cabrea con su galopante decadencia.

Curiosamente, en una sociedad cada vez más polarizada, Tesson ha sido reivindicado tanto por la izquierda como por la derecha de su país. Los conservadores ven en él a un patriota sincero, enemigo del globalismo y cantor de virtudes en declive. Un antimoderno convencido sin miedo a cuestionar la corriente política dominante. Uno de los nuestros, piensan, pese a sus excentricidades.

Por la otra banda, el periódico comunista L’Humanité, quizás nostálgico de los tiempos (ya pasados) en que lo aventurero y lo contestatario eran patrimonio de la izquierda, le dedica sin empacho artículos elogiosos, mientras que el mundo ecologista reconoce su compromiso con la causa medioambiental: la lucha contra los plásticos, la denuncia de los excesos urbanísticos, la defensa de los animales en peligro… Eso sí, al progresismo más convencional no le gusta tanto: el semanario L’Express lo ha tildado de «icono reaccionario», mientras que Jean-Xabier Ridon le ha colgado la etiqueta de «neocolonialista».

DIEZ DÍAS EN EL GOBI

Tesson y Régis Debray para Le Figaro

Él prefiere alejarse de la política inmediata, aunque no tiene miedo a los adjetivos («soy tan reaccionario que prefiero el principio de mis frases a su final»). Se atrevió a prologar a Jean Raspail, escritor brillante y maldito, y no teme ser visto en público con Alain de Benoist, patriarca de la Nueva Derecha, pero también ha entrevistado al exguerrillero Régis Debray, viejo amigo de Fidel y del Che.

¿Sus causas internacionales favoritas?: la independencia del Tíbet y la defensa de Armenia frente a la agresión azerí.  A propósito de la segunda, por cierto, ha dirigido recientemente una dura carta al presidente Macron, al que acusa de abandonar a su suerte a un pueblo cristiano y amigo de Occidente, castigado por una imparable tormenta de guerras, invasiones y genocidios. «El canario en la mina de Europa», lo ha llamado. De momento, que sepamos, no ha llegado respuesta del Elíseo. En cuanto a Ucrania, aunque es un enamorado de la cultura rusa, ha sido tajante: «Hay un agresor y un agredido, es una invasión de un país soberano… No hay discusión posible». Aunque eso, aclara, no justifica el sentimiento antirruso de brocha gorda.

De las muchas cosas que podemos aprender de Tesson -la celebración de la belleza, el espíritu de superación, el enlace entre la acción y el intelecto…-, creo que la más potente y contracultural es la paciencia. Su técnica no es la de un influencer: viaja y vive a fuego lento. No es un yonqui de la adrenalina. No le importa pasar semanas en el Himalaya buscando un diminuto charco de orín de leopardo, sin ninguna garantía de encontrar al animal. O cruzar el desierto del Gobi durante diez días sin apenas agua para seguir los pasos de unos prisioneros fugados de un Gulag en los años cincuenta. O invertir mucho más tiempo en investigar en una biblioteca la ruta de su viaje, con alma de erudito, que en el viaje en sí.

CURSO INTENSIVO DE PACIENCIA

«Por los caminos oscuros»

De hecho, no hay mayor ejemplo de paciencia obligada que su biografía reciente. Porque en agosto de 2014, en Chamonix, Tesson sufrió una caída de más de diez metros mientras trepaba por el tejado del chalet de un amigo. El accidente se saldó con un traumatismo craneoencefálico y varias fracturas. Al despertar del coma apenas podía mantenerse en pie. Empezó entonces una lenta y sufrida recuperación que le ha permitido retomar sus peripecias con el mismo ímpetu, aunque con un poco más de calma. Como recuerdo, le ha quedado una visible parálisis facial y una sordera del oído derecho. También ha aprendido, dice, a dedicar más energías a cosas importantes, como la labor filantrópica. (Este capítulo de su vida, por cierto, se narra una película que se estrenará en unos meses y que protagonizará Jean Dujardin. Se titula Por los caminos oscuros).

Esa misma paciencia se refleja en sus ideas sobre Francia, Europa y el mundo. Tesson no cree en el mito del progreso permanente, en la aceleración de los titulares ni en la sobreactuación de los políticos. Mira a los problemas como un tipo que ha vivido mucho y se ha asomado unas cuantas veces al abismo. Sin cinismo, pero con un ligero gesto de pasota.

Seguramente por eso es uno de los personajes europeos más interesantes (¿o deberíamos decir «uno de los pocos europeos interesantes»?), y por eso millones devoran sus libros, artículos, podcasts o documentales. Yo opino que hay que tomarse en serio a los aventureros, escuchar lo que piensan y leer lo que escriben, y que no nos iría mal si pusiéramos a un puñado de ellos en los gobiernos y en los parlamentos. ¿Qué tal si Francia empieza con Tesson?